
Capítulo 26 (El último rugido)
Una noche, mientras dormían, Tres notó el olor de una gata cercana. Su nariz se agitó de forma involuntaria, y su cuerpo reaccionó antes que su mente. Se removió, inquieto, y su cola dio un leve espasmo. La fragancia que flotaba en el aire era distinta a cualquier otro olor de la ciudad. Cuando abrió los ojos, ya estaba en movimiento.
Deslizándose por las calles de la ciudad, Tres avanzó con cautela y los sentidos alerta.
Finalmente llegó a un callejón oscuro, donde una gata de pelaje gris brillante lo miró con curiosidad desde lo alto de una pila de cajas. Por un instante, la ciudad pareció quedar en suspenso.
De repente, algo se movió entre los contenedores cercanos, y tres gatos machos aparecieron desde las sombras, bloqueando su salida. Sus ojos brillaban con una mezcla de amenaza y territorialidad, reflejando una peligrosa advertencia. El más grande de los tres, un gato enorme de pelaje naranja, avanzó hacia Tres con paso firme
—¡Este es nuestro territorio, forastero! ¡Largo de aquí antes de que te hagamos trizas!
Tres intentó mantener la calma, pero su inexperiencia era evidente. La tensión lo hizo dar un paso atrás y mostró sus garras en un movimiento instintivo. Los gatos lo vieron como un desafío y se acercaron, cerrando el espacio a su alrededor.
—¡No busco problemas! —maulló Tres, pero los machos ya lo habían acorralado.
El primer golpe llegó rápido. Una zarpa se estrelló contra su lomo. Intentó defenderse, pero los tres gatos lo superaban en fuerza y experiencia. Los golpes y arañazos se sucedieron, y pronto, sus maullidos de auxilio llenaron el callejón.
Desde la distancia, Titán escuchó los gritos. Con un gruñido bajo, se levantó de un salto y corrió hacia el sonido, moviéndose con rapidez.
Mientras tanto, en el callejón, Tres sentía el peso de la desesperación apoderándose de él. Intentaba mantenerse erguido, pero sus fuerzas se desvanecían con cada golpe. La gata gris, que había estado observando desde lo alto de la pila de cajas, había comenzado a moverse lentamente, como si quisiera intervenir, pero el miedo la paralizaba. No quería enfrentarse a esos tres machos, y se quedó a un lado, sin saber qué hacer.
—Te lo dije, ¿verdad? Este es nuestro territorio —El líder se agachó, acorralándolo aún más—. No tienes ni idea de a quién te enfrentas.
Tres no podía más, pero entonces, una figura conocida se materializó en la entrada del callejón. Era Titán, avanzando con paso firme.
—¡Apartaos de él! —Su gruñido provocó que los atacantes se detuvieran por un momento.
El macho naranja giró la cabeza y bufó.
—¿Y tú quién eres? ¡Esto no te incumbe, viejo!
Pero Titán no esperó una respuesta. Saltó hacia el líder, clavando sus garras en su costado. La pelea se volvió un caos de zarpas y gruñidos. Titán luchaba con una ferocidad que Tres nunca había visto, defendiendo a su joven amigo con todo lo que tenía.
Los vecinos comenzaron a asomarse por las ventanas, alarmados por el ruido. Algunos encendieron las luces, iluminando el callejón con un resplandor amarillo que proyectaba sombras danzantes en las paredes. Uno de los vecinos incluso bajó al callejón, armado con una escoba, gritando para dispersar a los gatos.
En medio del alboroto, Titán logró derribar al líder, pero no vio cómo los otros dos machos se lanzaban hacia él por la espalda. No tuvieron piedad. Uno de los ataques fue certero: el gato de pelaje gris se abalanzó con rapidez, clavándole sus colmillos en el cuello. La presión de los dientes y la sensación de ardor hicieron que su vista se nublara por un momento. Titán dejó escapar un gruñido de dolor, pero con un último esfuerzo, se giró y arañó a los atacantes, haciéndolos retroceder.
A pesar de la herida en el cuello, Titán mantuvo la mirada fija, desafiante. No iba a dejar que tres jóvenes gatos lo derribaran, no mientras pudiera moverse. Sus músculos ardían por el esfuerzo, pero su espíritu seguía intacto. Los tres machos, viendo que no conseguirían derrotarlo, abandonaron el callejón con el rabo entre las patas.
La gata gris, que había observado desde lo alto de las cajas, ya se había ido antes de que Tres pudiera levantar la cabeza para mirarla. Al ver que la amenaza se disipaba, y con el corazón latiendo de prisa, Tres intentó recomponerse.
Sin embargo, antes de que pudiera relajarse por completo, escuchó un ruido fuerte a su espalda. Los humanos, que se habían asomado a la puerta del edificio cercano, comenzaron a gritarles, claramente molestos por el alboroto. Con una escoba en mano, uno de los hombres los empujó hacia atrás con fuerza.
—¡Fuera de aquí! —gritó el hombre, dando un escobazo a Titán.
Titán y Tres se retiraron, alejándose entre las sombras del callejón, con la mirada fija en el suelo mientras los gritos del hombre se desvanecían detrás de ellos.
Una vez refugiados entre los coches de un aparcamiento cercano, Titán se dejó caer en el suelo.
Las nubes que encapotaban el cielo comenzaron a descargar la lluvia que guardaban, y en un instante, el pelaje de los gatos se empapó.
—¡Aguanta, por favor! —maulló Tres, desesperado.
Su respiración era pesada, y la sangre comenzaba a manchar el suelo bajo su cuerpo.
—Chico... —murmuró Titán con voz ronca—, te dije que esto era peligroso...
—Lo siento, lo siento... Todo es mi culpa —dijo su pupilo, con los ojos llenos de lágrimas.
Titán sonrió débilmente, algo poco habitual en él.
—¿Recuerdas lo que te dije el día que nos conocimos?
Tres negó con la cabeza, confundido.
—Te dije que me recordaste a alguien... —continuó, mirando a su compañero con melancolía.
Fue entonces cuando Tres, con un maullido bajo, recordó.
«No te confundas, chico. Te he dejado seguirme porque me recuerdas a alguien. No significa que vaya a ser tu niñera. No te acostumbres a esto, porque no estoy aquí para cuidarte».
—Ese alguien... —dijo Titán, con ojos llenos de verdad—, era yo mismo.
Tres lo comprendió a la primera. Antes de convertirse en el gato raudo y fornido que él había conocido, su mentor había sufrido una soledad dolorosa.
—Yo también lloraba, solo y sin esperanza —maulló casi sin fuerzas—. Por eso te acogí.
Tres lo miró con ojos llorosos.
—Lo siento, lo siento... Todo es mi culpa —dijo Tres, ahogado por las lágrimas que empañaban su visión.
Titán, con esfuerzo, sonrió débilmente.
—No llores... —dijo con suavidad—. Eres fuerte, más de lo que crees. Sigue adelante, Tres. Aprende de esto... y vive.
Con esas últimas palabras, Titán cerró los ojos por última vez.
Bajo la luz tenue de las farolas, Tres sintió cómo un agujero inmenso se abría en su corazón. Había perdido a su mentor, a su amigo, a su familia. La lluvia no cesó en toda la noche, como si el cielo mismo compartiese su dolor.
Lleno de desesperación, maulló con toda su alma.
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