Capítulo 11: Impulsos
Mara no pega ojo esa noche. Se mete en la cama y espera a que George salga del baño. Le observa cojear de nuevo hasta la cama de Jake. No puede dormir de nuevo cuando acababa de despertarse porque el chico estaba gritando como si se estuviera muriendo. De hecho, ni siquiera recordaba haberse quedado dormida, solo que se había tumbado en la cama, jugando con su varita y había empezado a oír el grifo del agua. Había notado como, de repente, levitaba y luego las sábanas sobre ella y se le escapó un suspiro. Entonces lo siguiente fueron los gritos de George y, por un momento, pensaba que eran los gritos de Jake y que volvían a estar en diciembre.
Primero había estado desorientada, pensaba que volvía a quemarse. Se había sentado en la cama, intentando quitar la pesadilla, pero los gritos seguían y entonces se había movido un poco, lo justo como para ver, entre las cortinas, un pequeño rayo de la luna que iluminaba la cama de Jake. No estaba sola y el grito venía de ahí. Y luego recordó a George y saltó de la cama.
Ahora los dos estaban fingiendo que estaban durmiendo, pero por la forma en la que George respiraba —tenía que haberle llevado con Don, ¿por qué no lo había hecho? Tenía que haberle llamado, estaba a tiempo de llamarle— se notaba que la pierna le seguía doliendo horrores. Y, probablemente, le seguiría doliendo.
Había leído cosas de esas, en novelas muggles donde involucraban la magia. Siempre eran maldiciones que hacían que el protagonista tuviera que buscar la forma de pararlas para salvar al mundo o algo así. Estaba claro que aquí no había nada que salvar, George solo era George, por mucho que hubiera ayudado al elegido del momento, él no tenía nada que ver con todo eso. Así que, lo que quedaba, era que sí que estuviera maldito. Quizá le había dado algo en la Batalla de Hogwarts y se empezaban a manifestar los efectos ahora. La verdad es que no solo debía llamar a Don, también a su psicóloga, quizá podría llevárselo alguna vez, ella sabría que hacer con él.
Mara se acaba cansando de estar en la cama, con los ojos cerrados y controlando su respiración, así que se levanta, justo cuando el sol empieza a salir por el horizonte. Lleva mucho tiempo sin ver un amanecer, así que se va directa a la ventana del salón. Ve el sauce desde allí esa mañana y las ganas de volver son demasiado fuertes, pero se resiste y solo lo observa, a lo lejos. Las ramas se mecen con el aire, suavemente, como si no hiciera frío, pero la realidad es que sí que lo hace.
No puede evitarlo, va al sofá, coge una de las mantas que tienen allí sus padres y abre la ventana para sentarse en el alfeizar. El aire fresco de la mañana basta para despertarla. A ella y al dolor de cabeza por tanto vino y no haber dormido. Debería intentar dormir, porque se nota lenta, nota como el hilo de sus pensamientos va de un lado a otro y, de repente, el sol no está saliendo, si no que ya estaba dándola en los ojos, cegándola. Los cierra, todavía sentada en el alfeizar. No le da miedo, sabe que no se iba a caer, lo ha hecho tantas veces que podría hacerlo borracha y no se caería. Era su lugar, la ventana, con el sol calentándola, llenándola de energía. Poco inta que se cuele el frío entre la manta y la haga tener escalofríos por estar en pantalón corto, se siente como en casa, se siente como ella.
Pero para George no se debe de ver igual porque, de pronto Mara, siente como tiran de la manta y se cae de espaldas, de vuelta al suelo del salón y encima de George, que gruñe.
—Si te quieres tirar por la ventana que no sea cuando esté contigo, no quiero que me acusen de asesinato —le dice, sujetándola con fuerza por encima de la manta que se ha extendido sobre ellos.
—No me iba a tirar.
—Tu cabeza inclinándose hacia la calle me estaba diciendo otra cosa.
—Solo estaba viendo el amanecer —responde ella, girándose y mirándole a los ojos, intentando distraerse. Se le había olvidado completamente que él estaba solamente en ropa interior, así que ahora notaba perfectamente como las piernas de ambos estaban juntas. Demasiado juntas, tenía que sacar un tema—. ¿Cómo tienes la pierna?
