16. Cólera
Un capítulo algo largo, disfruten y comenten. 😉
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—No te desanimes, sabíamos que esto podía pasar —mencionó Mónica mientras conducía a la mansión.
Por su parte la pelinegra no dejaba de pensar ¿De qué manera podía hacer para encontrar a alguien que pudiera ayudar a su hermano?
Pero por más que lo analizará no hallaba forma de hacerlo.
—Lo sé, debo de ser fuerte para él.
…
Pasaron al jardín trasero, cerca de la pequeña laguna se encontraba Mario sentado, leyendo un libro mientras esperaba la llegada de ellas. Silvana no quería ser quien diera la noticia de los resultados pero debía hacerlo.
Aunque muy en el fondo Mario deseaba que en alguna de ellas se diera el milagro de ser compatibles y asi, ponerle final a esa dura enfermedad, la realidad es que no podía ser todo fácil.
—Descuida, encontraremos a alguien más —habló Mario mostrando una sincera sonrisa —saben que ya estoy en lista de espera.
Veía en los ojos el sufrimiento de su hermana y a su vez como trataba Silvana de no hacerlo notar, pero era imposible para alguien como Mario no notarlo. La conocía y sabía cuánto le estaba costando mantenerse fuerte para él.
—Mis padres accedieron a hacerse las pruebas necesarias, tomara un tiempo en que puedan venir, pero están dispuestos a ayudarnos.
—Gracias, Moni.
Aún así, me preocupa el tiempo que ha transcurrido —pensó Silvana. Por mucho que los doctores lo tengan contemplado como prioridad el difícil camino de compatibilidad estaba de por medio.
—Lo conseguiremos, hermano —lo abrazó por sobre el hombro.
Él asintió como siempre sonriente.
***
—No lo sé cariño, me preocupa que no lleguemos a encontrar un donador a tiempo. Cada día que pasa, lo notó más… mal —mencionó la pelinegra mientras observaba las luces nocturnas del cielo desde la cama de su departamento.
—No dejes que esos miedos nublen tu mente. Sé que está situación es alarmante pero si comienzas a pensar en lo peor, lo único que conseguirás es dañar tú propia salud —subió a la cama una vez salir del baño, se cubrió con el cobertor pues era una noche fría la que caía en al ciudad. Abrazó el cuerpo de su mujer y le dió un tierno beso en los labios para luego reclinar su rostro a la altura de sus hombros.
—Es difícil, te juro que me siento inútil al no poder hacer nada más por mí hermano.
—Haces lo mejor que puedes para ayudarlo —la abrazó con mayor intensidad hasta que la pelinegra se tranquilizara—. No pierdas la esperanza, amor.
—No lo haré —volteó a verla atrayendola más a su cuerpo—. Eres tan hermosa, ¿Lo sabías?
—Bueno, si… pero que me lo digas tú lo hace más creíble.
—No habló sólo de tú cuerpo, es que… desde que te conocí esa personalidad con la que te expresas. Me muestras a una mujer valiente, sincera con un alma hermosa. Tienes siempre palabras para todo. Me quieres y te quiero —dejó un beso en su frente—. Enserio, no sé que hice bien para merecer todo lo que tengo contigo.
—Siempre eh sido así, no me gusta las injusticias y si tengo algo que decir trato de no guardarmelo —acarició con ternura su rostro—. Además, ya hemos hablado de lo que merecemos y no, así que deja de pensar así.
—Si, perdón —se sonrojó. Observó a Renata sonreír—. ¿Qué?
—Nada.
—Dime.
—jee… no es nada.
—De verdad. Dime, amor.
Sonrió. —Es que… me encanta tanto verte actuar así.
—¿Así cómo?
—Tan libre, expresiva con tus sentimientos. Te sonrojas al hacer algo mal o cuando te emocionas. Me agrada ver ese lado pasible en tí.
—… —un sonrojó más—. Hace mucho tiempo creía fielmente que debía reprimir ese lado mío. Sentía que me hacía débil. Ahora comprendo, que no es así.
—No lo es, te hace la persona más valiente al mostrarte realmente como eres. Amo tu carácter fuerte y dominante pero está versión de tí, me está gustando mucho más.
—A mí no tanto, pero si eso prefieres.
