
Epílogo 1
Maddy
Abrí una vez más mis ojos, sus aromas se mantenían cerca de mí todo el tiempo, los escuchaba hablar en susurros aunque se esforzaran en guardar inútil discreción. La oscuridad se volvió parte de mi encierro y de alguna retorcida manera me reconfortaba para seguir bajo el control de mis nuevas sensaciones, de mi nueva mente e incluso de mi cuerpo.
Aclaré mi vista y la figura de ese joven de cabellos naranjas se encontraba al otro lado de los barrotes que aseguraban mi encierro.
La garganta la tenía cada vez más seca, me picaba como si hormigas treparan sobre las membranas de mi laringe para morder.
—Mi señora ¿Cómo se encuentra?
—Sedienta —carraspeé la palabra.
—¡Joder! ¿Han escuchado? Cortalenguas sí lo escuchó, mi ama por fin ha respondido con inteligencia una pregunta.
—¿Cómo que con inteligencia? Gárgola insolente.
El rugido de esa voz aceleraba mi cabeza. Ya estaba acostumbrándome al frío que me proporcionaba mi cuerpo, algunos impulsos agresivos los había superado días atrás con las sesiones que me impartía Constanz con su infinita paciencia por trabajar con novatos. Max era otra aportación importante a mi nueva vida. El reflejo de mi persona no aparecía en ninguna parte; cuando perdía un poco el control las uñas me crecían a una velocidad antinatural y me producía una tormentosa idea de destrozar todo por alimentarme.
Gastón me proporcionaba el alimento necesario para adaptar mi cuerpo a la nueva dieta, esa viscosidad mezclada con un sabor a hierro llenaba mis ansias, era como una bestia queriendo saciarse a máxima velocidad y seguir así por mucho tiempo, no tenía autocontrol cuando el olor a sangre estaba cerca.
Luego estaba el recuerdo más inocente de todos, el de mis tres pequeños que me mandaban dibujos cada cierto tiempo, cartas donde escribían que me extrañaban. Temía tanto por no saber controlarme frente a ellos, que me mantenía arrinconada en mi celda.
—Maddy —la voz de Gastón me hizo girar la cabeza.
Estaba justo frente a mí, dentro de la celda donde me había depositado para ayudarme con mi transformación. No me tenía miedo, no había ninguna protección que lo ayudara a detener algún ataque mío.
El silencio sigiloso con el que ingresó ni si quiera lo había percibido, era mucho mejor vampiro que yo evidentemente, agregando que mis pensamientos me atormentaban sin parar que me olvidaba de expandir mis demás sentidos.
Ya no era necesario acercarme para distinguir ese aroma peculiar a él, aunque ahora era mucho más marcado, el olor a libro viejo con una mezcla interesante del frío de las montañas.
Su camisa negra y sus pantalones a la cadera le sentaban bien, tan oscuro como siempre se había hecho notar ante todos. Su cabello seguía manteniendo un largo apropiado y lo había peinado para dar ese toque de elegancia y superioridad. Tan alto y fornido, tan letal como cautivador. Una pesadilla para quien no lo conocía y un deseo excitante para quien tuviera la dicha de estar con él.
—Tuvimos muchas peleas, pero recuerda una en particular...
Gastón llevó una ceja al medio de su frente como mínimo movimiento de interés.
—¿Cuál?
El deje musical de su voz barítono me estremeció como si hubiese pasado mucho, este hombre frente a mí era mi debilidad hecha realidad.
—Cuando me quedé a dormir en el departamento de Max, nos habíamos peleado tanto esa vez que fuiste por mí.
Gastón mantenía su imagen taciturna y a la vez peligrosa. Di un paso dubitativo hacia él, no hizo ningún amago de salir corriendo o mantener distancia, sus manos seguían hundidas en los bolsillos de sus pantalones, erguido con esa absurda y despampanante seguridad que me atraía y su porte de hombre inalcanzable.
—Discutimos en el pasillo cuando te dije que no me parecía bien lo que hacías en tus negocios ocultos.
Ladeó lentamente su cabeza a su izquierda sin quitarme esos intensos ojos verdes de encima. Max me aseguró que el tono de mis ojos se volvió muy parecido al suyo desde que cobré la consciencia después de haber sido mordida.
—Lo recuerdo.
—Me dijiste algo como...
—¿Crees que dejaría todo por ti? ¿Por amor?
Lo recordaba.
