Día 11: Íncubo
Shipp: Camus x Shura
Bueno, la idea para el One-Shot de éste día surgió de un songfic que hice de este shipp, de la canción "Everything Black".
En ese songfic, Camus es un íncubo que persigue a Shura, así que en este One-Shot abarcaré cómo comenzó su historia y cómo fue su primer encuentro.
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Llevaba ya varios meses sin tener nada interesante qué hacer. Ser uno de los príncipes del infierno podía llegar a ser sumamente aburrido.
Todo era supervisar que diablillos no hicieran travesuras, que los demonios bajo su cargo cumplieran con sus obligaciones, y que ningún alma escapara del infierno... Todo por ser el heredero al trono de varias legiones de demonios por parte de sus padres.
El duque infernal y la madre de todos los demonios lo habían obligado a cumplir con todos aquellos deberes, y dejar cada vez más de lado sus antiguas tareas como un íncubo.
Jamás pensó que extrañaría aquellos días como íncubo aprendiz, junto a sus hermanos. Al menos en ese tiempo tenía más libertad de pasear por el mundo de los mortales a como le fuera en gana. Era una ventaja que tenían los íncubos y súcubos por encima de las demás razas de demonios; poder moverse libremente entre la tierra y el infierno sin necesidad de ser invocados, ni de poseer un cuerpo mortal. Los de categoría más alta como él, incluso podían materializarse y camuflarse como humanos en el mundo físico por días o incluso meses.
Pasó una buena parte de su vida de esa forma: aprendiendo de su madre y hermanos mayores, tentando a mortales a sucumbir al pecado de la lujuria y los placeres carnales, divirtiéndose al ver a los mortales más puritanos torturarse mentalmente a sí mismos al estar sometidos a sus tentaciones de demonio, aumentando más y más su poder.
Había probado de todo en sus más de 1000 años de vida. Había tentado desde jóvenes mujeres vírgenes antes de contraer matrimonio, hasta monjas, haciéndolas romper su voto de castidad. Se había colado también entre las fantasías de varios hombres, desde simples mortales con líbido sumamente bajo, hasta los más insaciables.
Aunque sus preferidos, siempre eran los mortales que más temor y tabúes tenían respecto al sexo. Bueno, era de esperarse, después de todo, la mayoría de los demonios de su raza tenían la misma preferencia que él.
Pero desde que cumplió 5700 años, y al ver todo el potencial que tenía, sus padres decidieron que era hora de que comenzara a asumir su rol de heredero del trono, y no se les ocurrió mejor idea, que dejarlo a cargo de un par de las legiones de demonios que estarían a su cargo en un futuro.
En el momento se sintió extremadamente halagado y felíz, para que el duque Astaroth y la reina Lilith pensaran que sería un perfecto heredero, debió haber hecho un excelente trabajo, así que aceptó sin rechistar. Pero la vida como uno de los líderes del infierno no resultó como la planeó, y más temprano que tarde, se sintió desilusionado.
En uno de los interminables días de trabajo en el segundo círculo del infierno, supervisando que los mortales que habían pecado de lujuria en vida sufrieran su condena, que sus legiones de demonios cumplieran sus deberes, y que ningún alma mortal intentara salir o entrar sin permiso al infierno, su madre pareció finalmente percatarse de su pesar.
Lilith, la más poderosa de los súcubos, y madre de los demonios, se acercó a él, preguntándole al respecto.
Le contó todo lo que lo aquejaba, y cuánto extrañaba su antigua vida como un íncubo más a su servicio.
- ¿Por qué no sales a divertirte un poco?- Le respondió su madre, sorprendiendolo.- Está bien salir a divertirse al mundo mortal de vez en cuando, ya sabes... Tentar a un sacerdote o una monja por aquí, pervertir a una virgen o tentar a un casado por allá... Todos lo hacemos de vez en cuándo, cariño, ¿de dónde crees que salen tantos híbridos como Merlín?... Oh, aún recuerdo cuando tu hermano y yo nos enteramos del nacimiento del pequeño engendro. Era tan lindo...
