Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

03

Una de las pocas clases que daba, que me gustaba, era la de lengua y literatura, había momentos en los que hacíamos poesía o lectura del libro. La profesora usaba diferentes métodos para enseñarnos. Hoy nos había dicho que escribiéramos un poema libre, de lo que fuera que sintiéramos, en quince minutos, luego deberíamos leerlo en voz alta. Estuve escuchando con poca atención algunos de ellos, hubo uno del de una chica que me encantó. Cuando llegó mi turno, respire un poco y empecé:

Podría amar a la distancia,

Morir con desgana,

Mientras tú me abandonas con elegancia.

Sería capaz de saltar ese muro,

Lleno de espinas,

Pero caería con estrépito,

Debido a que no llegaría a cubrir mis heridas.

Lloraste en el funeral,

Compartiendo tú frío.

Dejaste florecer esta tristeza monumental,

Encogiendo este corazón mío.

Querría decir que me abandonaste,

Pero nadie es culpable de mi dolor,

Porque cada quien es decisor.

Me acuerdo de esa noche,

Tus ojos habían elegido,

Que luchar es para la gente valiente,

Pero retirarse a veces es lo correcto.

Ahora deberé marchar,

Recoger los trozos que quedan,

Permitirme los recuerdos rememorar,

Mientras las estrellas me acompañan.

Hubo un pequeño silencio, hasta que poco a poco comenzaron a aplaudir. La clase siguió, me iba a levantar, pero la profesora me detuvo. Sus ojos negros estaban clavados en los míos.

Tu poema me ha encantado. El modo en el que te has expresado, es admirable. Has sacado lo que tenías dentro y lo has transformado en algo precioso —me la quedé mirando, no iba a decir nada, no tenía fuerzas para hacerlo, se apretujo un poco los dedos de las manos, quería preguntarme algo Sé que no estás pasando por un buen momento, ¿Qué tal está tu madre? —abrí los ojos con incredulidad, pero recordé lo que estaba pasando.

Está bien, Margot. Pero no intentes acercarte a ella de nuevo. Solo te recordará, que si estás en el hoyo, nada ni nadie, te sacará de allí. Ya se acostumbró a permanecer en la oscuridad—una lágrima rodó por sus mejillas, la consolaría si pudiera, pero nada de lo que hiciera, cambiaría los hechos. Ella necesitaba estar sola, y yo necesitaba irme de este lugar.

Di media vuelta, encaminándome hacía mi siguiente clase.

No era capaz de concentrarme en nada. Hay momentos en los que desearía irme al lugar más recóndito del mundo, que nadie me encontrase. Pero se supone que ante las adversidades hay que tener las manos en alto.

Las lágrimas iban a empezar a jugar en mis pestañas. Parecía que yo no era el único que estaba triste. Unas compañeras de clase estaban consolando a una no dejaba de llorar.

No me interesaba, bueno, en realidad sí. Cualquier cosa que me pudiera distraer, lo aceptaba.

La chica que lloraba era Daniela Evans, debido a sus genes, era una de las chicas más guapas de todo el recinto escolar, según decían. Su cabello era pelirrojo, sus ojos eran de color azabache, era de rasgos asiáticos, su cara estaba surcada de pecas. Su estatura era mediana y su contextura era delgada.

La conocía, era la típica chica que parece que tiene la vida solucionada, su vida económica es más que buena, es delegada y tiene un novio maravilloso, para añadir la guinda al pastel, su novio es buenísimo en los deportes y es el respirar de la mayoría de las chicas. De película.

Pero las personas que parecen tenerlo todo, son las más inseguras, puede que las más destrozadas. Hay momentos en los que me pregunto si todos no estamos rotos.

— ¿Por qué me ha hecho esto? Me ha engañado en nuestro aniversario de un año— suspiré ruidoso, ganándome la mirada de odio de Daniela y el de las demás chicas— ¡¿A ti qué te pasa?! No seas un baboso y vete de aquí, que solo estorbas— abrí los ojos con sorpresa, ¿Me estaba dirigiendo la palabra a mí? Me ignoró y siguió llorando, pensando que no le diría nada.

—Lloras como si fuera el fin del mundo, pero ya sabías que te estaba engañando desde el primer minuto. Todo el instituto lo sabía, pero tú no hacías nada. Porque prefieres mantener tu estatus de chica perfecta, ya que, crees que si tienes lo que las demás quieren, te harás respetar. Complaces a tus padres, mientras tú te sientes una mierda. —aprieta los labios igual que los bebés cuando no quieren comer—. No sabes qué decir, porque he dicho la verdad. Ya que nadie se atreve a decirle nada a la chica que no tiene amigos de verdad— muestro mi sonrisa sarcástica— Ahora mismo te ves cómo alguien que no sabe que vale más de lo que los demás creen—la observó con odio, viéndola llorar—. Odio a las personas así.

