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14. Dificultades

Siento la demora, disfruten el capítulo.

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—Amor, no debiste venir tan temprano —abrazó a Renata luego de bajar a recepción cuando supo que se encontraba ya en el hospital.

—Si te soy sincera, no pude dormir pensando en la salud de Mario —se aferró a su abrazo—, no deseo que le pase algo malo a él.

—Yo tampoco, cielo. El doctor dijo que tendría listos los estudios hoy. Sólo espero, que todo salga bien.

—Así será, ya lo verás -la tomó de las manos besándolas por igual. Sabía lo difícil que eran esos momentos para Silvana, lo notaba en su semblante. De alguna forma, debía poner todo de su parte para ser la fuerza que Silvana tanto necesitaba—. Sé que es temprano, pero necesitas comer algo —completó desviando el tema.

—No, amor no tengo hambre —dijó de inmediato.

—Silvana, te conozco perfectamente para pensar que ni siquiera probaste la comida que te deje antes de irme. ¿No es así?

—...

—Así que, no hay excusa. Vamos a la cafetería por algo de desayunar.

Reconocía que Renata podía ser firme cuando se lo proponía y siendo así, muy difícilmente habría espacio para contraponer voz a alguien tan insistente como lo era la rubia.

La amaba por eso.

—¿Eso es...? -arqueó la ceja.

—Es una orden, cariño —tomó su mano caminando en dirección al elevador.

—Esta bien —mascullo resignada.

...

Comió todo lo que Renata compró para ella apenas pudiendo terminarlo. No fue mucho de su agrado desayunar un emparedado y batidos, pero tenía razón su novia al cuidar su propia salud y no saltarse los alimentos.

—¿Y... hablaste con Mario? —preguntó Renata al verla terminar al fin el último trozo de pan.

—Estuve toda la noche cuidandolo y se mantuvo dormido. El doctor dijo que demoraría en despertar debido a los analgésicos suministrados por la caída.

—Mario, es tan afortunado de tenerte —sonrió embelesada—. Lo quieres y lo cuidas mucho.

—Jaa, lo quiero tanto que ni siquiera me di cuenta que se encontraba mal —habló sarcástica—. Debe estar odiándome.

—No podías saberlo. Deja de culparte por ello. Además, tú hermano sabe cual importante eres para él. Jamás podría odiarte.

—¿Cómo sabes eso?

—Porque lo siento. Tú hermano sabe cómo te sientes, conoce tus miedos, fue la primera persona en entender con claridad la verdad que hay aquí —señalando el corazón—, esa conexión que hay entre ustedes, es la misma que tengo por tí. Por eso, debes quitar aquellos temores que intentan nublar tus pensamientos, eres una mujer fuerte, que no se deja vencer por nadie, ¿Odiarte? Por supuesto que no, te amamos y tú nos amas —la envolvió en un abrazo-, siempre a sido así.

La pelinegra no supo que decir ante lo expuesto por Renata, ¿Cómo alguien podía tener esa capacidad de borrar con sólo unas palabras los pensamientos negativos en ella? Lo creía y lo seguía pensando.

Renata era la mujer más maravillosa que alguien pudiera desear.

—No sé que haría si no estuvieras conmigo, amor. Eres más de lo que pude soñar. Ahora lo sé, amo todo lo que tengo, la familia que somos; mi hermano, Mónica y tú. Son, la mejor cosa que me pasó en la vida.

—Y la mía también, cariño —besó con ternura sus labios—. Siempre voy a estar junto a tí, cuidándote y apoyándote sin importar que.

—¿Es una promesa?

—Lo es, amor.

...

Regresaron de vuelta a la sala, Mónica recién había llegado y querían subir a la habitación para verlo.

—Señorita, al fin la encuentro —mencionó el doctor al ver a las tres mujeres presentes.

—Doctor, estábamos por subir a verlo.

—Comprendo. Pero antes necesito entregarle —extendió los documentos—. Estos son los estudios que le hicimos a Mario Kofmant.

—¿Qué tiene mi hermano, doctor? —observó al doctor que guardaba una postura sería.

—Encontramos irregularidades en los niveles de sangre. Esto significa que hay células extrañas desplazando las células sanguíneas normales.

—¿Qué quiere decir eso?

Contuvo la respiración.

—Su hermano tiene leucemia linfoblástica aguda.

—Cancer... -susurró Mónica.

—Lo siento mucho.

Aquello cayó como balde de agua fría a la pelinegra quién se mantuvo en una postura indescifrable ante los ojos del doctor que la observaba al darle el diagnóstico de su hermano.

—¿Cuál... es su situación actual? —completó Renata titubeante.

—Desafortunadamente está en un estado avanzando. Se necesita de un donante de médula ósea o sino, las consecuencias serían perjudiciales.

—¿Se va a morir? —preguntó con angustia Silvana.