Los humanos lo ignoraban, pero había muchísimos híbridos de demonio y humano caminando entre ellos. Algunos tenían la buena suerte de que la parte de demonio superara a la mortal, y nacían con características sobrehumanas heredadas de sus progenitores demoníacos, como fuerza, inteligencia, poder de seducción, facilidad de palabra o belleza muy superiores a las que cualquier humano ordinario pudiera aspirar en toda su vida, o algunos incluso heredaban magia. Uno de ellos fue el famoso mago Merlín, hijo justamente de uno de sus hermanos mayores, y pequeño orgullo de Lilith.
- ¡Anda!- Insistió su madre.- Ve a recordar los viejos tiempos ésta noche. Yo te cubro un rato.
Al final, aceptó la propuesta de su madre, y se puso en marcha. Atravesó el segundo y primer círculo del infierno, pasando después por el purgatorio, hasta llegar al mundo mortal.
Podía transportarse a cualquier lugar en el mundo con solo desearlo, pero siempre prefería desplazarse enmedio de la oscuridad de la noche. Así que eligió una ciudad al azar en Europa, dónde el sol recién se había ocultado.
- ¿Atenas?- Se dijo a sí mismo al ver a dónde había llegado.- Bueno, hace tiempo que no venía aquí... Pero qué bien me la pasaba con todos esos príncipes, princesas y sacerdotisas hace años...
Recordaba aún cuando el imperio griego dominaba el mundo. Y cuánto se divertía colándose en los sueños y fantasías de varios monarcas y nobles de la época. Aunque también tuvo entre sus presas a algunos soldados y sacerdotisas... Eran buenos tiempos.
Caminó por las calles de aquella ciudad, en medio de cientos de mortales que no podían siquiera verlo. Le parecía divertido que podía causar mil conflictos, y luego burlarse de ellos en su cara, y ni siquiera lo notarían.
Al ver a varias parejas, no perdió oportunidad de hacer de las suyas. A algunas las hizo pelear, susurrando en el oído de alguno de los dos, incitándolos a pelar. A otros los dejó destruirse poco a poco, sembrando en ellos el deseo por alguien más... Para los pobres mortales desdichados era lo peor, pero para él no era nada más que un divertido juego que hace tiempo no jugaba.
Siguió su recorrido, intentando elegir a un presa para saciar su sed de deseo esa noche, pero ningún mortal llamaba lo suficientemente su atención.
Caminó por las calles, y encontró a un mortal que captó su atención. Tenía un gran parecido con los soldados helenos de antaño que tanto disfruto seducir. No poseía un líbido precisamente bajo, ni tampoco tabúes o temores demasiado significativos sobre el sexo, pero por ésta vez podría hacer una excepción. Viendo lo atractivo que era ese mortal, así como la energía que desprendía, definitivamente la pasaría bien.
Estuvo por acercarse, listo para seguirlo hasta su lugar de descanso y poner manos a la obra apenas el mortal cerrara los ojos, cuándo al sentir lo que parecía ser magia se detuvo de golpe, escondiéndose de inmediato.
- ¡Kanon!
Camus notó unas cuántas cosas entonces. Uno, el nombre del mortal que había captado su atención era "Kanon"... Vaya, igual que uno de sus amantes de hace miles de años.
Dos, quién desprendía la magia que lo hizo esconderse, era un rubio que se había acercado a Kanon.
¿Un híbrido?- Fue el pensamiento que surcó su mente, y al ver de cerca a aquel jóven, notó quién era.- Radamanthys... Vaya, la pequeña alimaña ya ha crecido.
Radamanthys, ese pequeño híbrido, hijo de uno de sus hermanos con una mortal. Hace años que no lo veía, de hecho, solo Lilith estaba al tanto de sus miles de nietos repartidos por todo el mundo físico. Lo único que supo por su madre, era que ese híbrido sería uno de los más fuertes de su generación, después de todo, no solo era producto de una relación entre un demonio y una humana, también había nacido en una familia con un largo linaje de brujos y hechiceros de todo tipo.
Por respeto a su hermano y al que, para bien o para mal, era de alguna forma su sobrino, debía dejar a ese mortal, que parecía ser objeto del amor de Radamanthys. Pero ¡al diablo!, eran un demonio después de todo, ese tipo de códigos le importaban un bledo.
Pensó en simplemente esperar a que Radamanthys se fuera y dejara sólo a ese humano. Solo sería una noche, y después se lo dejaría al híbrido, pero entonces dos presencias más lo hicieron replantearse su decisión.
