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03 | el Consejo Escolar

III. HOGWARTS BOARD OF GOVERNORS

El jueves por la mañana Allison se levantó tarde, como ya era habitual desde que Lizzy se había marchado al cuartel general de la Orden del Fénix.

Y, claro, Allison no esperaba encontrarse en su cocina a la profesora McGonagall hablando con Maddy. Si lo hubiera sabido, habría bajado con algo más que una camiseta de Star Wars —que una vez había pertenecido a su padre— varias tallas más grande y unos shorts de pijama. 

—Buenos días, Allison —saludó McGonagall con una sonrisilla cuando vio que la chica se había quedado parada sin saber qué hacer. 

—Buenos días, profesora McGonagall —respondió Allison, acercándose a ellas con recelo.

—La profesora McGonagall ha venido para hablar sobre la reunión con el Consejo Escolar que te comentó el curso pasado. 

—¿Sigue en pie? —preguntó con confusión la pelirroja—. Pensaba que no la haríamos por... Bueno, por cómo está todo. 

—Estando conmigo no correrás ningún peligro —le aseguró McGonagall—. Y los miembros del Consejo se mostraron muy interesados en verte cuando les hablé de ti.

Allison sonrió al escuchar aquello. 

—¿En serio?

—Por supuesto, Allison. Ellos creen que es bueno que alguien que estudia en el colegio les hable sobre cómo es y cómo se podría mejorar.

—Tengo un montón de ideas —dijo Allison sin dejar de sonreír—. Realmente me sorprendí de lo vagas que son las normas con respecto a la invasión a la intimidad y la protección de menores de edad. Leí un montón de libros y apenas tocaban esos temas. 

Maddison miraba con orgullo a su ahijada, viendo por unos momentos la actitud de Lily Evans a través de su hija. Lily siempre quería justicia e igualdad para todos los estudiantes, y cuando se convirtió en Premio Anual hizo todo lo posible para lograrlo. A menudo se metía en medio de peleas para hacer de mediadora, y casi siempre conseguía arreglar las cosas. 

—La reunión es el día 30 de julio, vendré a buscarte a las nueve de la mañana y nos iremos por la Red flu. Quiero que escribas todas tus ideas en una libreta y que practiques lo que vas a decir, puedes contárselas a Maddy, a Remus o a tu hermano. El día de la reunión debes sonar lo más profesional posible, y los tendrás a todos ganados. 

—Lo haré, hoy mismo empezaré a escribirlo todo... No sé por dónde empezar, hay tanto que hacer. ¡Estoy muy emocionada! —chilló, levantándose de su silla y yendo a abrazar a su profesora—. Muchas gracias, Minnie. 

Ella negó con la cabeza, pero le abrazó de vuelta mientras Maddy trataba de aguantar una carcajada. 

El verano no les estaba yendo tan mal como esperaban. A medida que la segunda quincena de julio avanzaba, era más fácil sacar a Harry de casa, y parecía andar de mejor humor. A menudo salían con los chicos, a dar vueltas por el pueblo, y a esas alturas todos sabían que Gilbert y Allison se habían besado. Porque tampoco fue la única vez, a veces se separaban del grupo —Harry ponía muchas quejas al respecto— y Gilbert le llevaba a un parque poco transitado.

Con quien también había hecho buenas migas fue con Megan, la novia de Keith. Tenían la misma edad y le recordaba mucho a Lavender, pues tenían actitudes similares. Megan parecía emocionada de salir con otra chica, porque decía que las pocas chicas de sus años que había en el pueblo, estaban ahora en vacaciones.

Y a Allison no le pasaban desapercibidos los comentarios que los chicos hacían cuando Megan no escuchaba, pero tampoco se quedaba corta reprochándoles. ¿A quién le importaba si se maquillaba demasiado, o si su risa era muy chillona? Le daba la sensación de que los chicos no se habían molestado en conocerla más allá de ser la novia de Keith.

