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13. Designio

Disfruten el capítulo.

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La oficina se encontraba vacía desde las 3 de la tarde. Gael, su jefe. Le había pedido a la rubia que terminara de revisar los bosquejos de edición en su computadora mientras salía de junta.

Bostezó un tanto somnolienta. Estaba cansada y moría de hambre.

No era su culpa que se encontrara en exámenes, se haya dormido tarde estudiando y encima de todo, luego de eso, Silvana la entretuviera un rato en la cama.

Aquello, le hizo sacar una sonrisita cómplice, no recordaba que Silvana fuera tan… pasional en sus sesiones de amor.

En las últimas semanas, habían probado tantas posiciones y lugares para hacerlo como se le iban ocurriendo a esa mujer.

¡Dios! ¿Es que no sé cansaba?

Bajó al primer piso del edificio para comprar un café  o algo que la mantuviera despierta. No tardó demasiado. Ya venía de regreso a la oficina cuando su celular timbró.

Era Silvana.

—Hola, amor. ¿Qué sucede?

—Nada —respondió con alegría Silvana.

—Okay…

—¿Es qué no puedo llamarle a mi hermosa novia, cuando la extrañe?

—No, si me encuentro trabajando.

—mmm… está bien —escuchó un quejido de la pelinegra—. Sólo hablaba para avisarte que hoy saldré un poco tarde de la empresa, necesito terminar de revisar los próximos proyectos si quiero tener libre el fin de semana para nosotras.

—No te preocupes, amor. Te veo en casa entonces.

—Bien, espérame despierta —aquellas palabras iban con doble sentido.

Renata viró los ojos, incrédula de lo que oía. —Cariño, sabes que te amo demasiado, pero… ¿Podrías dejarme descansar está noche?

—¿Por qué? ¿Es qué no puedes seguirme el ritmo un par de horas? —sonó burlona. Tal vez si se haya pasado un poco de la cuenta en repartir amor a la rubia, pero ahora más que nunca estaba tan entusiasmada por querer hacer feliz a su novia.

—¡Un par de horas! ¡Por Dios, Silvana! Después de que terminamos de hacerlo, apenas intento conciliar el sueño cuando tú despertador ya está sonando.

—jajaja… bien me declaro culpable.

Las puertas del elevador se abrieron y avanzó hasta la oficina de Gael.

—Luego hablaremos de eso —sonrió tan sólo de imaginarse de lo que estuviera pensando Silvana—, estoy por entrar a la oficina de mi jefe.

—Okay, cariño. Cuídate.

—Fin de la llamada.

Le pareció dulce escuchar el puchero de su novia antes de colgar. Cuando se lo proponía Silvana podría ser la más infantil.

Y le encantaba.

—Aquí estás Renata —se acercó Gael hasta ella, con el rostro inundado en felicidad.

—Ah, bajé un momento por un café y…

—Eso no importa. Ven. Acabo de salir de junta, revisamos los reportes de venta de la edición del mes.

—Oh, y ¿Cómo estuvo señor?

—¡De maravilla! La mejor edición de este año. ¡Ahh! Estoy tan emocionado por la gran noticia.

—Felicidades, señor.

—Claro, "Renita". Pero obviamente fue gracias al trabajo de todos que se logró esto. Tú ayudaste con la entrevista de Silvana Kofmant, tu amiguita.

—Si, mi amiga... —prefirió cambiar de tema—. Eh, terminé de revisar lo que me pidió y agregué algunas sugerencias.

—Perfecto, dejemos de lado ese tema y concentremonos en…

El sonido de la puerta interrumpió, Gael asintió para que ingresará la persona. La sorpresa fue para Renata al ver de quién se trataba.

—Siento la molestia, Gael —habló con voz grave—. Olvidaste estos papeles en la sala.

—¡Ay! ¡Qué descuidado soy! Gracias, cielo —respondió al hombre que lo veía con el ceño fruncido por su atrevimiento. Dejó de prestarle atención cuando sus ojos se posaron en la rubia que tenía al lado.

