Capítulo 18. Un traidor entre nosotros
—¡Dije que estoy bien! —gritó Janis antes de abrir la puerta del departamento y dejarnos a Max, Gastón y a mí tendidos en el pasillo.
Max miraba detenidamente la puerta, noté las manos en sus costados hechas puños muy tensos que podría jurar que los oí crujir. Si no lo conociera tan bien me atrevería a decir que no le importaba el rechazo de Janis, pero a juzgar por su mirada y la tensión de su cuerpo era claro que le importaba.
Sus ojos dorados me miraron por un segundo y luego pasó a Gastón.
—Me voy —dijo al final.
—Te veré en la mansión —responde Gastón, apoyando su hombro contra la pared de mi lado izquierdo. Se había puesto una camiseta negra sin mangas muy holgada que dejaba a la vista el tamaño de sus bíceps, la anchura de sus hombros y el músculo dorsal ancho con esa línea definida de su cuerpo atlético. Esas botas de combate me parecían muy sexys en él.
Joder ¿Por qué estoy pensando en perversiones en un momento como este?
Janis se encontraba emocionalmente alterada, se estuvo quejando en todo el camino de regreso a casa y lagrimeaba de una manera que me hizo sentir pena por ella. No estaba costumbrada a estos escenarios con seres sobrenaturales que ponían en juego tu vida, podía entenderla y me preocupaba por su bienestar.
La culpa bullía en mi interior con gran velocidad, no debí obligarla a ir, una parte de mí se arrepentía de haberlo hecho.
Por el rostro de Max, parecía que algo le inquietaba, no sabía qué podría ser, pero decidió mejor ignorar su instinto y caminar por el pasillo hasta desaparecer a la vuelta.
Silencio. Ni si quiera escuchaba a los vecinos del piso. Mis ojos se fueron directo a la gran torre de músculos que me miraba sin ningún ápice de pena por lo ocurrido, por las matanzas despiadadas que ocurren en su arena, ni si quiera por el grupo de vampiros que intentó asesinarme por culpa de las influencias sanguinarias de su hermano.
—¿Te gustaría pasar? —tragué saliva, ¿Por qué me sentía nerviosa por la idea de que Gastón se quedara en mi habitación de estudiante? Nunca había dejado pasar a alguien al espacio que alguna vez llamé mi hogar.
Con su cabeza señaló la puerta.
—Después de ti.
☆゜・。。・゜゜・。。・゜★
Sus dedos pasaban una y otra vez por las ondas de mi cabello, su mirada jade estaba puesta en mí, justo en mi rostro pero a la vez en ninguna parte. Permanecía totalmente quieto y yo admiraba su belleza sobrehumana, la curva de su arco de cupido era perfecta y su barbilla simétrica acentuaba sus pómulos y las facciones finas y masculinas.
—¿Por qué estás nerviosa?
Lo miré y me encogí de hombros entre su costado.
—No sé, solo un hombre había estado aquí antes y fue Max. Nunca había traído a alguien a mi habitación —luego entrecerré los ojos—, aunque tú entraste sin permiso la primera vez.
Un lado de sus labios se curveó de manera perversa.
—Que buenos recuerdos.
Puse los ojos en blanco y me acurruqué más hacia él quien me recibió con mucho gusto para seguir acariciando todo lo que podía de mi cuerpo.
—¿Temporada de cacería?
—Entre los meses de abril y agosto iniciamos una tradición como vampiros, la temporada de cacería. Nos alimentamos sin límite de los humanos. Este año decidí hacer algo por los de mi raza y usar la arena de pelea para hacerlo más entretenido.
Fruncí las cejas.
—Atrayendo humanos para pelear.
Asintió sin ningún destello de culpa o remordimiento.
—Muchos vampiros de alta categoría organizan estos tipos de entretenimientos para la temporada, tirando la casa por la ventana —dilucidó con una calma siniestra—, sabía que algo andaba mal cuando Ritch y los demás estaban de insistentes, aunque sus argumentos fueron lógicos, no hay reglas en la cacería.
Tragué saliva.
—No me dijiste nada de esto.
Su rostro apenas hizo un mohín de disgusto.
—¿Con qué objetivo? ¿Para darte más razones para que me temas?
—No te tengo miedo.
—Mientes.
—¡Que no!
Pelé tanto mis ojos que hice sonreír a Gastón. Creo. Entre la oscuridad de mi habitación era difícil saberlo con exactitud, su rostro se volvía muy atractivo cuando se ocultaba entre las sombras y se mantenía con un alma misteriosa que seducía.
—Alguna vez lo deseé, pero ya no. No quiero que me tengas miedo, Maddy. Ni tampoco que tu lado de asesina se interponga entre nosotros solo por cuestiones de doble moral. En este mundo hay gente que merece morir o está destinado a ser una simple presa, es parte de la jerarquía social y yo no tengo contemplaciones para mantenerlos vivos.
—Tal vez es absurdo lo que preguntaré, pero ¿Crees en Dios? Ya sabes, en el ser supremo y todo eso.
Su mirada impávida me inquietaba, su silencio helado hacía que mi piel se erizara. Su pulgar subía y bajaba una y otra vez por mi brazo desnudo.
