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✯DÍA UNO✯

✯DÍA UNO✯

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—Chicas, esto es una muy mala idea —repito por décima vez desde que nos encontramos en nuestro sitio habitual a las afueras de D & J.

—No jodas ahora, Les —me regaña Sas, dándome un manotazo en la mano para que deje de morderme las uñas—. Esta apuesta no se cancela ni aunque el mismísimo Nick Bateman se arrodillara frente a mí suplicándome que me lo folle.

—No creo que Nick Bateman sea capaz de hacer algo como eso, pero el novio de la señorita Vagary se le parece bastante —apunta Fernanda, comiéndose un pan que, para variar, no tiene ni pisca de ajo.

—De señorita nada —bufa Daniela—. Samanta Vagary puede darnos un curso completo del Kama Sutra si lo deseara. Es una Diosa, y con su toque divino ha dejado a ese hombre tan enamorado que dudo se arrodille en algún lugar que no sea entre sus piernas. ¡Que envidia!

—¿Podrías ser más discreta? —siseo, fulminándola con la mirada.

Aún es temprano, pero por nuestro lado pasan algunos ejecutivos y otros empleados que se dirigen desde el parking hacia la puerta principal del edificio.

—¿Y para qué se tendría que colocar el señor Fernández de rodillas? Pensé que ya le había pedido matrimonio a la señorita Vagary.

Sasha pone los ojos en blanco.

—¡Por amor a Dios, Amy! Este fin de semana te vienes conmigo a mi casa. Te hace falta una buena dosis de porno en esta vida.

La madre de Pitufino parpadea un par de veces en dirección a la rubia antes de girarse hacia mí en busca de aprobación. Al parecer para ella la única sensata del grupo soy yo.

—Lo siento, Amy. — Suelto un suspiro—. No suelo estar de acuerdo con Sas, pero creo que esta vez tiene razón. No se pueden tener veinte años y vivir tan sumida en la ignorancia del placer carnal.

Las mejillas de Amy se ponen coloradas, pero asiente entre curiosa y avergonzada. Todavía no comprendo cómo es que esta chica vino a parar en este grupo de chismosas y depravadas.

Me excluyo de la última categoría, por supuesto. Quisiera hacerlo también de la primera, pero mi madre me enseñó que mentir es pecado.

—¡Excelente! —Aplaude Sasha—. Cita sucia y educativa para el sábado por la noche: agendada.

—¿Puedo unirme yo también? —inquiere Daniela con ojitos.

—Tú lo que quieres es que yo te meta mano. —Sas le saca la lengua y Dani finge indignación.

—Como si no lo hubieras hecho ya.

—¡¿Me van a meter mano a mí también?! —Esta vez Amy parece horrorizada.

—Lo más seguro —le dice Fer sorbiendo de su café para no atorarse con el enorme pedazo de pan que se acaba de tragar.

No entiendo como puede ser tan flaca cuando se mete como diez kilos de levadura todos los días.

—¡No intentes asustarla! —la regaña Sas, pasando un brazo protector por encima de los hombros de Amy—. Dani y yo no tenemos intenciones de violar a nadie... fuera de estas oficinas, claro.

Guiña un ojo en mi dirección y con unas palmaditas en la espalda, invita a Amy a caminar. Las demás la siguen como si fuera la líder de su rebaño mientras yo me quedo estática en mi lugar durante los segundos que me toma notar que la muy maldita ha conseguido evadir todas mis quejas en un pestañeo.

Me acomodo las gafas y prácticamente corro hasta reunirme de nuevo con ellas.

—¿Escucharon acaso una jodida palabra de las que intenté decirles? —siseo con enfado—. Tenemos que olvidarnos de la ridícula cuestión que planeamos en el bar.

Sasha suelta un bufido sin siquiera mirarme.

—Palabra de borracha vale por dos —dice, empujando la puerta de cristal sin despegarse de Amy.

Como si la chica por el simple hecho de estar rellenita fuera a servirle de escudo contra mis ataques.

—¡Las palabras de borrachas no cuentan, estúpida! —me contengo para no gritar—. Además, yo no estaba borracha.

—¡Pues palabra de sobria vale por cuatro! —me devuelve ella sin inmutarse mientras atravesamos el vestíbulo.

