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Capítulo 24 (Un hogar perdido)

Con el paso de los meses, Tres había dejado atrás la fragilidad de su juventud. Con un año y medio de vida, su cuerpo se sentía diferente, más firme y ágil. Hacía tiempo que una sensación nueva y desconocida había empezado a agitarse en su interior cada vez que una gata en celo estaba cerca.

Titán lo notó rápidamente, conocía de sobra los peligros que ese instinto podía traer.

—Escucha, chico —dijo una noche mientras observaban la luna desde un tejado—, sé lo que estás sintiendo. Pero tú no tienes idea de lo que puede costarte.

Tres ladeó la cabeza, confundido.

—No entiendo de qué hablas, Titán.

El gato adulto bufó con algo de frustración.

—Las gatas, chico. Ese impulso que tienes de seguirlas, de estar cerca de ellas. Es peligroso. Algunos machos matarían por defender su territorio. Si no tienes cuidado, podrías terminar muy mal.

Tres no dijo nada, pero dentro de él, esa sensación seguía latiendo con fuerza. Era algo que no podía controlar, como un llamado que le empujaba a actuar.

A partir de entonces, Titán intentó mantener a Tres alejado de cualquier situación peligrosa. Cuando el instinto de Tres comenzaba a empujarlo hacia las gatas, Titán usaba su experiencia para anticiparse.

Una noche, mientras caminaban por un callejón, Tres sintió el olor de una gata en celo. Dio un paso al frente, pero Titán se interpuso, bufando con autoridad.

—Ni lo pienses, chico —dijo, con los ojos fijos en Tres—. Ya te lo dije: esto no termina bien. Quédate cerca y no te metas donde no te llaman.

Cuando Tres intentó ignorarlo y avanzar, Titán le bloqueó el paso con su cuerpo.

—¿Por qué? ¡No estoy haciendo nada malo! —protestó Tres, frustrado.

—No es lo que haces ahora, sino lo que viene después —respondió Titán con gravedad—. He visto a gatos como tú meterse en problemas de los que no salen. Peleas, heridas, la muerte. Ese instinto no te hace invencible.

Tres bufó, molesto, pero siguió a Titán mientras este lo guiaba lejos del callejón.

Otro día, cuando Tres intentó escabullirse para seguir a una gata, Titán, más grande y fuerte que él, lo alcanzó de un salto y lo inmovilizó con una pata antes de sujetarlo por el pescuezo con firmeza

—¡Suéltame! —maulló Tres, luchando por zafarse.

—Cuando dejes de comportarte como un idiota, lo haré —respondió Titán, soltándolo solo cuando estuvieron a una distancia segura.

Finalmente, una noche, Titán se sentó frente a Tres y, con un tono más serio que nunca, comenzó a hablar.

—Hay historias que no te he contado, chico. Historias de gatos que creyeron que podían con todo. Machos fuertes, rápidos, que se creyeron invencibles porque las gatas los llamaban. Pero esos mismos gatos terminaron en callejones oscuros, llenos de sangre. No porque fueran débiles, sino porque no supieron parar.

Tres lo miró, con los ojos llenos de preguntas.

—¿Y tú los viste? ¿A esos gatos? —preguntó en voz baja.

Titán asintió.

—Vi lo que les pasó. Y no pienso dejar que eso te pase a ti. ¡Así que escucha lo que te digo! ¿Entendido?

Tres asintió lentamente, sin replicar. Aunque el instinto seguía dentro de él, las palabras de Titán comenzaron a calar hondo.

—¿Y tú por qué no sientes lo mismo? —preguntó Tres, de repente.

Titán apartó la mirada, incómodo. Su cola se movió lentamente de un lado a otro, y su voz salió con un tono grave.

—Porque me castraron cuando era un cachorro.

Tres ladeó la cabeza, confuso.

—¿Qué es eso? ¿Qué significa?

Titán bufó, resignado. Sabía que tendría que explicarlo.

—Es algo que hacen los humanos. Te llevan a un lugar... te duermen, y cuando despiertas, ya no vuelves a sentir ese impulso. No es algo que te importe demasiado cuando eres un cachorro, pero... lo cambia todo.

