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Capítulo 31: Una forma de salvarlo

Había buscado en todos los lugares posibles. La biblioteca de Wetvalley, la pequeña librería de Hogsmeade, en Flourish y Blotts e incluso se había atrevido a acercarse a Hogwarts de nuevo para hablar con la profesora Sprout y también buscar en la biblioteca del colegio. Lo único que le quedaba para intentar encontrar algo de información sobre el envenenamiento del sauce llorón era cambiar de continente.

Quizá podían recibirla en Beauxbatons o quizá en Durmstrang. Ilvermorny lo tenía descartado porque no quería volver a acercarse a Estados Unidos y si bien Japón le llamaba la atención, las barreras lingüísticas que iba a tener en Mahoutokoro lograban que Mara no fuera hasta allí. Porque incluso con los hechizos de traducción correctos, no hablar la misma lengua seguía siendo un problema, por mucho que la magia estuviera de su parte.

—¿Por qué estás tan seguro que es alguna clase de veneno?

Por cómo se siente.

Sí, el árbol tampoco ayudaba mucho a delimitar la búsqueda. En las últimas cinco semanas había empeorado lo suficiente como para que el sauce ya no pudiera desplazarse de lugar en el pueblo. El primer día que sintió esa enfermedad fue hace tres semanas y Wetvalley observó, por primera vez en su historia, como el pueblo cambiaba en mitad del día.

Mara tardó tres días en volver a encontrar el sauce llorón, que ahora estaba protegido tras una densa capa de vegetación que rodeaba al pueblo en forma de laberinto. Había sido su última acción antes de perder ese poder que hacía a Wetvalley un lugar tan peculiar.

—Las sensaciones no nos valen, podría ser magia oscura.

Es veneno, mira mis ramas.

Si bien era un sauce llorón, se podía ver como estaba aún más triste de lo que normalmente era. Algunas de las ramas ya habían caído al suelo, completamente podridas, otras no tenían ya hojas y las que quedaban podían estar bastante bien o tan mal que, con solo tocarlas, la savia empezaba a salir del árbol.

Tiene que ser veneno, distribuido a través de mis raíces.

—Ya sé que tus raíces recorren el pueblo, me lo has explicado muchísimas veces, pero si no me dices donde están no podré revisarlas para ver si están bien —Mara se pone a la defensiva porque es una conversación recurrente.

Tengo que protegerlas.

—¿Por qué tienes que protegerlas de mi si sabes que soy la única persona que está aquí para ayudarte?

Se queja porque no lo ve justo. Está haciendo todo lo que puede por proteger al pueblo y lo único que queda es encontrar esas estúpidas raíces y protegerlas, echarles un vistazo y, si hay algo que las está dañando, acabar con lo que sea.

Ya lo ha hecho una vez, sus pesadillas se lo recuerdan, puede hacerlo una segunda vez.

No quiero que acabes con nadie.

—Cuando dije que quería hablar contigo no era para que te metieras en mis pensamientos.

No lo estoy haciendo.

Mara no se lo cree. Es imposible que no le lea la mente. Aunque, si se la lee y se niega a decirle donde están las raíces sabiendo que va a hacer todo lo que pueda por protegerle... Bueno, prefiere no pensar en que quiere protegerse a que no confía en ella.

—Estoy segura de que solo es alguna clase de bicho que ataca a las plantas, ¿vale? Así que no tendré que acabar con nadie más que con lo que sea que te esté poniendo malo.

No es un bicho.

—Bueno, es lo que piensa la profesora Sprout por tus síntomas, como me lees la mente lo sabes —la profesora Sprout también había dicho que tenía que averiguar el estado de los poderes del árbol antes de poder confirmar que estaba muriendo, pero claro, no va a decirle nada de eso.

Si te ve cerca de mis raíces podría debilitarme aún más.

—Espera, ¿si me ve cerca de las raíces? ¿Sabes quién está haciendo esto?