—Renata, que gusto verla —extendió la mano a modo de saludo y sonriendo, aunque fuera fingido.

Aquella chiquilla, el hecho de verla de nuevo, le traía a la mente, el rechazó de la estúpida pelinegra para aceptar casarse.

Algo que no lograba tolerar.

—Señor Olivares —sonrió por cortesía.

—Rodrigo, por favor. Me haces sentir viejo.

—Y ¿No lo eres? —Intervinó Gael a modo de burla. Le pareció gracioso a la rubia, pero dado que se trataba de un accionista, prefirió evitar alguna reacción que pudiera molestarlo.

—Tengo 45 años. Así que deja de decir que soy viejo —intentó evitar sonar grosero—. Como sea, ¿Ya le comentaste a la señorita, sobre la fiesta que se hará el siguiente fin de semana?

—No, cielo. Estaba por contarle cuando nos interrumpiste —volteó a ver a Renata—. Hija, alista tú mejor vestido porque Andino celebrará una mega fiesta por su aniversario.

—¡Oh, señor! No sé si pueda, yo…

—Vamos, Renata. Eres una integrante del equipo de Gael. ¡Debes asistir!

—Es cierto, no todos los días Andino organiza algo como esto.

—Bueno, podría, tal vez… —comentó ante el rostro suplicante de su jefe.

—Perfecto —Gael, aplaudió con emoción—. ¡Oye! ¿Por qué no invitas a tú esposa? Sirve que la conozco.

—No sabía que estaba casada, Renata —habló Rodrigo, pareciendole divertido la reacción de esa chica. A lo mejor, podría divertirse con ella.

—Eh… —¡Rayos, que sofocante! Pensó la rubia. No hallaba forma de salirse de esa situación.

—Okay, no la presionemos, al menos ya nos dijo que asistirá —intervinó su jefe—. Ya que todo quedó dicho, será mejor terminar de revisar esto, así que ¡Adiós, Rodri! —mencionó al momento que lo empujaba para que saliera de su oficina. Olivares no le quedó de otra que irse sin siquiera despedirse de la chica—. ¡Nos vemos en la fiesta!

Ya habría otra ocasión para molestarla.

Una vez afuera de la oficina, se acomodó de mala gana su saco. Detestaba que ese sujeto lo tomara de su payaso para sus bromas.

Cómo deseaba que se fuera de la empresa.

Por desgracia, Gael era hermano del presidente de la compañía y poco se podía hacer para sacarlo de ahí.

Avanzó unos cuantos pasos cuando Renata le dió alcance, hasta pasar de él. Al parecer ni siquiera lo vió.

—Cariño, ¿Qué sucede? —escuchó mencionar cuando se metió a una de las salas.

Observó a sus costados para serciorarse que no estuviera nadie y la siguió.

La puerta de la sala se quedo entreabierta , por lo que le fue fácil escuchar de que iba.

—Todo estará bien —intentando tranquilizar a la persona con quién hablaba.

¿A qué se refería? —se preguntó Olivares.

—Sil, amor. Descuida. Llegaré lo más pronto posible al hospital.

La llamada terminó, el hombre tuvo que ocultarse de inmediato cuando Renata salió a prisa de la sala. Vió que se metió de vuelta a la oficina de Gael para luego salir con su bolsa e ir directo al ascensor.

¿Quién se encontraba en el hospital? Acaso ¿Era Silvana?

Debía averiguarlo.

***

Hundió el acelerador hasta el fondo. La aguja del velocímetro sobrepasaba lo permitido entre las calles de la ciudad, aún así, parecia no importarle a la pelinegra en lo absoluto.

La angustia se apoderó de ella mientras los nervios la estaban comiendo por dentro.

Hacía unos minutos se encontraba charlando de lo más lindo con Renata, hasta ese momento todo parecía ir de maravilla, cuando una llamada de la mansión la puso al borde del abismo.

