#.26 Nuevo Camino
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Luna:
—Salí rápidamente de ese lugar sin que ellos me vieran. No se dieron cuenta de que los había visto. No sabía a dónde ir, así que recorrí un largo pasillo adornado de palmeras que me llevó directo a la playa. Tenía un dolor en el pecho, no podía respirar, me faltaba oxígeno en los pulmones. Estaba destrozada por el dolor. No sabía si seguir corriendo y gritar o meterme en el mar para que me tragara de una vez.
Ahora. Eran las 21:40.
Y eso hice, levanté mi vestido y comencé a caminar mar adentro. No sabía nadar y sabía que sería rápido, solo tenía que alejarme de la orilla todo lo posible.
El agua me tapó completamente y comencé a tragar agua salada. En ese momento, alguien me agarró por detrás, por la cintura. Luché contra él con fuerza, estaba desesperada y a la vez asustada. «¿Qué estoy haciendo con mi vida?», pensaba en medio de aquella oscuridad que invadía mis ojos.
», pensaba en medio de aquella oscuridad que invadía mis ojos. De repente, sentí que alguien me llevaba poco a poco hacia la orilla. De repente, sentí que me soltó, pero ya sentía la fresca brisa en la cara y logré respirar. Y de forma inmediata fue como si alguien más me tomara de uno de mis brazos y me sacara rápidamente del agua. Todo mi cuerpo temblaba y podía escuchar el crujido de mis dientes al chocar unos con otros.
Después de ser rescatada del agua, me encontré en la playa, temblando y empapada. El desconocido que me había salvado estaba a mi lado, mirándome con preocupación. No podía ver su rostro claramente en la oscuridad, pero su voz era suave y tranquilizadora.
—¿Estás bien? —preguntó.
Asentí, incapaz de hablar. Mi cuerpo seguía temblando, y las lágrimas se mezclaban con la sal del mar en mi rostro. El desconocido me ayudó a levantarme y me envolvió con su chaqueta que había traído consigo. Me senté en la arena, tratando de recuperar el aliento.
—¿Qué te llevó a hacer algo así? —preguntó de nuevo, su voz llena de compasión.
No tenía una respuesta clara. Solo sabía que necesitaba escapar, alejarme de todo. El dolor en mi pecho seguía ahí, pero ahora también sentía gratitud hacia el desconocido que me había rescatado.
—No lo sé —susurré—. Solo quería... desaparecer.
Él asintió, como si entendiera. No insistió en más detalles. En cambio, me ofreció su mano para ayudarme a ponerme de pie.
—Soy Diego —dijo—. ¿Tienes a alguien a quien llamar? ¿Necesitas ayuda?
No tenía a nadie. Pero en ese momento, no quería estar sola.
Ese desconocido me llevó hasta la orilla mientras yo tocía. Había tragado agua salada. Vi sus pies descalzos y su pantalón negro mojado. Levanté la cara para ver quién era. Así es como lo observé: respirando agitadamente, con el pecho al descubierto, secándose el cabello con las manos. Me quedé fija mirándolo a los ojos mientras trataba de sentarme, tomar aire para mis pulmones y recoger mi largo cabello mojado.
D—Wuaoo, casi te ahogas. Tienes suerte de que llegué a tiempo para rescatarte. (Se sonríe).
L: —¡La suerte no existe, fue casualidad! Además, ¡sé nadar!, le dije, aún con ganas de vomitar por el agua salada.
D: ¡Vale, sea lo que sea acabo de salvar tu vida, me debes una! (Nuevamente sonríe mientras mira hacia el horizonte y se mueven las olas del mar).
L: No me gusta deber favores, pero te lo agradezco. ¡No sabía lo que hacía! Le dije en un tono bajo y apenado. «Disculpa por haberte hecho empapar ese hermoso traje».
D: __No te preocupes, vi todo desde el hotel. Te observé desde que entraste al salón de festejos. Sé cómo te sientes. Mientras se sienta justo a un lado de mí en la arena.
L: No sabes nada, ¡ustedes, los hombres, no saben amar! (Quería llorar y lo miré a los ojos. Estaba tan triste que apenas quería hablar).
No podía mover las piernas, el peso del vestido largo y mojado lo impedía. Medí el largo hasta la rodilla y con fuerza lo rompí, quedando corto y dejando ver mis piernas. «Estúpido vestido...», dije muy molesta con todo, con mi tonta y sin sentido vida.
El extraño caballero solo me mira mientras sonríe por lo que hago.
D: Estás molesta... Era un hermoso vestido, pero no te enfades con él, que no tiene la culpa de que tomes malas decisiones. Es como quitarme los pantalones en medio de una reunión de negocios que no salga como espero. Si no es así, mejor trabajo desnudo. Eso me hace sonreír un poco, mientras él sigue hablando y me dice: «En cuanto al amor, créeme, si lo sé».
D: Y, ya que estamos los dos mojados y no podemos volver al hotel así, permíteme acompañarte un poco más.