Sabe que la tiene mal porque la sigue teniendo demasiado fría como para que se encuentre bien, tiene la mano sobre ella y está demasiado fría.
—Se me pasará cuando duerma un poco —responde él, sin moverse del suelo, como si eso fuera lo mejor del mundo para alguien que está casi desnudo y que, por fin, deja de sujetarla para levantar los brazos por encima de su cabeza y usarlos como punto de apoyo para la cabeza—. No me incomoda que me mires, pero cuidado con las babas, me vas a llenar el pecho con ellas y preferiría que fuera otra cosa.
—No sabía que te iban las mamadas con babas —responde ella, levantándose del suelo y lanzándole la manta mientras que él se ríe.
Como se nota que está de mejor humor que anoche.
—Y aun así me has dicho que salga contigo.
—No te he dicho que salgas conmigo, te he dicho que finjas que sales conmigo, te estoy utilizando—puntualiza ella, pero a George parece darle igual, porque se levanta del suelo y se pone a su lado.
—Aun así, me has elegido a mi antes que al chico ese que te llevó flores a tu casa —Mara no puede evitar reírse.
—Como que iba a pedírselo a mi ex-novio, ¿sabes? Quiero que mi abuela me deje en paz, no torturarme.
George se acerca, más de la cuenta. Mara nota como sus manos se rozan y luego las del chico pasan a estar en su culo y oye su voz. "No te enamores de mí, ¿vale? No quiero romperte el corazón". Ahí ella suelta una carcajada y es cuando avanza un paso más y se pone un poco de puntillas, lo justo para estar a su altura. Sus cuerpos están pegados y también casi sus labios. Quizá tiene que encontrar a alguien con quien liarse antes de acercarse tanto a él porque joder, está sintiendo las ganas de besarle.
—Seguro que no soy yo quien se enamora —le dice, en voz alta, no como él, que necesita decírselo en la cabeza.
Es divertido alejarse luego porque ve perfectamente como a George le hubiera gustado que pasara algo más y que no es ella la única. Solo va a la cocina y empieza a preparar un desayuno. O lo intenta porque, cuando va a agarrar la jarra de café, esta sale volando de sus manos.
—¿Qué haces con café? —el chico arruga la nariz, como si le desagradara. Tiene la varita en la mano así que está claro que es él quien ha hecho levitar la jarra hasta que está lejos de su alcance.
—¿Y qué quieres que tome para desayunar? ¿Judías, bacon y huevos? ¿Todo acompañado por una asquerosa salchicha?
—¿Un té?
—No me gusta el té. Ni lo que llamas desayuno —George parece que se ofende y avanza hacia ella para sacarla de la cocina.
—No te gusta el té porque no sabes hacerlo. Y, para tu información, desayuno tostadas o los cereales de Atria si no anda cerca.
—Pues yo desayuno café y no me lo vas a quitar.
Ahora la que le empuja es ella y de nuevo hay demasiado contacto. Sí, necesita con urgencia encontrar a alguien con quien liarse porque es muy mala idea hacerlo con George, no necesita liarse con alguien que conoce, no ahora mismo.
—Desayunar café no es desayunar —el chico se ha empezado a mover por la cocina, con la varita en la mano y las cosas empiezan a salir volando hacia él.
Pan, mantequilla y mermelada salieron de sus respectivos armarios hasta colocarse en la encimera y Mara frunció el ceño. Esos eran los favoritos de Jake, ¿para qué demonios los había comprado Faith? Bueno, en realidad podría imaginárselo, estar siempre en casa de la abuela no era la mejor opción cuando los dos solo podían meterse mano constantemente.
—¿Cuáles son los planes para hoy? —George lo pregunta como si nada y Mara solo suspira.
—Bueno, tenías que venir a comer a casa hace una semana, he conseguido calmar a mi abuela diciéndole que te estaba ayudando con la tienda del Callejón Diagón y me he pasado demasiadas horas delante de la puerta de tu apartamento.
—Sigues sin decirme cual es el plan.
—Ir a comer a casa de mi abuela —dice ella y George asiente—. Pero deberías pasar primero por tu casa.
