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06 | la vista en el Ministerio

VI. THE HEARING AT THE MINISTRY

Como Maddy bien se había encargado de repetir: «limpiando, el tiempo pasa volando». Porque sí, tenía razón, llevaban cinco días seguidos recogiendo y haciendo que el cuartel fuera un sitio habitable. Y, como casi no había tenido tiempo, Allison no se había comido la cabeza tanto como esperaba sobre la vista del día 12 de agosto.

Hasta que llegó el miércoles, claro, y Maddy les dijo a los mellizos que les había preparado la ropa para estar presentables al día siguiente.

Así que, por extraño que pareciera, Allison estaba despierta desde temprano. No tenía claro si había dormido cinco, tres o cero horas, pero se sentía más cansada que en todo el verano. No recordaba haber pegado ojo, pero la noche había pasado demasiado rápido como para no haber dormido nada. Aunque tal vez solo fuera su imaginación. Tenía ojeras, pero poco importaba cuando se había traído maquillaje para taparlas. Debía verse lo mejor posible para la audiencia, o daría una mala impresión.

Intentó no hacer ruido mientras se vestía para no despertar a Hermione, porque eran poco más de las cinco de la mañana. Maddy le había dejado sobre una silla un vestido, unas medias y las unas botas. Además de abrigo azul oscuro muy elegante que le había regalado por su cumpleaños, que era calentito y perfecto para la temperatura que hacía en la calle a esas horas.

Su hermano ya estaba desayunando en la cocina cuando bajó, y no se encontraba solo. Con él estaban los señores Weasley, Maddy, Sirius, y Tonks; todos hablando entre murmullos menos Maddy y la señora Weasley, la primera preparando el desayuno de Allison y la segunda alisándole a Harry las arrugas de la camisa.

—Ten, Allison, te he puesto tus cereales favoritos —le dijo con una exagerada sonrisa, tendiéndole un bol.

—Gracias —contestó Allison, sorprendiéndose de lo ronca que había sonado su voz. 

Se aclaró la garganta y se sentó al lado de su hermano, comiéndose los cereales sin mucha gana.

—¿Cómo os sentís? —les preguntó el señor Weasley al terminar de hablar con Tonks. 

Harry se encogió de hombros y Allison murmuró un simple «Bien».

—Pronto se habrá terminado, y estaréis celebrando que os han absuelto —les aseguró Maddy, intentando que se animaran—. Y Arthur y yo os vamos a acompañar, así que no os preocupéis.

El señor Weasley asintió y dijo:

—La vista se llevará a cabo en mi planta, en el despacho de Amelia Bones. Es la jefa del Departamento de Seguridad Mágica, y la encargada de interrogaros.

Era imposible que la cara asustada de Maddy pasara desapercibida para Allison, por mucho que se esforzase en intentar ocultarla. Llevaba así desde el lunes, suponía que era por la vista, todos estaban preocupados por eso. 

Después de que los demás les dirigieran palabras de aliento y que la señora Weasley intentase por quinta vez aplastar el pelo de Harry, salieron de la casa. Allison no tardó más de unos segundos en ponerse su abrigo, notando el claro frío de la mañana en Londres.

Llegaron a la estación de metro, donde los muggles iban de aquí para allá con mucha prisa. El señor Weasley miraba a su alrededor, maravillado, y susurraba halagos incluso a unas máquinas con un claro cartel que decía «fuera de funcionamiento». Maddy compró los billetes, siendo la que mejor se manejaba con el dinero muggle, y unos minutos más tarde ya estaban subidos en el metro.

Cuando salieron, fue el señor Weasley quien se encargó de conducirlos por las calles, aunque al principio se veía un poco desorientado enseguida encontró la ruta correcta. Allison ya sabía que el Ministerio estaba bajo tierra, lo que no tenía ni idea era cómo iban a llegar hasta ahí si no iban a aparecerse.

Sus dudas se disiparon cuando los cuatro entraron, muy apretados, a una vieja cabina telefónica. Apenas cabían ahí metidos, y el señor Weasley levantó con dificultad el brazo para marcar unos números. Con un zumbido, empezaron a escuchar la voz gélida de una mujer saliendo del auricular del teléfono:

—Bienvenido al Ministerio de Magia. Por favor, diga su nombre y el motivo de su visita.

—Esto... —El señor Weasley, que nunca usaba la entrada de visitantes, no sabía bien cómo funcionaba, así que se acercó el auricular a la oreja—. Arthur Weasley, Oficina Contra el Uso Indebido de Artefactos Muggles. He llegado con Maddison Black escoltando a Harry y Allison Potter, que tienen que presentarse a una vista disciplinaria...

—Gracias —contestó la voz de la mujer—. Visitantes, cojan las chapas y colóquenselas en la ropa en un lugar visible, por favor.

Tras un chasquido, vieron cómo tres cuadrados resbalaban por una rampa metálica. Maddy los cogió y les dio uno a Allison y otro a Harry, pudiendo comprobar que se trataban de las chapas con su nombre y el motivo de su visita. Allison se la colocó en la tela del vestido.

—Visitantes del Ministerio, tendrán que someterse a un cacheo y entregar sus varitas mágicas en el mostrador de seguridad, que se encuentra al final del Atrio.

Con un temblor, el suelo de la cabina comenzó a bajar, hundiéndose en la acera. Pasó alrededor de un minuto hasta que la oscuridad acabó, cuando una potente luz dorada les dio a todos de lleno en la cara.

—El Ministerio de Magia les desea un buen día —se despidió la voz de la mujer.

Los cuatro salieron, agradeciendo poder estar a más de un centímetro de los demás. Estaban en un enorme vestíbulo, muy luminoso. El techo estaba lleno de incrustaciones de símbolos dorados que se movían, poniendo mensajes como si se tratara de un tablón de anuncios. Algunos magos y brujas salieron de las chimeneas de las paredes, formando colas para entrar.

Había una fuente en el medio, con unas gigantes estatuas doradas dentro de un estanque circular: una de un mago, otra de una bruja, un centauro, un duende y un elfo doméstico.

Llegaron hasta un mago mal afeitado que llevaba una túnica azul celeste, leyendo El Profeta bajo un cartel en el que ponía «Seguridad».

—Estoy escoltando a unos visitantes —dijo el señor Weasley, señalándoles.

El mago le pidió a Harry que se acercase y pasó una varilla dorada, larga y delgada, por delante y detrás. También revisó su varita, poniéndola en un extraño instrumento que sacó la información de la varita escrita en un pergamino. Se quedó el pergamino, devolviéndole la varita y repitiendo el proceso con Allison y después con Maddy. 

* * *

Habían cambiado la hora y el lugar en el último momento, y Harry y Allison llegaron unos minutos tarde a su audiencia. Escuchó a su hermano soltar por lo bajo un grito de asombro al ver la mazmorra, la cual estaba muy poco iluminada; con antorchas sobre las oscuras paredes de piedra. Casi todas las gradas estaban vacías, menos los asientos superiores de enfrente, donde muchos magos y brujas hablaban entre ellos.

La puerta se cerró de un portazo, haciendo que la atención de los magos y brujas recayera sobre los mellizos. 

—Llegáis tarde —dijo una fría voz masculina. 

—Lo sentimos —se disculpó Harry, nervioso—. No... no sabíamos que habían cambiado la hora y el lugar.

—De eso no tiene la culpa el Wizengamot. Esta mañana os hemos enviado una lechuza. Sentaos.

En el centro de la sala había dos sillas con cadenas cubriendo los reposabrazos, cosa que le parecía bastante innecesaria a Allison. No era como si fueran a juzgarles por ser mortífagos, solo habían conjurado un patronus para protegerse de los dementores. Se calmó al comprobar que las cadenas no les ataron cuando se sentaron.

Entre los cincuenta magos y brujas que debía haber ahí, en medio de la primera fila se encontraba Cornelius Fudge, el ministro de Magia. A su izquierda estaba una mujer de pelo gris con un monóculo, de aspecto severo; y a su derecha otra bruja a la que no se le veía el rostro, quedando en las sombras.

—Muy bien —dijo Fudge—. Hallándose presentes los acusados, por fin podemos empezar. ¿Estáis preparados? —les preguntó a las demás personas.

—Sí, señor —respondió una ansiosa voz.

Allison se quedó de piedra al ver a Percy, al final del banco de la primera fila, con los ojos clavados en el pergamino y una pluma en la mano.

—Vista disciplinaria del doce de agosto —comenzó a decir Fudge, mientras Percy se encargaba de escribirlo— por el delito contra el Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad y contra el Estatuto Internacional del Secreto Mágico, cometido por Harry James Potter y Allison Gwendolyn Potter, residentes del número 37 de Bertie Street, Wigtown, Dumfries and Gallowey.

»Interrogadores: Cornelius Osward Fudge, ministro de Magia; Amelia Susan Bones, jefa del Departamento de Seguridad Mágica; Dolores Jane Umbridge, subsecretaria del ministro. Escribiente del tribunal, Percy Ignatius Weasley...

—Testigo de la defensa, Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore.