—Silvana…
—jejeje… sólo bromeaba. Yo hago lo que me pidas.
Dejó un último beso en su mejilla.
—Descansa, ha sido un día muy duro para todos.
…
[Días después]
—Asfixiado, estoy asfixiado de todo lo que tengo que coordinar gracias a los irresponsables del piso de arriba —daba vueltas como loco revisando el enorme salón donde se llevaría a cabo el evento, mientras Renata lo seguía y observaba sin saber cómo tranquilizarlo.
Era cómico de cierta manera.
—Ah… señor.
—Dime, Renatita —volteó a verla abrumado—. ¿Sabes si los del banquete ya están aquí? Les pedí puntualidad y mira la hora.
—Ah… no lo sé, pero investigaré.
—Tres y media según lo estipulado en el contrato, Señor —habló una mujer detrás de ellos, se trataba de la chef que se encargaría del servicio.
Miró su reloj.
—Bueno, bien por tí.
—¿A… Alondra? —habló con asombro Renata.
—Hola, Renata —la saludó con respeto.
—¿Se conocen? —preguntó Gael, ellas asintieron—. Perfecto. Renatita, indicale donde quiero que instalen todo —ni siquiera terminó de hablar, y se fue hasta el otro lado del salón donde pedían su asistencia.
Las chicas se vieron a si mismas hasta soltar una risa.
—Es muy…
—¿Efusivo?
—Más bien, gracioso.
—Si también eso.
Las dos se fueron hasta el área de cocina. Renata se desenvolvía bien en su papel, no le tomó nada de sorpresa a Alondra quién atenta captaba lo que en palabras de la rubia, su jefe Gael pedía.
—Hablaré con mis cocineros para que se pongan en marcha.
—Bien, mientras iré con…
—Renata, dichosos los ojos que te miran —una tercera voz se metía.
Se trataba del señor Olivares.
—Señor, buenas tardes.
—Rodrigo, linda. Te dije que sólo me digas así.
—¿Qué hace aquí tan temprano? —ignoró lo último—. Los invitados comenzarán a llegar hasta dentro de tres horas.
—Vine por pendientes de la empresa. Por suerte acabaron pronto y quise venir a ver como iba todo. Y mira que agradable sorpresa. Te encontré.
La Chef arqueó la ceja. Ese tipo no le daba buena espina.
—Estaba terminando en mostrarle a la Chef De Gante, parte del servicio.
Se dirigió a Alondra en un saludo respetuoso para luego volver la vista en Renata.
—Bueno ya que acabaste, puedes acompañarme para buscar a Gael, su hermano me pidió que le entregara esto.
—Ah…
—De hecho —intervinó Alondra—. Aún falta hablar de los tiempos para cada platillo, ¿Le parece señorita Sears si me acompaña? —le giño el ojo.
—Claro.
Ambas caminaron de vuelta a la cocina dejando al hombre sólo.
—Y… ¿Qué quieres saber de los tiempos?
—En realidad nada —sonrió—. Pero ese hombre, no lo sé, tiene algo que me hace pensar que no es bueno.
—El señor Olivares es algo pretensuoso pero no creo que sea malo. Aún así, gracias por salvarme de él.
—No tienes nada de que agradecer, para eso estamos las amigas.
Pasado un tiempo, dejó a Alondra trabajar.
Le alegraba verla y saber que su amistad se estaba recuperando poco a poco. La Chef, era alguien que valía tanto la pena. Y esperaba que algún día se cruzará en su camino la persona que la pudiera hacer muy feliz.
—Okay, ya está todo listo —habló su jefe Gael—. Sólo resta ir a prepararse y disfrutar de la fiesta —buscó en su bolso el celular para llamar a su esposo —Vamos, Renata.
—Si, señor.
…
—Nos vemos aquí, puntual Renatita. Será muy divertido. Además, ya quiero conocer a tu esposa.
—Bueno, señor no sé si yo pueda…
—Oh, no. No no hija tú tienes que venir aquí. También eres invitada.
—…
—Y no acepto un no, por respuesta.
—Esta bien —asintió resignada.
…
—¿Creés que el vestido azul marino luzca bien o prefieres el negro? —hablaba Renata en medio de una videollamada con Silvana.