Agarro mi mochila, yéndome al patio, me siento en unas escaleras cerca de la cancha de baloncesto, abro mi paquete de Marlboro y me fumo un cigarrillo.

Ya van dos cigarrillos en un día.

—Vaya día de mierda—suspiro, expulsando el humo, miro los remolinos, luego al cielo. Las lágrimas han vuelto a aparecer.

Sé que me he pasado con mis palabras, pero hay momentos en los que uno tiene que decirle las cosas que no le gustan, por mucho que duelan. Creo que todos los padres han dicho a sus hijos, "no hay que mentir", pero luego son los que dicen que Papá Noel les traerá regalos si se portan bien.

No estoy en contra de Papá Noel. Mi punto de vista es que, a las personas en general nos encanta que nos mientan. Habrá algunos que dirán que no.

Voy a poner un ejemplo simple. Imagínate que estás enamorada, pero esa persona que quieres, ya no te quiere, seguís con vuestra relación, a pesar de que los "te quiero" no son sinceros de su parte. Intentas todo lo posible para que funcione, pero todo va en picado, con lentitud, pero te aferras a ese dolor. Es tan doloroso, pero atrayente y asfixiante. Que aunque no llegues hasta esa cuerda, te rasparás las manos, sin importar los callos, la sangre y las lágrimas.

Dicen que el amor es lo más bonito que te puede pasar, pero es la droga más eficiente para matarte.

Casi todos hemos experimentado ese sentimiento. O lo experimentaremos. Es algo que no se puede evitar. Por mucho que digas que lo evitarás a toda costa, no lo lograrás. Porque si a día de hoy no se puede detener al Sol, al amor mucho menos.

El amor vive alrededor de nosotros, desde que nacemos hasta que morimos.

Me termino el cigarrillo, mis ojos no han dejado de derramar agua con sal.

La lluvia comienza a arreciar, me levanto, tirando el resto del cigarrillo a la basura de al lado. No lo voy a tirar al suelo, porque las plantas no tienen la culpa de que yo me esté matando a propósito.

Decido irme a cualquier lugar, pero que no sea estar en esta cárcel llena de imbéciles, que no saben que no son invencibles. Salgo por la puerta principal, sin importar escuchar la voz de una profesora preguntando qué hago saliendo. Pero detiene sus reiteraciones, porque no creo que quiera perder el tiempo regañando a un adolescente que se la suda un grano.

Estoy a punto de cruzar el paso de peatones, pero los gritos de una chica que parecen los de un silbato, llaman mi atención, se dirigen hacia mí. La cabeza me comienza a palpitar, empiezo a ver borroso, solo consigo enfocar con dificultad a la persona que está enfrente de mí con un poco de resignación y dolor enfoco a la chica que está enfrente de mí.

De todas las personas que podría haberse encontrado con mi irritable persona, el universo o en lo que sea que las personas deseen creer. Decidió organizar un reencuentro con la chica parlanchina.

Mis piernas golpean contra el suelo, ya no me puedo mantener en pie.

Ella me ofrece su mano, la miro con una de mis manos apoyadas en mi cabeza, podría rechazarla, me lo pienso mejor. Mi estado no es el mejor, creo que llevo dos días sin comer, solo me he dedicado a beber agua y fumar algún que otro cigarrillo.

Decido aceptarla, su tacto es caliente, al contrario que de él mío.

—Por cierto, antes no tuvimos la ocasión de presentarnos, yo me llamo Meira—me otorga una sonrisa. Sin siquiera decirle nada, apoya uno de mis brazos en su hombro. La diferencia de altura es notable.

—No creo que seas capaz de cargar conmigo —le aviso, ella le resta importancia. Caminamos con lentitud, hasta ir parados a una esquina. Me sujeto contra la pared, mis brazos comienzan a temblar, y una tos sofocante entra a invadir con molestia mi salud.

La chica parlanchina, consigue que me quede sentado.

—Ahora vuelvo —se marcha corriendo.

—No me extrañaría si me dejaras aquí tirado como un saco de Doritos, solo espero que ningún secuestrador que pase por estas calles le gusten los Doritos. —me quedo dormido, aun estando en una posición incómoda.

