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2. Earned It [Hasgard & Dohko]


Esa tarde desperté con el rumor del mar relajando mis sentidos. Después de un duro día de entrenamiento, me eché una siesta en la playa pensando en la única persona que gobierna mi mente y que hace parecer todo mágico. Aún estoy sorprendido del giro que han tomado mis preferencias a últimas fechas, porque no veo a nadie más que a Dohko y me sorprende reconocer que así, soy muy feliz.

Dohko.

Ese caballero de Libra es quien se ha llevado mi coherencia al Tártaro, con su cabello castaño en hebras que invita a hundir los dedos, con sus ojos verdosos que me recuerdan la sabana oriental que utiliza el tigre como coto de cacería, con sus sonrisas enigmáticas que despliega sin que puedas saber qué pretende.

Él es un misterio y al mismo tiempo, reconozco que no hay algo más interesante, que estar a su lado e ir desgajando cada pequeña parte suya hasta descubrir lo que guarda dentro.

Me estoy acostumbrando a ser usado por él y satisfacer sus bajos instintos. Tal y como él hace lo mismo conmigo.

Esto es recíproco y vale la pena cada momento. Nos lo merecemos y no tenemos dudas en reunirnos y complacer al otro.

Verlo llegar en los momentos más inesperados es adrenalínico y me aburre cuando todo es previsible, planeado, cuidado. Ha de ser por la forma en que destroza mi prudencia con sus gestos o por la deliciosa sensación del miedo a ser descubiertos mientras tenemos sexo.

Me fascina ser su objeto de desfogue y debo dejar en claro que no romantizo mi relación con él, ni lo justifico por no poner títulos a lo que nos sucede. Pues ambos sabemos que si ponemos en palabras lo que sentimos por el otro, nuestro amor sería trágico.

Somos caballeros de Athena y tarde o temprano, enfrentaremos una guerra santa con el mismísimo Hades. Nada bueno puede salir de eso.

Si fuéramos todopoderosos como Zeus, es decir, perfectos y sin puntos débiles, podríamos llevar al máximo esto que nos sucede cada vez que nos vemos, sin pensar en finales dolorosos. Pensaríamos en uniones bendecidas por los dioses, juramentos ante un altar, un felices para la eternidad.

Sin embargo, sabemos que esto tiene fecha de caducidad y se alcanzará en el momento en que uno de los dos caiga bajo las manos de los enemigos. Es muy sabido que en este tipo de guerras, pocos santos sobreviven y no por eso nos detenemos.

No, no.

Porque disfruto de él, de lo que tenemos, de lo que me sucede cada que aparece en mi camino el motivo de mis desvelos; de ese cosquilleo en el estómago cuando fija sus ojos de selva en mí, porque bien merece mi atención.

Siempre vale la pena cuando se dedica al máximo a complacerme y me exige una retribución de igual nivel.

Y es que vivimos sin mentiras, aunque disimulando ante el mundo lo que tenemos. En mi interior, sonrío cuando no me pone atención cuando estamos con los demás. Sé que es su forma de protegerme y yo también lo cuido.

Oh, cómo lo cuido.

Sea en entrenamientos o combates, mi cosmos se orienta a él y puedo sentir la caricia del suyo que se elonga hasta alcanzarme. Nunca estoy confundido en lo que hay entre nosotros. Es cierto, si hubiera palabras y títulos, sería complicado.

Acepto lo que me da y doy lo que acepta, no más. 

Es una tregua, pero hoy tengo ganas de él. Anhelo perderme en sus besos, sentir las caricias de su lengua, el jugueteo que termina en mordidas porque es impaciente y no se contiene. Es como un tigre que se deleita con un gran manjar atrapando mi piel entre sus dientes y después, espera juguetón que me quede quieto.

Es hilarante cómo cree que puede controlar a un ser como yo, con sólo poner una mano en mi pecho, pero lo dejo pensar que tiene ese poder porque reconozco algo. Dohko tiene la facultad de mirarme y hacerme callar. 