Es la primera vez que tiene una confirmación tan directa de qué está pasando. Lo lleva sospechando desde hace un par de semanas, que el sauce sabe que está pasando, pero no quiere decirle nada para proteger a esa persona. ¿Por qué protegería a alguien que le está haciendo daño?

—No me lo puedo creer, ¡sabes qué está pasando y no me lo dices! ¡No es veneno! ¡Llevamos meses perdidos!

No es tan sencillo.

—¡Yo creo qué sí! —le grita y se pone en pie. Ya no puede estar más tiempo sentada mirando sus notas o tocando su tronco con la varita en mano para ver si ve algo más—. Dime quién es, deja de mentirme.

Cuando volví a despertar juré que no iba a hacer daño a nadie.

—Soy yo quien va a hacer daño a esa persona, no tú, dime quién es.

No insistas, Mara.

Quiere gritar y quiere ser ella quien dañe al árbol en lugar de esa persona. No, no quiere eso, claro que no lo quiere, pero está enfadada. La solución es sencilla, pero no quiere decirlo, no quiere confesar. ¿Cómo va a poder solucionar las cosas si no tiene toda la información? ¿Cómo va a poder arreglar esto si lleva meses buscando la solución incorrecta?

Tiene que encontrarse de nuevo, no puedo dejarte intervenir.

—Por las bragas de Morgana, déjate de tonterías, quien sea que te esté haciendo esto no tiene que encontrar ningún camino, tiene que acabar fuera del pueblo, ¿no puedes prohibir su acceso?

Su magia me lo impide.

Sea quien sea quien esté provocando esto sabe lo que hace. Y no sabe si el sauce llorón se ha dado cuenta de la pista que le ha dado, pero le ha dicho que su magia es la que causa que no pueda echar a esa persona del pueblo.

Es algo que viene de lejos, Mara recuerda las palabras de Atria en su casa. Ella ya sospechaba que había alguien en el pueblo que era un traidor y por eso no quería confiar a nadie la ubicación de Fred, empezó a tener problemas de confianza después de una de sus reuniones en la nueva cafetería del pueblo, cuando se dejó uno de los papeles y no volvió a aparecer. Así que solo tiene que encontrar a ese mago o bruja que está causando todo eso, a esa persona que estuvo en la cafetería y que Atria asegura que le robó sus notas.

Por suerte no hay mucha gente mágica en el pueblo, al menos no ahora con todo los problemas que están ocurriendo entre la población mágica y la muggle. Empezó con el dinero, siguió el árbol y luego el querer tener médicos muggles en lugar de médicos mágicos. Ahora van por peleas por el ayuntamiento del pueblo, discusiones cada vez que van a la compra e incluso alguna que otra pelea física en mitad de las calles. Siempre en el mismo punto, delante de la nueva cafetería y si Mara pensara mal tendría claro que Caleb, el dueño de la cafetería y amigo de las trillizas, es el culpable de todo esto.

—Sea quien sea, no merece la pena estar protegiendo a esa persona —le dice al árbol antes de irse de allí.

No quiere saber la respuesta, no quiere que le diga que sí que merece la pena. Tiene que encontrar a quien sea que esté provocando todo eso y va a empezar a intentar entender qué está pasando.

Es una suerte que comprase más lana roja antes de que dejara de llegar la mercancía. Ese había sido otro de los problemas, la comida de momento era lo único que no seguía faltando, pero el resto de cosas que vendían en el pueblo sí que lo hacían. Ahora, cada vez que se necesita algo sencillo como unos tornillos, un poco de lana o incluso una nueva toalla para tu casa, tienes que coger el autobús noctámbulo hasta Portree, como mínimo, y eso que no tengas que ir hasta Edimburgo.

A todos les gustan las costas escocesas, pero no cuando hay que hacer viajes eternos a ciudades más grandes porque ni los muggles son capaces de mantener los suministros.