—¡Touché! —canturrea Daniela, alejándose de nosotras para dirigirse a su puesto en la recepción del edificio.

Le lanzo una mirada que reza «traidora» y ella me devuelve un beso que sopla desde su mano. Las demás seguimos nuestro camino hacia los ascensores.

—Sasha, solo piénsalo. Esto es demasiado arriesgado. ¿Y todo para ganar qué? ¡Un estúpido gato!

—¡Oye! —exclama Amy, ofendida—. Pitufino es de raza.

—¿Lo ves? —inquiere Sas—. Aquí los premios son de alta alcurnia. Te puedes llevar un bonito, peludo y educado Angorita azul. Caga en la poceta y todo. ¿A qué sí, Amy?

—La verdad es que no, pero le puedo enseñar —dice la chica cuando las puertas se abren, inocente.

—¡¿Qué más puedes pedirle a la vida, Leslie?! —exclama Sas mientras la cuatro subimos en el elevador—. Nada. Así que deja ya de buscar excusas para zafarte de esto, porque te recuerdo que todo este plan fue idea tuya.

—¡¿Idea mía?! —Se me sale hasta un gallo—. Fuiste tú quien propuso lo de la apuesta.

—Pero fuiste tú la que nos reveló lo del virgo del jefazo —me recuerda Fernanda después de tragarse otro trozo de pan—. ¡Vamos, no me mires así, Les! —Alza las manos frente a mi mirada asesina.

—Tú, querida amiga, pusiste mucha tentación sobre nuestros débiles hombros. —Sasha toma mi rostro entre sus manos para que la mire—. Y ahora te toca enfrentar las consecuencias.

El cubículo comienza a subir y la sacudida consigue estremecerme. O tal vez solo sean las palabras de Sasha las que lo hagan.

—No tienen que haber consecuencias si cancelamos esto ahora mismo. No es tan difícil de entender.

La rubia entrecierra sus ojos sobre los míos.

—No tenía idea que fueras una cagada —dice la última palabra en español. Mi ceño se frunce.

—¿Cagada? —Ella pone los ojos en blanco

—Culpa a mi compañera de piso. Es venezolana y siempre que grito al ver una cucaracha en el fregadero me dice que eso es lo que soy: una cagada. Como tú.

—¡Yo no soy una cagada!

—¿Ah, no? ¿Entonces por qué quieres echarte para atrás ahora? ¡Estás muerta de miedo!

—¡Estamos hablando de coger con el jefe, por amor a Dios!

—Y eso debería inspirarte placer, no terror.

—Mi único miedo es lo que ustedes sean capaces de hacer para conseguirlo —replico—. Sobre todo, lo que seas capaz de hacer . —Sas deja escapar una risita que no sé cómo descifrar—. ¿Qué?

—Nada.

—Dime.

Ella sacude la cabeza.

—Nada. Solo que me sigues pareciendo una cobarde, Leslie.

Mis puños se cierran y admito que esta vez sus palabras sí comienzan a molestarme. Ella no entiende nada. Si alguien se llega a enterar de esta estúpida apuesta, es probable que todas perdamos nuestros empleos. Y yo no estoy dispuesta a arriesgar tanto.

Necesito el dinero, y está claro que no voy a sacar nada de valor al intentar seducir al jefe. Yo fracasaré, pero Sas, en cambio...

Puede que ella tenga una oportunidad. Y solo pensar que la virginidad de Alessandro se desperdicie en alguien que... no lo quiere por lo que hay en su interior, que solo lo ve como un pedazo de carne, resulta tan doloroso como el inevitable hecho de que la desperdiciará con la bruja de su novia en su noche de bodas.

Una mueca se forma en mis labios, reflejo del asco que se produce en mi interior con solo pensarlo. Miro a mi amiga, y con la voz más fría que puedo emitir, le pregunto:

—No pretendes cambiar de opinión en esto, ¿verdad?

—Verdad —repite ella como si nada, sonriendo—. Ninguna de nosotras lo hará, Les. Yo incluso ya he comenzado a trazar mi plan de acción. No todas tenemos la misma ventaja que tú.

