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3.- Durmiendo

Como lo amaba, lo amaba frío, lo amaba firme, lo amaba durmiendo... ¡Cómo amaba a Camus!

Estaba durmiendo en su cama, sus labios recorrieron los labios de su amado, sus manos retiraron con lentitud la camisa. Besaba ese cuello blanco que parecía marcarse con mayor facilidad, adoraba ese aroma que desprendía, había estado helado, rígido, pero ahora estaba más suave, parecía que sus caricias surtían efecto.

Flashback.

Se había enamorado de ese hombre desde que lo vio entrar a ese lugar, era el médico que cuidaba de él, todas las noches le sonreía y platicaban, era el único que parecía verlo como una persona, hablaban largo rato, Milo no se sentía juzgado por Camus, cierto que su enfermedad terminal había sido a causa de su imprudencia y su vida disipada, todos veían como se degradaba en vida debido a aquella enfermedad. Su padre le había echado de la casa pero lo agradecía, por eso, por ser una persona de bajos recursos había llegado a ese hospital y había conocido a ese doctor, ese doctor que lo había vuelto loco, que le hacía desear vivir más, cambiar su vida, ser de él, de Camus, su Camus.

Y lo mejor de todo es que Camus lo había aceptado, en contra de lo que fuera correcto, Camus lo había amado, había cuidado de Milo, había visto en sus ojos la soledad y la ternura de ese hombre que lo veía como si fuera lo más hermoso y perfecto de la creación. Siempre de noche.

Su turno era el nocturno, cuidaba a los pacientes del pabellón de enfermedades terminales, Milo era cero positivo, siempre que llegaba lo encontraba durmiendo, tan en paz, siempre llegaba con él, colaba una manzana roja y se la regalaba, eran las favoritas de su paciente favorito.

Una noche decidió que lo necesitaba, le besó los labios y ya ninguno se pudo contener, Camus estaba preparado, un condón fue lo que salvó de contraer el virus, aquella noche fue la primera de varias más.

Pero el estado del paciente empeoraba y nada podría detener la degradación de su cuerpo que pronto sería reclamado por la tierra, Camus lloraba abrazado a los brazos del hombre que cada vez se notaba peor.

-No te quiero perder –Le decía- No puede ser, ¿por qué no nos conocimos antes?

-Así son las cosas, amor, debes ser feliz, vive por los dos.

-No, sin ti, no quiero, te amo.

Milo sentía que se le iba la poca vida que le quedaba en aquella frase de su doctor, se maldecía una y mil veces por amarlo, por ser correspondido, por haberse topado en el camino de ese ser tan lleno de virtudes, él había destruido su cuerpo pero Camus debía vivir, debía vivir...

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-Solo duermes, ¿no amor? Dime que duermes.

El cuerpo inerte del médico permaneció en silencio mientras Milo besaba ese torso marcado, es que por las mañanas iba al gimnasio, besó las piernas que ya había desnudado, las abrió y entró, no necesitaba protección, su durmiente amante no lo requeriría más, entró en ese cuerpo que siempre lo había enloquecido, embistió una, dos, tres veces hasta correrse, demasiado rápido, pero de nuevo su Camus no se quejó, siempre tan comprensivo, sabía que tenían prisa, pronto vendrían por él, pronto lo encontrarían durmiendo, del sueño del que no iba a despertar, luego de eso Milo se le uniría, para encontrarse de nuevo durmiendo.

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Un poco triste, los demás creo que no serán así, pero bueno, algo cruel en medio de tanta cursilería. Si me odian, al menos que sea por las razones correctas.

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