Como siempre va a ver al árbol por las tardes o incluso ya después de cenar, queda poco que hacer en el pueblo así que vuelve a casa. Puede intentar localizar las raíces, pero no está muy segura de cómo hacer eso y crear hechizos no es lo suyo. Pero sí que conoce a alguien que los sabe crear.

Todavía recuerda cómo tuvo que quitarle a Atria la varita después de lanzar una de sus últimas creaciones. Para demostrarle que sabía que se habían llevado a Fred a Estados Unidos tuvo la brillante idea de lanzar su hechizo en el salón de su apartamento. Y no contenta con verles a ella y a George allí, tuvo que adelantar un poco el tiempo para ver cómo aceptaban fingir su relación. Quiso adelantar un poco más, a cuando se estuvieron liando y ahí fue cuando le quitó la varita, muerta de vergüenza.

Sabe que ha despertado, que lo hizo hace ya semanas no solo porque Fred dijo que ya había despertado, si no porque luego el resto del pueblo se ha encargado de comentarlo cada vez que la ven por el pueblo. Podrá haber peleas, pero los cotilleos no son algo más poderoso que cualquier otra cosa.

No quiere pedirle ayuda, su orgullo la puede porque no fue a verla al hospital una vez peleó con George. No quiere que le eche en cara que no fue a verla cuando despertó o que no estuvo allí con George o que no ha hablado con él como ella decía que hiciera. Lo que menos quiere Mara es que Atria le recuerde como echa de menos a George.

Lo peor de todo no es la cama vacía por las noches o que no haya nadie con quien compartir un postre. Lo peor es llegar a casa y que todas las luces estén apagadas. Que nadie se siente a tu lado cuando estás comiendo para quitarte el mejor mordisco. No compartir ese trozo de chocolate que llevas todo el día guardando. La privacidad en la ducha e incluso odia no recibir los gritos cuando se deja la ropa en mitad del baño.

Lo hace adrede, esperando que, en algún momento, la voz de George salga de algún lugar de la casa para quejarse, de nuevo, que siempre deja el baño fatal después de ducharse.

Pero igual que esa voz no llega, tampoco llega nadie con quien compartir ese bizcocho que compró hace unos días y su cama sigue siendo ese sofá frente a la ventana que movió en diciembre.

Lo ha ido mejorando, con el paso de los días. Ahora le ha añadido una almohada y su edredón siempre está ahí. Es el único lugar de la casa donde al menos duerme un par de horas y es lo único que hace que no se esté volviendo completamente loca con las pesadillas.

Si aplica todo lo que aprendió con Madame Pond las pesadillas deberían estar desapareciendo, pero no lo han hecho, al menos no bajan de tono. Sí en número, claro, porque ya ha conseguido avanzar en que se convirtió en una asesina igual que consiguió avanzar en que, por mucho que lo hubiera intentado, no habría podido salvar a su familia.

Y ahora todo se junta, la varita en el estómago, la explosión y la sangre que se transforma en un fuego que arde con fuerza. Y cada vez que las llamas bajan ve a sus padres, gritando, llorando, muertos. Los muertos no hablan, pero ellos sí y le recuerdan lo horrible que es por haber quitado una vida humana y la Mara del sueño les recuerda que ha tenido que hacerlo, porque incluso muerto Rookwood está al lado de su pira, riéndose.

Se despierta de madrugada con el corazón latiendo tan rápido que cree que va a vomitar allí mismo. No puede seguir así, no puede no dormir por las noches, necesita descansar. Aunque no se lo merezca, va a acabar con ella si solo puede dormir dos horas cada noche.

Así que decide poner un poco de música, a un volumen que no despierte a nadie y, por suerte, tiene ingredientes suficientes como para hacer bizcochos y galletas que luego dará por el pueblo. Siempre funciona para hacer feliz a la gente, les ayuda a relajarse.

Cuando llega el amanecer tiene tantas galletas que no sabe cómo va a empaquetar todas y si no reparte los bizcochos ese mismo día va a poder usarlos como armas. Lo bueno de haber hecho tantos es que ha practicado bastante, además ahora que no tiene a George para distraerla puede...