Ya entendí que puede tiene una visión de la realidad que desconozco, como yo comparto mis conocimientos con él y eso nos hace prácticamente, una excelente dupla que sabe ser un equipo sin que el otro se sienta desvalorizado.

Es una pena que seamos caballeros porque me gustaría vivir a su lado cada segundo de mi existencia, pero presiento que si no lo fuéramos, las Moiras quizá no hubieran entrelazado nuestros destinos.

Aún con mi mente plagada de él, la brisa trae su aroma, mis labios se estiran formando una discreta sonrisa. Percibo su cosmos por más que lo oculte.

Se acerca y lo dejaré llegar. Sé que lo haré feliz con sólo mantener la calma y la inactividad, para que piense que me atrapa con su astucia y sagacidad. Y es que me encanta cuando llama por sorpresa, cuando aparece así de pronto porque sé que está impaciente por estar conmigo.

Y eso despierta mis instintos más primitivos.

La sombra a mis pies se desdibuja con la llegada sigilosa de su cuerpo tras el mío. Siento su brazo rodeando mi cabeza para obligarme a estar a su altura, su risa la percibo en mi oído que se calienta con su aliento. Huele a agua limpia, a esa madreselva que utiliza para sus baños.

— ¡Te atrapé! — escucho al tigre transformado en un juguetón gato —. ¿Qué piensa el toro? — me agarra bien, abrazando esta vez mi cintura—. ¿Sabes que eres una presa fácil de cazar?

— Si tú lo dices... — susurro ladeando el rostro a la derecha —. Así que hoy estamos juguetones.

— No me fue tan mal en el entrenamiento — murmura con sus labios pegados a mi cuello, mandando distintas señales a mis centros nerviosos —. Y me sentí inquieto cuando te vi partir hace unas horas. ¿Estás bien?

Sus dientes dejan marcas en mi cuello, su lengua repasa con la punta mi yugular. Mi cuerpo despierta y mi entrepierna inicia un proceso de endurecimiento. Percibo sus manos hundiéndose en mi camisola, buscando la piel de mis músculos.

— Nunca lo hicimos en la arena, Hasgard — suelta un gemido largo y sensual —, tengo muchas ganas de ti. Me desperté hambriento.

— Tú siempre estás hambriento — reniego con frustración. Sus dedos encuentran mis pezones y los pellizca —, si no fuera porque te conozco, diría que eres insaciable — ironizo.

Más risas, atrevimientos, gemidos y jadeos. Las olas del mar crean el ambiente perfecto. El maldito respira en mi oído, su lengua repasa mi lóbulo y la línea de mi oreja sabiendo cuán sensible soy.

— ¿No quieres cuidarme, Hasgard? ¿No crees que me lo merezco?

Mis risas se escuchan con ganas. Llevo un brazo hacia su cabeza, mis dedos atrapan sus cabellos, le mantengo quieto y mis labios encuentran los suyos. Los rozo suave y lento, haciendo desesperar al tigre, los mordisqueo desatando jadeos. Los succiono con ganas, saboreando su aliento a hierbabuena, seguramente se quedó tomando un té antes de venir.

— Hasgard — quiere gruñir, pero la última sílaba suena más a ronroneo —, me gusta, me gustas, te quiero ahora, sobre mí, bajo mi cuerpo, de lado... como sea, pero tómame ya.

Lo sé, lo hace parecer mágico, pero él es mágico, perfecto, todo mío y pretendo hacer realidad sus exigencias. 

Sin embargo, una cosmoenergía acercándose nos pone en guardia. Dohko toma su posición alejado de mí, hundiendo los pies desnudos en el agua mientras yo me dedico a mirar el cielo.

Shion aparece al poco, con sus ojos sabios paseando de uno al otro. Ese hombre sabe lo que sucede entre Dohko y yo, pero prudente, se calla.

