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18. Expectativas

Disfruten el capítulo.

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—¡No puedo creer que lo vayas a hacer, Silvana! Es decir, buscarla después de todos estos años...

—Tampoco es como si me entusiasme, Mónica —la observó desganada—. Pero es mi última opción. Cabe la posibilidad de que sea la única que pueda ayudar a Mario.

—Puede ser y también temo por eso. ¿Qué tal si no te quiere ayudar?

La pelinegra se quedó pensativa, a su lado Renata se mantenía en silencio abrazando a su novia como muestra de apoyo.

Desde que llegaron al departamento, no pararon de dialogar sobre la idea de Silvana.

Tenían rato discutiendo acerca de viajar hasta Italia donde vivía la familia Deltho. Por supuesto, a quien irían a visitar sería a la señora Silvina Deltho con la esperanza de encontrar la ayuda que requerían para Mario.

—No sé que tenga que hacer pero necesito conseguir que acceda a realizarse las pruebas y… de ser compatible, nos ayude —su tono era serio.

—Esta bien —suspiró resignada, sabiendo que sería algo difícil de que ella difiera. Entonces la apoyaría—. No te preocupes, tendré todo listo para viajar mañana —se levantó del sofá, dió una vista rápida al departamento de Silvana, era la primera vez que iba, lo encontraba acogedor. Aunque no tenía tanto interés en ello, sino más bien, pensaba en lo que sucedería cuando Silvana hablara con su madre para pedirle ayuda.

Se despidieron de Mónica, debía ir a su departamento a preparar su equipaje y hablar con los empleados para que tuvieran listo el jet privado por la mañana.

—¿Te sientes bien, amor? —preguntó Renata al observar a su novia muy seria.

—Si, creo… que todo esto me tiene algo nerviosa.

No quería hablar tanto sobre el tema, tan sólo escuchar de esa mujer quien trató tan mal a su novia la hacía enfadar. Pues todo lo que sufrió cuando niña fue algo que la marco y dejó heridas, que poco a poco han ido sanando con terapia y mucho amor.

La rubia se acercó hasta donde se encontraba, se acomodó al lado suyo para abrazarla de vuelta y besar con ternura su mejilla, Silvana la sostuvo de la cintura aferrada a su cuerpo tratando de animarse y pensar que pronto todo se podría solucionar.

—Eres muy fuerte, amor. Podrás con esto y más —recargó el rostro sobre su hombro, se quedaron un rato así sobre el sofá, observando el atardecer de la ciudad.

Dejaron el tema a un lado, en lo que Renata terminaba sus deberes de la universidad, Silvana atendía en el despacho algunos asuntos de la empresa. Era una forma de tener la mente despejada y sobre todo, no quería descuidar tanto los nuevos proyectos que iniciaban.

Si deseaba levantar sus fábricas en Europa, debía de poner mayor empeño para que fuera así.

Renata, tenía rato esperando a su novia en el dormitorio. Era cerca de las tres de mañana cuando observó el reloj y vió que se encontraba sola.

Silvana aún no subía a descansar.

Bajó a ver qué ocurría, aquella mujer cuando se trataba del trabajo podía ser tan descuidada con su salud que era necesario frenarla para tomarse un descanso.

Al llegar a la sala, observó que las luces del despacho se encontraban encendidas. Era increíble que siguiera trabajando, se dijo molesta.

Entró a la habitación cuidando de no hacer ruido. Para su sorpresa todo se encontraba en silencio, su vista se posó enseguida al escritorio del centro en donde la pelinegra suele trabajar. Se acercó sólo para comprobar que Silvana dormía. Tenía poco tiempo de haberse quedado dormida reclinada al escritorio con bolígrafo en mano dejando un escrito a medias.

A su alrededor, algunos libros se hallaban encima, nuevos en su mayoría, era fácil inferir que tenían algunos días de ser adquiridos.

Levantó por curiosidad uno, leyendo el encabezado.

Un nudo en la garganta se le formó al observar mejor.

Todos, absolutamente todos los libros eran referentes a los temas de Leucemia. Por otro lado, también había algunos impresos dispersos en la mesa, sobre artículos de tratamientos exitosos y en ellos, anotaciones sobre los médicos y hospitales que lo llevaron a cabo.

De repente, sintió deseos de abrazarla tan fuerte y llenarla de besos.

Silvana, era la mujer más increíble que un hermano pudiera tener.

Ella podía ser testaruda, algo impulsiva en ocasiones pero, el grado de entrega hacia el bienestar por su familia, no tenía límites.

