71.
El aire se sentía denso, el olor a mar, a sal, a pescado... Todo le era tan familiar.
-¿Seguro que no es aquí?
Miro más detenidamente los rayos de luz de luna que tejían las olas.
-No sé -se aventuró a decir.
Tic toc, tic toc, tiiiic tooooc... El sonido del cronómetro cosido a su cabeza junto a ese horrible sombrero le ponía los nervios de punta. Cada tic y cada toc parecían alargarse, como si intentarán tocar las estrellas mas arriba de su universo, como si desearan darle más vida al sujeto de cabellos azules.
Una estrella fugaz pasó rápido, como si huyera de aquella extraña escena.
-Vamos, se me acaba el tiempo.
Él sonrió.
-Es curioso que digas eso cuando el que tiene un cronómetro que marca su vida en la cabeza soy yo.
-Pues sí... Pero a tu "papá Sol" no le gustará que hayas escapado.
-Papá Sol está demasiado ocupado coqueteando con la luna de Zirie como para darse cuenta.
-Vaamooos, el tiempo, ¡el tiempo! Que se nos acaba...
-Ya sé, ya sé.
La luna, esa plata sobre el mar, el olor... Ese específico olor... No, era demasiada coincidencia, no podía ser casualidad que sus recuerdos terminaran aquí y comenzaran en la cueva debajo de ellos.
-Vamos.
-¿Y ahora a dónde?
-Por aquí... Aquí es donde nací.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque se ve como si aquí hubiera nacido...
-Claro, porque una cueva oscura debajo del mar es un lugar obvio para que un loco de cabello azul que además dice ser un cometa nazca.
-¿Ya te han dicho que eres muy irónica?
-Primera observación inteligente que has hecho en el día, Sherlock.
-Ya te dije que no soy ese...
-Vamos, ni siquiera sabes quién es...
-Touché.
La verdad, ella ya no quería irse.
Lo había hecho, cuando aquella mañana ese sexy loco de cabello de unicornio la perseguía, pero ahora el misterio la tenía atrapada.
Pero es que ¿quién se resistiría al misterio que estaban a punto de revelar?
Aquel día... Dios, ese día habían pasado tantas cosas, que ya se sentía como en uno de esos libros policíacos que le encantaba leer.
Desde un cometa que aterrizó en una isla desierta en la madrugada, siguiendo por el chico raro que en la mañana la había perseguido diciéndole que ella era su guía, hasta todas las aventuras que había vivido; descubriendo secretos en pinturas de iglesias, siguiendo pistas en el bosque, hasta ahí: en el lugar en el que estaban ahora, a punto de descubrir lo que envolvía el misterio de los recuerdos del chico.
-Por aquí...
-Mira que si nos pasa algo dentro de esa cueva va a ser tu culpa.
-Sí, sí...
De pronto una luz aguamarina salió desde dentro de la cueva junto a sonidos de cantos y susurros, e iluminó hasta el borde del océano y el cielo, donde ambos se besaban con cariño y se fundían en uno solo.
Las manos del chico comenzaron a deshacerse en luces neones.
-¡Oye, chico raro! ¿Qué pasa?
El chico volteó a verla, en sus ojos dorados se veía toda la angustia y dolor que sentía. Ella corrió hasta donde él, pero cuando intentó tocarlo, todo él estalló con un sonido atronador.
No supo qué pasó, no supo cómo terminó dentro de la cueva, pero cuando ella volvió a abrir los ojos un montón de cristales relucientes la apuntaban. Incluso uno parecía querer abrazarla.
Tampoco supo cómo, pero comprendió que los cristales eran él, y que ahora estaba en casa.
Ahora todas las tardes se puede ver a una chica con un girasol en la cabeza bajar a ver la cueva. También se dice que cuando la marea sube, desde dentro de la cueva se escucha un espeluznante tic toc salir de ahí.
Fin.
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