Mis labios se separan para decirle que ser su secretaria no me da ninguna ventaja cuando Alessandro Damasco le presta más atención a una mosca que a mi presencia, pero en eso el elevador se detiene en el piso de recursos humanos, las puertas se abren y una figura femenina, elegante y hermosa se cierne frente a nosotras.

—¡Querida jefa! —exclama Sas con una sonrisa más falsa que mis esperanzas de ganar esta apuesta—. No tenía idea que hoy llegaría temprano a la oficina.

La mujer pone los ojos en blanco antes de dar un paso hacia el interior sin siquiera pronunciar los buenos días.

Hoy luce un vestido ejecutivo negro, que le llega por encima de las rodillas y una gabardina blanca a juego con sus tacones kilométricos.

No la odio, pero ojalá se le doblara un pie.

—Tengo la suerte de no contar con la impuntualidad que te caracteriza a ti —le responde a su secretaria con disimulado reproche—. Además, había un asunto que requería de mi atención.

—¿En recursos humanos? —Sas se muestra maliciosamente extrañada—. No recuerdo que...

—No tienes que saberlo todo siempre, Sasha —la corta ella con brusquedad.

Las puertas comienzan a cerrarse y Amy da un pequeño respingo.

—Ay, Dios. Aquí me bajo —Se mueve rápido para evitar que se cierren por completo—. Que tenga un lindo día, señora De la Vega.

Amy se despide de nosotras con un movimiento de mano, y antes de que las puertas vuelvan a cerrarse y el elevador se ponga en marcha, alcanzo a ver a su jefe recostado contra el marco de la puerta de su oficina.

Dejo escapar un resoplido cuando la imagen de Benjamín Jones se pierde de mi vista. Sin ninguna duda, ese hombre está buenísimo, pero para mí no es más que el arrogante y mujeriego mejor amigo de mi jefe.

—Necesito todas estas cuentas registradas en el sistema para medio día —le indica Verónica a Sas, estampándole una carpeta contra el pecho sin siquiera girarse—. Ya que, para variar, has llegado temprano, dudo que sea demasiado difícil cumplir con tu trabajo esta vez.

—Por supuesto que no, señora. —Mi amiga disimula una mueca ante la ironía en el tono de voz de la mujer, y el ascenso del piso dos al cuatro transcurre en silencio.

—Hasta aquí las acompaño, señoritas —Se despide Fernanda cuando las puertas se abren, no sin antes cogerme del brazo e inclinarse para susurrar en mi oído—: No te dejes intimidar por ella, Les. Tú no eres ninguna cobarde.

Después de eso se va a cumplir con su trabajo como recepcionista en las oficinas de los agentes de relaciones públicas, quienes son los que se encargan de traer clientes nuevos todos los días y básicamente mantener la empresa en pie.

Internamente se hacen llamar los tiburones de la bahía, y tomando en cuenta la facilidad con la que consiguen atrapar a sus presas, no soy capaz de poner en duda que lo sean.

Por supuesto, nadie le podría ganar a la mujer que está delante de mí cuando a depredadores se trata. Desde que le puso las garras encima a mi jefe, se propuso no soltarlo jamás.

Recuerdos de la conversación que escuché en la oficina presidencial el viernes por la tarde regresan a mi mente y la animadversión que siento por Verónica De la Vega comienza a crecer en forma desmedida.

Ningún hombre o mujer merece que su pareja lo traicione, pero es que Alessandro Damasco, sin saberlo, está siendo traicionado no solo por la mujer con la que se piensa casar, sino también por alguien con quien mantiene un vínculo tan profundo que de enterarse no solo se partiría su corazón, sino que además quedaría completamente irreparable.

Bajo la mirada hasta las piernas de Verónica y justo bajo el dobladillo de la falda, sobre su piel pálida y delicada, alcanzo a ver el rastro rojizo que solo dejarían unas uñas cuando se clavan en la carne con ferocidad y se arrastran por ella con pasión.

Las puertas se abren de nuevo en el último piso y es ella la primera en salir, Sasha la sigue después de poner una mueca de asco en mi dirección y juntas se dirigen al ala del piso que está destinado para la administración.

Yo doy un paso en dirección a la zona presidencial, pero antes de ser consciente de mis propios movimientos me detengo y me giro de nuevo hacia ellas.