Se trataba de otro par de chicos, bastante atractivos y tentadores a sus maneras, por cierto. Pero su belleza no fue lo que lo hizo replantearse la decisión de ir por Kanon.
Uno de ellos, que al parecer, se llamaba Milo, no poseía magia de forma natural como Radamanthys, pero parecía haber absorbido algo de la poderosa magia que tenía el rubio.
Y el otro, un pequeño y tierno peli-lila, de nombre Sorrento, poseía una luz que hace tiempo no veía en un mortal. Al parecer, esa belleza era un descendiente lejano de uno de los ángeles que fueron desterrados del cielo después de la gran rebelión de Lucifer, pero que, al no unirse a los demonios y hacer penitencias vagando por el mundo humano por siglos, eventualmente fueron perdonados.
Aunque quisiera, no podría tocar a ninguno sin meterse en un problema.
Lilith les tenía estrictamente prohibido atacar a híbridos sin una orden de hacerlo. Así que no podía hacer nada en contra de Radamanthys, o desataría la furia de su madre si llegaba a siquiera hacerle un rasguño.
Milo había absorbido magia de Radamanthys, y convertido en propia. No era tan fuerte cómo la de un híbrido, ni le daría gran poder, pero sí lo protegería de demonios y seres malignos.
Ir por Sorrento sería arriesgarse a que se desatara un conflicto entre el cielo y el infierno.
Y tocar a Kanon, significaría juntar las otras tres razones anteriores. Todo porque el apuesto griego tenía en común ser objeto del amor de los tres.
Por ésta vez te salvaste.- Dijo, maldiciendo su mala suerte en su mente.- Tienes tres ángeles cuidándote el trasero.
Después de eso, se alejó en busca de un nuevo objetivo, y no tardó mucho en encontrarlo.
Sus instintos de íncubo le alertaron de la cercanía de un mortal con un líbido extremadamente bajo y un sentido de la moral que llegaba a la luna.
Perfecto.- Pensó, y no perdió tiempo en ir a dónde su sentido le indicaba.
Llegó bastante rápido, y observó a lo lejos a su presa. No estaba nada mal para ser sincero, pero tampoco era nada del otro mundo... Bueno, no está tan mal. Pudo ser peor.- Se dijo a sí mismo, y después se acercó.
Se trataba de un joven de piel pálida y cabellos negros, y lo que llamó su atención al observarlo más detenidamente, unos lindos ojos verde olivo.
- Te veo mañana.- Dijo el guapo castaño que acompañaba a su próxima presa.
- Hasta mañana.
Vió que el par de humanos se besaron, para después despedirse.
El castaño no tardó nada en desaparecer en medio de las calles iluminadas por el alumbrado público, y el azabache ingresó a la que supo de inmediato, era su vivienda.
Camus supo que el nombre de ese pelinegro era Shura, y era pareja del castaño que se había ido hace unos minutos. También de los problemas que parecían surgir entre la pareja por todos los complejos y tabúes que Shura tenía por el sexo. Tal y cómo más le gustaban.
Se coló dentro de la vivienda de Shura, quién fue directo a su habitación y se echó a dormir.
Vaya, fue más fácil que quitarle un dulce a un bebé.- Pensó Camus.
Aún así, no iba a dejar ir su oportunidad, y aprovechó la inconsciencia de Shura para materializarse y colarse en la habitación.
No le fue difícil llegar hasta la cama de Shura sin que el azabache siquiera sintiera su presencia.
Ser un íncubo le daba la ventaja de saber todos los secretos y fantasías más ocultas del humano en el que ponía la mira, y gracias a eso, supo que no sería necesario adoptar otra forma, su forma auténtica era más que suficiente. De hecho, ni siquiera era necesario el sentido la vista.
Indagando en la mente de Shura, descubrió que el pelinegro tenía una extraña fantasía oculta, un especie de fetiche, que consistía en estar privado del sentido de la vista al intimar.
Bueno, en todos sus años de vida había visto cosas muchísimo más extrañas, ya nada le sorprendía realmente. Éste era de los más comunes, así que no le dió importancia y decidió proseguir con sus planes para aquella noche.
Consiguió posicionarse encima de Shura, sujetando sus manos, despertando al pelinegro en el proceso, y privandolo del sentido de la vista.
- ¡¿Qué carajos...?!