— El Patriarca me ha pedido que te informe que debes ir a una misión en las afueras del Santuario, Dohko — inicia la plática cruzando los brazos —. Al parecer, hay rastros de espectros, bien puede ser que se estén despertando.

Esas noticias nos ponen en guardia. Veo al tigre iniciar el viaje a paso veloz con rumbo al caballero de Aries. Los sigo sin tanta prisa, sabiendo que debo ocupar mi lugar como guardián de la casa de Tauro, pero mientras las órdenes no sean impartidas, mi deber es seguir en donde sea encontrado rápido.

Shion me dedica una mirada pausada antes de teletransportarse con Dohko hacia las doce casas. Lo entiendo, los rumores comentan que también está interesado en el tigre. ¿Y qué se le va a hacer? Libra tiene lo suyo, pero si de algo puedo estar tranquilo, es de que Dohko jamás me traicionaría. No ese hombre, pues tiene los pantalones bien puestos para decirme las cosas de frente.

El trayecto es largo, apenas estoy entrando a la casa de Tauro cuando veo venir a Manigoldo cubierto por su manto dorado, con paso apresurado.

— El Patriarca me informó que están penetrando el terreno desde varias posiciones de forma simultánea, voy al oeste. Tú ve al norte, mantén un perímetro detrás de Dohko. Si son más de dos espectros de alto rango, el Patriarca ordenó que hagas mancuerna con él.

Mi armadura es convocada, se adapta a mi cuerpo y vuelvo atrás, con un rumbo fijo preocupado por las palabras. «Espectros de alto rango», espero que Dohko se deje apoyar.

El campo de batalla es casi una masacre. El tigre mantiene a raya a los espectros, a pesar de que su cuerpo tiene varias heridas y ahí, su piel está teñida de rojo. Analizo el cosmos de cada rival y sin despreciar su poder, sé que Dohko tiene habilidad para combatir a cada uno de ellos y más. Por ello, me mantengo en la reserva para no pisotear su honor.

De cualquier forma, verlo en combate es un agasajo a la pupila. Sus ataques medidos, pensados y perfectos. Sus pies moviéndose con cada acometida, sus puños encontrando sus objetivos. El rictus de su rostro no desdeña al enemigo, pero sí muestra que está dando su máximo potencial, sin ser sádico.

Por eso me gusta tanto, porque es muy parecido a mí en muchos aspectos. Sigo pensando que nos complementamos, el tigre es sin duda, mi medida de azúcar y sal. Para endulzarme y sazonar mi existencia.

Dohko sigue la contienda cuando una cosmoenergía se despliega con brutalidad atravesando el tiempo y espacio con dirección al tigre. El caballero saca su escudo y apenas logra interponerlo para evitar su segura muerte. Mi corazón se salta un latido y es mi instinto el que me impulsa a ir adelante.

Me pongo espalda con espalda con el caballero de Libra y lanzo el Gran Cuerno contra una segunda energía que busca rematar a Dohko. No sucederá mientras yo esté presente y pueda intervenir. 

«Te cuidaré» envío a su cosmos y percibo que el suyo me rodea. Es una respuesta automática cuando ambos estamos en mitad de la refriega. Él me da ánimo mientras le correspondo.

Sin embargo, ahora entiendo por qué el Patriarca estaba preocupado. Son dos grandes enemigos los que se presentan contra un caballero de Athena. Y si bien, no desmerezco el poder del oriental, soy sincero al decir que no podrá con ambos, pues son traicioneros al ataque. Sería una muerte en vano y afortunadamente Dohko lo entiende.

— No son Espectros, Hasgard.

Mis ojos se vuelven a fijar en el enemigo. Dohko parece vislumbrar mejor las circunstancias que yo y compruebo que vuelve a tener razón. Parecen dos Espectros comunes, pero en realidad, dos cosmoenergías los gobiernan desde lejos.

— ¿Quiénes podrían ser? — interrogo sin tener una pista.

