Epílogo 2
Un cumpleaños más de mis hijos pasó y tuve la dicha de convivir con ellos convertida en una vampiresa. Gastón les había cumplido su deseo de tener trampolines en el enorme patio del castillo, y Cortalenguas como buen guardián decidió unirse a ellos entre brincos y risas para asegurarse de que todo fuera cómodo para sus príncipes; la energía de la gárgola era tan grande que lograba elevar más de la cuenta a mis hijos, ellos encantados por estar por los aires y aterrizar en la base elástica del trampolín. Yo me tensaba y Gastón lo que quería era desarmar el juego mortal.
Keid, Carsten y Garth crecían como unos niños alegres, envueltos como mortales en un mundo de criaturas mitológicas que no solo se quedaban en cuentos para dormir o películas, ellos convivían entre nosotros—sí, porque ahora soy parte de esa lista de criaturas bestiales—y me encantaba la naturalidad con la que ellos interactuaban, sin miedo, sin prejuicios y sin repugnancia, todo su mundo les fascinaba.
La brisa soplaba con la bienvenida de la estación otoñal, los niños, Cortalenguas y yo íbamos por las calles de toda Valfart en busca de algunos arreglos que quería para las habitaciones y materiales para actividades de las clases de mis hijos. Perchas y Denver nos acompañaban, entre mis hijos y los dulces canes había nacido una conexión instantánea, se llevaban como si de toda la vida se hubiesen conocido y se adoraban con locura, los dos perros se alternaban para dormir en las camas de mis hijos y cuidarlos, al igual que Cortalenguas.
—Mamá yo quiero el color rojo.
Las nuevas cortinas debían cambiarse, no me gustaba la fina tela de su recámara porque el frío era feroz y calaba hasta los huesos, ellos seguían siendo humanos y no era la misma temperatura.
—¿Podemos ir por cuarzos a la cueva de cristal? —preguntó muy serio Garth—. Me faltan algunos para mi colección.
Miré a Cortalenguas, la gárgola movía los dedos entre ellos muy dudoso.
—Mi señora, Cortalenguas cuida a los pequeños y traviesos príncipes con mucho esmero, a Cortalenguas le gusta ir a la cueva de cristal porque Cortalenguas quiere ver los trozos incrustados en las paredes.
—Tenemos algo de tiempo.
Cada que cruzábamos miradas con algunos de los vampiros que nos rodeaban, dejaban lo que estaban haciendo por dirigirse a nosotros con una reverencia, era por mí y por mis hijos, pero Cortalenguas levantaba la cabeza con orgullo y hasta les daba pequeños golpes en los hombros a los civiles.
—Cortalenguas se asegura de que todos los vampiros alaben a mi señora y a los príncipes.
Los niños lanzaron carcajadas en conjunto mientras nos abríamos paso a las calles empinadas hacia la cueva de cristal.
—Antes de que anochezca, no quiero accidentes —les advertí—, y lo digo por ti, Garth.
El pequeño me miró con los ojos bien abiertos. Sabía muy bien que el más arriesgado de mis hijos era Garth, el pequeño no medía el peligro y el mes pasado casi se caía al lago; si no hubiera sido por Gastón que estaba cerca, nuestro hijo habría caído al hogar de ese monstruo acuático.
—Prometo que no, mamá.
Dudé como cuando la enfermera te dice que el piquete no dolerá y en realidad sí duele.
Los árboles eran enormes cada vez que nos acercábamos a la cueva, al igual que la neblina que se expandía entre nuestros pies.
Keid sujetaba mi mano mientras Cortalenguas iba al frente con los dos intrépidos exploradores que les gustaba escalar las rocas.
—Mamá ¿Podemos pasar a la librería del Guardian Dormido? Quiero cuentos nuevos.
Sonreí. Keid estaba desarrollando un amor hacia la lectura desde muy temprana edad. Gastón le tenía una pequeña pero considerada cantidad de libros que podía tomar para sus lecturas nocturnas, incluso el vampirito se toma su tiempo para leer con él y explicarle las cosas más complejas.
Amaba esa imagen de convencía entre padre e hijo que me atrevía a observar de lejos. Gastón sentía un amor incondicional por nuestros pequeños y se derretía cada vez que los veía dormir, haría cualquier por ellos y yo también.
—Claro ¿Qué te gustaría?
—Naves espaciales y cuentos de caballeros heroicos.
—Buscaremos en cuanto regresemos.
De pronto, mi oído se agudizó al percibir unos pasos entre la tierra y las hojas secas del suelo, el aroma no era de esta tierra. No lo reconocía de entre nuestra raza.
—¡Cortalenguas!
Los niños y la gárgola voltearon en cuanto vi esa sombra correr hacia ellos. Cortalenguas se fue contra esa capa oscura que intentó atacar y lo detuvo de un solo golpe. Venían dos más hacia Keid y a mí, coloqué a mi hijo atrás.
De un impulso sobrenatural lancé a esas dos cosas fuera de nuestro alcance. Cortalenguas traía a mis hijos—uno en cada brazo—y corrió hacia nosotros. Pero escuché más, venía detrás de la gárgola y mis hijos.
El impulso por querer protegerlos fue mi primer instinto. Podía sentir como de mi cuerpo surgía la adrenalina, como todo me quemaba para ejercer mi poder, no tenía armas conmigo, pero sí contaba con mis garras y mi fuerza. Ubiqué a los forasteros.
—¡Cortalenguas se encarga, mi señora!
—¡No! Protege a mis hijos, Cortalenguas —ordené en un gruñido.
Me concentré en no perderlos de vista, el ardor emergía de mí con violencia, nunca había sentido algo tan abrumador e intenso, un tifón de emociones me gobernaba, pero a la vez tan poderoso y con la certeza de que podía lograr cualquier cosa.
Venían en mi dirección, con toda la intención de matarnos. No se saldrían con la suya.
Y entonces, de mis manos un rayo de luz apareció para materializar una enorme, sólida y filosa espada. Quede atónita. La niebla había alcanzado mi cintura y la luz del día disminuyó sin darme cuenta.
¡Una espada! ¡Una espada apareció en mis manos! No tenía tiempo de procesarlo, debía proteger a mi familia a como diera lugar. Con mucha firmeza tomé el mango de la espada, era como si tuviera el peso de un lápiz entre mis manos.
En movimientos precisos y a la vez despiadados atravesé los cuerpos de los tipos, corté el viento con el sonido filoso de la hoja de acero y degollé sin culpa a nuestros enemigos.
Los niños estaban a salvo con Cortalenguas y yo seguí, implacable, violenta y letal hacia esos bastardos que intentaron atacarnos. Uno de ellos estaba por huir, así que con solo pensarlo el destello volvió a inundar mi mano para aparecer un hacha ¡Joder! No perdí el tiempo y lancé el arma en un tiro directo y perfecto al cuello del tipo, el cual terminó por clavarse en el tronco de un pino.
Silencio, un crudo y áspero silencio donde solo los latidos acelerados de los corazones de mis hijos sonaban en mis tímpanos.
Parpadeé y bajé la mirada a mis manos, un ardor me palpitaba, como si hubiese tocado una sarten caliente, no había forma de calmarlo, picaba y ni al frotar mis manos se detenía.
—¿Qué me sucede?
—Cortalenguas sabe —dijo la gárgola muy ansiosa y con ganas de explotar de lo exultante que estaba—. Cortalenguas sabe identificar un don cuando lo ve. La ama de Cortalenguas puede formar armas con sus manos —dio brincos de celebración—. ¡El don de mi señora es crear armas!
Con que... ese es mi don.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro