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Capítulo 40. Alumbramiento

Los gritos eran más fuertes en cuanto aterricé en el castillo. Max se había adelantado y yo me trasladé con toda mi velocidad hasta la habitación, pero una de mis gárgolas ¡Cortalenguas! Me impidió avanzar.

Sus delgaduchos, pero letales brazos revoloteaban en aspavientos, sus colmillos salientes de sus fauces amenazaban para evitar que pasara, daba brincos a mi alrededor y luego obstruía la entrada a mi habitación.

Chasqueé los dedos y en segundos ya estaba en su forma humana que detestaba, lo hacía ver más adorable, pero no lo era.

—Amo, Cortalenguas está de su lado, la lealtad de Cortalenguas la tiene mi señor, pero mi señora está pariendo. Ira está con ella y no puede pasar, hay mucha sangre y Cortalenguas teme que pueda ocurrir una desgracia si usted entra...

—¡Es mi esposa! —gruñí. Cuanta osadía por parte de un sirviente que me debía su respeto—. No le haré daño a ella ni a mis hijos. Hazte a un lado.

La escurridiza y fastidiosa gárgola se pegó a la puerta.

—Mi señora debe de estar segura, sin... vampiros... cerca —siguió con esa alma decidida a desafiarme.

Lo que tenía que reconocer era la suma lealtad que tenía hacia mi mujer, Cortalenguas parecía más de Maddy que mío.

Si repasaba su enclenque cuerpecillo humano, delgado y sin chiste, podía darme cuenta de como las piernas le temblaban del miedo por mi presencia, bajo mi mirada, él seguía de pie y sin hacerse a un lado. Estaba dispuesto a ir en contra de mí con tal de que mi esposa estuviese tranquila sin correr el riesgo de que yo pudiera ser una amenaza por toda la sangre que pudiera haber.

La olfateaba, sus latidos acelerados y su respiración errática.

—¿Quién más la acompaña?

Aflojó sus brazos para unir sus dedos en movimientos torpes y ansiosos.

—Ira solamente. El doctor Reuter ya fue llamado y no tardará en llegar.

—Al menos usaron la cabeza en lo que llegaba.

—¡Aquí está!

La voz chillona de Constanz me tomó por sorpresa. Reuter y mi hermana venían a toda prisa y detrás de ellos Max con un rostro lleno de adrenalina por lo que estaba sucediendo. Si tuviera un corazón latiendo en mi interior este estallaría de la angustia y desesperación por la incertidumbre de no saber qué ocurría detrás de esas dos puertas.

Cortalenguas volvió a pegarse a ellas para impedir que pasara Constanz o Max.

—Solo el doctor —dijo la gárgola con muchas y estúpidas agallas.

Me crucé de brazos en lo que cuidadosamente abría la puerta para el doctor.

—Todo estará bien, señor Le Revna —aseguró Reuter antes de ingresar con todo su equipo.

—Quiero a mis hijos y a mi esposa a salvo.

—Así será.

—¡Coco! —grité el nombre de la gárgola, ella era una dragona de sanación, cualquier situación de riesgo ella podría intervenir.

La gárgola apareció a mi llamado e hizo una genuflexión.

—Amo.

—Entra con mi esposa, si algo llegara a salir mal usa tu poder de sanación.

Coco miraba a la puerta donde Cortalenguas no se despegaba y asintió.

—Así lo haré, mi amo.

El chico de cabellos naranjosos y revueltos se hizo a un lado y Coco entró. Tan pronto como las puertas se sellaron escuché los gritos de Maddy, desgarradores y que me deshacían el alma.

Quería estar con ella y estaba seguro de que Max también lo deseaba como yo, verlo caminar de un lado a otro me daba la impresión de que necesitaba estar con su hermana.

La tormenta dio inicio y acompañada con los gritos de Maddy era aún peor. No sabía qué tanto soportaría estar lejos de ella, necesitaba entrar, apoyarla y decirle que no estaba sola.

Decidido a herir a Cortalenguas, lo escuché...

El llanto de un pequeño inocente inundó mis oídos, mis bebés estaban siendo recibidos, un segundo llanto casi me dio como una estaca en el pecho, eran dos llantos, podía escucharlos perfectamente.

—Quiero entrar —protesté.

—Cortalenguas debe proteger a esos niños llenos de sangre —dijo la gárgola como si fuera un mantra para él.

—¡Son mis hijos!

—Cortalenguas, mi hermano está en su derecho ¡Deja que pase!

La gárgola se hacía más pequeña por la presión.

—Le estás quitando su derecho como padre y de paso a mí como tío —amedrentó Max a mi izquierda.

Cortalenguas negaba con la cabeza.

—Mi señor... Cortalenguas sigue órdenes de mi señora Maddy, ella no quiere que haya riesgos. Debe de ser aseada en cuanto termine su parto. Cortalenguas no quiere decepcionar a mi señora.

Giré sobre mis pies y lo que hice fue lanzar un puñetazo a la pared que terminó por hundirse, cayeron algunos pequeños escombros por el muro de piedra hundido y rugí exasperado. Maddy dio la orden de no vampiros durante el parto, incluyéndome.

Luego... un tercer sollozo. Me quedé paralizo al escuchar los llantos que fueron apagándose, intuí que fue porque estaban siendo atendidos por Ira y Coco, tal vez por Maddy. Los minutos me parecía más que eternos.

No sé cuánto tuve que esperar hasta que las puertas se abrieron y el doctor Reuter apareció, inmaculado, sin manchas de sangre a la vista.

Nos sonrió a todos.

—Señor Le Revna, hay unos pequeños que quieren conocerlo.

Pocas veces en mi vida me quedaba sin qué responder, el control en mi cuerpo lo perdí momentáneamente hasta que Constanz me empujó desde atrás. Caminé, esta vez sin la negativa de Cortalenguas para impedirme entrar. La habitación estaba cálida mientras la lluvia golpeaba el techo como pequeñas bombas explosivas.

Ira y Coco se encargaron de la limpieza, incluso Maddy ya estaba aseada y reposaba en el centro de la cama con tres diminutos bultos al otro lado de su cuerpo que soltaban gemidos. Las gárgolas en silencio se apresuraron a salir para dejarnos solos. Maddy me miró y me sonrió, cansada, agotada, pero orgullosa por su trabajo en el parto.

—Quisieron nacer antes de la fecha —soltó con una sonrisa que mostraba sus dientes.

Ya pasaban de las doce de la noche.

—Doce de septiembre —esa era la fecha de hoy.

—Ven... —estiró su brazo y tan pronto como lo vi, me acerqué con cuidado para asomarme al otro lado de su cuerpo donde estaban nuestros hijos.

Por mis colmillos.

Eran tan pequeños, frágiles y... tan míos.

—Maddy ¿Qué son? Dejamos descubrir el sexo hasta el final porque así lo quisiste.

Mi mujer sonrió y arqueó una ceja mientras me miraba.

—Los tres son niños.

Tuve que levantarme de la cama, la sonrisa en mi cara no podía ocultarla, la emoción que caldeaba en mi cuerpo era difícil de reprimir, la felicidad resplandecía en mi rostro.

Me giré y crucé la cama para hincarme frente a mis hijos. Necesitaba estar cerca de ellos, tocarlos y que sintieran la presencia de papá con ellos.

—Niños... joder, son niños.

—Hay que pensar en los nombres —su mirada se fue a la cajonera de su lado—. En el primer cajón, ábrelo y saca una libreta azul.

Hice lo que me pidió y se la entregué, no le presté mucha atención porque mi vista estaba sobre mis pequeños ¿Podía realmente enamorarme de mis hijos? Porque de golpe estaba sintiendo un amor incomparable. Pocas cosas recuerdo de mi vida como humano, muchas experiencias las dejé en el olvido por mi nueva vida como inmortal, pero algo que siempre estuvo latente en mí fue el deseo por convertirme en padre, de enseñar a mis hijos todo lo que sabía y darles una herencia digna con la que siempre me recordaran.

Ahora tengo tres hijos, tres pequeños a quienes voy a proteger y si me obligan, mataré porque ellos estén siempre bien. Lo mejor de todo es que Maddy está a mi lado, sana y perfecta para acompañarme en esta nueva aventura que teníamos.

—Anoté algunos nombres.

—Podríamos hablarlo después, debes de estar exhausta.

—Lo que tengo es mucho apetito.

Pude sentir como se me comprimía el estómago.

—Dime ¿Qué se te antoja? —inquirí en voz muy baja y con miedo a lo que fuera a decir.

—Hamburguesa doble.

Creo que mi Maddy volvió, con comidas normales sin las cosas excéntricas.

Sonreí.

—Bien, ordenaré que te traigan una hamburguesa doble.

—Y muchas papas fritas.

—Lo que quieras, Maddy.

Era extraño que hubiese cosas que me proporcionaran una sensación de felicidad, desde que comenzó mi vida como vampiro renuncié a metas humanas que consideraba realizar una vez que la guerra llegara a su fin. Fui testigo de muchas muertes y claro que no me considero ningún inocente, asesiné a muchos hombres, mujeres y niños por órdenes de más arriba, calciné a muchas personas en hornos y disparé a sangre fría en las cabezas de cientos de hombres mientras rogaban piedad y veía el miedo plasmado en sus ojos en los últimos segundos de vida.

La diferencia era que yo lo hacía porque eran indicaciones rígidas de mis superiores, no por gusto o por sentirme superior que aquellas personas con la etiqueta en su brazo que los señalaba como los villanos de la historia.

Cuando todo acabó muchas cosas en mí cambiaron, solo deseaba vivir en el campo rodeado de cultivos, una vida tranquila—si es que podía merecerla—y una esposa que me diera hijos. Una vida normal y bastante clásica que me fue arrebatada después de la guerra y que terminé por verlo como un sueño más del cual tenía que desprenderme.

Sí, mi punto débil como vampiro, mi deseo oscuro que puede causarme un posible cambio, es el amor. Mis hermanos tenía diferentes debilidades, pero el mío era el más sencillo de todos y a la vez el más complicado de obtener, amar y ser amado.

La amargura se apoderó de mí después de cumplir treinta años como vampiro, destrozar cuerpos ya era parte de mi día a día, desprenderme de mi familia adoptiva fue de las pocas decisiones que mejor pude tomar para independizarme y alejarme de todo lo que no quería seguir realizando en Valfart por ser asignado como el vampiro de la destrucción.

Causé incontables desastres, que Igor tuvo que mantenerme bajo llave para que encontrara por mi cuenta un equilibrio de mi mente. Constanz fue quien me ayudó tiempo después y por ella logré una fuerza mental muy superior a la de mis hermanos.

Retrocediendo a aquellos años y recordando cada faceta que tuve, llegué a mi objetivo con mi nueva identidad y vida, como Gastón Le Revna dejando morir por completo a Gastón Lichtenberg.


El capítulo final ahora siii, lo tendrán pronto junto con los epílogos✨ gracias por su apoyo❤️

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