—De verdad amo tanto tu enorme corazón —susurró a la pelinegra.

Ni siquiera había subido a cambiarse de ropa. Desde que llegó al departamento con Mónica seguía conservando la misma.

Se acercó con cautela, le retiró la pluma de la mano, el reloj y las pulceras que se ponía en cada inicio del día.

Finalmente, puesto en el dedo anular, retiró el anillo que usaron en la ceremonia de su boda hace ya más de un año.

Sonrió al recordar aquel momento que decidieron comprarlos. Pasaron casi todo el día recorriendo cada una de las joyerías de la ciudad, para encontrar el par de anillos ideales que usarían en el día más especial de sus vidas.

Pese a que habían dejado de estar casadas hace ya un tiempo, la pelinegra seguía conservando esa joya tan especial y la usaba prácticamente todos los días como símbolo de lo mucho que amaba a la rubia.

Besó con ternura la zona donde retiró el anillo una vez ponerlo en la pequeña cajita de madera a su costado.

No quería interrumpir su sueño pero era necesario para que descansará mejor antes de su viaje.

—Amor —susurró a su oido con ternura —, despierta —espero, hasta que escuchó pequeños pucheros de molestia.

—Uhm… —apenas respondió entre el sueño.

—Cariñó, despierta. Vamos a la cama —completó cuando la pelinegra comenzó a removerse del escritorio al sentir los brazos de Renata.

—¿Qué… qué hora es? —se levantó sintiendo la espalda levemente adolorida ante la mala postura en que dormía.

—Más de las tres de la mañana, te quedaste dormida mientras trabajabas.

—¿Si? No me dí cuenta de lo tarde que era.

—Ven —extendió su mano—, subamos.

Renata fue la primera en acostarse, desde donde se hallaba podía escuchar el ajetreo de la otra habitación mientras Silvana terminaba su aseo personal.

Una vez lista, entró de vuelta y fue directo con la rubia, se cubrió de igual forma dando un suspiro de agotamiento al sentir la suavidad de la cama. 

Se quedó observando a la nada, no pasando desapercibido para Renata quien la veía a su costado con total calma.

—¿En que piensas, amor? —se aventuró a preguntar, acercándose más a la pelinegra.

Giró a su costado para quedar de frente a la rubia que la miraba.

—¿Crees que sea una mala idea lo que pretendo hacer?

Guardó un momento silencio antes de hablar. Entendió que lo que envolvía sus pensamientos era la visita con su madre. Desde un principio intentó no darle tanta importancia a su tan escandaloso encuentro pero a medida que se iba acercando el momento, Silvana no podía hacer nada más que pensar en eso.

—¿Comó te sientes con ello? —mencionó la rubia.

—Te digo la verdad —la vió a los ojos—, estoy asustada. El encuentro con Silvina está haciéndome más daño del que pudiera imaginar. Desde la fiesta en Andino, no deje de pensar en cómo hubiera sido mi vida si ella siguiera a mi lado, ¿Habría logrado todo lo que tengo ahora? ¿Estaría bien mi familia? ¿ Mi padre seguiría vivo? ¿Te habría conocido? Son cosas que me quitan el sueño tan sólo por el hecho de hablar de ella.

La abrazó por la cintura.

—No puedo ser yo quien te obligue a hacer o no lo que quieres —acarició su mejilla—. Sé que esperas a través de ella, que se dé el milagro de encontrar a la persona indicada para ayudar a Mario en su operación. Y no quisiera que te llenaras de falsas expectativas a partir de su visita.

—Lo sé —habló pensativa—, es frustrante porque parte de mi quiere pensar que Silvina estará dispuesta a ayudar por el simple hecho de que es su hijo quién lo necesita, pero está el otro lado donde mis recuerdos de la vida con ella sobresalen. De la forma en que lo trató, independiente del daño hacia mí.

Dejó salir el aire y continuó.

—Pero no tengo alternativa, si con eso podré salvar a mi hermano entonces… intentaría enfrentarme con el mismo demonio de ser posible.

—Sabes que te apoyo en cualquier cosa que decidas. Y no intentaré persuadirte de nada, pero lejos de todo lo que anhelas, me preocupa tu estado emocional. Cariño, has entrado más en contacto con tus emociones a diferencia de cuando te conocí. Eso puede tal vez provocar que te… desequilibre. No quisiera verte de nuevo sufrir y que repercuta en tú salud.