—Sí —solté en un suspiro. Ya no tenía un corazón latiendo en mi interior, pero la excitación por escucharlo hablar seguía presente.
Yo estaba realmente enamorada de este hombre, del vampirito que me prometió que todo esto solo sería un proceso tedioso y me ayudaría a pasarlo con más comodidad.
—¿Por qué mencionas eso en específico?
—Porque no parecías dispuesto a cambiar por amor —confesé—, y mira hasta donde has llegado por elegir el amor en tu vida. A mí, a nuestros hijos.
Sentí que los segundo se convirtieron en minutos, ninguno de los dos pronunció nada y tampoco apartamos las miradas. Pero a la vez escuchaba mucho, el fuego de las antorchas del pasillo, los pasos que venían de abajo del personal, la brisa hostil del exterior que soplaba como si deseara derrumbar el castillo.
—No estaba dispuesto a cambiar por cualquiera, Maddy, eso es diferente —contestó, midiendo sus palabras con cuidado—. En aquel momento no estábamos muy bien establecidos y no iba a arriesgarme por alguien quien no lo mereciera. Tenías muchas dudas sobre nosotros, sobre mí. Y yo no doy pasos en falso.
Vaya... que sincero.
—¿A pesar de que querías ser amado? —inquirí con mucha valentía. Apenas me di cuenta de que ya me encontraba rodeándolo, caminando a su alrededor mientras él respondía a mis preguntas.
Ni si quiera se preocupaba por mantener su vista en mí, muy probablemente porque era un vampiro experimentado y yo apenas una novata que estaba aclimatándose a su nueva vida.
—Correcto. No podía arriesgarme contigo por mi deseo, hasta que logramos conocernos mejor. Eso cambió todos mis planes de inicio.
Me planté frente a él, más cerca para percibir el frío que ahora se anivelaba con el mío.
Clavó su mirada en mí.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que me convertiste?
—Hoy se cumplen cuatro meses.
Tuve que parpadear para tomarme el tiempo de asimilarlo. ¿De verdad tanto tiempo ha transcurrido desde que me alejaron de mis hijos y de todo lo demás?
—¿Estoy lista?
—Probablemente, la prueba crucial serán nuestros hijos.
Mis hijos, deseaba verlos y abrazarlos, quería escuchar sus voces y no conformarme con videos donde me mandaban saludos y me contaban lo que aprendían en sus horas de clases.
—¿Qué haremos?
Me ofreció su mano como un caballero de época medieval a punto de invitar una pieza de baile a una dama, y como cereza del pastel, esa sonrisa sexi y temeraria se dibujó en su rostro.
—Vamos a caminar un rato, Maddy.
Al fin saldría de estas cuatro paredes.
—Por fin.
—Con supervisión —señaló con más seriedad.
Sin ninguna duda tomé su mano, esta vez con más confianza que anteriores ocasiones cuando intentaba acercarse a mí. Me guio a la salida de mi celda y en el pasillo descubrí de inmediato a Max, a Constanz y a Cortalenguas.
Esa gárgola se la pasaba día y noche conmigo, contándome sus días: sus hazañas en tiempos de Igor, como era la gárgola preferida, todas sus canciones y cómo le dolía ser convertido en piedra. Gastón intentaba hacer lo mismo, pero había cosas que hacer en el reino y él tenía que encargarse del cuidado de los niños para que no resintieran tanto mi ausencia.
Max y Constanz hacían su parte, pero no era lo mismo.
—Mad... ¿Qué tal todo?
Mi hermano me sonrió y yo me acerqué lo suficiente para tocarlo y abrazarlo. Mis ganas de descontrolarme y dejarme llevar por mis instintos primitivos ya no dominaban en mi mente, podía sentir el autocontrol que gracias a Constanz desarrollé.
—Bienvenida, hermanita.
—Creo que puedo volver a ser yo.
—No. Hasta pasar la prueba de fuego que es convivir con mis sobrinos —espetó Constanz muy cortante.
Gastón gruñó.
—Desde mi punto de vista lo está haciendo excelente —replicó mi esposo.
—Somos dos contra una —agregó Max juguetón.
—Tres —la voz infantil de Cortalenguas apareció a mi lado.
—¡Cortalenguas! —grité y lo abracé.
Sentí como se puso tieso con mi abrazo, ni si quiera movió sus extremidades superiores para rodearme y sabía que era por la presencia de mi esposo y los demás.
Escuché como tragó saliva muy fuerte.