Los dos hermanos giraron velozmente la cabeza, viendo a su director cruzar de forma serena la sala. Algunos de los miembros del tribunal parecían enfadados, otros asustados y algunos incluso le saludaron; pero todas las miradas estaban puestas sobre Dumbledore.

Después de unas torpes palabras de Fudge —quien pensaba que Dumbledore no acudiría, por eso habían cambiado la fecha y el lugar— y de que Dumbledore tomara asiento, el ministro continuó:

—Los cargos contra los acusados son los siguientes: que a sabiendas, deliberadamente y conscientes de la ilegalidad de sus actos, realizaron un encantamiento Patronus en una zona habitada por muggles, en presencia de un muggle, el 2 de agosto a las siete y cuarenta y tres minutos, lo cual constituye una violación del Párrafo C del Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad, mil ochocientos setenta y cinco, y también de la Sección Trece de la Confederación Internacional del Estatuto del Secreto Mágico. ¿Son ustedes Harry James Potter y Allison Gwendolyn Potter, residentes del número 37 de Bertie Street, Wigtown, Dumfries and Galloway? 

Fudge les dedicó una mala mirada.

—Sí —respondieron a la vez.

El tiempo se le pasaba eterno a Allison, no paraban de interrumpirles y lo único que Harry y ella alcanzaban a decir era «sí». Amelia Bones parecía muy sorprendida cuando supo que habían conseguido conjurar un patronus corpóreo. Pero, cuando pudieron al fin decir que les habían atacado los dementores, Fudge no les creyó.

—¡No mentimos! —gritó Allison, mientras todos los miembros del Wizengamot murmuraban entre sí—. Tres dementores nos atacaron cuando la calle se quedó a oscuras...

—¡Basta! ¡Basta! —ordenó Fudge—. Lamento interrumpir lo que sin duda habría sido una historia muy bien ensayada...

Dumbledore carraspeó. El Wizengamot volvió a guardar silencio.

—De hecho, tenemos un testigo de la presencia de Dementores en ese callejón —dijo Dumbledore—. Habrían sido dos, si no hubiera ordenado a sus desmemorizantes incumplir el protocolo y borrarle la memoria al chico muggle.

Tras más quejas, la señora Figg entró y testificó, describiendo muy bien la sensación que producían los dementores.

Entonces, cuando Fudge dijo que no resultaba creíble que los dementores justo se hubieran encontrado con dos magos, Dumbledore le rebatió. Según Fudge —y la bruja a la que antes no se le veía el rostro, pero entonces pudieron verlo y se dieron cuenta que tenía cierta semejanza con un sapo—, los dementores no podían haberse escapado, porque estaban bajo el mando del Ministerio. Dumbledore aprovechó para decir que, entonces, debían estar siguiendo las órdenes de alguien más. 

—Los que estén a favor de absolver a los acusados de todos los cargos... —anunció Amelia Bones una vez terminaron.

A Allison le latía el corazón a toda velocidad cuando vio manos levantándose, eran más de la mitad. 

—Los que estén a favor de condenarlos...

Fudge y media docena de magos —entre ellos la bruja de cara de sapo— levantaron la mano. Eran muchos menos. Se habían salvado. 

—Muy bien —dijo Fudge a regañadientes—. Muy bien... Absueltos de todos los cargos.

—Excelente —dijo Dumbledore con contundencia, y se puso de inmediato en pie. Sacó su varita e hizo desaparecer las dos butacas en las que se habían sentado él y la señora Figg—. Bueno, debo irme. Que tengan todos un buen día.

Dumbledore se marchó, sin siquiera mirar a los mellizos. Harry y Allison estaban descolocados por ello, pues pensaban que al menos les diría algo. 

Tras unos dubitativos segundos, se pusieron en pie y abandonaron apresuradamente la mazmorra. Allison no se creía que habían sido absueltos, había estado muy preocupada y ya podía dejar de estarlo. En cuanto salieron por la puerta, Maddy se abalanzó sobre ellos. 

—Dumbledore no me ha dicho...

—¡Nos han absuelto! —gritó Allison, soltando todo su entusiasmo y abrazando con fuerza a Maddy. 

Harry cerró la puerta y le dio otro abrazo a Maddy, igual de fuerte. 

—Arthur ha tenido que marcharse por algo de un inodoro —les informó—. Dijo que se daría prisa en volver a casa para saber si os habían absuelto. ¡Qué contentos van a estar todos! Sabía que saldría bien. 

Les apretó a ambos en otro abrazo, y justo entonces la puerta se abrió y empezaron a salir todos los magos. 

