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Epílogo. Caricias del alma.

Su respiración era agitada, removió uno de sus mechones rubios que cubría parte del rostro apenas moviéndolo de lugar. Intentaba soportar las ansias y las risitas que le producía encontrarse escondida ahí.

De pronto, visualizó en el pequeño hueco que hizo, una sombra que iba en paralelo hasta detenerse casi a medio metro de su guarida.

—¿Donde estás? —escuchó la voz de su madre, quién tenía díez minutos buscándola.

Su pequeño corazón no aguantaba más y se preparó antes de lanzarse a su siguiente presa.

Uno, dos... —susurró sonriente—, tess ¡¡¡Sopesa!!! —gritó con todas sus fuerzas, emergiendo de la pila de ropa que sacó de los cajones y antes de que ella pensara atraparla, salió huyendo del lugar.

La risa aguda de aquella diablita de cabellera rubia se hizo más fuerte a medida que descendía en las escaleras. Cruzó a toda velocidad la sala principal, a través de los obstáculos que representaba cada mueble, entre ellos los sofá y mesita de madera que tenía poco tiempo de uso debido a las recientes remodelaciones en el nuevo hogar.

—¡Ven aquí, Luz! —llamó por su nombre, desde el segundo piso sosteniendo en las manos el vestido verde agua que su esposa compró para la ocasión.

La niña corrió a refugiarse con la única persona que la defendería a capa y espada de ella.

—¡Mami, mami! —entró como remolino en el despacho de su otra mamá y como pudo subió a la silla delante del escritorio, esperanzada de que la protegiera de las garras de su enojada madre —¡Audame, po favo!

—Espera, te marco después —colgó la llamada de su asistente y se giró para ayudarle a su pequeña hija a subir —¿Qué haces, mi estrellita?¿Sigues escondiente de mamá? —la cargó entre brazos acomodándole el cabello atrás de las orejas.

—¡Si! ¡Me quiede mataad!

—No digas eso, mi amorcito. Esa palabra es muy fea.

—Pedo es que quiede poneme dopa —vistiendo únicamente el calzoncito de su caricatura favorita.

—Porque necesitas abrigarte o te resfriaras como la última vez.

—¡Nou! —hizó muecas de dolor.

—Ahí estás, niñita —habló la mujer desde la puerta con los brazos cruzados.

—¡Ah...! —Luz gritó riendo y por reflejo la abrazó ocultando el rostro bajo la lisa cabellera negra de su madre —¡Audame!

—No pedirás ayuda, jovencita. Subirás en este momento a cambiarte y está vez te pondrás lo que te diga -sentenció Renata.

—¡Nou! —la vió triste y resignada.

—Espera —dijó Silvana hacía su esposa, y regresó la vista a su hija—. Que tal si yo subo contigo a ponernos guapas igual que mamá Renata.

—¡Si...! —gritó emocionada—. Quedo usad tu dopa de tabajo —refiriéndose a los trajes que generalmente usa Silvana para ir a la oficina.

—Mmm... En ese caso tal vez necesitemos ir de compras, pero por ahora ¡¡¡Subamos!!! —la colocó sobre sus hombros. Le pidió el vestido a su esposa regalándole un beso fugaz para que calmara su molestia huyendo en complicidad con su hija mayor.

Renata giró la vista a la pequeña mesita que había cerca del ventanal, se acercó despacio hasta quedar de rodillas a un costado de su otra hija que estaba concentrada acabando de pintar en su cuaderno el rostro del dinosaurio azul que tanto parecía gustarle.

—Cielito, vamos a merendar pronto. Por qué no dejas tu cuaderno ahí, y me acompañas a la cocina.

—Casi acabo —realizó los últimos trazos y luego de poner su firma en una especie de circunferencia mal hecha, cerró su libro y tomó la mano de su madre para salir de la oficina.

—Veré que se sirva la comida. Mientras, sube a avisar a tu mamá y hermana que bajen. El fotógrafo está por llegar.

—Mamá no quiero posar para una foto. Luz siempre me abraza.

—Es obvio, mi vida. Ella te quiere muchísimo. Además gruñoncita. No te hagas que tú siempre buscas los abrazos de mamá —le alisó su melena obscura acomodándole mejor la corona blanca de flores y limpiando su hermoso vestidito blanco—. Y yo acepto, porque te adoro, cielito.

—Me llamo Luna, mamá. No, cielito.