Su hermano, había caído de las escaleras y se encontraba mal herido. Según le comentaron, la caída se debió a un desmayó que tuvo mientras venía bajando.

Era lo único que supo.

Ahora, conducía a toda velocidad hasta el hospital donde fue llevado. Sólo esperaba que todo se tratara de un simple susto.

Rogaba porque fuera así.

—Silvana, sé que necesitamos llegar pronto pero ¡Podrías bajar la velocidad! —habló Mónica en un intento por serenar el semblante de su prima—. No quiero morir joven.

—¡Maldita sea, Mónica! Te dije que podías irte por tu cuenta.

—Y dejarte sola. Eso no. Te conozco perfectamente. Eres muy terca en este tipo de situaciones. Por favor, necesitas tranquilizarte. No deseas preocupar a Renata con este tipo de arrebatos o ¿si?

A regañadientes bajo un poco la velocidad. No le gustaba que la chantajearan en el nombre de Renata. Porque era probable que aceptara.

Y sabía que Mónica tenía razón.

Ingresaron a la sala del hospital, la pelinegra pidió saber el estado en que se hallaba su hermano. Pero no obtuvo respuesta, dado su ataque de histeria la enfermera le pidió controlarse y esperar a que los doctores terminaran de examinarlo.

—¡Amor! —habló Renata quién iba llegando a la sala encontrándo sentadas muertas de angustia a Mónica y Silvana.

—Cariño, qué bueno que estás aquí —la envolvió en sus brazos para sentir la calidez de su cuerpo.

—¿Qué han sabido de Mario? —preguntó a Mónica.

—Aún nada, los doctores siguen con él.

—Es demasiado tiempo —la pelinegra se separó de Renata—. Necesito saber que sucede —avanzó unos pasos para preguntar o más bien para exigir saber de Mario, pero la rubia la detuvo.

—Amor, sé que estás preocupada, pero debes tratar de tranquilizarte —habló intentando captar la atención en los ojos de Silvana.

Podía sentir en su agarre la angustia que corría en ella. Era comprensible, nadie adoraba más a Mario que su hermana.

El único miembro de su familia por el que importaba proteger desde niños, ahora yacía en un hospital.

—Descuida, Sil. Iré a preguntar —intervinó Mónica. Asintió resignada.

No hubo necesidad de hacerlo al ver a uno de los doctores ingresar a la sala de espera.

—Familiares del paciente Mario Kofmant.

—Somos nosotros —expresó Mónica.

—¿Como está mi hermano? —habló de golpe.

—Descuide, señorita. El señor Kofmant sólo presenta heridas leves debido a la caída. Los analgésicos lo ayudarán a descansar está noche.

—Que bueno no fue algo grave. Estaba muy preocupada.

—Gracias por su ayuda doctor —comentó Renata abrazando a su novia, reconfortandola con emoción.

—Realmente eso no es lo que nos tiene preocupados, señorita Kofmant —acomodó mejor el puente de sus lentes. No eran noticias que le emocionara comunicar pero siendo médico, era su deber el informarles lo que ocurría.

Silvana volvió la vista al doctor quién se mostraba serio. —¿Que sucede?

***

La enfermera acompaño a la pelinegra hasta la habitación. Una vez adentro dejó a la mujer para brindarles privacidad.

Caminó hasta un costado de él. Tomó asiento y mientras lo hacía observó con cautela el aspecto que tenía Mario.

—¿Cómo es que te deje llegar a esto? —se preguntó la pelinegra, contemplándolo adormecido.

No pudo evitar sentirse triste.

Hacía tiempo no lo veía en ese estado, de extrema vulnerabilidad.

Estaba decepcionada de si misma. Había jurado que su pequeño hermano sería su máxima prioridad en la vida, que velaria por su bienestar, por su salud.

¿En qué punto dejó de prestar atención a los llamados de alerta que se le mostraban?

Las veces en que decía que se sentía cansado y dejaba de ir a su fundación, la perdida de apetito y la baja de peso. Todo estuvo ahí, en sus narices.