—Cortalenguas es vigilado, Cortalenguas no puede tocar a su ama. Mi señor, Cortalenguas está respetando.
—Solo cállate y abrázame —exigí.
—Por mis colmillos —susurró Gastón detrás de mí y de muy mal humor.
Y tan pronto como se lo exigí, Cortalenguas me abrazó y me hizo dar brincos en círculos por volver a estar entre ella. Era un niño eterno del cual me había encariñado mucho.
☆゜・。。・゜゜・。。・゜★
—Bien, Maddy... estamos listos —dijo Max.
La ansiedad trepó por mi columna ante la expectativa de lo que fuera a suceder en los próximos minutos. Confiaba en mí, de eso no tenía duda.
Gastón entró a la habitación con los niños, con mis hijos. Después de cuatros largos y malditos meses puedo estar ante mis niños. La sala estaba rodeada por las gárgolas por si las cosas se salían de control, mis tres pequeños abrieron sus bocas en unas enormes sonrisas de felicidad.
—¡Mami!
Dijeron los tres en unísono. Gastón los dejó correr a mí y yo me arrodillé para recibirlos en mis brazos, los tres choques que recibí fueron mi complemento final para sentirme entera.
Ya estaba de regreso.
—Carsten —besé su frente—, Keid —besé su frente—, Garth —besé su frente—. Los extrañé tanto.
Los volví a abrazar, el aroma a su sangre estaba en el aire, los latidos de sus corazoncitos mantenían un ritmo acelerado. Estaban tan contentos. El calor que me transmitían era justo el que necesitaba para sentir que ya nada me faltaba.
—Prueba pasada —confirmó Constanz.
Miré a Gastón y él me sonrió como si fuera la pieza más importante y valiosa de su mundo.
—Aunque... falta saber cuál es su don —comentó Max—. Tiene que haber desarrollado alguno ¿No?
Mi esposo asintió.
—Lo descubriremos con el paso de los días, suele tardar en aparecer —explicó Gastón para todos—. Ahora, retírense de la sala, quiero estar a solas con mi familia.
Constanz jaló a Max en contra de su voluntad.
—Pero nosotros somos familia —protestó mi hermano en la entrada de la habitación.
—Él se refiere a la nuclear.
La puerta se cerró y con eso la privacidad reinó.
Gastón se acercó y me abrazó.
—Bienvenida, mi amor.
Todos mis sentidos estaban más desarrollados, podía escuchar todo, oler todo, percibir todo. Vaya sensación de poder que me generaba esto.
Keid no dejaba de verme y rozar mi brazo con su pequeña manita, parecía que estuviera analizándome de pies a cabeza. Le sonreí.
—¿Ocurre algo?
Mi hijo levantó la vista, sus ojos—del mismo tono que el de mis otros hijos—se conectaron con los míos.
—Estás helada.
—Es normal, Keid —se apresuró decir Gastón—. Esta es nuestra temperatura como vampiros.
—Y pronto la tendremos nosotros —agregó Garth.
—¡Ya quiero ser vampiro! —la voz explosiva de Carsten retumbó mis tímpanos.
—Faltan muchos años para eso —puntualicé muy firme y mirando a Gastón—. Ellos deben de crecer.
Él me sonrió y asintió.
—Sí, Maddy, así será.
Dejé mi vida humana desde hace cuatro meses por voluntad, ya no había nada que me impidiera tomar esa decisión y lo quería. Ya tenía veintinueve años y era justamente la edad en la que Gastón fue convertido en su momento.
Ahora soy Madeleine Le Revna, una vampiresa nueva y con una vida por delante, con mucho porque descubrir, sobre todo con mis hijos y posiblemente con un retorno a la medicina cuando fuera el tiempo correcto para mí.
Creí que las historias de vampiros eran solo eso, y el destino se encargó de darme una cachetada con guante blanco al cruzar mi vida con la de un letal, peligroso y oscuro inmortal, el señor Le Revna, el vampiro de la destrucción.
Una relación que se volvió un caos, porque él era el caos, un vampiro que destruía todo a su paso con tal de obtener todo lo que deseaba sin importar el desastre que conllevara. Pero él desde un inicio se volvió mío, mi caos, mi vampirito, ese ser caprichoso y de mal carácter que fui queriendo y aceptando.
Ahora, después de tanto, aquí estábamos, consolidando nuestra vida eterna.
Ahora como una integrante más de la raza de vampiros.
Esperen el siguiente epílogo🫣 son 3 y llevamos apenas 1.
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