No, no va a pensar en él. Está bien sin él, agradece estar sin él. No le necesita, no necesita a nadie. Está bien sola, estar con gente solo consigue que te hagan daño y lo que menos quiere Mara ahora es que le hagan daño. Primero tiene que recuperarse y luego ya verá qué pasa.

Empaqueta todo y a las diez ya está lista para dar una vuelta por el pueblo intentando calmar los ánimos. Puede que también utilice la varita para ello, sin que nadie se de cuenta, pero sea quien sea quien está enfadando a la gente también utiliza magia y ella no va a ser menos.

—¿Qué está siendo hoy? —le pregunta a Fred cuando pasa delante de la cafetería.

Se ha acostumbrado a verle por Wetvalley, haciendo recados mientras deambula cerca de la tienda de Sortilegios Weasley. Se ha convertido en la fuente de la información para prácticamente todo el pueblo ya que es alguien que lo único que puede hacer es dar vueltas por el pueblo. Porque incluso el diagnóstico de Don es algo que todo el mundo conoce, a pesar de que él siempre intenta mantenerlos confidenciales.

—He venido a por algunas naranjas para Atria y estaban discutiendo porque no quedan plátanos en la frutería —le informa y Mara suspira.

—¿Está empezando a faltar la comida?

—Creo que solo es que Olivia ha cogido los últimos y, de repente, la señora Webb se ha encaprichado de ello —el chico frunce el ceño y observa aún más a la gente—. Espero que no sea que ahora falta comida, no quiero tener que pedirle a Atria que compre cuando vuelva de los entrenamientos, no quiere que salga del pueblo por si acaso intentan volver a por mi.

—¿Unas galletas? —no le queda otra que ofrecerlas, intentando cambiar de tema porque no quiere hablar del miedo de Atria. Además, ofreciendo las galletas consigue que Fred deje de mirar con tanta intensidad a la señora Webb y a Olivia, que ya han pasado a discutir a gritos.

—No sabía que hacías galletas —responde el chico, pero coge el paquete que le tiende y luego aprovecha para sacar uno de los bizcochos—. ¿También me lo das?

—No dormir te deja hacer muchas cosas —que Fred asienta es lo peor, que entienda lo que quiere decir.

—Sí... demasiadas.

Casi le cuesta oírle, pero supone lo que dice. No debe de ser fácil dormir cuando has estado en esa situación. ¿Se sentirá seguro en casa? ¿Pensará que vienen a por él? Él fue quien puso las protecciones en Wetvalley, sabe como funcionan, debería sentirse seguro, pero no lo parece. Tampoco le conoce tanto para decir que parece que no se siente seguro, claro, pero es la sensación que tiene Mara. También tiene la sensación de que no conoce a ese Fred, pero claro, es normal porque ya no es el mismo que fue a Hogwarts con ella o que luego se mudo al pueblo. Ha pasado por una experiencia horrible que, desde luego, le ha cambiado a otro tipo de personalidad mucho más seria.

—Te dejo, voy a separar a Olivia de la señora Webb, creo que va a matarla.

Es la mejor forma que tiene de cortar la conversación esta vez, no quiere seguir pensando en ello y, además, está a punto de ver como su amiga tira del pelo a una anciana. Aunque lo peor de todo es separar a la anciana de su amiga.

—Te juro que la odio, es que si pudiera cogería y...

—¡Olivia! —tiene que llamarla la atención porque la señora Webb sigue demasiado cerca, siendo apoyada por la población no mágica del pueblo—. Te van a odiar.

—Que me odien, estoy harta de este sitio, no entiendo por qué Dani quiere seguir viviendo aquí, no dejamos de pelear por culpa de cosas como esta.

—¿Qué más ha pasado?

—Que no ha pasado dirás —se queja la chica y, cuando empieza a enumerar, Mara no sabe qué pensar.