Los dos enemigos se preparan para atacar y respondemos tomando posiciones de batalla. Sin embargo, un brillo desde el costado derecho los obliga a escapar sin mirar atrás. Dohko y yo, intercambiamos miradas interrogantes hasta que a pocos pasos, aparecen el Patriarca con Manigoldo y Sisyphus.

— Han escapado — informa Dohko.

— Lo sé, pude sentir sus cosmoenergías desvanecerse — toma la palabra el Patriarca —, estamos en guerra, caballeros. Esos eran Hypnos y Thanatos.

Lo que tanto temíamos, nos ha alcanzado. Nos miramos intranquilos mientras el Patriarca da instrucciones de revisar el perímetro de nuevo y volver a nuestras casas luego de ello. Hace equipos de dos personas. Dohko termina con Sisyphus y yo voy con Manigoldo.

Cumplimos con nuestras obligaciones, nos esmeramos en eso, el caballero de Cáncer podrá ser un boquiflojo y un hombre de humor insoportable, pero al momento de trabajar, es competente y digno de ser un santo de Athena. Revisamos cada sitio, hablamos con los ancianos de las aldeas cercanas al Santuario para advertirles, acatamos cada orden dada por el Patriarca.

La tensión entre Manigoldo y yo, es fuerte. Nos llevamos bien a secas, pero es el conocimiento de que la guerra nos ha tocado muy de cerca, lo que permite que cooperemos como equipo en esta sagrada causa. 

El enemigo ha tocado las puertas del Santuario, ni más ni menos. Hay poco tiempo de paz, podría creerse que nos quedan horas y minutos.

Si hubiera estado Dohko peleando en solitario, estaría muerto. Ese conocimiento hace nudos mis tripas y mi corazón se acelera como un tambor.

— Hemos terminado — comenta Manigoldo mirando mis facciones —, eres muy fuerte Hasgard, lo has demostrado. Hasta mi maestro está satisfecho porque tu Gran Cuerno detuvo el golpe de Thanatos, sólo ten cuidado con ellos. Son muy traicioneros y dile eso a Dohko, que a ti te va a escuchar.

Desconozco por qué mete a Dohko en el costal pensando que tengo el poder para que me escuche. Aún así, nos despedimos en la casa de Tauro y lo veo seguir su camino. Sintiéndome un poco frustrado por no entrar en batalla en plena forma, pero sabiendo que el destino tiene sus tiempos, me desprendo de la armadura y camino hacia la cocina para prepararme un buen café.

Estoy en ello cuando siento de nuevo a un tigre golpeando en mi espalda antes de atraparme la cintura con sus brazos. Sonrió porque debería estar atendiendo sus heridas y en lugar de eso, está jugando al mono araña.

— ¿Estás bien? — volteo el rostro mirando su cara sucia —. Lamento haber intervenido en tu batalla, pero prometí que te cuidaré — comento mientras lo atrapo mejor, haciendo que se ponga a mi lado —, porque chico, te lo mereciste, peleaste tan bien, que era injusto que te dieran ese golpe por la espalda y a traición.

— Ya no te pongas así — solicita con una media sonrisa —. Te conozco, Hasgard y serías incapaz de hacer nada que pudiera lastimar mi honor como caballero.

— Me alegra que lo veas así y ya viste, la Guerra Santa dio inicio — murmuro con voz baja pegando mi frente a la suya —, es el momento de dar todo lo mejor.

— Lo sé, igual el Patriarca advirtió a Shion, Dégel, Kardia, Regulus y Albafica, que hagan guardia mientras nosotros descansamos — susurra pensativo, pero algo en su mente lo hace sonreír —. Y yo sé qué quiero hacer con mi tiempo de descanso.

Sin dar tiempo a que pueda reaccionar, me atrapa con un beso pasional y desesperado. Sus manos me desprenden rápido de la camisa dejando algunos besos en mi piel, su lengua se arrastra dibujando figuras amorfas de tinta invisible por mi pectoral derecho.