—Antes creía en él, supongo que fue en mi época como un simple mortal. Pero al ver la destrucción humana, la manera tan cruel de ser asesinados, el desborde de frustración ante las suplicas de un desesperado por una respuesta de compasión, destinos incorregibles... dejé de creer cuando me volví un demonio. No soy digno para las cosas de ese Dios del que tanto hablan y veneran, y no espero serlo. Sé lo que soy y lo que me espera cuando muera.
—Oh.
—¿Oh? —enarcó una ceja.
Me removí, pero si hacia otro estiramiento iba a caerme de la pequeña cama de la habitación del departamento.
—Es que a veces me perturba la tranquilidad que tienes para cosas tan crueles —me acerqué a él para rozar la curva asimétrica de su cuello debido a la cicatriz. Agradecí la camiseta que dejaba a la vista la marca de sus músculos—. Parece que disfrutas de hacer daño.
Rocé el área de su clavícula hasta volver a su cicatriz, algunos vellos de su pecho sobresalían de la orilla del cuello de su camiseta. Una de sus manos bajó el tirante de mi blusa para entrar y apoderarse de mis pechos, enrosqué mis pies ante la sensación excitante, pero no aparte mi vista de él.
—No lo parece... en realidad lo disfruto.
Miré como se le escapaba una sonrisa pícara, luego pasó a mis pechos para seguir rozándolos a su antojo y así aumentar mi tortura.
—Eres un desastre, Gastón Le Revna.
—Tal vez —se inclinó lo suficiente para usar su lengua y lamer mis pezones. Carajo, con solo esto iba a lograr que me viniera.
Se detuvo en mi cuello para besarme suave y lento. Luego me miró.
Hubo un momento de silencio, el ruido de la ciudad se escuchaba a lo lejos, los autos pasando por la calle, algunos aviones despegando del aeropuerto más cercano, motocicletas rugían al pasar muy cerca. El departamento estaba en el sexto piso y se escuchaban perfectamente.
Prosiguió con su tortura con el otro pecho, estaba casi encima de mí cuando su lengua pasaba una y otra vez por mi duro pezón hasta hacerme soltar un gemido que intenté suprimir.
—¿Qué va a pasar con tus hermanos? —si no controlaba la situación mi pobre cama pagaría el precio, crujía demasiado por el peso extra de Gastón y eso me abochornaba demasiado.
—Morirán en algún momento —respondió y se encontró con mis labios para hacerme soltar otro gemido que amortiguó su boca.
Esto era un tema serio y él no estaba atento a la problemática. Lo separé para hacer más preguntas que necesitaba saber.
—¿Y Constanz?
—Está de mi lado.
—¿Seguro?
—Sí.
Subió el tirante para volverlo a su lugar y se alejó de mí para volver a nuestra posición de inicio.
Había algo en él que me tenía intranquila, Gastón de repente lucía más pensativo de lo normal, como si algo le estuviera rondando en la cabeza y fuera difícil para él organizarlo en su mente. Me notó estudiando su expresión y no apartó la vista para esconderse.
—Dime lo que estás pensando —le pedí al tiempo que colocaba una mano a la altura de su pecho, justo donde debía de percibir sus lados pero no había nada.
Gastón colocó su mano sobre la mía y me transmitió esa sensación fría que para mí era familiar y cálida.
—Maddy... hay algo que no me cuadra de la muerte de Nora.
Fruncí el ceño, me esperaba cualquier cosa, cualquiera, pero no algo como lo que acaba de confesarme.
Miré bien a Gastón.
—¿De qué hablas?
El ser inmortal mantenía una expresión seria y bastante pensativa.
—La sigo percibiendo.
—Bueno eso es normal, vivió por mucho tiempo en este departamento y sus cosas siguen intactas.
—No me expliqué. El aroma no es por sus pertenencias, es por su presencia.
Me abrumó la idea de golpe.
—¿Estás diciendo que sigue con vida?
Me miró en silencio, con eso confirmó lo que le pregunté.
—Eso es imposible, Gastón, se encontró su cuerpo...
—Un cuerpo lo bastante calcinado como para confirmar que era ella.
—¿Qué sentido tiene?
—Una traición.
☆゜・。。・゜゜・。。・゜★
A la mañana siguiente desperté con un enorme vacío en mi pequeña cama, ahora era mucho más grande que anoche. Gastón había partido y ni si quiera me di cuenta, tan cansada estaba que el sueño profundo me demolió. Su olor estaba impregnado en mis sábanas y en mis almohadas, pasé un brazo por debajo de una y sentí algo extraño, algo pequeño y frío llamó mi atención.
Quité la almohada y encontré mi anillo de compromiso, lo había dejado guardado en su cajita después de haber decidido darnos un tiempo. Lo nuevo de esto es que había un pequeño papel enrollado alrededor del exquisito aro:
Úsalo por precaución y como símbolo por ser mía.
Hice una mueca.
—¿Por protección o por marcar terreno?... hombres —me puse el anillo donde debía y salí de la cama.
Abrí la puerta de mi habitación, crucé una parte del pasillo hasta que algo capturó mi sentido auditivo de manera rápida. Justo enfrente de la puerta del baño escuché la voz de Janis que se quejaba con un tono agobiante.
—¿Por qué a mí? Carajo, necesito ocultar esto.
¿Qué? ¿Hablaba con alguien? Instintivamente acerqué mi oreja a la puerta para tener más facilidad de escuchar algo claro o tal vez alguna segunda voz.
—Joder, joder... no puedo, no me obligues.
Había alguien adentro con ella.
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