
Metamorfosis
Desperté abruptamente y mi cabeza era una marejada violenta.
La oscuridad era historia y los rayos de sol me cegaban la vista. La cantidad de colores que mis ojos veían había desaparecido. Ahora los colores eran más brillantes. Me sorprendí al darme cuenta que estaba en medio de un campo de flores. Por instinto, traté de arrancar una flor para olerla y quedé al ver mis garras reemplazadas por manos humanas.
Arranque la flor con tal delicadeza que mis patas toscas jamás me lo permitieron. El olor ya no era tan potente como me lo permitía percibir mi olfato de grifo pero aún permanecía.
Contemplé mis nuevas piernas. Me habían vestido con una de esas túnicas blancas de algodón que los humanos usaban. Al parecer era mal visto que los vieran caminando desnudos. Aquella tela me causaba cosquilleos contra mi piel cobriza, cosa que no había cambiado por mi plumaje.
Mis manos pasaron por mi cara, plana, sin colmillos o rasgos toscos como antes.
La pócima si había funcionado.
Alcé la mirada y en el fondo del campo, más radiante que el propio sol se hallaba una Aura sonriente al verme despierto.
Mi corazón latía con fuerza al verla bajar por la colina florida hacia donde estaba yo. Estaba descalza, una corona de flores decoraba su salvaje cabello. La recibí con los brazos abiertos. No sabía por qué hice eso. Quiza solo hayan sido mis nuevos instintos humanos o el rezago de mis alas convertidas en brazos.
Nos fundimos en lo que los humanos llaman abrazo: un contacto tan sincero y cálido que me hacía sentir vivo. Puedo comparar dicha sensación con el volar. Una emoción completamente pura.
Aura rodeó mi cuello con sus brazos y mi nariz quedó en su cabello aspirando ese aroma a flor silvestre. Ella me ayudó a ponerme en pie y dar mis primeros pasos. Fue cuestión de minutos para comenzar a correr bajo la colina.
En medio de risas y juegos, Aura me sorprendió estampando sus labios contras los míos. No sabía como hacerlo pero quería repetirlo. Lo intenté y ella quedó espantada. Que idiota quedé.
—Pensé que lo hacía igual que tú —dije inocentemente.
—Me diste un beso como si quisieras picotearme la cara— "beso" con que así se llamaba tal acto—. Parece que tu parte de ave no se te ha quitado.
Me sentí ofendido por su comentario y rodeé su cintura con mis brazos para tener una mejor vista de su rostro. Estábamos a la altura precisa y ella ya no temía. Era perfecto.
—Enséñame entonces a hacerlo.
Ella retiró un mechón de cabello de mi rostro y lo acunó entre sus manos. Me trataba como a una madre trata a sus crías y eso me encantaba. Ahora sentía más de cerca su calidez y nada haría que yo me despegase de ella.
Nos volvimos a fundir en un beso tan delicado que hasta los pétalos de las flores bajo nuestros pies nos tendrían envidia...
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