Siento la voz de alguien reiterándome sin parar, abro los ojos, me entero de que no estoy soñando.

—Meira, ¿Por qué tienes una boca tan grande? —si hubiera estado en esos momentos en mis cabales, me habría dado un puñetazo por el sin sentido de mis palabras.

—No sé, serán los genes biológicos.

Iba a caerme dormido de nuevo, pero me sacudió, abrí los ojos con sorpresa.

Sacó zumos, algún que otro bocata de bares, bollos y demás. Me ofreció o más bien me obligó a que ingiriera algo. Poco a poco me empecé a sentir mejor, recobraba las fuerzas.

—A medida que se alargan los días sin comer te sientes decaído, de mal humor, te faltan vitaminas y minerales, el sistema inmunitario se debilita y los huesos comienzan a perder densidad. Además, el apetito sexual disminuye y en las mujeres, el ciclo menstrual puede desaparecer.

La observo perplejo.

—Entonces,... ¿Me estás diciendo que te preocupas por mí vida sexual? —mi perplejidad no desaparece.

Se rasca la cabeza un poco.

—Perdón, mi madre es médico. Solo te estaba recomendando que debieras cuidar de tu salud, a pesar de lo que te esté ocurriendo.

Sacudo mi cabeza con negación, mientras me sigo comiendo el bocata y me bebo el zumo que me ha comprado. Admiro el cielo nublado que se encuentra ante nosotros. Meira hace lo mismo.

—Hay momentos en los que siento como la respiración se me atora, intento respirar, intento sentir algo más, que no sea rabia, tristeza o esos sentimientos turbulentos que me aterrorizan. Las nubes cambian, no dejan de moverse. Pero nos permiten que las veamos. No se esconden de nosotros, a pesar de todas las atrocidades que cometamos. Las personas, somos todo lo contrario, nos escondemos, unos detrás de la ropa, otros escondemos nuestras cejas detrás de un libro. Tapamos nuestras inseguridades, hacemos daño— la observo, no entiendo porque le estoy contando todo esto, porque estoy desvelándome delante de una persona que no conozco ni desde hace horas. Pero me escucha. Es la primera persona, en mucho tiempo, que me escucha. La primera persona que lo hacía, se había marchado de mi lado—. Ya no nos miramos a los ojos, estamos detrás de una pantalla. No nos hablamos con los ojos, un teclado lo hace por nosotros. Lo peor, es sentir este vacío, que parece que ni los recuerdos bonitos son capaces de repararlo.

Un mechón de cabello me tapa los ojos.

Sus ojos azules me miran, no soy capaz de saber que está pensando. No quiero, ni necesito saberlo. Ya me he expuesto demasiado. Es un milagro que me haya dejado hablar más de sesenta segundos. Miró al cielo, veo figuras en él. Me entretengo.

Una sombra, me tapa mi campo de vista.

— ¿Sabes qué? Vayamos a algún sitio. —me ofrece su mano, su sonrisa es impecable. Me esperaba que dijera cualquier estupidez. Pero no me ha hecho sentir como si mis sentimientos no valieran nada. Simplemente, no ha dicho nada. Parecerá incomprensible, pero no decir nada, hay momentos, que vale mucho más que decir algo.

Me levanto sin ayuda de su mano.

Ella sigue son su sonrisa.

—Detesto que sonrías tanto.

—Pues es una razón más, para que sonría el doble—me saca la lengua—. Además, yo no me quejaría demasiado, te acabas de exponer delante de la desconocida parlanchina que odias, que sumándole puntos, te ha comprado comida, y te ha salvado de que te metan a un hospital.

Entorno los ojos.

— ¿Cómo sabes que pienso que eres una parlanchina?

—Te acabas de delatar tú mismo, aparte, todo el mundo piensa eso de mí cuando abro la boca. Así que, no era difícil deducirlo.

Sin percatarme, estábamos en unas calles remotas que no conocía de nada. La escanee con atención. Sacó de la mochila un pañuelo. Se detuvo e hice lo mismo.

—Quiero que te pongas esto—me dice, o más bien me ruega.

No quiero reírme, pero lo hago.

—No sé si te has dado cuenta, pero esto no es una amistad. Y siendo sincero, no quiero que me secuestres o algo peor. No hemos llegado a un nivel de confianza, en el que nos abrazamos y vamos juntos a atracar un banco. Dudo mucho que lleguemos a ese nivel. Es de sentido común. ¿Le vas pidiendo a la gente que te saque una foto, cuando no estás con nadie?—mira hacia un lado. Eso confirma mis sospechas.