—¿Lo dices porque todavía no me he vestido? Dame un respiro, llevo sin poder ir tranquilamente en calzoncillos por mi casa meses, Atria se asusta demasiado cuando se despierta como para sumarle eso. Y creo que a ti te da bastante igual.
—No es tu casa —decide ignorar la parte de que le da igual porque no le da igual. Joder, claro que no le da igual que vaya casi desnudo teniendo en cuenta que se está esforzándose tanto por tener controlados sus impulsos.
—Cariño, ahora estamos juntos, tu casa es mi casa.
Menudo idiota. O gilipollas. Está de un humor demasiado bueno, es hasta insoportable. Todo porque vuelve a pensar que su hermano esta vivo. Deberían hablar de ese tema también, porque no tiene ganas de pasarse luego toda la tarde buscando un cadáver que ya saben donde está.
—Vamos, coge las dos tazas de té y a desayunar.
George se mueve hasta el sofá, con dos platos con tostadas y Mara gruñe. Coge otra taza, que llena de café y también la lleva. Le da igual lo que diga, no va a probar el té, aunque está caliente y ahora le está entrando frío.
—Eres un poco mandón, ¿lo sabes? —le ha puesto el plato con sus tostadas delante, justo en cuanto se ha sentado en el sofá y no ha tenido tiempo de dejar las tres tazas.
—No soy mandón, el desayuno es la comida más importante del día —responde él, con la boca casi llena—. Es culpa de mi madre, no nos dejaba hacer nada si no desayunábamos.
—Mi padre lo intentaba, pero siempre llegábamos tarde al colegio así que... —Mara deja su plato en la mesa, a lo que George intenta ponérselo de nuevo, pero ella lo vuelve a rechazar y se queda con solo con el café, empezando a darle sorbos.
—¿Has ido al colegio? ¿Uno muggle? —pregunta George y ella asiente—. ¿Cómo era?
—Las matemáticas son algo curioso, la verdad, no me gustaba mucho eso de tener que venir en verano a recuperar todo lo que me había perdido por ir a Hogwarts. Y no me hagas hablar de los deberes durante todo el curso.
—Espera, ¿tenías que recuperar en verano todo el colegio muggle? ¿Y deberes también?
—Aquí tenemos cabeza, los magos no estamos atascados en hace siglos, podríais renovaros todos los demás, ¿sabes? —George se lo toma como un ataque y le da un pequeño empujón, uno que hace temblar la taza de café. Y no quiere tirárselo encima si se le ocurre hacerlo de nuevo, así que lo deja sobre la mesa—. Fue un poco complicado tener que estudiar ambas cosas a la vez, sigo sin entender por qué me eligieron como prefecta.
—¿Por empollona?
—Aprobaba todos por los pelos en realidad —George estira el brazo para coger una de las tostadas de Mara y se la ofrece, pero ella niega, así que el chico se la come.
—Entonces es solo que le gustabas a Sprout —determina él y Mara se encoge de hombros—. ¿También estudiabas historia muggle? No tiene mucho sentido.
—No me digas que te interesan las revoluciones de los duendes porque te he visto en clase —le dice ella y George sonríe.
—Así que me mirabas mientras estábamos en clase —dice él, levantando las cejas y Mara pone los ojos en blanco.
—Claro, George, babeaba mis apuntes mientras que te miraba en todas las clases y maldecía a los cuatro vientos que no me hicieras caso —Mara se tira en el sofá, con dramatismo, mientras que suspira—. ¡Mi amor frustrado! No sabes lo que lloré en mi cama cuando me enteré de que ibas al baile con Jordan y que no podríamos ir juntos.
—Sabía que te volvía loca —contesta con satisfacción y Mara se ríe.
—Claro que sí, George, estaba muy enamorada de ti—lo dice, levantando tanto la voz que se nota a kilómetros que está mintiendo.
—Sé que soy irresistible para ti, pero no vuelvas a caer en mis encantos.
Se ha inclinado sobre ella en el sofá. No se están tocando, ni siquiera un poco, pero basta para querer algo más. Que se tumbe encima, al menos, mientras que habla. Pero no, George sabe lo que hace porque se acerca aun más a ella, sin dejar que sus cuerpos se toquen ni siquiera un poco. Su boca está demasiado cerca de su oreja y nota perfectamente su respiración. Y luego sus labios moviéndose, rozando su oreja.