—mmm… me gustan los dos.
—Amor, esto es serio. Además, ¡Ya deberías estar aquí para cambiarte!
—Dije que te acompañaría pero Javier no canceló la última junta del día. Ya todos están en la sala esperando.
—Descuida, igual sólo iré un rato.
—Esta bien, cariño. Cuidate.
—Nos vemos en la noche.
—Si.
—Fin de la llamada.
Dejó ir un suspiro, para ir de inmediato a la sala de juntas.
…
—Eso es todo señores. Revisaremos las proyecciones en la siguiente reunión.
Todos asintieron y una vez concluida la sesión, salieron de la sala.
Revisó su reloj observando que era buen tiempo para alcanzar a Renata. La sorpresa que se llevaría pues algo que no sabía la rubia, es que la dueña de Industrias Kofmant era también invitada.
—¿La ropa que te pedí?
—En su oficina —dijó Javier.
—Perfecto.
…
***
La rubia se encontraba hablando con algunas personas que laboraban como editores en la revista, la gran mayoría catedráticos y directores de instituciones.
—Nada mal para una novata, eh Renatita —se acercó su jefe una vez verla a solas.
—Señor Gael. Tenía rato buscándolo.
—Andaba saludando a los invitados.
—Oh, que bien.
—Asi es. Pero ven, quiero que conozcas a mi esposo.
La llevó a la parte central del sitio donde en una de las mesas principales un hombre de traje gris platinado hablaba con la esposa del presidente de la editorial.
—Cariño, ven. Te quiero presentar a alguien —su esposo se levantó para ir hasta donde Gael pedía—. Mira, ella es Renata Sears, interna en mi área. Y… el es Jorge, mi marido.
—Un placer, señorita Sears —saludó con amabilidad.
El señor Gael, volteó a ver a todas partes como buscando a alguien.
—Hija, y… ¿Dónde está tu esposa? Creí haberte pedido que la trajeras.
—Si, ella no pudo...
—Señor, algunos de los invitados más importantes están llegando ya —interrumpieron la plática.
Su jefe de inmediato pidió a su personal ir a la entrada para recibirlos como lo merecían.
—Pide a los fotógrafos sean discretos no queremos molestarlos tanto, de acuerdo —habló a sus coordinadores—. Renata, ven conmigo.
La rubia asintió y lo siguió hasta el acceso principal donde gente muy importante ya se encontraba llegando.
Se asombró mirar a deportistas de alto rendimiento y que sólo tenía oportunidad de ver en televisión caminar muy cerca de ella.
Ni siquiera pensó en que aquella actriz que de niña admiraba estuviera como invitada.
Tal vez le pediría su autógrafo más tarde.
En realidad, por lo que reconocía eran las mismas personas que fueron entrevistados en la edición especial.
Deportistas, Cineastas, Empresarios….
¿Empresarios? —se preguntó.
—Ah, señor. La lista de aquellos que entrevistamos, ¿Todos están confirmados?
—No, no todos. Algunos por compromisos no pudieron asistir.
—Entonces… —dejó de hablar cuando observó por el corredor principal a una pelinegra que venía llegando de igual forma.
Su rostro eres como un temprano de hielo ante los ojos de los reflectores que no paraban de captarla en fotos. Se detuvo sólo un momento a entregar la invitación y luego de eso, con recatez observó levemente a su alrededor para ver si veía a cierta rubia.
Y si que lo hizo.
Esbozó una sonrisa que contagió de inmediato a Renata pues no sé imaginaba que de verdad estuviera ahí. A esas alturas ya no le importaba si las veían juntas, más al contrario quería correr hasta ella para abrazarla y besarla.
Renata se separó del señor Gael quién se encontraba terminando de agradecer a uno de los empresarios hoteleros su asistencia.
—Eres una…
—Te reto a terminar tu oración —habló Silvana con voz seductora, una vez tener a su novia cerca.
—bellisima tramposa.
Sonrió. —Tambien luces hermosa, amor.
—Gracias por estar aquí —se ánimo a acariciar su mejilla observándola a los ojos con total cariño.
—Señorita Kofmant —se acercó Gael tan pronto se desocupó—, un gusto tenerla en Andino, siéntase bienvenida. Y en lo que podamos atenderla háganoslo saber.
