32.1 Karma
Continuación
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Los noticieros reportaron la caída de la avioneta donde viajaba el empresario Rodrigo Olivares, luego de ser extraditado para su juicio.
Las recientes investigaciones arrojaron que las causas del accidente se debieron a las malas condiciones climatológicas, ocasionando aterrizaje de emergencia en la isla de la costa del sur.
Por desgracia, no logró llegar a tierra con seguridad y explotó casi instantáneamente.
Esos habían sido los últimos reportes registrados por parte de la policía que tenía a cargo el caso.
No hubo mucho que hacer ante lo que estaba tan asegurado para afirmar que todos los pasajeros de ese vuelo, tuvieron la desgracia de morir.
Y no era algo que a muchos les encantara oír, porque si bien sabían, Olivares merecía pagar sus crímenes, la muerte era poco para alguien de su tipo.
…
…
…
El hombre abrió los ojos y, apenas hacerlo, sintió como la sangre que escurría de la frente cubría parte de su rostro.
—Mal… dición —apenas alcanzó decir. Como pudo, intentó levantarse pero no lo logró, al darse cuenta que no podía siquiera hacerlo.
Su pierna estaba atrapada en una enorme roca que cayó con el desplome de partes del avión.
—Mierda… duele —observó a su alrededor, lo único que sus ojos captaron fue la sólida vegetación de un lugar desértico y trozos de lo que conformo el avión en dónde era transportado.
—¡¡¡Ayuda!!! —gritó con todas sus fuerzas, sólo que cuando lo hizo sintió una punzada en el abdomen que obligó a doblarse por el dolor.
Se levantó la camisa como pudo, sus manos tenían múltiples cortadas, se notó horrorizado al descubrir trozos de acero incrustados en su cuerpo.
…
—¡Dios mío! —su voz quebró, comenzaba a tener frío y el cielo amenazaba con desplegar una serie de nubes que apuntaban a una gran tormenta—. ¡¡¡Auxilió!!! ¡¡¡Auxilió!!! —se mantuvo gritando por un buen rato, pero todo parecía ser inútil.
Estaba sólo, sin ningún tipo de ayuda en aquella isla desierta.
—¡Por favor! ¡Auxilió, que alguien me ayude! —la escasa visión lo estaba aturdiendo, la cabeza le punzaba y que decir del cuerpo.
Por más que gritaba, todo parecía ser en vano. Nadie vendría a ayudarlo.
Aquel lugar se convertiría en su tumba durante los siguientes meses, días u horas.
…
***
[Vienna - Italia]
Meses después
—Señora, pagará con...
—Con tarjeta, por supuesto —Silvina extendió una de las pocas tarjetas que aún conservaba.
Necesitaba con urgencia comprar aquellos productos de la tienda de conveniencia a la que entró por primera vez en su vida.
La gente parecía observarla, como si de un bicho raro se tratara, vestía buena y fina ropa, aunque si alguien se pusiera a examinar mejor a la mujer se habría dado cuenta que su indumentaria estaba desgastada.
Tal vez por el hecho que Carlo Deltho como lo prometió, rompió todo lazo que la ligaba con ella y eso incluía terminar con la carrera de modelaje de su ya, ex esposa.
—mmm… Señora —habló con pena—, lo lamento, pero la tarjeta no pasa.
¡Joder, lo que me faltaba! Susurró para sí.
…
Regresó al apartamento forcejeando como de costumbre con la cerradura de la puerta. No era un palacio al que estaba acostumbrada. Hasta hace un par de semanas seguía viviendo en uno de los hoteles al que solia hospedarse, sólo que por desgracia, la falta de dinero la obligó a buscar algo accesible, aunque fuera de pésimo gusto.
No tenía idea de que preparar con lo que compró, ya no podía darse el lujo de pedir comida a su restaurante favorito porque simplemente no querían llevar el servicio a una zona tan... "extravagante".
Siguió intentando comunicarse con algunos conocidos del medio, pero como ya era costumbre, le rechazaban las llamadas.
—Maldita sea, esto no me puede estar pasando a mí —se repetía hasta el cansancio.
Necesitaba conseguir dinero cuanto antes.