Escuchó a Shura exclamar. Podía sentir el miedo en la voz de su presa, y no pudo contener una pequeña risa.
- ¿Nervioso, Shura?- Susurró cerca del oído del azabache, que se estremeció debajo de él.- Sé que es tu primera vez, así que no te preocupes tanto, seré gentil contigo... Al menos que quieras otra cosa.
- ¡Maldita sea, Aioros, no es gracioso!- Bramó el azabache, removiendose con todas sus fuerzas, intentando liberarse.- ¡No tengo idea de cómo diablos entraste, pero ésta broma no es graciosa!
Camus rió nuevamente, y Shura dejó de patalear, congelándose por completo.
- ¿Hablas de ese castaño?- Murmuró el íncubo.- Oh, Shura, por favor no me ofendas de esa forma.
El pelinegro ni siquiera se movió. Al fin había comprendido que quién estaba con él no era Aioros, y no pudo hacer más que temblar del miedo.
- Eso es, quédate quieto y sé un buen chico, ¿de acuerdo?- Dijo Camus, con una perversa sonrisa, relamiéndose los labios.- Te haré ver las estrellas, solo déjate llevar.
- ¿Q-Quién eres?- Tartamudeó nervioso Shura, cuándo sintió su cuello ser besado.
Camus dejó de repartir besos por ese blanco cuello por un momento para responder.- Eso no es importante. Solo necesitas saber que te daré todo el placer que ningún mortal será capaz de brindarte.
Shura intentó decir algo, pero Camus comenzaba a hartarse de tantas preguntas, ¿por qué casi todos los humanos las hacían?, eran un fastidio. Así que simplemente, haciendo uso de su poder, se encargó de silenciarlo.
Teniendo el cuerpo de ese humano bajo su control, impidiéndole gritar, o siquiera moverse, comenzó a repartir besos por todo el blanco cuello, divirtiéndose al ver las expresiones que hacía Shura.
Sabía que era lo más común. Los humanos eran tan divertidos... Podían experimentar mil emociones al mismo tiempo, bastante contrarias unas de las otras, y eso siempre los ponía en un debate mental, incluso en situaciones como ésta.
De seguro una parte de la mente de Shura no dejaba de gritar que luchara, intentase escapar, no permitiera que lo tocaran. Pero otra parte de su mente, y todo su cuerpo decían todo lo contrario.
Cuándo comenzó a mordisquear los pezones del pelinegro, y lo escuchó gemir bajo, supo que ya no intentaría siquiera escapar, así que le permitió moverse.
Lejos de alejarlo, ahora Shura había enrollado sus piernas en la cintura ajena, arqueaba la espalda en busca de más de ese asfixiante calor que aquella boca le brindaba.
Pobre ingenuo...- Rió Camus en su mente.- De seguro piensa que ésto es un sueño húmedo, o por lo menos quiere convencerse de eso para tranquilizar su conciencia.
Siguió descendiendo por el cuerpo de ese humano, hasta llegar a aquella zona tan privada, y que personas como Shura, rara vez siquiera volteaban a mirar.
Sin darle más vueltas, se deshizo de la ropa restante, dejándolo completamente desnudo y expuesto a él. Shura no opuso resistencia alguna, dedicándose únicamente a gemir y retorcerse, incluso apretando las piernas en busca de calmar el creciente calor entre sus piernas.
- Te dije que disfrutarías ésto.- Dijo Camus, obteniendo un débil gemido en respuesta.
Tomó el miembro del pelinegro en sus manos, comenzando a acariciar el glande, y bajando lentamente por todo el largo, para después volver al punto de partida, y repetirlo una y otra vez, aumentando poco a poco la velocidad.
Al poco tiempo sintió como Shura movía involuntariamente su pelvis y abría sus piernas, perdido en las sensaciones.
¿Tan rápido?- Pensó Camus, sonriendo con malicia.- Bueno, si es lo que mi humano quiere, ¿quién soy yo para negarselo?
Un par de sus dedos se deslizó más abajo de la base del pene de su presa, comenzado a palpar ese pequeño orificio, aún sin profanar, para después adentrarse en él.
Escuchó a Shura quejarse levemente, pero de inmediato aumentó la velocidad con la que lo masturbarbaba, y el azabache se calló al instante.
Para cierta sorpresa suya, las paredes internas de Shura se abrían y recibían sus dedos gustosas.