—Agradezco la invitación. Por ahora sólo deseo pasar un tiempo a solas con Renata.
—Entiendo. Y déjeme decirle que su amiga es muy trabajadora y visionaria.
—Eso ya lo sabía —observó a Renata con amor—. La mujer perfecta —suspiró para si.
Gael notó el rubor en las mejillas de Renata. Y tal vez sonaba loco pero una idea surgió en él.
—Disculpe, usted es… ¿La esposa de Renata? —se atrevió a preguntar.
—Ah, bueno ya no…. —mencionó Renata pero la pelinegra interrumpió.
—Así es. Renata Sears y yo somos esposas —la atrajo hacía ella —Ahora, si nos disculpa. Quisiéramos divertirnos un rato —se despidió cortésmente y avanzó hasta la mesa que uno de los meseros les extendía.
…
—Tú jefe me estresa.
—jajaja… ¿Porqué dices eso?
—Es muy servicial, me abruma.
—Cariño, es parte de su trabajo, debe recibir a mucha gente y tratarla bien.
—Como sea —sonrió cambiando de tema—. Viste como se nos quedaron viendo cuando nos vieron juntas. Te aseguro que no se esperaron que tuviera como novia a una mujer guapísima y muy inteligente.
—Pues pudiste decirme que si venías al menos así, me hacia a la idea de que ahora todos me verán y tratarán diferente.
—Amor —acarició su mano—. Te doy un consejo de mujer a mujer: que no te importe lo que digan los demás. La gente siempre hablara ¿Qué porque ella tiene eso o aquello? De seguro es porque está con ella… en fin. Nadie viene a este mundo para complacer a los demás más que a uno mismo —besó con ternura sus nudillos—. Sé lo que eres tú: una chica que se esfuerza todos los días, asiste a la universidad y encima de todo trabaja medio tiempo en esta revista y siempre, siempre tiene una sonrisa para regalar.
—Tengo… tantas ganas de besarte, ahora mismo.
—Entonces, hazlo —la atrajo con ternura y sin más beso sus labios tintados de carmesí que combinaban perfecto con aquel vestido rojo que lucía esa noche Silvana. Se sintió tan bien el contacto con su novia aún sin importar que algunas miradas estuvieran puestas en ellas. Que importaba como bien lo dijo, ambas eran felices, se amaban y se complementaban tan bien que nada podía hacer fallar esa increíble relación.
Llegada la media noche, los invitados comenzaban a retirarse, la fiesta había sido un éxito y los organizadores agradecían la asistencia de los presentes.
—Cariño, espérame aquí. Enseguida vuelvo —mencionó Silvana un poco mareada por el alcohol.
—Claro. Ve con cuidado.
—jejeje… Estaré bien.
…
No se demoró en el sanitario, cuando caminaba de regreso estaba feliz porque todo había resultado bien y sobre todo porque ahora todos sabían abiertamente que Renata era su esposa, o novia, quizá no importaba tanto el título, sólo que estaban juntas. Aunque… tenía pensado en algún futuro cercano volver a proponerle serlo de nuevo.
Estaba inmersa en sus pensamientos cuando alguien la llamo a su costado.
—¡Pero miren, a quién tenemos aquí!
Maldita sea —pensó Silvana, de las personas que jamás quería volver a ver en su vida él era el primero.
Rodrigo Olivares
—Es usted —prefirió pasar de largo, algo que a él no le agrado en lo absoluto.
—Silvana, espere. ¿Podemos hablar?
—No veo algo que pueda hablar con usted. Así que, si me disculpa.
—Oh, descuide no le quitaré más que unos segundos.
—Hablé rápido.
—Espero que nuestra penosa relación laboral no afecte la amistad que hay entre nosotros.
—No existe tal relación entre usted, y yo. Así que evite expresarse tan falsamente.
—Esta bien, está bien. Sólo quiero darle mi sentir en aquello que está atravesando su familia, es difícil tener a un hermano enfermo. Y más siendo su única familia.
—Usted, ¿Cómo sabe de eso?