Jadeo atrapado en su halo de seducción y le correspondo. Mis manos llegan a la orilla de la prenda superior y la levanto de poco en poco, dejando que la temperatura enfríe su epidermis dorada por los entrenamientos bajo el sol. Lo estimulo con mi lentitud, jugueteando con su paciencia, provocando más que simple excitación.

— Hasgard — empieza a rugir frustrado por lo lento que voy —, no me hagas esperar, te necesito rápido, duro y fuerte en mi interior.

— Hablas demasiado — le callo la boca a besos, esta vez pasionales y duros. Nuestras lenguas danzan, los dientes dejan pequeños pellizcos de dolor —, eres un impaciente, ni pareces oriental — me burlo.

— Ninguna meditación sirve cuando me calientas — reniega y da un respingo al escuchar la tela romperse —, ¿Eso es lo que imagin...? ¡Hasgard!

Tarde, ya tomé sus manos con una de las mías y estoy atando con habilidad los jirones de su camisa en su muñeca derecha.

— ¿Crees que esto puede detener a un caballero de Athena? — refunfuña mientras hago el nudo.

— Más vale que te detenga o te quedarás con Manuela — respondo con algarabía.

— Con Manue... — susurra sin que sus neuronas hagan sinapsis —, ¡Hasgard!

— Por fin lo entendiste — me mofo dejando bien atada una de sus manos, lo obligo a dar media vuelta y ato la segunda en su baja espalda —, si sabes lo que te conviene, Dohko, te portarás bien.

Otro resoplido me responde, un gruñido mitad gimoteo le sigue. Le tomo las caderas y de espaldas a mí, lo acerco. Restriego mi entrepierna contra sus nalgas lo mejor que puedo por la distancia que debemos tomar por sus manos que obstaculizan.

— Siente cuán caliente me tienes ya, Dohko — reconozco en su oído —. ¿Qué tan erecto estás tú? — mi mano pasa desde su cuello, hacia sus pectorales, disfrutando de uno de los pezones erizados que pellizco y froto provocando sonidos de su garganta —. Tenemos poco tiempo, pero no niego que anhelo estar contigo de nuevo, hundirme en ti y hacerte mío para que me recuerdes así, hasta cuando estés con el Patriarca recibiendo órdenes.

De pensar que pude perderlo, se cierra mi garganta. El temblor de Dohko se generaliza con esa expectativa erótica que pienso cumplir a rajatabla. Mi mano baja hacia su entrepierna y compruebo la tirantez de sus prendas. La tela está dura y firme, debe ser un suplicio para él seguir vestido. Incluso, puedo pasear mi pulgar por su virilidad sin errar en el dibujo de su pene y encontrar fácilmente la humedad que se permeó desde su uretra.

El tigre reclama, mis labios lo callan entre besos y mordiscos. Mis manos toman sus muslos internos y los abren unos palmos amasando sus carnes. Mis dedos se encuentran en el centro de su sexo y restriego las palmas contra la tela. Algunas gotas de sudor resbalan por su frente, separo mi boca de la suya, aún unidos por hilos húmedos, labios hinchados y ojos derretidos por el placer.

Vuelvo a su mejilla saboreando su piel, apreciando sus temblores que sólo desbocan mis deseos. Le doy media vuelta y lo abrazo cargando su cuerpo sobre mi hombro para ir al aseo ignorando sus protestas. 

El polvo y el barro creado por la sangre no me excita ni un poco. Abro las llaves del agua de la regadera que tiene la casa y sin quitarle una prenda más, pongo al tigre bajo el chorro de ésta cuando se entibia.

Dohko sonríe divertido sacudiendo la cabeza mojada salpicandome. Entre risas, bajo sus pantalones y después, me deshago de mis prendas. Los besos continúan porque no me harto de su boca, de su sabor y de su lengua. Repaso su cuerpo con el jabón, poniendo especial atención en su falo mientras jura y perjura que se vengará.