—No me digáis que os ha juzgado el tribunal en pleno. 

—No te lo diremos, pero me parece que sí —murmuró Allison, viendo como uno o dos de ellos saludaron a Maddy al pasar. 

—Bueno, vamos al Atrio y nos iremos de vuelta a casa. A Remus le hará ilusión oír las buenas noticias, está algo enfermo desde ayer —les comentó, aunque los tres sabían que hablaba de la luna llena, pero no era prudente decirlo en voz alta dentro del Ministerio—. Eso me recuerda a que no hagáis mucho ruido si subís a la última planta, y deberíais decírselo a los gemelos. Anoche...

Maddy se interrumpió a sí misma cuando llegaron a la novena planta, después de subir las escaleras, y vieron a Fudge hablando con Lucius Malfoy, quien clavó sus fríos ojos grises en los mellizos. 

—Vaya, vaya... los Patronus Potter —dijo con descaro.

Allison notó cómo Harry se tensó a su lado. Sabía que era uno de los mortífagos que se habían aparecido en el cementerio a final del curso pasado. 

—El ministro me estaba contando que os habéis librado de una buena —comentó el señor Malfoy, arrastrando las palabras—. Es asombroso cómo os las ingeniáis para escabulliros de las situaciones comprometidas... Como una culebra, diría yo.

—Sí, es algo que se le da bastante bien a más de una persona por aquí —soltó Allison con una sonrisilla inocente, refiriéndose a él de forma obvia. Pero no podía decirle nada, bien podía haber hablado por ella y su hermano, ¿no? 

Malfoy no alteró su gesto de superioridad y pasó su mirada a Maddy. 

—¡Mira por dónde, Maddison Black! ¿Alguna pista sobre tu fugitivo marido? 

—Deberías preguntarle a Kingsley Shacklebolt, si tanto te interesa, Lucius. Es quien se encarga de su búsqueda —respondió ella con fingida tranquilidad. 

La emoción de todos se notaba en el ambiente cuando regresaron a Grimmauld Place. Ginny y los gemelos hicieron una especie de danza de la victoria —a la que Lizzy se acabó uniendo también—, Ron y Hermione no paraban de repetir que sabían que les absolverían, la señora Weasley lloró.

En cuanto Maddy se acercó a Sirius, con la misma mirada que se habían lanzado días atrás en el salón, él le dio una sonrisa gigante antes de besarle. Era la primera vez que Allison veía besarse al matrimonio, y le conmovió mucho. Maddy y Sirius ni siquiera se percataron de que casi todos los ojos estaban puestos sobre ellos, porque cuando se separaron Sirius pasó un brazo por el hombro de Maddy y se quedaron así, como si nada. La sonrisilla en el rostro de Eliza no pasó desapercibida para Allison, se notaba lo contenta que la chica estaba por que sus padres estuvieran juntos y felices.

Aquella tarde la señora Weasley les dijo que les libraba de las tareas, así que Allison y Hermione se quedaron un largo rato en la habitación de Ginny y Eliza, hablando.

—Me pregunto por qué estarán tardando tanto en enviar las cartas de Hogwarts este año —comentó Hermione mirando por la ventana.

Había estado inquieta con aquello toda la semana, cada día alterándose un poco más porque las cartas no llegaban. Maddy le había tranquilizado bastante, había acertado que lo que tanto le preocupaba era ser elegida prefecta o no. Le había asegurado que la escogerían, y Allison también lo había hecho.

—Es porque Dumbledore todavía no ha encontrado un nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras —informó Lizzy, quien como siempre se enteraba de todo.

—¿Cómo sabes tú eso? —le preguntó Ginny.

—Hace unos días se lo escuché decir a mi madre con las orejas extensibles. Les he comprado unas a Fred y George.

—De todas formas, no tienes que preocuparte tanto —la intentó tranquilizar Allison—. McGonagall y Dumbledore no van a dudar en hacerte prefecta, es imposible que...

Hermione se levantó de la cama de forma repentina, sobresaltando a las otras tres, y corrió hacia la ventana para abrirla y dejar pasar a una lechuza. Allison la reconoció al instante, era la de Cho, con quien no había dejado de escribirse. Hermione pareció decepcionada cuando se dio cuenta que no era de Hogwarts, y se dejó caer en la cama de nuevo. La lechuza salió por la ventana y fue Ginny quien la cerró.

—¿De quién es? —quiso saber Liz, aproximando su cabeza a Allison.

—Ah, es de Cho, luego la leeré —contestó Allison, dejándola sobre una mesilla. Al ver la expresión interrogativa de las tres, añadió—: Llevamos escribiéndonos desde el mes pasado. No lo está pasando muy bien, y quiero intentar que se sienta mejor.