—Si te sirve de consuelo, una vez me robaron una barra de pan, no llegue a avanzar más de cinco pasos, cuando acabé en el suelo, rodé hasta abajo de una colina. Me levanté y un pájaro se cagó encima de mí.

Suelto una gran carcajada. Las lágrimas se me saltan, ¿a qué ha venido eso?

— ¿Te ha consolado?

—No,...me ha dado pena. Podemos hacer esto. Miraré al suelo, tú me dirás si me tengo que detener o seguir caminando. No me mates en el proceso. —nunca había depositado mi confianza en alguien, con tanta rapidez.

Todo acabó estando bien. No me maté, solo me choqué con un anciano. Meira se estuvo riendo a carcajadas, le pedí perdón, el señor solo me miro con una sonrisa, mientras negaba con la cabeza.

Sentí que subíamos unas escaleras interminables, cuando terminamos, el paisaje a nuestro alrededor se estaba oscureciendo.

—Ya puedes mirar—era de noche en Helsinki, la capital de Finlandia.

Nunca había estado exactamente en este lugar. El panorama que se cernía ante mis ojos, era espectacular.

Las luces de las farolas, el silencio, el cantar de los pájaros, la iluminación de cientos de hogares. Era perfecto, lo que hizo de ello una experiencia inolvidable, fue ver tantas estrellas en el firmamento.

—De pequeña mi madre me decía que era demasiado buena para el mundo, que tenía que aprender a ser más dura, menos accesible. En ese momento, no lo entendí. Pero mientras fui creciendo, diferentes manos y texturas, acariciaron mi corazón, lo aplastaron, y fueron tirando estiércol sobre él. Pero ese corazón, no dejó de latir, a pesar de las patadas. Siguió dándolo todo, sin importar las duras noches de asfixia. Esa chica, siguió siendo amable. No importaba que los demás fueran crueles. No pagó a los demás con la misma moneda. Porque ya había suficiente crueldad en el mundo. Cómo para que ella hiciera lo mismo. No importaba cuántos pies, pisarán ese corazón. Crecería entre las malezas, sin pedir permiso— contó en susurros, su voz era relajante, parecía que no tenía ganas de interrumpir al viento.

Nos observamos.

Susurramos en el silencio, nuestros ojos veían el reflejo del otro, el viento acariciaba nuestro cabello, uno de sus mechones rizados taparon uno de sus ojos. Ella se lo apartó.

¿Es posible sentir, que mientras te vas desvaneciendo en una oscuridad incomprensible, la caricia de una mano, se aferra a tu existencia, para llevarte a la luz?

¿Es posible que un extraño, sea capaz de conocerte mejor que todas las personas, que han permanecido durante un periodo de tiempo más largo?

¿Es posible, que yo..., sea capaz de sanar?

El ambiente se cortó, por la llamada incesante de su teléfono.

Apartamos nuestras miradas. Yo miré al frente, ella contestó, solo pude escuchar que alguien le estaba regañando. Deduje que serían sus padres.

—Creo que ya es hora de irse—asentí, aunque no deseaba irme de ese lugar. La realidad, a veces, era mejor ignorarla. Pero un meteorito no caerá para salvarme de lo que sea que vaya a ocurrir. No estamos en una película de fantasía.

Bajamos las escaleras, un coche negro, condujo hasta pararse enfrente de nosotros. Un hombre salió para abrirle la puerta, ella se encaminó, yo me quedé estático en donde me encontraba.

─Entra, te llevaré a casa. No desconfíes tanto, es Tom, el chofer de mis padres ─decidí entrar, estaba cansado, le indiqué al hombre por las calles por las que debería cruzar, para llegar a mi casa. Era muy silencioso, todo lo contrario a Meira.

Cuando llegamos, la luz de la sala estaba encendida. Esperaba tener suerte. La voz de ella interrumpió mis pensamientos.

─ ¿No nos volveremos a ver?

La miré, con uno de mis brazos apoyados en mi cabeza.

─Nos veremos porque vamos al mismo centro educativo, pero somos dos extraños, que no deberían haber colisionado sus miradas. Dos sombras diferentes. Uno pisa la arena que se desvanece con el caminar del viento. Y el otro, danza con el mar, porque pensó que dejarse llevar, era la mejor manera para sobrevivir. ─salí del coche y cerré con fuerza. Metí mis dos manos en los bolsillos de mis pantalones y respire hondo. Escuchando al coche alejarse, igual que mis pasos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro