11 | no debo atacar a nadie
XI. I MUST NOT ATTACK ANYONE
Allison quería devorar la cena antes de su castigo con Umbridge, pero parecía ser que Angelina tenía otros planes. La abordó en cuando pisó el Gran Comedor, con cara de enfado.
—¡Eh, Allison!
—Hola, Angelina, ahora iba a...
No pudo acabar de hablar porque Harry también llegó y Angelina decidió gritarle a él igual que había hecho antes.
—¿Qué pasa ahora? —quiso saber él, usando un tono cansino.
—¿Cómo que qué pasa? —replicó Angelina, clavándole a Harry el dedo índice en el pecho—. ¿Cómo habéis permitido que os castiguen el viernes a las cinco?
—¿Qué? ¿Qué...? —titubeó Harry.
—Son las pruebas, pero...
—¡Ahora se acuerdan! —rugió Angelina, interrumpiendo a Allison—. ¿Acaso no os dije que quería hacer una prueba con todo el equipo y buscar a alguien que encajara con el resto de los jugadores? ¿No os dije que había reservado el campo de quidditch con ese propósito? ¡Y ahora resulta que vosotros habéis decidido no ir!
—¡No lo hemos decidido nosotros!
—La profesora Umbridge me ha castigado solo por decir la verdad —protestó Harry—. Al menos, yo no hechicé a nadie.
Allison le dirigió una mala mirada a su hermano, pero él la ignoró.
—Pues ya podéis pedirle que os levante el castigo del viernes —dijo Angelina con fiereza—. Y no me importa cómo lo hagáis. Si quieres, Harry, dile que Quien Tú Sabes es producto de tu imaginación, pero ¡quiero veros a los dos el viernes en el campo!
Dicho eso, se alejó a grandes zancadas.
—Creo que Oliver ha poseído a Angelina, está aún más loca que él —dijo Allison cuando se sentó en la mesa.
Miró el reloj, todavía quedaban unos veinte minutos para el castigo, tenía tiempo de cenar si no se entretenía.
Cinco minutos antes de que diera la hora, Allison y Harry salieron del Gran Comedor, pero Allison todavía se estaba comiendo el pudin por los pasillos, no pensaba dejarlo a medio empezar.
—¿Qué crees que nos hará si faltamos directamente el viernes sin decirle nada? —propuso Allison—. Prefiero eso a que Angelina me arranque la cabeza.
—Yo pienso preguntarle —dijo Harry, aunque solo fuera para llevarle la contraria a alguien.
—Estás tan odioso últimamente. Yo te entiendo —se apresuró a añadir, cuando vio que Harry abría la boca para gritarle—, pero una cosa no quita la otra.
—Al menos yo no me voy besando con el primero que pasa —se defendió él.
Allison se quedó en silencio durante unos segundos.
—¿Y qué pasa si me he besado con un tío que conocí ayer? ¿Soy mala persona por eso? —preguntó de malas maneras, mirando hacia el frente.
Él no contestó.
Cuando llegaron al despacho de Umbridge, Allison casi se desmaya al ver tanto rosa, flores y gatitos. Se quedó parada en la puerta con la cuchara del pudin en la boca, hasta que la profesora les habló.
—Buenas tardes. Agradecería que no comiera en mi despacho, señorita Potter, a no ser que le apetezca otra semana más de castigos.
—Ya, es que no hay papeleras por el castillo, no sabía dónde tirarlo —se excusó Allison, sacándose la cuchara de la boca y extendiendo el vaso del pudin.
La profesora Umbridge hizo un gesto con la varita y desaparecieron de la vista.
—Siéntense, por favor.
Señaló una mesita cubierta con un mantel de encaje a la que había acercado dos sillas. Encima de esta había dos trozos de pergamino.
—Esto... —empezó a decir Harry sin moverse, cuando su hermana ya había tomado asiento—, profesora Umbridge... Esto..., antes de empezar queríamos pedirle... un favor.
Los saltones ojos de la bruja se entrecerraron.
—¿Ah, sí?
—Sí, mire... Es que mi hermana y yo estamos en el equipo de quidditch de Gryffindor. Y el viernes a las cinco en punto teníamos que asistir a las pruebas de selección del nuevo guardián, y nos gustaría saber si... si podríamos librarnos del castigo esa tarde y hacerlo... cualquier otra tarde...
Obviamente, no sirvió de nada.
—¡Ah, no! —replicó la profesora Umbridge, luciendo muy feliz de repente—. No, no, no. A usted le he castigado por divulgar mentiras repugnantes y asquerosas con las que solo pretende obtener notoriedad, señor Potter. Y a su hermana —Allison gruñó por lo bajo— por agredir a una compañera durante mi clase. Y los castigos no pueden ajustarse a la comodidad del culpable. No, mañana vendrán aquí a las cinco en punto, y pasado mañana, y también el viernes, y cumplirán sus castigos como está planeado. De hecho, me alegro de que se pierdan algo que desean mucho. Eso reforzará la lección que intento enseñarles.
Allison giró la cabeza para que Umbridge no viera su expresión, porque si seguía mirando a esa mujer le gritaría y no mejoraría nada la situación. ¡Solo habían sido unas cosquillas!
—Bueno —continuó la profesora Umbridge, después de que Harry se sentara—, veo que ya estamos aprendiendo a controlar nuestro genio, ¿verdad? Y ahora quiero que copien un poco. No, con sus plumas no —añadió cuando ambos se agachar on para abrir sus mochilas—. Copiarán con una pluma especial que tengo yo. Tomen.
Les dio a cada uno una pluma larga y fina, muy afilada.
—Usted, señor Potter, escribirá «No debo decir mentiras». Y usted, señorita Potter: «No debo atacar a nadie».
A quien quería atacar era a Umbridge. Le clavaría su estúpida pluma en la mano muy felizmente.
—¿Cuántas veces? —preguntó Harry.
—Ah, no sé, las veces que haga falta para que se les grabe el mensaje —contestó la profesora Umbridge con ternura—. Ya pueden empezar.
—No nos ha dado tinta —observó Allison.
—Ya, es que no la necesitan —contestó la profesora, y algo parecido a la risa se insinuó en su voz.
Desde luego, a Allison se le ocurrían un montón de lugares donde le apetecía estar en lugar de ahí. Incluso la biblioteca parecía una mejor opción que ese sitio, pensaba mientras empezaba a escribir la frase en el pergamino e ignoraba los pinchazos que le daban en la mano. Ni siquiera estaba mirando al pergamino.
Pero, al terminar la primera oración, pasó de molestia a dolor, y muy mosqueada subió la mano y observó con sorpresa cómo las palabras que había escrito estaban trazadas sobre el dorso de su piel. Miró su pergamino, que estaba en blanco, y regresó la mirada a su mano. Giró su cabeza, Harry también miraba en su dirección y le mostró la mano, le había pasado lo mismo.
—Profesora Umbridge —dijo en voz alta Allison, y Harry le hizo un gesto para que se callara, pero le ignoró.
—¿Algún problema, señorita Potter?
—Oh, tengo muchos problemas —masculló Allison, y Harry le dio una patada de costado por debajo de la mesa—. Estoy segura de que esto es ilegal, porque este verano hablé con el Consejo Escolar y dejamos muy claro...
Se interrumpió por la irritante risita de la profesora.
—Verá, Potter, yo estoy muy segura de que las cosas han cambiado desde esa visita suya al Consejo Escolar. El Ministerio ha hecho lo que ha creído necesario —respondió con voz melosa.
—Eso es inhumano y no puede cambiarlo porque le venga bien.
Otra parada de Harry.
—Siempre hay lagunas legales, cielo. Ahora, copie, o se le sumará otra semana de castigo.
Allison tomó aire lentamente y le sostuvo la mirada por unos largos diez segundos, antes de volver la vista hacia el pergamino y la pluma.
Siguió escribiendo, cada vez con más fuerza y más rabia. Las palabras escritas en el pergamino no eran de tinta, sino de su propia sangre. Era macabro. En su mano, las palabras desaparecían pronto, y se preguntó cuánto tardarían en quedarse ahí el tiempo suficiente, no dejando solo la piel enrojecida y débil.
—Vengan aquí —les ordenó la profesora Umbridge al cabo de un rato.
Ambos se levantaron, y Allison caminó con la cabeza alta.
—Las manos.
Se las tendieron y ella las examinó. Allison sintió ganas de vomitar cuando sujetó su mano entre sus dedos; apenas habían pasado dos días, sin contar el de la vista, y ya odiaba a esa mujer tanto como a la molesta Señora Norris.
—¡Ay, ay, ay! Veo que todavía no les he impresionado mucho —comentó sonriente—. Bueno, tendremos que intentarlo de nuevo mañana, ¿no? Ya pueden marcharse.
Los dos salieron, encontrando los pasillos desiertos, pues ya se había hecho de noche.
Se despertó a la mañana siguiente sabiendo que todavía tenía muchos deberes sin hacer. Lo que más prisa corría era Adivinación, porque tenía clase justo ahora y no había apuntado ningún sueño en el diario. Por mucho que le doliera, tuvo que saltarse el desayuno para escribirlos junto a Harry y Ron, así que solo pudo escribir cosas sobre comida. No era tan raro haber soñado que una manzana verde y gigante la perseguía, ¿no?
A la hora de la cena, Angelina volvió a abordarlos para chillarles porque no habían conseguido que Umbridge les levantase el castigo, pero ¿qué esperaba?
Allison se había callado cuando Harry les había contado una verdad a medias a Ron y Hermione, diciendo que Umbridge solo les había hecho copiar. En realidad, ella prefería guardarlo en secreto por ahora. No tenía manera de demostrar lo que había pasado, pero si aguantaba el suficiente tiempo las palabras quedarían más rato grabadas y podría enseñárselas a McGonagall. Solo tenía que aguantar un poco. Tal vez incluso sería capaz de ir a las prácticas el viernes, o sino también podía saltarse el castigo.
Ese fue peor que el del día anterior, tardó mucho menos en empezar a ponerse roja la zona, y Allison sentía cómo se agudizaba el dolor con cada palabra que escribía. No era medimaga, pero sabía que estar perdiendo sangre no era ni bueno ni sano.
Para colmo, el jueves tenía Historia de la Magia y no había hecho la redacción de medio metro sobre las guerras de los gigantes. Ni tenía la menor intención de hacerla cuando se echó a la cama, y mucho menos cuando se despertó tan solo quince minutos antes de que la clase empezase. Binns no se daría cuenta siquiera, no pasaría nada.
* * *
Al fin, Allison había conseguido lo que quería. Fue durante la tercera noche de castigo con Umbridge que el mensaje «No debo atacar a nadie» se quedó grabado en el dorso de su mano, sin desaparecer. La profesora la dejó salir antes que a Harry, recordándole que al día siguiente tendría que asistir.
En un principio, Allison pensaba ir a las pruebas e ignorar el castigo, pero tenía un plan. Si iba el último día, seguramente las palabras quedarían aún más grabadas. No sabía qué habría pasado con el Consejo Escolar y el Ministerio, pero si llegaba con una mano ensangrentada a hablar con McGonagall, algo podría hacer, ¿no?
Se entretuvo haciendo la tarea de Transformaciones y Cuidado de Criaturas Mágicas para el día siguiente. Una hora más tarde, Harry y Ron —quien por alguna razón que Allison desconocía llevaba su escoba encima— entraron a la Sala Común. Lo primero que Ron hizo fue acercarse a Allison y remangarle el jersey para verle la mano.
—¡Ron!
—¡Tú también lo tienes!
Señaló las palabras que llevaba escritas en el dorso, y se cruzó de brazos.
—Eres un chivato, Harry —reprochó Allison, asomándose por detrás de la espalda de Ron.
—Tenéis que hablar con alguien —opinó él, hablando en voz baja porque todavía quedaban unos pocos alumnos.
—Es lo que pienso hacer. Después del castigo de mañana.
—¿Qué? —dijo Harry, alarmado—. No puedes decirlo, no solo te incumbe a ti.
Allison alzó las cejas.
—Perdona, pero precisamente porque nos incumbe a todos es por lo que voy a decírselo a McGonagall.
Y, sin esperar respuesta de ninguno de los dos, se marchó a su habitación.
La tarde del viernes, Allison y Harry caminaron en silencio al despacho de Umbridge. Estaban algo enfadados el uno con el otro porque no compartían la misma opinión sobre cómo abordar la situación. Principalmente porque Harry no quería abordarla, sino ignorarla, y Allison sí que quería hacer algo al respecto.
Desde la ventana se podían ver las pruebas, pero Allison no distinguía a nadie. No le quedaba ninguna duda de que necesitaba ponerse gafas, cada vez estaba más ciega, y al final acabaría como Harry. Empezó a escribir con ganas las palabras sobre el pergamino. La herida le escocía y le dolía, y la sangre se escurría por su mano hasta manchar el propio pergamino.
Durante la mañana le había sonsacado a Ron algo que le sorprendió, y es que él se iba a presentar para guardián. Pero no pudo ver cómo hizo la prueba, porque apenas alcanzaba a ver si el guardián que estaba en esos momentos conseguía neutralizar el tiro o no.
—Vamos a ver si ya han captado el mensaje —propuso la profesora Umbridge cuando ya había anochecido.
Avanzó hasta ellos, y primero agarró a Allison del brazo para observar la herida. Le dio una sonrisa de satisfacción al ver que seguía sangrando y las palabras se veían claras en el dorso.
Cuando fue a hacer lo mismo con Harry, él dio un tirón para soltarse y se puso de pie de un brinco. Debía de haberle dolido el corte, y eso solo hizo que la sonrisa en la cara de Umbridge se acentuase. Qué ganas tenía Allison de borrársela.
—Bueno, creo que ya me han comprendido. Pueden marcharse.
Allison casi tuvo que correr detrás de su hermano, quien parecía tener más prisa que en toda su vida por salir de ahí.
—¿Se puede saber qué te pasa? —le preguntó cuando le alcanzó por el pasillo.
Harry se quedó parado, con el rostro lleno de preocupación.
—Me ha dolido la cicatriz.
Allison tardó unos segundos en reaccionar.
—¿Ahora mismo?
—Cuando Umbridge me ha tocado el brazo.
Como Allison se había quedado en silencio, Harry siguió andando. Ella le siguió, dudando en su cabeza sobre lo que acababa de contarle.
Pasaron a la Sala Común y lo primero que escucharon fue un fuerte estruendo y Ron corriendo hacia ellos. Se derramó por encima la cerveza de mantequilla que tenía.
—¡Lo he conseguido, chicos! ¡Me han elegido! ¡Soy guardián!
—¡Eso es genial! —felicitó Allison, abrazando a su amigo mientras intentaba que no se notase su nerviosismo por lo que Harry le había dicho.
—¿Qué? ¡Oh, es fabuloso! —exclamó Harry
—Tomaos una cerveza de mantequilla. —Ron les pasó un par de botellas—. No puedo creerlo. ¿Dónde se ha metido Hermione?
—Está allí —dijo Fred, señalando una butaca junto al fuego.
En efecto, la chica estaba dormida con una copa a punto de verter todo su contenido.
—Bueno, cuando le he dado la noticia me ha parecido que se ponía contenta —comentó Ron, que parecía un tanto decepcionado.
—Déjala dormir —se apresuró a decir George.
Los gemelos habían vuelto a hacer de las suyas. Había unos cuantos alumnos de primer año con señales de haber sangrado por la nariz recientemente.
—¿Habéis drogado a mi mejor amiga? —inquirió Allison, cruzándose de brazos.
—Esa es una acusación muy grave, Allison —dijo George fingiendo estar dolido.
Alicia se llevó a Ron a ver si le quedaba bien la vieja túnica de Oliver.
—Se va a enfadar cuando se despierte —apuntó Allison.
—No seas aguafiestas —se burló Fred—. Nos basta con Angelina, que está más estricta que Oliver con el equipo.
Entonces, George pareció acordarse de algo, y se agachó hacia Allison, quedando demasiado cerca de su cara.
—Tu noviecito se ha presentado a las pruebas, pero como era un quejica Angelina no lo ha elegido. Ha sido divertido.
—¿De quién estás hablando?
—De Geoffrey Hooper —señaló George.
—No es mi noviecito —aseguró Allison, arrugando la nariz.
—Pues deberías decírselo... —empezó a decir Fred.
—... porque anda contándole a todo el mundo que el otro día os disteis el lote —completó George, alzando las cejas.
Allison resopló.
—Eso sí es cierto.
—¿Cómo?
—No sé por qué te sorprendes tanto —le dijo Allison a George, con recelo.
—Porque es un pomposo insoportable.
Fred se alejó sin que se dieran cuenta, y se acercó a Lee para empezar a hacer malabares con unas botellas vacías.
—Ya. Pero no es asunto tuyo.
—Lo sé —respondió George, y levantó la cabeza, alejándola así de Allison—. Solo era curiosidad —añadió sin mucho convencimiento.
Se marchó con Fred y Lee, y atrapó una botella que le lanzaron al vuelo.
Allison agitó la cabeza, quitándose los pensamientos sobre George de encima, y se dirigió donde estaban Harry y Hermione. Harry le contaba a Hermione sobre su dolor de cicatriz, y llegaron a la conclusión de que no podía mandarles una carta a Maddy, Remus o Sirius porque esa información no debía quedar por escrito. Aunque eso le recordó que tenían que escribirle para saber cómo iba el embarazo de Maddy. Todavía sonaba a algo irreal.
Antes de que Hermione les liase para tejer gorros para los elfos, Harry se escapó a su dormitorio y Allison regresó a la fiesta que tenían montada.
* * *
A la mañana siguiente, Allison sintió que debía tragarse su orgullo de una buena vez, y hablar con Lavender. Había escuchado a gente reírse de ella en los baños, y no le parecía bien.
Lavender estaba sola en la habitación, y le dedicó una mirada desafiante en cuanto entró.
—Estamos siendo un poco inmaduras, ¿no te parece? —se aventuró a decir Allison.
—Fuiste tú quien me lanzaste un hechizo en clase de Umbridge. ¡Y luego besaste a mi ex!
—¡Y tú te metiste conmigo y con mi hermano y me pusiste la zancadilla!
—Oh, vamos. No compares —replicó Lavender, cruzándose de brazos.
—Estoy intentando hacer las paces, ¿sabes?
Lavender se quedó en silencio, observándola con recelo.
—No estuve bien lanzándote ese hechizo en Defensa Contra las Artes Oscuras —aceptó Allison, resoplando.
—No lo estuviste —concordó la rubia, desviando la mirada—. Tampoco fue muy bonito lo que te dije el primer día.
—¿Podemos simplemente volver a hablar? Me da igual si crees las tonterías que dice El Profeta. —Lavender le advirtió con la mirada—. Perdón, perdón, solo era una broma.
—¿Vas a volver a... besar a Geoff?
—Ni siquiera quería la primera vez, solo lo hice para fastidiarte —reconoció Allison, acercándose a ella—. También lo siento por eso.
—Se lo merece.
Allison le tendió la mano.
—¿Amigas?
—Claro —aceptó Lavender, acabando por sonreír—. Ahora, como tu amiga, te recomiendo que le digas a Geoff que deje de babear por ti. Porque ayer le escuché hablando con Cormac McLaggen, y no quieres saber lo que decían.
—Siempre digo que voy a dejar a los chicos de lado y voy a estar con chicas, pero de alguna forma acabo con tíos. Me parece una broma de muy mal gusto, la verdad —comentó Allison mientras bajaban las escaleras.
En el Gran Comedor, a la hora del desayuno, Allison fue a sentarse con Eliza a la mesa de Ravenclaw. Había tenido una semana tan ajetreada que no había tenido tiempo para hablar con ella. Estaba sentada sola, leyendo algo bajo la mesa, y se sobresaltó cuando Allison le tocó el hombro.
—Qué susto, por Merlín.
—¿Qué estás leyendo?
Se sentó a la mesa y se echó cereales en un cuenco, con ganas de desayunar.
—Mamá me ha respondido a la carta que le envié. Todo va bien —informó Liz con una gran sonrisa.
—Eso es fantástico —respondió Allison, también llena de felicidad.
A pesar de que aquel embarazo les hubiera venido a todos por sorpresa, no podían negar que parecía una señal. Debían tener esperanza. No todo lo que se les venía tenía por qué ser malo, todavía quedaban algunas cosas buenas por las que luchar.
—¿Quién crees que será el padrino o la madrina del bebé? —le preguntó Eliza en voz baja.
—Mientras que no sea Ojoloco —bromeó Allison.
Se pasaron un rato charlando, en susurros, sobre el futuro hermano o hermana de Eliza. Las dos se veían muy emocionadas por la idea, pero sin duda la que más lo estaba era la pelinegra. La sonrisa en su cara era imborrable, porque al fin estaba pudiendo tener su familia entera. Su madre, su padre, el bebé en camino, su tío y sus otros dos hermanos, que aunque no compartieran sangre lo seguían siendo.
Al cabo de unos minutos, Allison vio que Cho se acercaba a ellas, y se levantó para saludarla.
—¡Cho! ¿Qué tal estás? Hacía mucho que no nos veíamos, pero no veas lo liada que he estado.
—Sí, ya me ha dicho tu hermano que Umbridge os ha tenido castigados —respondió Cho, con cara triste.
—¿Has hablado con Harry? —preguntó Allison, sorprendida.
—Me lo he encontrado en la lechucería hace un rato. Ha sido muy raro, Filch ha venido diciendo que Harry estaba intentando pedir bombas fétidas por catálogo —comentó Cho—. Pensé que las pediría por ti, pero me dijo que en realidad no lo estaba haciendo.
—Qué extraño —murmuró Allison.
Se giró para preguntarle a Eliza si ella tenía algo que ver, pero la chica ya se había ido. Estaba al lado de Cameron, con El Profeta en la mano, y parecía enfadada por alguna razón.
—Bueno, tengo que irme porque ayer le prometí a Ron que practicaríamos antes del entrenamiento. Ha entrado en el equipo y está muy nervioso.
—Ah, sí. Harry también me lo ha contado antes —dijo Cho con una cara de desagrado.
Era comprensible, Ron se había metido con ella hacía unos días por ser fan de los Tornados. El chico no era conocido por tener mucho tacto.
De todas formas, Harry y Cho habían estado hablando bastante últimamente. Tal vez Harry sí que tenía posibilidades con Cho, después de todo.
—Entonces, ¿has estado hablando con mi hermano? Creo que os llevaríais muy bien si os conocierais más, ya sabes.
Cho soltó una risita.
—Es muy simpático, igual que tú.
—Oh, bueno saberlo, porque hay cierta persona de Gryffindor que también te encuentra... simpática, no sé si me entiendes —dejó caer Allison, alzando las cejas, refiriéndose a Harry.
Se despidió de la chica, dejándole pensativa y algo aturdida.
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