Por otra parte, Allison se seguía escribiendo con Cho Chang. Le había respondido a su carta, y la Ravenclaw la había mandado otra desahogándose y pidiendo perdón por hacerlo. Pero Allison seguía insistiendo en que quería que le contase cómo se sentía si era lo que necesitaba, y acabaron por tener una especie de amistad por correspondencia. De la cual, cabe decir, Harry estaba celoso, algo que no pasó desapercibido para Allison por mucho que él lo intentase disimular.

Algo que también le hacía muy feliz a Allison era que por fin había llegado el 30 de julio, día en el cual presentaría sus ideas al Consejo Escolar. McGonagall había aparecido muy temprano en la casa, y había estado conversando con Allison sobre cómo sería la reunión, para que estuviera todo lo preparada posible.

Sabía que algunos temas no los controlaban en el Consejo, y eran responsabilidad de Dumbledore, así que alguna cosa que tenía pensada debería esperar. La profesora McGonagall le había dicho que los miembros del Consejo hablarían con Dumbledore si había algo que tenían que cambiar, pero el director no podía asistir a la reunión porque tenía una agenda muy apretada. Seguramente por algo de la Orden.

Se despidió de Harry y Remus, ya que Maddy no estaba en casa, y usó la Red flu con la profesora McGonagall. Un mago les esperaba detrás de una especie de mostrador, y cuando McGonagall le dijo quiénes eran les señaló una puerta de madera la cual cruzaron.

Una mesa alargada estaba en medio de la sala, con doce magos y brujas sentados ya en ella, hablando entre ellos. Cuando entraron Allison y McGonagall, tomaron asiento y se presentaron.

—Señorita Potter, estamos encantados de que una mente joven nos ayude con ideas nuevas —empezó a hablar una bruja de aspecto amable—. Muchos de los asuntos del alumnado no nos compete a nosotros, sino al director, pero cualquier pensamiento será bien recibido. Al acabar la reunión nos pondremos en contacto con Dumbledore para debatir qué normas nuevas aplicaremos.

Todos la observaron, esperando a que hablase.

—Muchas gracias por tomar en cuenta mis ideas —agradeció Allison. Era hora de hablar como si fuera una persona culta—. El curso pasado leí varios libros y me puse al día con las normas del colegio. La verdad es que me sorprendió lo poco que se indagaba en la protección de la intimidad de los alumnos, apenas había normas y la mayoría iban sobre otros estudiantes, casi ninguna sobre profesores. 

 —La profesora McGonagall nos comentó el asunto del ojo mágico del viejo Alastor —dijo un mago con acento irlandés—. ¿Podrías explicarnos con más detalle el problema?

Allison asintió y se aclaró la garganta, pensando que se vería más profesional haciéndolo.

—No tengo nada en contra del profesor Moody, sobre todo porque resultó no ser él. Pero era inquietante que cualquier profesor poseyera un ojo con el cual podía ver por debajo de todo. No puedo saber para qué lo usó, pero está claro que es escalofriante.

Varios miembros del Consejo hicieron un gesto de asentimiento con la cabeza, concordando con Allison. 

—Creo que debería prohibirse el uso de tales objetos dentro de la escuela.

Tras unas palabras que los miembros del Consejo intercambiaron entre ellos y un asentimiento general, todos parecían de acuerdo en que Allison tenía razón. 

—Hablaremos con Dumbledore para que se asegure de cumplir con esto, señorita Potter —aseguró la bruja que había hablado en primer lugar.

La reunión se prolongó un buen tiempo, Allison pudo hablarles de diversos temas. Quería que se protegieran más los derechos de los menores de edad, y estuvieron un largo rato hablando sobre ello. La mayoría de ellos parecían sorprendidos de la determinación con la que Allison soltaba sus argumentos, incluso ella misma se asombró de lo bien que parecía dársele. Pilló a McGonagall sonriendo en más de una ocasión, y se sintió orgullosa de sí misma por ello. Minerva McGonagall podía verse severa y dura, pero tenía un corazón enorme y quería mucho a sus alumnos. No podía evitar, tampoco, tener cierto favoritismo con Allison. Era tan parecida a sus padres que a veces incluso dolía verlo. James y Lily Potter habían sido de los mejores estudiantes, y McGonagall tenía claro que sus hijos eran igual de buenos que ellos. 