—No te exaltes, lo leí en alguna noticia. Pero lo digo con sinceridad, puedo ayudarte a conseguir el transplante que necesitan. Sabes que es muy difícil hoy día encontrar un donador adecuado. Pero no imposible, así que el día que tú digas estará listo todo. Sólo que… ya sabes que todo tiene un costo ¿Verdad?
Ella sabía a qué se refería con eso. ¡Por Dios! Pero ¿Qué ese vejestorio no se rendía con lo mismo?
Ni siquiera se permitió pensarlo.
—Escuchemé bien porque al parecer parece no hacerlo. Nunca, NUNCA aceptaré casarme con usted. Esta discusión termina aquí, así que no quiero que vuelva a acercarse a mí. ¡Me escuchó!
Rodrigo intentó no mostrar su enojo, la pelinegra nuevamente lo había rechazado.
Estúpida Silvana —pensó.
—¿Y no piensa en el bienestar de su hermano? Esto ya no se trata de nosotros sino de él.
—Por supuesto que pienso en su bienestar, y eso mismo me hace creer que nada bueno saldría de su "apoyo". Así que, porque no se regresa por donde llegó y deja a mi familia en paz —dicho lo último, salió en dirección al salón donde Renata la esperaba.
—Si, quieres verlo muerto pues adelante, déjalo morir, será TÚ culpa —alcanzó a decir, el rostro de Silvana enrojeció de cólera. Quizó regresar pero el hombre se había ido.
Tarde o temprano terminarás por ceder —masculló de mala gana Olivares.
…
—Amor, tardaste un poco —habló Renata al ver llegar a Silvana.
—Lo siento, algo me distrajo. Es todo —seguía molesta. Caminaron hacia el estacionamiento.
—¿Te encuentras bien? Pareces molesta.
Si. Lo estaba, tanto que quería reñir con el primer sujeto que le hablara a excepción de Renata, por supuesto.
Y como si aquello fuera cosa del destino apareció la persona ideal para eso.
—Renata, fue buena la fiesta ¿No? Espero les haya gustado la comida —expresó la Chef con alegría.
—Estuvo todo delicioso. Felicidades, te luciste.
Que era eso que estaba creciendo en su pecho. ¿Enojo? Demonios, ¿Porqué se sentía con esa ganas de echarle riña a esa mujer que no dejaba de coquetear con su mujer?
No, debía de controlar su irá, pensaba. Sabía que ellas solo eran amigas. Le creía a Renata.
¡¡¡Pero Dios!!! De verdad dolía, verla sonreírle y hablar descuidadamente con ella.
¡Maldita sea, aquel hombre la había dejado tan mal!
No lo pudo soportar más y estalló.
—¡Será la primera y última vez que lo diga! —se acercó hasta ellas. En un ataque sorpresivo, tomó a Alondra de la camisa observándola con furia—. No te quiero cerca de MI MUJER. ¡Escuchaste!
La otra chica se llenó de esa carga negativa y empujó con fuerza el cuerpo de la pelinegra.
—¡Tú no me das órdenes! Renata y yo somos sólo amigas. Que te quepa eso en la cabeza.
—¿Amigas? Si, claro. Tú no la vez así, sé que la deseas. Pero escúchalo bien, a la única mujer que ama con todas sus fuerzas, es a mí. ¿Me oíste?
—¡¡¡Silvana, es suficiente!!! —espetó la rubia, molesta al ver la escena delante de sus ojos.
¿Qué demonios era todo eso? —pensó. Acaso ¿No le había quedado claro ya? ¿No habían hablado sobre eso?
La pelinegra intentó acercarse a la Chef de vuelta pero Renata se interpuso.
—Es la última vez que lo diré. No quiero discusiones entre ambas. Me oíste, Silvana —la sostuvo sin soltarla aún viendola furiosa —Alondra, vete.
—¿Estas segura? No quisiera…
—Estaremos bien, vete. Por favor.
La Chef, molesta aún, levantó su saco del suelo y se fue hasta su camioneta.
No sin antes darle una última vista preocupada hacia donde se encontraban ellas.
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Todo iba tan bien…. :'(
Rayos, nadie vio venir esa reacción de Silvana.
Todo por culpa del maldito de Olivares.
Comenten, ¿Que creen que le diga Renata?
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Nos leemos luego.
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