Por todos los demonios, ¿cuánto tiempo lleva reprimiéndose?- Pensó Camus.
Sacó sus dígitos del interior del pelinegro, y no tardó en reemplazarlos por algo mucho más grande.
Shura estaba tan inmerso en su éxtasis, que ni siquiera lo notó, sino hasta que una pequeña parte entró en él, abriéndolo mucho más que antes, y fue cuándo se quejó.
- E-Espera...- Se quejó, poniendo sus manos en los hombros del demonio pelirojo, en un vano intento de alejarlo.- D-Duele.
Camus hizo caso omiso a la súplica del humano, y de una sola estocada, se hundió completamente en él, haciéndolo gritar.
Lo escuchó soltar pequeños sollozos y gimotear por el dolor, incluso como enterraba levemente sus uñas en la piel ajena.
Camus normalmente se habría enfadado muchísimo de que un insignificante humano se atreviera a estropear su perfecta y tersa piel, arañandola con sus uñas, y probablemente se habría desquitado, golpeándolo con fuerza y lastimándolo de todas las formas que se le ocurrieran —y siendo un demonio, tenía un arsenal muy grande—, pero ésta vez no hizo nada de eso.
Al contrario, con sus manos recorrió todo el cuerpo del pelinegro, acariciando sus piernas, subiendo por sus caderas y su torso, hasta llegar a su pecho.
Dió unos cuántos besos por todo el pecho ajeno, mientras con sus manos le acariciaba la espalda y el cabello. Al poco tiempo, Shura dejó de quejarse por el dolor y de enterrar sus uñas, incluso ladeó la cabeza, permitiéndole besar su cuello.
Camus comenzó a mover su pelvis de atrás hacia adelante, chocando contra los glúteos de Shura, que, aunque durante los primeros movimientos volvió a quejarse, después no hizo otra cosa más que gemir y abrazarse a los hombros de Camus, llegando a mover sus caderas en su dirección, buscando que aquel miembro llegara más profundo dentro de él.
Hace tiempo que no estaba con ningún humano. Ya extrañaba el calor que solo aquellos mortales poseían, el de la vida. Quizás por eso, incluso él estaba disfrutando tomar a ese humano mucho más que a cualquier otro que hubiera corrido la misma suerte que Shura antes.
No entendía qué demonios estaba sintiendo en ese momento, estaba tan perdido en esa calidez mucho más intensa que todas las que tuvo antes, que ni siquiera notó cuándo Shura se abrazó completamente a él, gimiendo en su oído.
Reaccionó hasta que Shura intentó besarlo en los labios, y de inmediato giró la cabeza en dirección contraria, esquivando los labios del azabache a duras penas.
Segundos después, lo escuchó gemir muchísimo más agudo que antes, y apretar sus paredes, aprisionando el miembro ajeno por completo.
Camus supo que lo había llevado al límite, el líquido espeso y caliente que había manchado su abdomen, así como un leve aumento en sus fuerzas no le dejaban lugar a dudas.
Shura lucía completamente agotado, respirando agitado, y con sus piernas temblando por el reciente orgasmo que lo había asaltado por sorpresa.
Por alguna razón, Camus no pudo evitar observarlo por unos segundos. No solía hacer eso desde hace años, siempre tomaba lo que quería del humano de turno y se iba apenas terminar. Nunca se quedaba a mirarlo, corriendo el riesgo de que otro humano lo descubriera... Al menos no desde... Desde hace más de 500 años.
Observando a Shura, fue que recuerdos que creía olvidados, volvieron de golpe a su memoria, y comprendió porqué sintió todas esas cosas.
Se parece tanto a él...- Fue el pensamiento que surcó su mente.- ¿Podrá ser que...? No, no lo creo. Él murió hace años por mi culpa.
Acarició la mejilla del pelinegro, que colocó su mano sobre la suya.
Camus sintió algo removerse dentro de él, y sus ojos carmesí amenazaron con derramar unas lágrimas.
Maldita sea... ¿Por qué actúa exactamente de la misma forma que él?- Nuevamente, cientos de preguntas asaltaron la mente del demonio.- ¿Quién eres realmente, Shura?