Cuando terminó, Allison podía afirmar que estaba satisfecha con cómo había ido todo. McGonagall la llevó de vuelta a casa y se quedó a comer.

Al día siguiente, Allison y Harry iban a celebrar su cumpleaños. Sus amigos les mandaron los regalos vía lechuza, felicitándoles y deseando que se vieran pronto. Por alguna razón, Harry parecía frustrado, y cuando Allison le preguntó por qué solo obtuvo un gruñido como respuesta. 

Beatrice llegó a la hora de la comida, cuando los mellizos estaban sentados a la mesa con Maddy, Remus y Lyall. Habían estado preguntando cuándo podrían ir al cuartel, porque echaban de menos a Liz y querían ver a Sirius y al resto.

—¡No os lo vais a creer! —exclamó Beatrice, corriendo hacia la mesa. Tenía las mangas de la chaqueta llenas de rajas, y los pantalones parecían quemados—. ¡Es increíble!

—Contexto, Tris, por favor —pidió Maddy, observando a su amiga con sorpresa por las pintas que traía.

—¡He visto a una quimera! ¡La he visto! Ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida, ahora mismo podría morir y sería la mujer más feliz del planeta.

Allison soltó una risita y se levantó de la silla, acercándose a Beatrice para darle un abrazo.

—Felicidades, chicos, casi se me olvida —comentó sin pudor, a lo que Remus negó con la cabeza, pero sin ocultar su sonrisa—. Os traigo recuerdos de Grecia.

* * *

Muchas noches, Allison oía a la perfección cómo Harry gritaba en pesadillas. Al principio había malinterpretado la situación —hacía ruidos muy raros—, pero acabó dándose cuenta que los gimoteos eran lloros y súplicas. Había escuchado en más de una ocasión el nombre de Cedric Diggory, y se había planteado ir a ver si Harry estaba bien.

Así que cuando la noche previa al dos de agosto lo escuchó, fue sin darse cuenta hasta su puerta. Tocó dos veces, pero Harry no contestó, así que decidió pasar dentro. Harry estaba sentado en su cama, agitado y con una mano en la cara. 

—¿Estás bien? 

—Sí, estaba gritando de la felicidad que me da vivir —ironizó él, hablando con voz ronca. 

Allison se acercó y se sentó al borde de su cama. 

—Los quince no te han sentado bien. 

—Solo he tenido una pesadilla, Allison. Puedes volver a tu habitación. 

—Me has quitado el sueño con tus gritos, ¿quieres hablar? 

El chico soltó una especie de quejido y se recolocó sobre el colchón. 

—Son las cuatro de la mañana —dijo Harry, mirando el reloj que Lyall le había regalado en su cumpleaños—, ¿de qué mierda quieres hablar a estas horas? 

—No sé, de quién crees que nombrarán prefectos este curso, de qué tan guay es esta camiseta vieja de Los Beatles de papá en una escala del uno al diez, de tus pesadillas sobre aquella noche...

—Hermione será prefecta, sin dudas —interrumpió Harry, en cuanto Allison mencionó los malos sueños. 

Allison se hizo un hueco a su lado, apoyando la espalda en el cabecero. 

—Y de los chicos, ¿Dean o Seamus? Porque habría que ser muy tonto para nombraros a Ron, Neville o a ti. Sin ánimo de ofender. 

—También para nombrarte a ti, sin ánimo de ofender —repitió él en tono de burla. 

—Ni que quisiera ser prefecta, ese puesto está asignado a Hermione desde que pisó el castillo. 

Harry volvió a resoplar y se tumbó, apoyando la cabeza en la almohada al lado de su hermana. 