Sam y Claire también han tenido sus problemas en el pueblo cada vez que han ido a visitarlas y, lo que Mara no comprende, es cómo de repente la relación de Danielle y Olivia ha pasado a ser algo cuestionado en el pueblo solo porque ella es forastera. Los plátanos de hoy habían sido la guinda del pastel que llevaba cocinándose meses.

—La señora Webb lleva meses quejándose de nosotras, o bueno, de mí, porque he traído conmigo a Sam, Claire y a Caleb. No deja de quejarse de que no le gusta la nueva cafetería que ha montado y parece que está intentando sabotearla —dice la chica y Mara solo escucha. No sabía que había un intento de saboteo en la cafetería, cuando estuvo con Atria siempre estaba llena—. Tampoco es para tanto que haya una cafetería, ni que Calpyso se quedase sin clientes por eso. Y luego, claro, esta eso de que como Sam ayuda a Caleb cuando la cafetería se llena... la señora Webb siempre dice no sé qué de su nieto. Ni siquiera sé quién es su estúpido nieto.

—Keith —Olivia parece desconcertada, y luego se ilumina.

—Hostia, el de la fiesta de Año Nuevo del año pasado y...

—¿Y el de esta?

Olivia asiente y Mara suspira. Se la ha perdido, aunque tampoco hubiera ido si hubiera estado bien. No hubiera podido aguantar estar allí, como si nada, teniendo que fingir que está perfectamente.

—¿Cómo estás? —que Olivia se de cuenta a pesar de que llevan meses sin hablar le parece un completo delito.

—Bien, ¿unas galletas?

Cambiar de tema. Cambiar de tema está bien porque eso le permite avanzar. No necesita que le diga que su vaso se quedó en el armario acompañado del de George. No tiene que saber que el chico tiene vaso, no necesita esa confirmación a pesar de que ya lo sabe. Claro que tiene vaso, ya es uno de ellos, que no lo tuviera el año anterior seguro que era algún plan del sauce para que tuvieran que estar más juntos al compartir vaso.

Consigue despedirse de Olivia y se acerca a la señora Webb para ofrecerla un bizcocho y, lamentablemente, tiene que aguantar durante media hora las quejas sobre los forasteros del pueblo, que no solo incluyen a las trillizas, si no que también incluyen a Atria, a Fred y, por supuesto, intenta sacar a George.

Es una suerte que Gilbert aparezca en esos momentos, regañandola por ir dando dulces por el pueblo. Algo de que le roba los clientes de la pastelería o algo así, pero Mara se ríe.

—Es imposible que te robe a nadie, Gilbert, mis galletas no pueden hacerte competencia.

—Eso lo dices porque te gusta el dulce, pero la cafetería está haciendo de las suyas en mis números —se queja el panadero y Mara coge aire porque se huele lo que viene.

—Ya sabía yo que esa cafetería no era buena idea, los forasteros no son buena idea —por supuesto, lo dice, porque como no lo va a decir.

—No diga eso, señora Webb, los negocios de gente joven son buenos para el pueblo, ¿qué van a hacer cuando nos jubilemos nosotros? —Gilbert regaña a la anciana, pero no parece que eso le importe.

—Que los jóvenes estarán ahí para coger el negocio, faltaría más —al menos la señora Webb confía en el futuro del pueblo, aunque pelee con todo el mundo y Mara confía en que el pueblo se puede recuperar sin necesidad de más magia.

Al menos eso es lo que le dice al árbol cuando va a verle. No ha podido avanzar nada, no consigue dar con quien sea culpable de todo lo que está pasando y la cosa cada vez va a peor, Fred se lo dice cada vez que se encuentran en una de las discusiones delante de la cafetería. La bola va haciéndose más grande, la tensión es cada vez peor y no puede hacer nada para arreglarlo porque no sabe por dónde empezar porque la única pista que tiene es que todo empieza en la cafetería.