Sin poder controlarse ya, usó sus poderes para adentrarse en los recuerdos de Shura, pero no sus recuerdos de su vida en curso, esos no le servían para una mierda ya. Ésta vez fue por los recuerdos de las vidas pasadas de Shura, y al hacerlo, no contuvo más las lágrimas que escaparon de sus ojos.
- Eres tú...- Susurró para sí mismo.- Después de tantos años, te vuelvo a encontrar...
Shura continuaba permitiéndole acariciar sus mejillas, manteniendo cerrados sus ojos, y probablemente adormilado, sin escuchar una palabra de lo que el íncubo decía.
Camus sintió una alegría enorme al descubrir que el humano que tenía enfrente era la reencarnación del único ser por el que llegó a sentir lo que los humanos llaman "amor".
Pero toda esa alegría se esfumó de un segundo a otro cuándo recordó dos cosas importantes:
La primera: Aunque él como un demonio, recordaba quién había sido Shura en su vida pasada y todo lo que pasaron juntos, no había forma de que el azabache lo recordase. Después de todo, aunque él y el único ser al que amó fueran la misma alma en diferentes cuerpos y épocas, eran dos personas distintas, con vidas y recuerdos diferentes. Para el Shura actual, él no era nada de lo que fue para el anterior.
Y en segunda: Él mismo mató a Shura en su vida pasada, y era más que probable que ese horrible episodio se volviera a repetir.
Lo íncubos y súcubos se alimentan de la energía vital de los humanos, por eso es que vagan por todo el mundo, adoptando distintas formas para seducir a los mortales, compartir el lecho con ellos, y alimentarse de su vitalidad.
Desde que los humanos descubrieron la existencia de ese tipo de demonios, y cazaron a unos cuantos, en el infierno comenzaron a tomar precauciones y establecer reglas para proteger a los suyos. Y una de esas reglas fue jamás acechar al mismo humano por demasiado tiempo.
Camus fue de los que más fácilmente aceptó y acató esa orden. Y pasó cientos de años pasando de humano a humano sin ser descubierto nunca.
Pero todo cambió cuándo conoció a ese humano, en el que hoy los humanos llamaban España. Más específicamente, en el que antes era conocido como el reino de Castilla, durante la época de la monarquía española.
Se trataba de un jóven noble, inteligente, culto, obediente con sus padres, respetuoso con sus superiores, recatado, y con una moral intachable. Fueron todas esas características las que llamaron la atención de Camus y lo tentaron a ir detrás de ese mortal. Quería poner aprueba sus cualidades, encargarse de tentarlo y hacerlo sucumbir a los placeres carnales.
Así fue como terminó colándose en el dormitorio de aquel jóven noble, y engatusándolo, durmió con él.
El calor que le brindaba ese mortal no se comparaba a ningún otro que hubiera experimentado antes, y al igual que ahora, en ese entonces también sucumbió al mortal, siendo inusualmente gentil y dulce con él.
Pero olvidó un detalle importante: Jamás debía besar a un humano durante el sexo.
Se lo repitieron hasta el cansancio desde que nació en el segundo círculo del infierno. Le advirtieron que era de lo más peligroso para un íncubo, porque si lo hacía, su alma se ligaba a la del humano.
Jamás había sentido siquiera la curiosidad de besar a un humano, y vaya que había tenido variedad para escoger. Pero siempre que alguno lo intentaba, no dudaba en golpearlo y gritarle que ni se le ocurriera intentarlo de nuevo, y pobre del mortal que se atreviera a desobedecer.
Pero con ese mortal, sintió un enorme deseo de besar sus labios, y cuándo el contrario buscó el contacto, fue incapaz de rechazarlo.
Quedó completamente enamorado de ese humano, y no hubo noche en que no fuera a visitarlo, ignorando completamente la regla de no acechar al mismo humano por demasiado tiempo.
Algunas noches ni siquiera intimaron, dedicándose a hablar, lo cuál sería visto raro por todos sus hermanos. Incluso le permitió a aquel mortal conocer su verdadera forma, y de vez en cuando, usaba su forma humana para poder pasar más tiempo a su lado.
Pero ignorar la regla de no acechar al mismo humano por demasiado tiempo fue la perdición de ambos.
Conforme pasaban los meses, la salud de aquel humano se iba deteriorando poco a poco, y él lo notó, pero su amado le decía que no era nada.