—Sabes que puedes hablar sobre tus sueños de la noche del cementerio conmigo, ¿verdad? Puedo hacer bromas para que te sientas mejor, o callarme si es lo que necesitas. Sé que soy una pesada, pero en el fondo soy buena persona. 

—No me apetece rememorar todo eso de nuevo, tengo bastante con soñarlo casi todas las noches. 

—Lo que quieras, Harriet. 

—¿Algún día dejarás de llamarme así? 

—Pienso decirle al mago o a la bruja que oficie tu boda que es tu verdadero nombre y no puedes hacer nada para impedirlo. 

—Tener hermanos para esto —se quejó Harry, dándole un golpe en el brazo. 

Y así fue como empezó la batalla de empujones, hasta que Harry tiró a Allison de la cama y se asomó al suelo con preocupación. Allison soltó una risa al ver su cara, y Harry rodó los ojos al darse cuenta de que estaba bien. 

A la mañana siguiente, Maddy se encontró a Allison durmiendo en la cama de Harry, y a él a los pies de la cama, también dormido. 

Por la tarde, los dos volvieron a salir con Gilbert y Campbell, porque el resto se había ido de vacaciones. Por supuesto, Allison y Gilbert tardaron poco en desaparecer para ir al lugar de siempre a pasar un buen rato. 

Se hizo tarde casi sin darse cuenta, por lo que la noche cayó. Caminó con Gilbert de la mano, buscando a Harry.

Pero de repente la oscuridad se hizo más evidente que antes, y no sé veía ninguna señal de luz a su alrededor. Una rara pero de alguna forma conocida sensación se apoderó del estómago de Allison, y sintió una presión sobre él. Apretó la mano de Gilbert mientras sentía cómo todo a su alrededor iba helándose y todos los sonidos se habían silenciado. 

—¿Qué ha pasado? —preguntó Gilbert, con confusión. 

Allison sacó su varita sin pensarlo demasiado. El frío, la oscuridad y el silencio eran familiares, la misma sensación que había tenido más de una vez durante su tercer curso. 

—No te muevas y quédate en silencio —le ordenó Allison en un susurro. 

Por mucho que tratara de ver algo, era imposible. Todo era negro a su alrededor. 

De repente empezó a escuchar un grito lejano, que poco a poco se iba acercando. La estaba llamando, era su hermano gritando su nombre. 

—¡Harry! ¡Aquí! —chilló Allison.

Harry, guiado por su voz, consiguió acercarse algo. 

—¿Estás sola? 

—Con Gilbert. 

El silencio volvió a adueñarse de sus oídos. Expectantes, esperaron a la mínima señal de que su presentimiento era correcto. Tenía que serlo, era la única explicación que se le ocurría a Allison. 

Una respiración ronca y vibrante se escuchó, y era claro que no lo había producido ningún humano. Un escalofrío bajó por el cuerpo de Allison, y notó cómo Gilbert apretaba el agarre en su mano. Con la otra, Allison sujetaba su varita con toda la firmeza que podía reunir. 

—Tengo que irme de aquí —balbuceó Gilbert, con voz temblorosa. 

—No puedes irte, tienes que quedarte. 

—No. No. 

Se zafó de su agarre y, por mucho que Allison intentó volver a atraparlo, Gilbert se perdió entre la oscuridad. 

—Mierda. Harry, Gilbert se está marchando. 

Escuchó un golpe y se puso alerta, pero un quejido de su hermano le indicó que debía haberse chocado con algo. 

Lumos —susurró Harry, y de la punta de su varita surgió una luz. 

Dos dementores habían sido iluminados por el hechizo, Harry estaba mucho más cerca de lo que pensaba y los dos se aproximaban a ellos. 

Expecto patronum —conjuró Allison con voz débil, y una neblina plateada surgió de su varita. 

No fue suficiente, a pesar de frenar por unos segundos al dementor, este siguió avanzando. 

Tenía mucho miedo. No entendía cómo habían aparecido unos dementores en medio del pueblo. Pudo ver las viscosas manos del dementor muy cerca de ella. 