Tres observó a Titán con curiosidad renovada.

—¿Entonces viviste con humanos?

Titán se tensó, como si esa pregunta hubiera tocado una vieja herida. Sus ojos se entrecerraron y su voz se volvió más dura.

—No quiero hablar de eso.

—Pero tenías una familia, ¿verdad? —insistió Tres—. Dijiste que te castraron, así que alguien tuvo que hacerlo. ¿Quién era?

Titán suspiró profundamente, derrotado por la insistencia de Tres.

—Vivía con un joven. Era mi amigo. Me cuidaba, jugábamos juntos y, bueno... era feliz con él. Me gustaba estar a su lado. Yo aún no había cumplido un año y su presencia siempre me hacía sentir seguro —dijo Titán, con un leve brillo en los ojos que desapareció rápidamente—. Pero un día todo cambió.

—¿Qué pasó? —preguntó Tres, intrigado.

Titán suspiró, su mirada se perdió en algún punto de la oscuridad.

—Escuché cómo hablaba con sus padres. Decía que tenía que marcharse. Iba a estudiar al extranjero y no podía llevarme con él. Lo entendía... él no tenía otra opción —Titán hizo una breve pausa—. Así que sus padres tuvieron que acogerme durante ese tiempo.

Titán bajó ligeramente la cabeza, como si reviviera aquel momento.

— Al principio, todo parecía ir bien, pero con el tiempo, la mujer comenzó a ponerse histérica. Decía que yo soltaba demasiado pelo. El padre trataba de tranquilizarla y recogía los pelos que iba dejando por la casa, pero eso no bastaba. Yo también estaba nervioso; no me cepillaban, y aun así ella no dejaba de quejarse.

Tres abrió los ojos con sorpresa, sin saber qué decir. La voz de Titán se volvió más grave, cargada de una amargura contenida.

—En esa casa me sentía apartado. No me dejaban subirme al sofá ni a la cama, ni siquiera tumbarme en otro sitio que no fuera mi cojín, como si ese fuera el único lugar al que tenía derecho.

Titán se acurrucó con el cuerpo encogido y envolvió su cola alrededor de sí mismo.

—Mientras estaba en esa casa, no podía dejar de pensar en él. No era solo que extrañara su compañía... era la forma en que me trataba. No como una molestia, no como un mueble más. Con él, nunca tuve que ganarme un sitio, porque ya lo tenía.

Hizo una pausa.

—Sus padres se dieron cuenta que yo era el motivo de sus discusiones, y un día.... —calló por un instante, como si aún le costara decirlo—. Me abandonaron.

Tres sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Me metieron en el coche y me dejaron en la calle, como si no importara. Imagino que nunca le dijeron la verdad a Hugo. Me gustaría volver a verle... saber si alguna vez me buscó.

Guardó silencio un momento más.

—Así que no, chico, no tengo una buena historia sobre humanos.

El silencio cayó entre ambos. Tres notó cómo las palabras de Titán pesaban en el aire, cargadas de dolor y decepción. Por primera vez, vio en su mentor no solo la fuerza que siempre había admirado, sino también las cicatrices invisibles que llevaba en su corazón.

Titán levantó la mirada, y en sus ojos brillaba algo más que amargura: una determinación inquebrantable.

—Estar solo me hizo fuerte. Aprendí a cuidarme, a enfrentarme al mundo sin depender de nadie. Pero no te confundas, chico: esa fuerza no es gratis. Viene con un peso que tienes que cargar cada día.

Tres bajó la mirada, reflexionando sobre lo que acababa de escuchar. Ahora entendía un poco más por qué Titán era como era, y la lección que quería enseñarle: la fuerza que tanto admiraba no nacía de la comodidad, sino de las cicatrices de una vida difícil.

Por primera vez, vio una vulnerabilidad en Titán que nunca había imaginado.

Finalmente, Titán se levantó y sacudió el polvo de su pelaje.

—Ya está bien de recuerdos, chico. Vámonos. Las calles no son lugar para ponerse sentimental.


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