Hizo una llamada y, al cabo de unos minutos, llegó un mesonero con una botella de tequila y dos copas. Me ofreció una copa:
D: —Creo que alguien debe desahogar sus penas esta noche (se sonríe, hacía todo lo posible por hacerme reír).
D: __Quieres un poco, calentará tu cuerpo... hace frío esta noche.
L: «Sí, sólo un poco». Le dije mientras una lágrima negra corría por mi mejilla.
Con una de sus manos, me limpió una lágrima. «(Sin llorar... prométemelo)», me dijo.
L: __Está bien... sin llorar. ¡No necesito tu lástima!
D: ¿Lástima? ¡Una mujer tan hermosa como tú no inspira lástima!
Tomamos toda la botella mientras hablábamos sobre nuestra profesión y otros temas sin importancia. Pasadas unas horas, le pregunté: —¿Cómo te llamas?
Lo pensó un poco mientras servía otro trago en mi copa: «Marcos, si ese es mi nombre».
L: ¿Marcos? Mírame a los ojos. Me estás mintiendo. Pero ¿sabes qué?, no importa quién seas. Estás aquí acompañándome y eso es más que suficiente.
Marcos se sonríe, y en ese momento me doy cuenta, entre tragos, del efecto que el licor tiene en mis venas: tiene una hermosa sonrisa. No dejaba de mirar mis labios cada vez que hablaba.
Y entre chistes que no entiendo, pero me hicieron reír. Se me acercó, puso su cara junto a la mía y colocó sus labios tibios sobre los míos. Quise detenerlo, pero él lo impidió. —¿Qué haces, Luna? —me dijo mientras me volvía a venir a la memoria el rostro de Lina en el espejo:
L: ¡¡Lo que tú debiste hacer hace mucho tiempo... ¡Vivir!». Me hablaba la consciencia.
En eso, me soltó los labios y me dijo:
La miré y, sin pensarlo mucho, le respondí que sí.
La miré y, sin pensarlo mucho, le respondí que sí.
Luna: «No sé por qué, pero creo que ya había estado en este lugar antes... Tu cara se me hace conocida.
D—Seguramente nos conocimos en otra vida y he reencarnado para encontrarte otra vez (y se sonríe).
Luna: —¿Te crees muy listo, ¿verdad? Los dos nos reímos.
Nos levantamos de la arena, tomamos nuestros zapatos y me tomó de la mano. Fuimos hacia un lugar donde había un hermoso yate blanco con un nombre que se podía leer desde lejos: El lunático soñador.
Él: ¿Te has montado en un yate alguna vez?
—No, jamás —dije—. ¿De quién es esto? —pregunté.
D: —Te has montado en un yate alguna vez? L: No, jamás. ¿De quién es esto? Pregunté. Así que no te preocupes. Te llevaré a uno de mis lugares preferidos de esta playa. Se trataba de una pequeña isla.
Nos montamos en aquel lujoso yate, finamente decorado con muebles y una cama sofá de color gris y blanco. Todo en su interior era hermoso.
Llegamos rápido a una pequeña isla y ahí estaba una vieja cabaña de madera muy bien conservada. Entramos y quedé enamorada de su decoración tipo medieval.
Es de mis padres —me dijo—, me encanta venir aquí cuando quiero estar solo y relajarme un poco.
Nos sentamos en la alfombra y destapó otra botella, esta vez de vino. Tomamos mientras él contaba chistes malos, tan malos que me hacía reír.
En medio de las copas, me tocó suavemente la mejilla, se acercó para ver más de cerca mis ojos y terminó dándome un sutil pero largo beso. Al principio bajé la mirada. Sentí que no debía hacerlo, pero volvió a levantar mi cara y me besó de nuevo. Esta vez no pude resistirme a sus besos y comenzó a acariciar mis piernas, mientras iba subiendo y besaba mi cuello.
Y como dice la canción de Ricardo Arjona.
Era una rubia preciosa
Llevaba mini faltas
El escote en su espalda
Llegaba justo a la gloria
Después de un par de Tequila
Veremos qué es lo que pasa
Para que resumir lo que hicimos en la alfombra
Si basta con resumir que le besé hasta la sombra
Y un poco más
«¡Hicimos el amor casi toda la noche...!»
Casi amaneciendo, nos espera en la playa un lujoso coche negro. Ese extraño hombre, de cuyo nombre ni siquiera recuerdo el nombre, abrió la puerta del coche. Nos montamos en la parte de atrás y recogí un poco mi cabello alborotado por la brisa salada en la lancha rápida.
El conductor nos miró con una sonrisa que indicaba: «Estoy feliz por ti», mientras preguntaba: «¿Hacia dónde lo llevo, Don Diego?».
Él le indicó que siguiera.
Tomó mi mano y me preguntó:
D: __ ¿A dónde vamos, mi linda mujer?
L: Sigue... —le indicó por el camino.