Y nunca se dió cuenta hasta ese día.

”…

—¿Leucemia?

—Realizamos algunos estudios aún no sabemos los resultados, pero tal parece que se trata de leucemia. Dígame ¿Sabe si estos desmayos son frecuentes? ¿Mareos, Falta de apetito, pérdida de peso…?

—Hace un tiempo tuvo un colapso en su habitación, dijo no ser grave, aún así el doctor lo revisó pero dijo que todo estaba en bien.

—De lo demás, creo que sí hay algo de eso —intervino Mónica—. Ha bajado de peso, siempre está cansado y dudo que las manchas que encontré en su ropa aquella vez que lo vimos sea de catsup.

—De acuerdo, necesitamos ver qué tan avanzada está la enfermedad. Hasta no tener los resultados no podemos dar un diagnóstico certero.

El doctor se retiró dejando a la familia Kofmant preocupada.

…"

—¿Por qué no me dijiste que estabas muy mal? —intentó contener el llanto pero era casi imposible no hacerlo.

***

—¿Aún está adentro? —mencionó Renata regresando de comprar café. Extendió uno a Mónica.

—Si, la noticia le afectó demasiado.

—Me siento mal por ella. A sufrido mucho y ahora esto. No sé si ella pueda...

—Lo hará. A podido enfrentarse a grandes adversidades. Sé que esto es diferente, pero lo logrará. No está sola, nos tiene a nosotras que somos su familia para apoyarla.

—Es verdad, ahora más que nunca estaré con ella ayudándola en lo que necesite. Quiero que ambos estén bien.

—Asi será, Renata —acarició la mano de la rubia.

Minutos más tarde, Silvana salió de la habitación, tenía el semblante alicaído, los ojos ligeramente inchados ponían en evidencia el tiempo que estuvo llorando.

—¿Estas bien, amor? —se acercó con cautela hasta envolverla en un abrazo.

—Si, sólo… necesitaba estar a solas —su sonrisa fue débil.

—Descuida —besó su mejilla—, todo irá bien. Ya lo verás.

—Eso espero —respondió triste.

—Ya es muy tarde, ha sido un día pesado para todas, ¿Porqué no te vas a descansar Sil? —intervinó Mónica—. Yo me puedo quedar...

—No, yo quiero quedarme a cuidarlo —sentenció—, Mónica, por favor lleva a Renata a la casa.

—Cariño, no. Me quedaré contigo. No quiero dejarte sola —espetó la rubia.

—Amor, hazme caso —le tomó de ambas manos—. Se que ha sido una semana complicada para tí. Estos ojitos me lo dicen. Por favor, ve a casa y descansa.

—Pero…

—Descuida. Yo estaré bien.

Suspiró resignada, no podía hacer nada ante la mirada suplicante de Silvana.

—Esta bien, pero mañana vendré a primera hora —la atrajo en un cálido abrazo—. Cuidate.

—Claro, amor —besó su frente con cariño.

Observó con precaución la escena, buscó un lugar  solitario y una vez serciorarse de estar  alejado lo suficiente, marco al número designado.

—¿Qué me tienes?

—Señor, se trata del hermano de Silvana Kofmant.

Escuchó con atención la información que su detective averigüo en el hospital.

—Excelente. Una vez listo los resultados, házmelo llegar. Nadie se burla de mí.

—Si señor.

—Fin de la llamada.

Dejó el teléfono sobre el escritorio. El viento que soplaba e irrumpia la tranquilidad del bosque a un costado de su lujosa mansión, ponía emoción a lo que se aproximaba.

Esa noche había recibido una nueva oportunidad para saldar cuentas con la mujer que lo había menospreciado.

—No te libraras tan fácil de mi querida. Número treinta y tres.

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Okay, Okay sé que lo deje de emoción y actualice dos semanas después. Lo lamento.

Pero vamos, que este arroz ya se está cociendo. Al fin.

Comenten ¿Qué sucederá?

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Nos leemos luego.


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