—Señorita De la Vega —la llamo, sorprendiéndome a mí misma con el sonido cortante de mi voz. Verónica se hace de rogar, girando con lentitud y enarcando una ceja interrogativa cuando al fin sus ojos oscuros me hacen el honor de posarse sobre los míos—. El señor Damasco tiene programado un almuerzo en Il Salvatore para esta tarde. Espera poder contar con su presencia.

—¿Cuál de los dos?

—¿Eh? —Frunzo el ceño.

—Has dicho el señor Damasco. ¿Cuál de los dos?

—Pues su prometido —digo con obviedad—. Espero que su agenda no se encuentre comprometida ya.

Un músculo en su mandíbula se tensa.

—No lo está —se le adelanta Sas, como una buena secretaria—. Está libre para el almuerzo.

Verónica la fulmina con la mirada antes de regresarme toda su atención.

—Me temo que Sasha no tiene mi agenda actualizada, porque la realidad es que sí, tengo un compromiso a medio día —dice con falsa condescendencia—. Tendré que informarle a mi prometido que no podré acompañarlo en esta oportunidad.

—Pero señora, si usted no va...

—Un hombre puede arreglárselas perfectamente en un almuerzo de negocios sin su mujer —me corta ella.

—Pero no se trata de un almuerzo de negocios —le digo, con una media sonrisa demasiado cínica para mi costumbre—. Es un almuerzo solo para dos. Algo romántico y personal para los futuros esposos.

Verónica suspira, aunque en realidad parece más un resoplido.

—Alessandro siempre tan... caballeresco, ¿no? —Sus labios intentan formar una sonrisa—. Supongo entonces que mis demás compromisos podrán esperar.

—Supongo que así deberá ser, señora.

Ella asiente y se da media vuelta para continuar el camino hacia su oficina. Sasha me dedica una mirada interrogativa a la que le respondo con un gesto de «no pasa nada».

Aunque en mi interior, en realidad, está pasando de todo. Lo sé porque sin siquiera notarlo, descubro que mis puños están apretándose con fuerza contra el aza de cuero de la pequeña cartera que se cruza en mi pecho.

Para cuando las dos mujeres frente a mí desaparecen tras la puerta de la administración, tengo claro que acabo de tomar una decisión.

Me doy media vuelta y me apresuro en llegar a mi escritorio. Necesito llamar a Il Salvatore para hacer una reservación. Luego debo agendar el almuerzo en la agenda virtual del jefe y poner todos mis esfuerzos en hacerle creer que él mismo me pidió que lo programara desde la semana pasada.

Me consta que con todo el ajetreo del compromiso con Verónica y los temas de la empresa, no será ningún problema convencerlo de que ha sido así. Il Salvatore es su restaurante favorito y varias veces lo he escuchado comentar sus deseos de llevar a la bruja con él, pese a que esta sienta un odio especial hacia la comida italiana.

No es que ahora esté intentando dármelas de celestina y pretenda regalarles tiempo de calidad como pareja, es solo que necesitaba confirmar para mí misma, que Verónica De la Vega no siente el más mínimo afecto o interés por mi jefe.

Necesitaba convencerme de que participar en esa estúpida apuesta no está tan fuera de lugar como yo me empeñaba en creer. Porque lo haré. Haré todo lo posible para ganar.

No porque crea tener una verdadera oportunidad con él, sino porque al menos, cuando pierda, sabré que hice todo lo que estuvo a mi alcance para que mi jefe no perdiera su preciada virginidad con una mujer que no lo ama.

Aunque quizás, en el proceso, yo termine perdiendo mucho más que una maldita caja de condones sin estrenar.

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Hola, pecadoras ♥

He vuelto con un poquito de drama y humor.

Estaré actualizando esta historia con frecuencia. No esperen capítulos largos porque esta novela está pensada como una historia corta y divertida. Deseo que ustedes disfruten leyéndola tanto como yo escribiéndola.

Durante el proceso de escritura, la novela será completamente gratis aquí en Wattpad. Una vez esté completa, posiblemente pase a venderse por Booknet, así que recomiendo seguir las actualizaciones diarias para no perder la oportunidad de leerla.

Besitos ♥

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