No ha encontrado las raíces ni ha podido crear un hechizo para localizarlas. No ha podido descubrir quien demonios está afectando al sauce y tampoco consigue calmar a la gente, ni con palabras ni con hechizos, así que ha pasado a un plan mucho más drástico. Un poco de filtro de paz en las galletas que va dando por el pueblo y todo parece que funciona un poco mejor y todo el mundo parece más tranquilo. Sigue habiendo peleas, claro, pero son menos.

Creo que ya no voy a poder mantener los suministros de comida.

—¿Has estado usando tu magia para eso? ¡Deberías haber estado protegiéndote! —sabe que no sirve de nada regañar al árbol, pero lo intenta igualmente.

Sois vosotros quienes necesitáis protección.

—Ni se te ocurra verme con esas, podemos perfectamente ir a comprar, deberías haber dedicado toda esa magia a curarte.

No hay solución, Mara, lo sabemos.

—Me niego a que no haya solución, sé que podemos arreglar esto, sé que puedo, ayúdame, por favor.

Se equivoca porque claro que se equivoca. No puede arreglarlo, por mucho que quiera no puede porque no tiene a nadie para que pueda ayudarla a cubrir todo el terreno que tiene que revisar hechizo a hechizo. No tiene a nadie que vigile el pueblo y calme los enfados cuando ella no está porque tiene que encontrar las raíces y coger una muestra para que la profesora Sprout pueda analizar que clase de hechizo le han lanzado al árbol o si es veneno de verdad o qué demonios está pasando.

Es una semana después cuando la pelea en Wetvalley explota del todo y ni siquiera con los filtros de paz que lleva tiempo administrando consiguen evitarla. Los que discuten a gritos en mitad del pueblo son Don y Gilbert, que parecen estar a punto de llegar a las manos a pesar de que Caleb intenta calmar los ánimos. No entiende la discusión, por lo que decide acercarse a Fred, que tiene de nuevo otra bolsa de la compra, esta vez, de la panadería.

—¿Y ahora qué?

—La madre de Gilbert se ha roto la cadera cuando ha tropezado en la calle por un adoquín levantado, Don quiere curarla, pero... —dice el chico y parece completamente aterrorizado por lo que está pasando.

—Pero Gilbert no quiere, ¿no? —adivina Mara y Fred asiente—. No entiendo por qué no quiere.

—Lo primero que ha dicho es que la magia está causando más problemas en Wetvalley de los que ha solucionado.

Las palabras de Fred duelen, pero también son verdad. La magia creó el pueblo, pero sin la magia nunca hubiera estado en peligro tantas veces, no lo hubieran buscado por ser un lugar seguro. No hubieran quemado al sauce o ahora no lo estarían envenenando desde dentro. La magia creo Wetvalley, pero también lo está destruyendo.

—No es justo —murmura Mara, sacando disimuladamente su varita del bolsillo del abrigo. Tiene que parar esa pelea porque está a punto de llegar a las manos.

—Nunca lo ha sido, ¿no? La existencia de este pueblo, digo.

Mara deja de mirar la pelea que está a punto de comenzar y mira a Fred. Este se mete las manos en los bolsillos y se encoge de hombros antes de devolver la mirada hacia Don y Gilbert. Les mira fijamente hasta que tiene que parece que se cansa de la pelea que no empieza porque Caleb está haciendo todo lo que puede para calmar los ánimos y Mara deja de prestar atención a Fred para mirar a Don, Gilbert y Caleb.

Es curioso como todos los problemas suceden delante de su cafetería. ¿Alguna de las raíces hechizadas del árbol pasarán por debajo de su nueva cafetería? Mara frunce el ceño porque no entiende cómo es posible que alguien nuevo en el pueblo esté tan en el centro de todo. ¿Por qué es él quien intenta calmar a Don y a Gilbert cuando Adrien, que los conoce de siempre, está allí al lado?