Entre arrebatos verbales que son mitad palabras, mitad sonidos excitantes, dejo su virilidad lista para mis acciones. Uno de mis dedos se cuela hacia el anillo de su esfínter, hago pequeños círculos con él, lo hundo de poco en poco y cuando tiene flexibilidad, meto y saco enloquecido.

— Te quiero ahora, Dohko — susurro contra sus labios —, no deseo que pienses en nada que no sea en mí — le exijo posesivo, paseando mi boca por su cuello, mordisqueando su yugular, encantado por sus empujes de cadera contra mi falange. Hundo un segundo dedo en consideración a sus demandas.

De la garganta del otro, mi nombre empieza a emerger. Mis dedos juegan formando unas tijeras, abro las carnes y las expando. Mis labios encuentran la primera tetilla. La repaso con la lengua y la provoco con golpeteos. Los gemidos de Dohko se incrementan. Mi mano libre se afana con su miembro, mis ojos se fijan en su rostro. Aspiro profundo antes de hincar mis dientes en el tierno botón al tiempo que un tercer dedo se reúne con sus compañeros cuando compruebo que puede resistirlos.

— ¡Joder, Hasgard! — reclama con vehemencia —. Me partes en dos, maldito.

— Y eso que no me he hundido en ti — dejo la expectativa en su mente.

— Quiero eso, dámelo ya, deja de juguetear conmigo  reniega impaciente.

Correspondo a sus protestas con más succiones en su otro pezón, lo arrastro con mis dientes, lo aprieto con mis labios. Lo siento temblar bajo mis manos. Es lo más desquiciante y fascinante que pude sentir en la vida. Dohko es el epítome de la entrega absoluta de un ser a mis anhelos.

— Hasgard, hazme tuyo ahora — ruega frustrado moviendo las caderas para dar ímpetu a sus demandas —, méteme ese pedazo de carne que cuelga entre tus piernas y hazme olvidar hasta cómo me llamo.

— Eres demasiado exigente — reclamo contra los músculos de sus abdominales, lamiendo y succionando cada parte.

Mis dedos no han olvidado su labor, siguen expandiendo esa entrada con dedicación. Mis labios alcanzan su pubis rizado, depositando suaves besos mientras acaricio su muslo.

— ¿Quieres que entre o que te devore? — ofrezco las alternativas deleitándome en su indecisión, en sus gemidos estresados mientras va pensando rápido —. Lo sabía, Dohko. Lo quieres todo al mismo tiempo — susurro socarrón hundiendo su virilidad en mi boca.

Los gemidos se incrementan, las manos luchan contra las ataduras y las piernas tiemblan. Lo tengo a mi disposición, es absolutamente mío y nadie me lo quitará. 

Dohko está para mí, como estoy para él.

Es mi tipo de noche favorita, donde disfrutar del otro se ha vuelto adictivo. El probar su carne en el interior de mi boca, el explorar sus entrañas con mis dedos. Escuchar nuestros gemidos dando y recibiendo placer.

Lo merece, lo merezco.

Sin esperar a más, acomodo su espalda en los azulejos del aseo deshaciendo el nudo de sus manos para darle libertad. Él sabe lo que se avecina y se prepara aspirando fuerte, bronco, intenso. Sujeto sus muslos con mis manos y me es fácil ponerlo en la posición perfecta. Él se agarra de mis hombros para mantener el equilibrio.

— Respira, Dohko y no te muevas, sabes que te cuidaré — le susurro contra su oreja echando mi aliento caliente, a sabiendas de cómo lo excita ese acto tan somero.

Mi virilidad se coloca, apunta y empuja de poco en poco. Lo abro a mi tamaño, me hundo en su cuerpo, lo siento estremecer, lo escucho gemir, lo veo padecer los primeros instantes. Por más que nuestros encuentros sean frecuentes, tiende a apretarse.