—¡Expecto patronum

De nuevo la niebla era insuficiente, y el dementor estaba cada vez más cerca de sorber su alma. Se sentía horrible, todos los buenos pensamientos que había tenido durante el verano le abandonaron. Solo escuchaba los gritos de su hermano, que tampoco parecía tener éxito con el hechizo. 

Tenía que hacerlo, solo debía concentrarse en un recuerdo feliz. Pero todo apuntaba a que se habían borrado de su mente, solo se acordaba de lo malo. Recordó a sus padres muertos. A Sirius condenado de forma injusta doce años en Azkaban. A ella misma enfrentándose a su boggart en tercero, e incluso las miradas del falso Moody. George y ella rompiendo. 

Pero algo en el rostro de George le hizo querer esforzarse más. Recordó los muchos besos que se habían dado, lo bien que se había portado con ella. Se acordó también de Ron abrazándola cuando estaban enfadados con Harry, y de Hermione dándole consejos en el dormitorio de las chicas. De Eliza apoyándola cuando estaba triste, y de Maddy y Remus estando ahí siempre para ellos. 

—¡EXPECTO PATRONUM

Una cierva plateada se materializó enfrente suyo, saliendo de la punta de su varita. Embestió al dementor, quien no tuvo más remedio que largarse de ahí. Escuchó cómo su hermano, esta vez, lograba conjurar él también con éxito su patronus. Su ciervo hizo lo mismo con el segundo dementor. 

Corrieron por la calle, Harry iluminando con su varita, y vieron cómo Gilbert se acurrucaba en el suelo. Un tercer dementor intentaba besarle, robarle el alma. Pero Allison mandó rápidamente su patronus a defenderse, y enseguida desapareció aquel no-ser. 

El ciervo y la cierva galoparon por la calle hasta disolverse en una niebla plateada. 

Allison se agachó para comprobar el estado de Gilbert, y él solo pudo corresponder su mirada con extremo temor. Balbuceaba cosas sin sentido y observaba a Allison como si no la conociese. 

Entonces Allison fue plenamente consciente de que Gilbert era un muggle y acababa de verles haciendo magia. Habían violado el Estatuto del Secreto, pero había sido como forma de defensa. Aquellos dementores habían estado a punto de cumplir su misión. 

Escucharon unos pasos acercarse, y apuntaron con la varita hacia el origen del ruido. Era la anciana que siempre veían en el porche de su casa. Se dieron prisa en guardar las varitas, pero ella intervino:

—¡No guardéis eso, necios! —les gritó la señora—. ¿Y si hay alguno más suelto por aquí? ¡Oh, voy a matar a Mundungus Fletcher!


La vuelta a casa se les hizo eterna. Resultaba que aquella anciana era una squib, la señora Figg, y formaba parte de la Orden. Se había pasado el rato desvariando sobre que el tal Mundungus Fletcher se había escaqueado de su turno para vigilarles.

Porque, al parecer, era lo que habían estado haciendo todo el verano: espiarles en todo momento.

Mientras andaban de camino a casa, Allison hacía esfuerzos para que Gilbert los siguiera. No necesitó usar mucha fuerza porque no oponía resistencia, pues estaba en una especie de shock, pero tampoco ponía de su parte para andar. Entre Harry y ella lo iban consiguiendo, aunque de vez en cuando Gilbert parecía despertar de una ensoñación y empezaba a gritar «Bruja» y a removerse.

El resumen era que la habían fastidiado del todo. Pero ¿qué deberían haber hecho si no?, ¿dejar que los dementores les quitasen el alma?

Mundungus Fletcher se apareció delante suyo, y la señora Figg le gritó y le pegó con el bolso hasta que él se fue a informar de lo sucedido. Allison había visto a ese hombre antes en el pueblo, pero pensaba que era un vecino borracho, porque desprendía un olor a alcohol que espantaba.