El conductor encendió la radio y cambió varias emisoras de noticias y paró en una hermosa melodía. Mientras, ese amable caballero de la noche, de ocaso en la playa, se acercó a mi cara y tomó mi cuello suavemente, y estampó un apasionado, pero profundo beso en mis labios, ya rojos de tanto besarlos toda la noche.
Le pregunté porque llora
Me dijo por un tipo
Que se cree que por rico
Puede venir a engañarme.
No caiga usted por amores
Debe de levantarse (le dije)
Cuente con un servidor
Si lo que quiere en vengase
( sonrió)
Desde aquella noche ellos juegan a engañarnos
Se ven en el mismo Bar
Y la rubia para el taxi siempre a las 3
En el mismo lugar
( Ricardo Arjona)
La escena es tan intensa como la brisa marina que aún se aferra a tu piel. El misterioso hombre, cuyo nombre flota en la nebulosa de la memoria, te lleva en un coche negro hacia un destino desconocido. El conductor, cómplice silencioso, sonríe mientras pregunta hacia dónde dirigirse. Y tú, con el corazón latiendo al ritmo de la melodía de la radio, te dejas llevar por el beso apasionado que sella la noche.
El yate, la isla, la cabaña medieval... todo parece parte de un sueño, una fábula tejida por el destino. ¿Quién es él? ¿Qué secretos oculta? Las olas del mar y el viento susurran promesas y misterios mientras avanzan por la carretera.
Y así, en la penumbra del amanecer, te sumerges en un mundo donde las palabras se desvanecen y solo quedan los latidos compartidos. El beso, como un faro en la oscuridad, te guía hacia un futuro incierto pero lleno de posibilidades.
¿Qué aventuras aguardan más allá de la playa? Solo el tiempo lo revelará. Por ahora, el yate, la música y el beso son tesoros que atesorarás en el rincón más profundo de tu corazón.
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Diego:
Pidió que la dejara en una humilde y pequeña casa ubicada en una vecindad en el sur de la ciudad. Al detener el coche, me miró a los ojos y dijo:
«Gracias».
Bajó del coche descalza y con sus sandalias en la mano, y se colocó un poco de labial en la boca. Bajé el vidrio de la puerta del coche para ver si decía algo más.
Pero no dijo nada, se retiró caminando de una forma tan segura y satisfecha que me hizo sentir bien y que le gustaba estar conmigo.
«¡Es una diosa en la cama, esa mujer será mía!» (Murmuré en voz alta).
Su chofer lo ve por el espejo, se sonríe con lo que acaba de escuchar y le dice:
—¿No se le olvida pedirme el número de teléfono, verdad, mi don?
Él se sonríe mientras la observa desaparecer entre las casas de la vecindad.
D: «Claro que no... es una mujer muy dolida, lleva grandes heridas en su corazón. Aunque lo hubiera pedido, no se lo daría. No será fácil que vuelva a amar, pero tú ya me conoces, Jorge, y para mí no será imposible volver a verla.
«Te volveré a ver más pronto de lo que imaginas, mi vida». (Sonrió mientras tomó un último sorbo de la botella de tequila).
—Ya vámonos... hoy hay que trabajar.
El futuro es un lienzo en blanco, lleno de posibilidades. ¿Se reencontrarán nuestros protagonistas? ¿Qué secretos y desafíos les aguardan? Solo el tiempo lo dirá. Por ahora, la noche se desvanece, y cada uno regresa a su realidad. Pero en algún rincón del corazón, el recuerdo de esa noche persistirá como una llama que no se apaga.
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Luna:
Al llegar a casa, abrió la puerta y ahí estaba Paul sentado en el sofá. Al verlo, se levantó y le preguntó de inmediato:
P: ¿Dónde estabas? Desapareciste toda la noche del hotel. ¡Ya me tenías preocupado!
—¡Ya me tenías preocupado!
Le miró a los ojos y le dijo: «Por favor, no hagas ruido, quiero dormir un poco». Entró en su habitación y cerró la puerta. Colocó su teléfono en la mesita de noche. Se acostó boca abajo con las manos abiertas. Estaba agotada. Había pasado una noche extraordinaria en brazos de un desconocido.
(Rin, rin).
Solo tenía su móvil en la mano, lo cogió y revisó la pantalla: era un mensaje de texto. Lo abrió:
Número desconocido:
¡Hola, Luna ¡Dejaste un anillo en el asiento del coche! Decidió responder al mensaje: "Gracias por encontrar el anillo. ¿Quién eres?" Esperó unos minutos, mirando el teléfono con nerviosismo. La respuesta llegó rápidamente:
Miro hacia la ventana que daba al patio de la casa y sonreí tiernamente mientras tocaba y mordía suavemente su labio inferior. ¿Debía aceptar? ¿Arriesgarse a encontrarse con un desconocido nuevamente? Pero algo en su interior le decía que debía hacerlo. Que esta historia aún no había terminado.
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