Al pasar más de dos años, llegó un punto en que el mortal no era capaz de siquiera levantarse de la cama, y por más que varios doctores de la época intentaron sanarlo, nada lograron.
Camus sabía que ningún médico sería capaz de sanarlo, porque lo que le ocurría a ese humano no era a causa de una enfermedad, era porque había perdido casi toda su energía vital, y con cada día que pasaba, perdía más y más.
Al intimar tantas veces con ese mortal en ese lugar, involuntariamente había abierto un portal que le drenaba la energía cada vez que siquiera se acercaba a la cama.
No había nada qué hacer, ya era demasiado tarde hasta para realizar un exorcismo, la energía drenada había sido demasiada y los días de ese mortal estaban contados.
Camus se quedó a su lado durante sus últimos días. Ya no le interesaba intimar, lo único que el pobre íncubo deseaba era quedarse a su lado, aún sabiendo que el fin era inminente.
No podía hacer otra cosa más que llorar, abrazando a su humano, repitiéndole una y otra vez que lo sentía.
En la que, por uno de sus hermanos, sabía que era la última noche con vida de aquel mortal, deseó morir junto con él. Pero el humano tenía otros planes.
Le pidió que lo tomara una vez más. Si sería su última noche con vida, quería pasarla entregándose a aquel demonio que había llegado a amar.
Camus se negó en un inicio, pero al ver al humano, y cómo insistía, terminó cediendo.
Terminaron cuándo estaba cerca el amanecer, y aún en brazos del demonio pelirojo, el jóven humano dió su último suspiro, besando por última vez los labios de su amado demonio.
Camus se dió cuenta al instante, y abrazó con fuerza el cuerpo inerte en sus brazos. No pudo hacer más que llorar con amargura, maldiciendo su naturaleza demoníaca y cómo le había arrebatado a ese humano al que tanto amó. Lloró hasta que llegó el amanecer, y se vió obligado a volver al infierno, teniendo que dejar atrás a su amor.
Pasó años siendo incapaz de reponerse de aquel amargo trago. Incluso hubo una época en la que se dedicó única y exclusivamente a tentar a parejas y hacer que se destruyeran entre ellas. Si él no podía tener amor, no quería que nadie lo tuviera. Era su forma de vengarse de la vida por negarle la oportunidad de amar y ser amado.
Era un ser inmortal, jamás podría morir por causas naturales, solo podía ser herido con objetos muy específicos. Y siendo un demonio, jamás podría volver a ver a ese mortal, que por lo que descubrió, había llegado al paraíso, así que no tenía más opción que tratar de ahogar su dolor desquitandose con otros.
Hasta siglos después, su rencor y dolor disminuyeron poco a poco, y hasta él creyó que había superado a ese humano, pero ahora, que sin desearlo, lo había vuelto a encontrar, todas esas emociones y sentimientos que creía sepultados, volvieron de la muerte para atormentarlo.
Cuándo Shura intentó besarlo, reaccionó empujándolo, y huyendo de ahí a toda prisa.
No quería que se repitiera la misma historia, no quería volver a sentir amor para luego perderlo, no quería volver a ver morir a ese humano por su culpa.
Volvió al infierno, y pensó en obedecer el designio que le fue encomendado, y jamás volver a salir al mundo mortal, al menos hasta que Shura muriese por causas naturales y tardara un puñado de años para que su alma pudiera reencarnar.
Pero al final, el deseo de verlo le pudo más, y visitó al pelinegro un par de noches más.
Buscó hasta el cansancio una forma de evitar que se formara un portal, y lo consiguió. Ya no era el demonio de hace 500 años, había adquirido más experiencia y control sobre sus poderes, así que le fue sencillo utilizar un hechizo para sellarlo.
De esa forma, podía visitar a Shura, sin ponerlo en peligro.
Aunque, prefiriendo prevenir cualquier tipo de riesgo, dejaba pasar al menos una semana entre una visita y otra. Y antes de desaparecer, le entregaba un poco de su propia energía a Shura, con el fin de evitar un desenlace como el de antaño.
Así fue como terminó yendo detrás de un humano. Haciendo todo lo que podía para protegerlo hasta de él mismo, cuidándolo, y resignandose a que ellos dos siempre serían una pasión imposible...
Al menos hasta que una de sus hermanas le hizo saber que había una forma de que ese humano se quedara a su lado después de su muerte.
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