En cuanto llegaron a la puerta de la verja del jardín delantero, la señora Figg se marchó a grandes zancadas. Harry y Allison entraron a la casa, todavía cargando a Gilbert, y vieron cómo Maddy andaba de un lado al otro del salón.

—¿Estáis bien? —les preguntó en cuanto les vio, yendo hacia ellos para abrazarlos—. Tú eres Gilbert, ¿verdad? Ven, siéntate en el sofá.

Con cuidado, Maddy condujo al chico y lo sentó en el sofá. Hizo un gesto a Allison para que se acercase, pero Gilbert se tensó en cuanto se sentó a su lado.

—Harry, cuéntame lo que ha pasado, Dung no ha sido muy específico. Allison, haz algo con tu novio, por favor.

Ni siquiera tenía ganas ni fuerzas de contradecirle en ello, daba igual que fuera su novio o no. La había cagado pero bien.

—Bert, escúchame —le dijo, buscando su mirada—. Sé que todo esto te parece una locura, pero tienes que relajarte. El peligro ya ha pasado.

—Pasado... —repitió él en un balbuceo—. ¿Qué ha pasado? Todo estaba frío... Y tú... Harry... ¡Bruja!

—Sí, bruja, soy una bruja —replicó Allison—. Pero tú no tenías que enterarte de eso.

—P-puedes hacer magia.

Allison asintió.

—Has hecho m-magia antes... Todo estaba oscuro, y la luz...

—Han aparecido unos dementores, pero tú no puedes verlos, Gilbert. Nos han atacado, pero Harry y yo los hemos espantado. Y ahora estamos en un lío, porque no podemos hacer magia fuera de la escuela.

Gilbert parecía estar en una batalla interna entre creérselo o pensar que le estaban tomando el pelo. Una lechuza entró volando por la ventana abierta y él se asustó. El ave cruzó la cocina y dejó la carta que llevaba sobre la mesa, marchándose en cuanto finalizó su tarea. Maddy corrió a abrir el sobre y empezó a leer la carta en voz alta:

—«Queridos señor y señorita Potter: Nos han informado de que han realizado ustedes el encantamiento patronus a las 21:23 de esta noche en una zona habitada por muggles y en presencia de un muggle. La gravedad de esta infracción del Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad y al Estatuto Internacional del Secreto Mágico ha ocasionado la expulsión de ambos del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. En breve, representantes del Ministerio se desplazarán hasta su lugar de residencia para destruir su varita».

La voz de Maddy se iba volviendo más baja y consternada a cada segundo, y parecía cansada de leerlo todo en alto. Aun así, después de unos segundos en los que tomó aire, continuó:

—«Dado que esta infracción necesita de la intervención de los desmemorizadores, quienes también llegarán de un momento a otro, lamentamos comunicarles que se requiere su presencia en una vista disciplinar en el Ministerio de Magia el día 12 de agosto a las 09:00 horas».

Maddy levantó la vista de la carta y observó las caras de sus ahijados, que estaban completamente paralizados. Allison tenía la mirada perdida en algún punto de la cocina, y la palabra «expulsados» se repetía una y otra vez en su cerebro. No podía creerlo, era imposible que les expulsaran del colegio por defenderse de unos dementores.

—Dumbledore está hablando con el Ministerio, solucionará esto —aseguró Maddy, doblando tanto la carta que estuvo a punto de romperla. Parecía muy alterada, algo no habitual en ella, teniendo en cuenta que siempre se comportaba con relativa calma. 

El silencio se apoderó de la estancia por unos instantes, hasta que en el salón apareció un patronus con forma de lobo: era el de Remus.

Dumbledore acaba de llegar al Ministerio y está intentando arreglarlo todo. No salgáis de casa ni hagáis más magia; tampoco entreguéis la varita. Los desmemorizadores llegarán, pero no pueden borrarle la memoria todavía.

El patronus desapareció tras pronunciar aquellas palabras con la voz de Remus, dejando de nuevo a todos sin saber qué decir.