—No, no señorita. No nos adelantamos a eso —observó el semblante de todas, sabía que lo que procedía no sería del agrado de ellas pero debía hacerlo—. Debo ser muy honesto con ustedes sobre algo que verificamos.

—De que se trata doctor.

***

Se sentía débil y cansado. No recordaba en que momento fue que se le ocurrió bajar deprisa los escalones y dado el sobreesfuerzo sintió mareos hasta desplomarse.

Retiró la manta de encima para bajar de la cama sintiendo aún leves mareos quizá por el suero.

—¿Qué hace, señor? Por favor, vuelva a la cama —habló la enfermera quien venía entrando a la habitación acompañado del doctor.

—Doctor, qué bueno que es usted —lo conocía dado que el llevaba su caso desde que comenzó a tratarse, además de ser el médico familiar.

—¿Cómo te sientes Mario? Me informaron que sufriste una caída.

—Sólo fue un leve mareo, nada fuera de lo común. Ya me siento mejor, doc —intentó buscar sus cosas pero el mareo lo detuvo, la enfermera lo ayudó a sostenerse.

—Vuelva a la cama, señor Kofmant —tomó el registro médico del frente de la camilla dándole una rápida revisada para luego posar la vista hacia el joven—. Seré breve Mario, tengo una audiencia en pocos minutos —habló con seriedad—. Su familia se encuentra afuera, ya sabe de su situación.

—¿Cómo? Ah, le dije que no avisarán de esto a nadie. Por favor doctor, podría tratar de desviar el diagnóstico no lo sé tal vez que se equivocaron...

—Mario —suspiró agotado—. Lo lamento, pero no puedo hacer eso. No debí cambiar el diagnóstico la última vez con tu familia. Tú hermana lo sabe todo.

—¿Qué quiere decir?

—Silvana está demandando al hospital por negligencia médica, eh sido despedido.

—¡¿Qué?! —habló asombrado.

—Espero logren encontrar un donador pronto. Conoces tú situación.

Se mantuvo cayado al ver al doctor caminar a la salida—. Doctor —habló haciéndolo detenerse—, yo de verdad... lo siento mucho. No quise... perjudicarlo.

Él solo asintió, retomó su camino cuando la puerta de la habitación se abrió.

—Creí haberle dicho que no lo quería cerca de mi hermano, doctor.

—Descuide, ya me iba.

—Silvana... —alcanzó a decir Mario notando el semblante serio de la pelinegra. Ella levantó la mano señalandole que guardara silencio.

Se mantuvo en la entrada con seriedad hasta ver salir al doctor y la enfermera. Una vez solos, cerró la puerta y se dirigió a la camilla sin pronunciar ninguna palabra.

—Supongo que quieres una explicación —expresó Mario al verse atrapado por su hermana.

Silvana dejó ir el aire contenido y ya más calmada, se sentó delante de él.

—Supones bien.

—¿Estas molesta?

—No —habló con calma—. No estoy molesta, Mario. Pero de verdad quiero saber ¿Por qué lo hiciste? Es que acaso ¿No confías en mí?

—Sil... No debiste hacer que despidieran al doctor.

Se levantó y caminó a su costado.

—Yo, eh tratado desde que eras un bebé, de protegerte, estar en todo momento para tí, apoyándote cuando pequeño y velando por tú bienestar. Ahora, estoy aquí y me entero que estas mal de una enfermedad que me mantuviste oculta por mucho tiempo.

—...

—No estoy enojada, me siento excluida. Y me duele que no confiaras en mí.

—Sil, nunca fue mi intención lástimarte. Es sólo que... siempre has estado cómo dijiste, protegiéndome de todos, siempre poniéndote al frente de mis problemas. Aún recuerdo la vez que te echaste la culpa por el cristal que rompí del auto nuevo de papá. Creo que esa vez, fue la primera ocasión en pensar que estaba abusando de tu generosidad, eres mi hermana pero te pusiste el letrero de mamá.

—Mario, sabes que todo lo que hago es para...

—Para mi bien, lo sé. Pero que hay de tí, de tu propia felicidad, por muchos años interpusiste tus sentimientos por los míos. ¿Creés que no sentía que te estaba haciendo mal? Cuando me enteré de mí enfermedad quise correr y decirtelo de inmediato pero entonces lo recorde, esa vez que salimos al cumplir mis dieciocho años, no quería seguir interponiendome en ti. Quería que fueras feliz. Y como si el destino así lo planeara apareció esa chica para poner tu mundo en sintonía nuevamente. Entonces comprendí que debía librar está batalla por mi propia cuenta.

La pelinegra guardo silencio, le era difícil comprender lo que su hermano decía, jamás había cruzado por su mente que él tuviera esa perspectiva de su relación, era verdad que siempre quiso protegerlo, y quererlo pero ¿Qué no de eso iban los hermanos?