No iba a contarles nada más de lo que Cho le había dicho, porque se lo había confiado a ella y no a otra gente. Lo cierto era que se escribían a menudo, pues Cho se sentía muy triste y pensaba que su grupo de amigos ya estaban cansados de oírla llorar. Allison le había dicho que llorar no tenía nada de malo —sí, ella odiaba hacerlo y era una hipocresía que le dijese eso, pero ¿qué iba a hacer?— y que le contase a ella todo lo que quisiera. 

—Bueno —dijo Ginny, rompiendo el silencio—, Lizzy, vas a empezar tercero, ¿qué optativas has cogido?

—Runas Antiguas, Aritmancia y Cuidado de Criaturas Mágicas —respondió Liz con una sonrisilla.

—Ya sabía yo que no elegirías Adivinación —comentó Allison.

—Porque es una pérdida de tiempo —intervino Hermione, rodando los ojos.

—Alguien sigue irritada porque no tiene el aura necesaria... —dejó caer Allison, sin poder evitar soltar una risita al final. 

* * *

A pesar de la guerra que se les estaba viniendo encima, Maddy se sentía más completa que desde hacía mucho tiempo. Había recuperado a Sirius. Podía pasar con él todo el tiempo que quisiera, porque él no había hecho todo lo malo que había pensado durante años. Llevaba más tiempo echándole de menos que el que había pasado junto a él.

Sirius había congeniado tan bien con Liz que pasaban muchísimo tiempo juntos. Durante el mes de julio, Sirius se había encargado de contarle a su hija decenas de historias de su época en Hogwarts, algunas ya conocidas y otras nuevas. Cuando llegaron en agosto los mellizos, se sumaban a muchas de esas conversaciones, deseando escuchar anécdotas sobre sus padres.

Seguramente por eso Sirius no parecía tan huraño estando encerrado en la casa donde se crió. Tenía días malos, en los que casi lo único que hacía era gruñir, pero cada vez eran menos. Sobre todo desde que Maddy le dio la noticia.

Lo había estado sospechando desde finales de julio, pero pensó que los síntomas no eran más que la causa de todo el estrés que estaba experimentando. Tampoco estaba segura de si iba a ser una buena o una mala noticia. Pero cada día iba a más, y a principios de agosto no aguantó y se hizo una prueba.

Estaba embarazada, y no sabía qué hacer.

Fue el día en el que los mellizos llegaron a Grimmauld Place cuando habló con Sirius de eso por primera vez. Cuando vomitó en el pasillo después de salir a toda prisa de la cocina. Le había dicho que algo le había sentado mal, pero cuando Sirius regresó a la habitación esa noche, volvió a preguntarle. Porque no se lo había creído del todo, sabía lo mal que Maddy mentía.

—Sirius, yo... estoy embarazada.

Cerró los ojos, sin saber cómo iba a reaccionar su marido, tenían una guerra en la que luchar. Pero Sirius no tardó en abrazar a Maddy con fuerza, porque ella se había echado a llorar.

—Todo irá bien —trató de reconfortarla, limpiándole las lágrimas de las mejillas. Las manos de Sirius temblaban un poco, tratando de asimilar la noticia—. Estoy contigo. Ahora sí que lo estoy.

Eso solo hizo que sus lloros fueran en aumento, y le abrazó con más fuerza todavía. Pasaron unos minutos, Sirius la intentaba tranquilizar y Maddy balbuceaba cómo se había enterado de todo. Había ido a un hospital muggle, porque no quería arriesgarse a que lo supieran en San Mungo. No todavía, al menos.

—¿Vas a... vas a tenerlo? —le preguntó Sirius con cautela, mirándola a los ojos, cuando sus llantos habían cesado y ambos se habían sentado en la cama.

Maddy tardó en responder.

—Quiero tener otro hijo —dijo en voz baja, con los ojos todavía algo cristalizados—. Pero me da mucho miedo.

Sirius no pudo evitar sonreír, y le dio un beso lleno de cariño en la frente.

—Eres la mujer más fuerte que he conocido, Maddy. Y no vas a hacer esto sola.

—Vamos a tener un bebé —murmuró ella, escondiendo la cabeza en el pecho de Sirius.

Él sonrió y acarició la espalda de Maddy, trazando círculos imaginarios.








BUENO PUES YA ESTÁ CONFIRMADO no quería esperar más y ya todos lo sabíamos así que AHSISHSISISJSKS

dejen aquí sus apuestas sobre el futuro bebé :)

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