Analizó cada punto que la rubia expresó, era cierto que con cada día que pasaba el recuerdo de aquella Silvana fría y soberbia se iba desvaneciendo, ¿Quedaba algo de esa mujer? ¿Había hecho bien en dejarla afuera?

Eran preguntas que respondería en otro momento.

—Lo entiendo. Creeme que luchó contra eso cada día. Aún así, hay algo que me impulsa y anima a querer aventurarme, tú Renata. Es verdad que me aterra lo que pase, pero se que estás aquí, conmigo. Y a tu lado nada podría salir mal. Te amo y tú a mí, eso será suficiente para enfrentar las adversidades futuras —no quizó pronunciar nada más, en su lugar, atrajo su cuerpo al suyo envolviendola en un fuerte abrazo.

Hablar de esas cosas con la rubia quitaban peso en sus pensamientos más íntimos, un alivio que se transmitía y eran reflejados en las emociones que expresaba.

¡Dios, cuanto poder podía tener la persona correcta! Pensó la pelinegra.

—Gracias por escucharme, cariño —susurró con cariño.

—Siempre que me necesites, estaré para ti.

Se reconfortó en su abrazo, haciéndola caer en un estado de absoluta relajación hasta quedar completamente dormida.

***

—No, hoy haré una diligencias fuera, pasa mis pendientes para la siguiente semana —mencionó al teléfono, apurado a recoger los documentos que necesitaba llevar.

—¿Se puede pasar? —preguntaron del otro lado de la oficina.

—Pasa. Ah, eres tú Rodri —habló Gael sin dar importancia al asunto.

—No, está bien. Déjalo en la computadora de Renata, cuando vuelva le pediré que llené los expedientes —finalizó la llamada.

—¿Vas de salida?

—Si, tengo que entregar estos papeles hasta el otro lado de la ciudad. ¡Ay! Sólo ruego no haya tanto tráfico o me volveré loco.

—¿Porqué no le pides a Renata que lo haga? —mencionó, aunque si bien había escuchado al entrar, ella no se encontraba.

—No está, me avisó que tenía asuntos que tratar al otro lado del mundo.

Eso le interesó al señor Olivares.

—No sabía que tenía familia por allá —expresó, quería sacarle información al pobre de Gael quién se notaba abrumado y soltaba palabras sin importar.

—No, algo referente a la salud de su cuñado, fueron a buscar a la madre, no se bien. Mirá ¿Podrías entregar estos documentos a mi secretaria cuando te vayas? ¿Sí? Gracias —no le dió tiempo de responder, salió corriendo de la oficina, ni siquiera se percató que dejó el celular olvidado cosa que no pasó desapercibido para el otro.

Lo tomó con cautela y trás deslizarlo se dió cuenta que estaba desbloqueado.

Buscó en los registros de mensajería para ver si alguno era de su interés, encontró la conversación con Renata y leyó lo referente a lo que dijo Gael.

Se tomó el atrevimiento de contestar el mensaje solo para preguntar a donde exactamente había ido y con quién.

Gael: Me traes un recuerdito de…

Renata: Estoy viajando a Italia.

Gael: Perfecto. Me saludas a tu esposa, Renatita.

Renata: Si señor, yo le digo.

Borró la conversación y regresó el celular en donde estaba, justo estaba por salir cuando Gael entró de vuelta.

—Ay, ya iba saliendo del edificio cuando me acordé que olvide el celular —habló frustrado. Lo tomó de inmediato para salir como alma que lleva el diablo del lugar.

Rodrigo entregó los papeles que solicito Gael a la secretaria y pensativo luego de darle vueltas en la cabeza a la información que sacó, pensaba en las opciones de lo que podría hacer con ello.

Lejos de tener atracción hacia esa mujer, aborrecía que existiera alguien que lo menospreciara sin importar su persona. Era un hombre atractivo, no había duda y le encantaba que lo adularan por eso, cualquier mujer estaría loco por estar a su lado, hasta ese momento no había mujer que le interesará y se resistiera en estar con él, a excepción de Silvana, claro. Y no descansaría hasta haber conseguido domar a Silvana Kofmant y bajarle el ego de ”ser la mejor".

Necesitaba pensar lo que conseguiría, porque había sido tan difícil lograr que cediera por las buenas.

—Tendré que pensarlo más a detalle, pero no te dejare descansar hasta que seas mía, Silvanita —dijó a su mismo al salir de la empresa.

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Uff... Esto se pondrá bueno.

Comenten, ¿Cuáles son sus expectativas de la visita?

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Nos leemos luego.

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