…
Cómo algunas noches desde que ocurrió el divorcio, Silvina asistía a los Club's exclusivos de Italia en su búsqueda por "cazar" alguna presa con la cual poder salir de su crisis.
Algún hombre del estilo de Carlo, facilitaría mucho su situación.
Alguien como...
Él
Fue muy probable que su suerte cambiaría tan pronto posó la vista en el hombre sentado a una orilla de la barra.
Caminó con discreción acercándose lo más que pudo a él quien tenía la mirada fija en el celular, quizá alguien que se tomó un tiempo del trabajo, para salir a beber y divertirse.
—Un Daiquiri, por favor —expresó con elegancia al barman del lugar, para ese momento captó la atención del hombre una vez verla a su lado.
Silvina recibió el contacto visual apenas sonriendo, como si intentará mantener el misterio. Causando intriga al hombre por saber más de aquella dama.
—Aquí tiene —recibió su copa y tomó apenas un sutil sorbo.
Se mantuvo cerca de la barra por unos cuantos minutos, era cuestión de tiempo para que su presa cayera ante la tentación. En más de una ocasión, captó la mirada de él puesta en su rostro y sus piernas. Parecía ser un poco tímido, algo perfecto para poder controlar a su antojo.
Apenas terminar su copa, se levantó preparándose para ir, el hombre ante esa situación, se armó de valor para poder hablar con tan hermosa mujer.
—¡Espera! —Dios, lo había hecho, pensó. Silvina lo vió en una máscara falsa de sorpresa e intriga.
—¿Sucede algo? —sonrió con tal encantó que el hombre no supo como actuar.
—Bueno… yo... —maldición, se quedó sin palabras.
—Te han dicho que eres lindo cuando te quedas mudo —quería reírse al hablar así, pero al menos lo había conseguido. Volvió a su lugar y sin quitar los ojos de su presa inicio una casual conversación.
Tenía poco interés en su atractivo físico que era casi nulo. Lo que si necesitaba saber, era más de su vida, a que se dedicaba y por supuesto, su capital.
Pero si de algo estaba segura, es que sí había dinero de por medio. La fina ropa, el porte e incluso el reloj, delataban su cuenta bancaria.
—Si tu quisieras, bueno... Podríamos ir a un lugar más tranquilo, claro si tú quieres.
—Me encantaría —respondió Silvina.
…
Se levantó apenas escuchar el sonido de la puerta en la habitación del hotel, no fue del todo bueno abusar del alcohol pero luego de tan grata fortuna por conseguir un buen prospecto, se merecía celebrar.
Tenía entendido que Dante (como se hizo llamar) era un hombre divorciado quien manejaba una empresa de autopartes a las afueras de la ciudad, nada del otro mundo, pero apenas con eso podía comenzar para salir del hoyo al que cayó.
—¡Carajo! Pueden guardar silencio —abrió la puerta molesta, ni siquiera revisó si Dante seguía dormido.
—Lo lamento, sólo vine a dejar su servicio a la habitación como lo solicito.
Probablemente fue su amante, pensó Silvina sonriente.
—Déjalo sobre la mesa.
—Por supuesto.
Regresó a la habitación y notó que se encontraba vacía, se asomó en el baño y en el balcón pero ningun rastro de él.
—¿Sabes si mi novio salió un momento? —preguntó a la camarera.
—Si, generalmente se va muy temprano, pero pidió que le vinieramos a dejar el desayuno.
—¿Cómo que, generalmente?
—No es la primera vez que viene.
No esperaba que ocurriera eso. Ordenó a la mujer que se fuera y una vez sola llamó a recepción para saber si la cuenta estaba pagada.
—No, aún no se liquida. Le agradeceríamos bajara a pagar lo más pronto posible.
Maldijo para sus adentros. Dante resultó una fichita, el muy astuto, la dejó con la deuda del hotel y sobre todo, le negó toda comunicación, ya que no le respondía las llamadas.
—¡No puede ser, lo que me faltaba! —habló furiosa por su suerte.
…
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Lento, pero de mal en peor para cada uno.
A su modo claro.
Aún así, se queda abierto y encaminado su destino final. Cada quien lo puede concluír a su criterio.
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