—No, para mí. Siempre serás mi cielito, corazoncito y princesita —la rodeo entre brazos atacándola con cosquillas.

—¡Jajaja! ¡No, mami! ¡Ya...! ¡Jajaja! —se retorcía intentando soportar, pero era imposible hacerlo.

Renata se contagio de la risa de su pequeña hija, hasta dejarla tranquila y regalarle un beso en la frente como ella siempre ha gustado.

—Te quiero mucho, mi Luna —le dió un último abrazo antes de soltarla.

—Yo también, mami.

La pequeña niña salió del comedor para ir a hacer lo que su madre pidió.

—Para ser la menor, es bastante correcta —expresó Ana al entrar y ver a su "sobrina" autoproclamada salir con seriedad —tiene tres años y ya se parece a...

—Es mi mini Silvana.

—Ya lo creo —confirmó—. El fotógrafo llegó, ¿Lo hago pasar?

—Si, enseguida vamos.

***

Silvana bajó cargando a sus dos hijas listas para la foto familiar que año con año después del nacimiento de su primera bebé han realizado.

—Ya era hora, amor —Renata las vió parecer.

—Lo siento —la pelinegra bajó con cuidado a sus niñas—. Pero intenta cambiarte con los ojos vendados, es todo un desafío —habló al aceptar el reto de su hija de cuatro años.

—Adivinare, fue Luz quien te lo pidió —Renata levantó la ceja escondiendo su sonrisa, dado que su esposa era demasiado consentidora con sus pequeños angelitos.

—¡No, no, no mami! —se cubrió los ojos con ambas manos para que no la viera. Por fin vestía como era debido, el vestido verde agua le quedaba bien y la trenza que su madre le hizo estaba perfecta.

—Les dije que dejaran de jugar —expresó la niña de cabellera negra en un gesto molesto.

—Ah, pero tú querías saltar en la cama, corazón —la abrazo dándole besitos en su estómago, haciéndola reir—. También tienes parte de culpa —la niña acepto.

—Bueno, andando —expresó su esposa—. Antes de que el fotógrafo nos cancele.

Renata mantuvo entre brazos a su pequeña pelinegra, Luna. Y a su lado, Silvana lo hizo de igual forma con su hermosa estrellita rubia, Luz.

—¿Estan listas? —dijó Ana al lado del fotógrafo que trajo del estudio al que solía contratar para los eventos que dirigía.

El fotógrafo capturó todas las series de poses que se les iba ocurriendo conforme avanzaba la sesión. Ambas niñas se divertían a todo lo que daba. A simple vista, parecían tan distintas una de la otra, a menudo sus personalidades chocaban pues guardaban mucha similitud con sus madres. Pero eso mismo producía que a pesar de lo gruñona y seria que era Luna o lo exageradamente juguetona de Luz. Ellas, se llevarán tan bien.

Finalmente la cámara enfocó a las pequeñas niñas que posaban solas mientras sus madres las veían de lejos.

La pequeña Luna observaba con seriedad la camara sin notar los sigilosos pasitos laterales acercándosele. La mano de su hermana se enredó con la suya y aunque molesta, ocultó su agrado en una sonrisita traicionera al sentir ese cariño que tanto gustaba tener de su familia.

—Luz, tu mano suda —expresó la niña. Aunque no hizo nada para apartarse.

—Te quiedo hemanita —se acercó a su rostro y cómplice de sus sentimientos, la besó en la frente demostrándole con eso que siempre, no importaba como, la cuidaría y querría hasta que el último brillo del inmenso universo se extinguiera.

—Yo... Igual —sonrió avergonzada.

Si, pensó Silvana. La vida le había puesto tantos obstáculos sólo para que ese momento tan hermoso se cumpliera.

Por fin, tenía a la familia que siempre, deseo tener. Había valido la pena tanto esfuerzo y sacrificio, abrió su lastimado corazón a la mujer que puso su mundo de cabeza desde el primer instante que apareció. Y que amenazó con permanecer sanando todas sus heridas y conquistando ese frío corazón.

—Me siento inmensamente dichosa, mi amor —susurró a su esposa sujetándola de la cintura con tanta ternura que sentía el corazón escaparse de su pecho.

—Esta es nuestra familia —observando a sus pequeños angelitos jugar.

—Así es. Nuestra familia —que bien se escuchaba pronunciar esa palabra.

***

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