Y es fascinante ver cómo me rodea con sus carnes, cómo avanza cada palmo de mi prieto miembro en su ser hasta que no queda nada de él. Mis caderas golpean sus glúteos con un chapoteo húmedo por el agua de la ducha que enciende mis sentidos. Él maldice mis actos, gruñendo por la incomodidad.

— Vamos, Dohko, no soy tan grande — aclaro entre risas.

— Mételo en tu ano y después habla conmigo — rezonga con gotas de agua y sudor recorriendo su atractivo rostro —. No eres tan grande dices, pero aún así me llenas demasiado.

— Es que estás hecho a mi medida — lo alabo entre besos y caricias. Mis dientes rechinan al sentir cómo aprieta más sus entrañas —, joder Dohko, si sigues así, no voy a durar mucho.

Lo reconozco sin pudores. Un caballero no deja de ser un hombre común y corriente en cuestiones de sexualidad. Y es que Dohko tiene la mejor técnica para hacerme enloquecer cuando exploro sus entrañas.

Me aprieta tanto, que parece dispuesto a exprimir cada gota de mi semilla. Si juega así, debo darle una distracción. Mi mano se apodera de su falo y lo masturbo con ahínco. Mis labios bajan a su oreja pues por su estatura, no logro llegar más lejos. De cualquier forma, esto es suficiente. El punto débil del tigre está tras su oreja y ahí me afano. Buscando abarcar con mis labios la máxima porción de su nuca donde él grita y se acalora como si estuviera en brama.

Mis caderas golpean las suyas, el sonido de los testículos golpeando lleva a un chapoteo obsceno. Nos sumergimos en el placer mutuo. El tigre hunde sus uñas en mis hombros, yo me afano en su miembro, prestando atención en su uretra y glande. Nuestros alientos se espesan, los labios encuentran lo que pueden. Puedo percibir su boca en mi cuello dejando mordidas sin compasión.

— Eso dejará marca — reprocho mordiendo su nuca esta vez, para corresponder el gesto —, también quiero que me recuerdes así.

Lo escucho quejarse y eso no lo detiene. Sus uñas se encajan más, sus dientes se vuelven frenéticos y sus contracciones anales me están llevando a un punto de no retorno. Hundo uno de mis dedos en su boca para que succione, hundo el segundo porque adoro sentir cómo me aprieta por sus orificios principales.

Lo elevo con una poderosa estocada y me dejo llevar. Ni siquiera lo espero, ambos sabemos que no es necesario. Dohko gimotea con mi mano torturando su pene, mientras tengo mi primer orgasmo con fuerza. Busco su boca, hundo mi lengua en ella, saboreando la saliva que unió con finas hebras sus labios a mis dedos.

Nos afanamos en ese beso, mientras mis caderas siguen moviéndose. Es secreto a voces que mi tiempo refractario es inexistente, quizá por eso dicen que Tauro es uno de los mejores amantes y Dohko puede dar testimonio de ello. Mi pene sigue medianamente firme, lo suficiente para restregar con ímpetu ese punto dulce que lo enloquece ayudado por mi semilla vertida y soportar los frenéticos apretones de mi amante.

Lo siento a punto, lo percibo en sus reacciones, en su enronquecido gemido, en cómo su espalda se arquea y se hunden sus uñas en mi piel. Mi mano se coloca en su garganta apretando lo suficiente. Su rostro se pone rojo por la falta de aire, no lo abandono en las atenciones, oprimo su glande a tiempo.

El latigazo del placer lo catapulta a otro nivel del orgasmo, le suelto la garganta y sostengo su cuerpo por la espalda aún con esas acometidas en su interior. Lo recargo contra mí, buscando otro orgasmo para ambos. Mi mano se apodera de sus nalgas y lo empujo hacia abajo para hundirme más y constante tocando ese punto que lo lleva de nuevo a la excitación y de ahí, a la locura.

