Día 03
De asesinos y policías.
México recuerda la primera vez que le vio en la cuna, su vecino estaba orgulloso de su primogénito, mientras que a él me parece una pequeña bolita de carne.
Recuerda los juegos en medio de la nieve, las pequeñas discusiones sobre dormir temprano mientras el pequeño niño se aferra a él con desesperación.
México tenía quince años y él sólo cinco. A México le parecía adorable la forma en que el pequeño niño le seguía a todas partes.
Recuerda con anhelo la forma en que a los diez años lo perseguía hasta la parada del autobús para desearle la mejor de las suerte en sus exámenes universitarios, y pese a que México nunca le dijo a Rusia sobre sus estudios, este le animaba a sacar mejores notas.
Y a los dieciocho, cuando le esperó bajo la lluvia con un paraguas después de su primera entrevista de trabajo, México recuerda al pequeño joven sonriéndole con la nariz enrojecida, mirándolo con orgullo cuando le dio la noticia.
— Me aceptaron, Rusia.
Para Rusia no era necesario saber en donde le aceptaron, ni las condiciones en las se desarrollaría su trabajo. Rusia sólo debía saber que trabajaba como un policía más.
Nada especial. Nada sorprendente.
Así se consideraba México, nada más allá de lo común... Hasta que llegó USA.
México no puede explicar cómo fue que los días se convirtieron en semanas, y su nuevo compañero dejó de ser el "molesto güero norteamericano" para ser el "güerito de ojos azules favorito". Tampoco puede explicar como fue que ese día de otoño, cuando las noche buenas de su padre retoñaban, los labios del otro se unían a los suyos en un toque torpe y travieso.
Nunca fue su intención crear una guerra silenciosa en medio de esa noche. Jamás por su mente pasó la idea de que aquello crearía una tormentosa historia.
—Agente México, el agente USA desapareció. No tenemos rastros de él.
Recuerda haberse quedado sentado en silencio durante una hora, observando cómo los granitos de arena de su reloj caían uno a uno hasta acumularse en el fondo, igual que cada una de sus emociones encontradas.
Las lágrimas acumuladas en sus ojos bajaron lentamente y por primera vez en su vida se sintió destrozado.
Sus pies subieron los escalones hacia su departamento con tanta dificultad que apenas fue capaz de llegar y abrir la puerta para encontrar a su pequeño seguidor, a su pequeño niño acosador completamente desnudo.
Y el niño ya había crecido. México no niega haber sentido el deseo contenido en sus épocas de adolescente, volver a nacer en su interior y fluir en su cuerpo. Pero no era el momento.
Jamás lo sería.
—Rusia...
—¿No lo sientes? ¿Lo mismo que yo?
—Rusia, corazón...
—México, ya soy un adulto, mírame... Mírame como lo que soy, un hombre deseándote solo a ti.
Rusia había crecido. Había robado quizá dos besos del mexicano en sus quince años, había dejado de ser el pequeño perseguidor para convertirse en la sombra del hombre que negaba con la cabeza gacha.
Rusia había hecho de todo para ser reconocido, incluso, sus manos se habían llenado de callos y cicatrices entrenando para ser más fuerte, más rudo, capaz de proteger a la persona que sostuvo su mejilla y le dijo de la forma más dulce posible las seis palabras más dolorosas en su vida.
— Para mí, siempre serás mi niño...
Rusia había huido después de gritar al hombre dueño de su corazón que estaba cometiendo un error, igual que aquella vez en la que México decidió que era buena idea salir con aquella chica peruana.
Igual que la primera vez que entró a la recámara ajena para dejar el par de cámaras que grabarían todos esos videos que él almacenaba en secreto.
Quizá México inconsciente había dejado crecer un instinto que no pudo detectar por la cercanía. México debió darse cuenta de que el pequeño Rusia ya no le persiguía jugando a ser un criminal que cometía un asesinato y él, el policía que lo persiguía hasta atraparlo y juzgarlo.
México debió darse cuenta de alguna forma que la mirada amatista había mutado a un rojo intenso.
Hubieron muchas señales, que si el cariño no le hubiera cegado, habrían funcionado para detenerlo.
¿Por qué no detuvo el primer berrinche donde Rusia le había destrozado su teléfono móvil contra la pared aún siendo un niño?
México toma asiento mirando tras la ventana, su corazón contraído y las lágrimas calientes arden en sus mejillas irritadas. Duele la sensación de estarse asfixiando con cada respiración, como el aire frío se aglomera en su pecho y el corazón duele punzante.
— Agente México.
Vulgarmente los demás dicen que el 'hubiera no existe', pero a él no se le hace una expresión tonta, se le hace una experiencia de vida.
—Alemania, llevará el proceso.
México no podría jamás llevar a cabo cada paso de la averiguación. No tiene fuerza suficiente para ver de nuevo las fotografías del hombre que amo, ni mucho menos escuchar la voz de su pequeño ángel contando cómo lo hizo.
México ya no puede hacer nada. Solo observa tras la ventana al acusado y presunto culpable reír a la nada, como recreando las acciones en su mente aun bañado en sangre.
No hay nada más que hacer, porque Rusia, su pequeño y dulce Rusia...
Es un asesino.
Quince años atrás.
Rusia descansa en el regazo de su persona favorita mientras estudia. Ha tenido una pregunta en su cabeza desde que vio a México sonreírle a la chica del otro lado de la cuadra, por alguna razón eso le molesta, le molesta demasiado que una simple idea brotó en su mente.
—México...
—¿Eu? Mande.
— ¿Me amarías más... si asesino a alguien por ti?
México está orgulloso de su proyecto terminado, concentrado en las hojas en la mesa que lo único que escucha la primera parte de la pregunta.
—Claro chamaco, claro que lo haría.
•••
No sé qué fue lo que hice...
Pero aquí está 💕
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