Los gritos sacan a Mara de sus pensamientos y ve como el círculo que rodeaba a Don, Gilbert y Caleb se abre porque Don saca la varita y la levanta. No ayuda que Caleb también la saque, a pesar de que apunta a Don. El círculo se abre aún más y los únicos que no se mueven de sus sitios son los magos, los que saben que podrán protegerse de los hechizos que salgan de esas varitas.

La tensión puede notarse en el ambiente y Mara mira fijamente a Caleb. Los problemas empezaron después de que él llegara, Atria asegura que hay un traidor en el pueblo y alguien en su cafetería le robó algo. ¿Cómo ha podido estar tan ciega de no darse cuenta?

Porque ha tenido delante al culpable durante todo el tiempo y no puede creérselo, así que se gira hacia Fred, para contarle lo que acaba de descubrir y que la ayude a reducirle, pero el chico pelirrojo no está en ninguna parte. ¿Cuándo se ha ido?

—¡Se acabó con los magos de los cojones! —grita Gilbert, haciendo que Mara se sobresalte y levante la varita hacia ellos.

Que Gilbert se lance contra Don y Caleb, sin que le importe nada que puedan hacerle algo con magia es lo que desata el caos en el pueblo por completo.

A pesar de todo es una pelea a puñetazos, patadas e insultos. Mara juraría que ve a Don morder a Gilbert, pero no está muy segura de eso porque tiene que tener cuidado con el bolso de la señora Webb, que intenta pegar a Marian, la herborista del pueblo. Luego tiene que esquivar a Olivia, que por algún motivo incomprensible pelea con Danielle. Joder, si hasta Jake y Faith están discutiendo con Claire y Sam, ¿qué demonios está pasando? ¿Por qué están peleando?

Pero está claro por como Caleb mira a todos lados, con la varita todavía en la mano y empieza a esquivar a todo el mundo, intentando huir del centro de la plaza. Ha conseguido lo que quería y ahora huye, así que Mara se dispone a perseguirle, no tiene dudas, no le importa nada, pero tiene que conseguir ir a por Caleb.

Tiene que atravesar la plaza, donde todo el mundo sigue pegándose y cada vez le cuesta más ver a Caleb, sobre todo cuando es el bolso de su abuela el que le pega en la cabeza porque, obviamente, ella también tenía que acabar en la plaza del pueblo discutiendo.

—¡Tú de aquí no te vas sin hablar conmigo, niña! —le grita, sujetándola de la manga del abrigo, pero Mara se retuerce, intentando seguir avanzando hacia Caleb.

Tiene que acabar con él, es el problema del pueblo.

—Luego hablamos, abuela, tengo que...

—¡Tú no tienes que tener nada! ¡Ahora mismo te vas a venir a casa y vamos a hablar!

—¡Pero abuela, el pueblo...!

No termina la frase porque el olor a quemado consigue hacerla parar. Y no solo a ella, las peleas tanto verbales como las más físicas se paran de golpe, como si a todo el pueblo lo hubiera activado ese intento olor a quemado que viene del bosque.

Mara deja de mirar a su abuela, con miedo de mirar hacia el bosque por si reconoce de donde viene el humo. Y claro que lo reconoce, ¿cómo no va a reconocer el punto donde se encuentra el sauce llorón protector de Wetvalley?

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La verdad es que llegó una noche y dije quiero quemar algo, ¿qué o a quién quemo? Y dije pues al sauce y así es como pasan las cosas en esa historia, la trama que una vez estuvo planeada ahora está sujeta a lo que me apetece en el momento.

Ese Caleb... ya le vale lo que está haciendo, la verdad, le acogen en el pueblo como a uno más y ¿se pone a hacer esto? Sinceramente, me parece increíble, la verdad, que mala gente.

Que ganas del capítulo de la semana que viene, la verdad, no queda nada para el final que ganas que ganas. Mil gracias por leer, por seguir aquí a pesar de los parones, por votar y por comentar. Nos vemos el próximo sábado <3

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