—Comprendelo —lo tomó de las manos—, nunca has sido una carga para mí. Y si querías que fuera feliz entonces no lo conseguiste, porque mi felicidad es tener a mi familia conmigo, unida. Tú eres mi familia, te quiero vivo y no a punto de morir.

—...

—Te amo Mario, eres el mejor hermano que alguien pudiera tener. Dijiste que no hiciste nada por mi, pero te equivocas, fuiste la persona que estuvo para mí cuando Fernanda me engañó. De todas las veces que dude de los sentimientos de Renata en el pasado, me hiciste ver la realidad de su corazón. Te conté de la mentira hacia ella, me incentivaste a hablar con la verdad y más aún, cuando me dejó dejaste en claro que debía luchar de vuelta por ella.

Se sentó a un costado de él.

—Sabes un secreto, estuve tentada infinidad de veces a mandar todo al carajo, pero no pude. Porque siempre que surgía esa necesidad, bastaba con voltear a mi lado y mirarte. Te necesito, más de lo que tú a mí, ¿No lo entiendes? Sin tí, tal vez ni siquiera sería la persona que soy actualmente. Eres mi familia Mario, mi hermano querido —dejó un casto beso en su frente—. No quiero que te pase nada malo.

—Te quiero Sil —se aferró a su cuerpo sintiendo el corazón latir a tope mientras sus lágrimas caían sin cesar—. Perdóname.

—No te disculpes, sólo no vuelvas a ocultarme algo así —lo contuvo en sus brazos—. Encontraremos a un donante, mi pequeño.

—Si.

***

Pasaron prácticamente todo el día en el hospital, luego de hablar con su hermano y los médicos que atendían su caso, comenzaron los estudios para hallar entre los familiares algún donante, sería cuestión de días para conocer los resultados. Y esperaban con todo el alma que alguna de esas mujeres pudiera ser compatible al cien porciento.

—Estoy exhausto y hambriento —bostezó Mario que venía sentado en la silla de ruedas.

—Pues debiste comer lo que la enfermera te trajo a la sala —habló Mónica empujando la silla.

—No fue mi culpa, tú te acabaste mi jugo y gelatina cuando tuve que ir al baño.

—Dahh... tenía hambre.

Una pequeña risita se escuchó de la rubia caminando al lado.

—Pueden guardar silencio, recuerden que estamos en un hospital —espetó la pelinegra.

—Ja ja... lo dice la que armó tremendo lío cuando se enteró del secretito de su hermano.

Viró los ojos. —No sé cómo te soporto, Mónica —masajeandose la cabeza.

—El doctor dice que conoceremos los resultados de sus pruebas en unos días, hasta entonces deberíamos mantenernos tranquilos, ya veremos qué sucede adelante —expresó la rubia desviando el tema para las dos mujeres que tenía al lado.

—No quiero seguir en el hospital, por favor podrían...

—Podrás ir a casa mañana, hasta entonces deberás permanecer aquí sin excusas, oíste —mencionó Silvana.

—Bien...

...

—¿Estas cómodo? —preguntó Silvana retirando la almohada extra de la cabecera.

—Estoy bien, gracias.

—Sil, no te preocupes todo estará bien. Ve a casa y descansa un poco.

—¿Estas segura que no me necesitas, Mónica?

—Prima, descuida. Estaremos bien, hay como cuarentena enfermeras a mi disposición, así que no te necesitamos esta noche.

—Ve y descansa —habló Mario hacia la pelinegra—, estaré bien.

—De acuerdo, vendré temprano a verte —besó la mejilla de su hermano y regresó con Renata quién aguardaba por ella.

—Vamos —susurro la rubia.

...

El aroma a vainilla en la habitación inundó poco a poco su nariz. Se dejó consentir por Renata tan pronto como entró a la enorme bañera. Se sentía realmente agotada y agradecía que su novia le brindará suaves masajes en la espalda.

—Ah, se siente delicioso, amor. Tienes una manos increíbles.

—No hables y disfruta.

Se mantuvo en su labor, hasta que escuchó pequeños gemidos de placer, se ruborizó al escuchar la melodiosa voz de Silvana en los momento que presionaba las zonas donde más nudos de estrés tenía.

—Deja de hacer eso —sentenció Renata divertida.

—Es qué... Se siente tan bien, ¡Cielos!

Sonrió por el comentario. Estuvieron un rato más así, hasta que Silvana volteó a mirarla, sonrió y la envolvió en un abrazo sintiendo el calor de su cuerpo desnudo cerca.

—Gracias, amor —mencionó la pelinegra—, por estar aquí conmigo.

—Todo estará bien, cariño. Saldremos de esta —besó la frente de Silvana y continuó abranzándola brindarle con sutileza caricias en sus mejillas.

—Si, así será.

...

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Muero de amor con ese par.

Al fin se enteraron de lo que ocurre con Mario.

Silvana puede ser tan severa con el mundo cuando su familia está en peligro.

Ya veremos como resulta todo.

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Nos leemos luego.

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