—¿Qué acaba de pasar? ¿Me van a borrar la memoria? —preguntó Gilbert, que aunque parecía más recuperado por los dementores se veía aturdido por todo lo que estaba escuchando.

—Escúchame —ordenó Allison, con una firmeza que no sabía de dónde había sacado—. Somos todos magos, nos has visto haciendo magia fuera del colegio para defendernos de un ataque de dementores, y ahora nos han expulsado de la escuela y tenemos que ir a un juicio. ¡Y, al parecer, no pueden borrarte la memoria, aunque poco podamos hacer si vienen aquí los desmemorizadores! Así que, Gilbert, ¡no tengo la menor idea de lo que va a pasar!

Cuando terminó de gritar, tenía la respiración muy agitada y tuvo que levantarse del sofá para calmarse. No podía permanecer quieta y tenía la sensación de que se echaría a llorar de la impotencia en cualquier momento. Maddy trató de tranquilizar a ambos, y Gilbert no dejaba de preguntar si iban a borrarle la memoria una y otra vez. Al cabo de unos minutos, otra lechuza llegó, y Maddy volvió a leer su contenido en voz alta:

—«Queridos señor y señorita Potter: Con relación a nuestra carta de hace unos veinte minutos, el Ministerio de Magia ha revisado su decisión de destruir sus varitas mágicas. Pueden conservar ustedes las varitas hasta la vista disciplinar del 12 de agosto, momento en el que se tomará una decisión oficial». 

Se estaba quedando sin aliento, así que Harry decidió quitarle la carta para terminar de leerla él. 

—«Tras entrevistarse con el director del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, el Ministerio ha acordado que el asunto de su expulsión también se decidirá en esa vista. Por lo tanto, considérense excusados del colegio hasta posteriores investigaciones».

Allison se llevó una mano a la boca, nerviosa, y se mordió con fuerza su dedo índice. No estaba todo perdido, pero podría estarlo dentro de diez días. No podía dejar de comerse la cabeza, por muchas palabras tranquilizadoras que Maddy les intentaba dar a Harry y a ella.

De un momento a otro, alguien llamó a la puerta de la casa, pero en lugar de esperar a que fueran a abrirles, entraron por su cuenta. Un mago y una bruja, vestidos con túnicas de color azul oscuro, se adentraron en el salón.

—Venimos del Departamento de Accidentes y Catástrofes Mágicas —informó la bruja, que parecía ser la más mayor—. Somos los desmemorizadores, Lobosca y Peasegood. ¿Quién es el muggle?

Maddy hizo que Gilbert se levantase del sofá, pero no se apartó de su lado.

—No pueden borrarle la memoria todavía, Dumbledore ha dicho...

—No sea necia, señora Black —interrumpió el mago—, y déjenos hacer nuestro trabajo. Debemos hacerle unas preguntas al muggle.

Sacó una libreta mientras Maddy entrecerraba los ojos y le miraba con odio por atreverse a llamarla necia.

—¿Cómo te llamas?

Él tardó unos segundos en contestar, pues seguía muy desorientado.

—Gilbert Payne.

—¿Has presenciado cómo Allison y Harry Potter conjuraban un patronus?

—¿Un... qué? ¿Se refiere a los ciervos? Si respondo la verdad no me borrará la memoria, ¿no?

El hombre no contestó. La mujer, que tenía el pelo blanco recogido en una coleta alta, miró con impaciencia a su compañero, que se empeñaba en hacer más preguntas sin importancia.

—¿Qué van a hacer con él? —se atrevió a preguntarle Allison a la bruja, mientras el hombre seguía hablando con Gilbert.

—No podemos llevárnoslo, ni borrarle la memoria, así que mientras todo se...

Se vio interrumpida por el otro mago, que había alzado su varita sin que se percatasen de ello.

Obliviate.

—¡No! —gritó Allison, aunque ya era tarde.

Los ojos de Gilbert se desenfocaron, y su rostro de repente tenía un aire de ensoñación. Le habían borrado la memoria.

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