El tiempo no se detiene, nuestros gemidos y suspiros rebotan contra las paredes. Y por fin, casi a punto de la fatiga, alcanzamos el siguiente clímax. Nuestras bocas se unen, las lenguas se encuentran.

Lo dicho, Dohko es mi tipo de noche favorito. Entre gemidos y suspiros, jadeos y susurros suaves, besando su piel, lamiendo las gotas de sudor, nos cuidamos y mimamos. 

Teniéndolo desmadejado entre mis brazos, no pido más en la vida. Él es mi todo, mi más grande fantasía hecha realidad.

— Hasgard...

— ¿Uh? — me encuentro con sus ojos de selva hundiéndome en ellos, en esas pupilas dilatadas y su sonrisa torcida —. ¿Pasa algo?

— Que te amo.

El aliento se me corta, siento que la mandíbula se me cae y el corazón bombea tan frenético, que podría tener un paro cardíaco.

— Quizá mañana no tenga oportunidad de decirlo, pero quería que lo supieras — confiesa con una mueca triste —, fue lo primero que pensé cuando me atacaron por atrás. No puedo enojarme contigo por intervenir en mi pelea, porque me diste otra oportunidad.

— Dohko...

Sus dedos detienen mis palabras. Él sacude su cabeza antes de gruñir y besarme de nuevo. Los alientos se entremezclan con más fuerza, mi estómago siente las mariposas revolotear con fiereza. Tengo sentimientos entremezclados, agridulces, contradictorios, pero de algo estoy seguro.

— Te amo, Dohko — susurro contra su boca, pegando mi frente contra la suya —, te amo con cada fibra de mi cosmoenergía.

— Hasgard — me aprieta contra él, sin querer soltarme como yo tampoco tengo ganas —, no importa lo que suceda, mi cosmoenergía siempre estará contigo — promete con solemnidad —, tú constantemente vales la pena y lo mereces. Sólo no te pongas sentimental me reprende con una sonrisita.

Esas palabras me hacen sonreír, comprendiendo que esa ha sido nuestra dinámica desde la primera vez que estuvimos juntos. Nuestros cosmos se buscan y se acompañan, estemos donde estemos y hagamos lo que hagamos.

— Libra idiota — le regaño sacudiendo la cabeza antes de reír besando sus labios, queriendo más de él.

Y justo, siento algo extraño. No soy el único, Dohko se pone tenso. Ambos volteamos atrás, como si pudiéramos ver a través de las paredes porque lo sabemos. Es imposible que alguien haya atravesado la casa de Shion a menos que...

Shion no se encuentre. Estaba en la patrulla de vigilancia.

En un santiamén, estamos fuera del aseo. Un segundo después estamos corriendo, cada uno invocando su manto, sin mirar atrás. 

Me apresto para la contienda en la entrada de mi casa. Mis ojos repasan la zona sin encontrar nada y logro recordar lo que Dohko me enseñó. Con la meditación, los demás sentidos se abren y llegas a un estado de conciencia total.

Antes de que el tigre me los señale con el índice, los ubico...

Hypnos y Thanatos avanzan en las sombras. Su poder está siendo ocultado por su voluntad, pero deja pequeñas franjas que no sé cómo, logramos Dohko y yo percibir.

— Tú el de la izquierda, yo el de la derecha — propone el Libra —, recuerda que no importa lo que pase, tenemos que proteger a Athena. Deja de cuidarme las espaldas, créeme que puedo con el enemigo.

— Recordemos eso ambos — respondo tranquilo.

En algo coincido con Dohko. Sin importar el resultado, quién termine en pie y quién caiga, me siento tranquilo y en paz. 

Pude decir en palabras lo que mi alma grita cada que lo tengo frente a mí y como antes, como hoy y como será en un futuro, mi cosmos toca al tigre, como Libra me toca a mí.

El resultado de esta contienda puede ser trágico, nuestro amor puede interrumpirse, pero no queda duda que Dohko lo vale.

«Siempre lo mereciste».



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