Eso es tortura y Mara se muerde el labio para evitar el gemido cuando, finalmente, George habla.
—No pensaba que fueras a caer tan pronto.
Luego se levanta, riéndose y se va hacia el baño. Menudo cabrón. Sale de allí a los pocos minutos, con la ropa que llevaba ayer y vuelve a reírse cuando ve cómo ella sigue en el sofá.
—¿No quieres ir a comer donde tu abuela? Tengo que pasar por el apartamento para ducharme y cambiarme.
—Yo también tengo que hacerlo, ¿no prefieres que ahorremos agua?
¿Qué? Si van a tener que pasar tiempo juntos también pueden aprovecharlo, ¿no? Total, ya está picándola, ella también puede hacerlo, por eso se levanta del sofá y va a la habitación a por algo de ropa interior. George sigue en el pasillo, parado, como si no se hubiera esperado esa respuesta y por eso Mara se acerca hasta él, como cuando se habían levantado del suelo.
—¿Y bien? ¿Quieres que ahorremos agua? —aprovecha que están tan cerca que sube la mano hasta su cuello, levantando un poco la camiseta del chico cuando empieza a subir y le roza, inocentemente, la piel del costado. Sabe que ha funcionado porque ahora es él quien respira fuertemente —. ¿Entonces? ¿Compartimos ducha? Recuerda que estamos juntos, cielo, mi casa es tu casa y mi ducha también puede ser la tuya.
Si él juega con eso ella también lo va a hacer. Tira de su camiseta y roza sus labios antes de girarse y meterse en el baño, apoyandose en la puerta unos segundos. Sinceramente, podría entrar en esos momentos porque no le importaría nada. Le gustaría tardar más, tocarse incluso para aliviar las ganas que tenía de salir del agua en esos momentos y buscar un acompañante, pero se guarda las ganas para esa noche, cuando esté tranquila y sola.
Cuando sale del baño no está tan segura de que haya sido buena idea aguantarse porque George está esperando, justo al lado de la puerta y la sujeta de la cintura al pasar, pegándola a él por la espalda, tal y como habían cocinado la noche anterior.
—¿Qué es lo que intentas?
—Nada —contesta, intentando que suene inocente, a pesar de que George ha aprovechado y metido la mano en la toalla y juega con el borde de sus bragas—. ¿Y tú? Porque te estoy notando perfectamente en mi culo.
—No juegues con fuego, Mara, no te va a gustar —le susurra al oído y el escalofrío que la recorre no acaba cuando a él se le ocurre bajar hasta el cuello y besarlo suavemente—. ¿Nos vamos al apartamento?
—Claro —finge que no pasa nada, solo se aleja, lanza el pijama a su cama, se pone lo primero que ve en el armario y vuelve con él, entrelazando sus dedos—. ¿Qué? No quiero que la primera vez que te coja de la mano sea con mi abuela delante y se de cuenta de la mentira.
Parece que le convence porque George busca una postura aun más cómoda para los dos y sus dedos se entrelazan. Bien, es raro, pero puede aguantar eso. También puede aguantar cuando salen a la calle y ven a Gilbert, en la puerta de la panadería hablando con la señora Webb —su abuela no la aguanta, es una cotilla—, y George le pasa el brazo por encima de los hombros y la acerca más a él. Mara saluda amablemente a la señora Webb y a Gilbert, sabiendo que es cuestión de horas de que todo el pueblo sepa de la nueva relación.
Cuando llegan al apartamento George pasa directamente a la ducha y es Mara quien cierra la puerta. No puede evitar quedarse mirando el apartamento porque de verdad no se cree que esté viviendo allí con Atria. Los cambios que hicieron ella y Fred en el apartamento fueron mínimos, quizá por el poco tiempo que estuvieron allí y no puede evitar cotillear toda la casa. El salón tiene un sofá, con mantas encima y una almohada, así que Mara no puede evitar seguir mirando el resto de la casa. En una de las habitaciones solo hay un armario con ropa, probablemente de George, y muchos calderos.
La otra está cerrada, pero Mara abre igualmente la puerta y ve que hay una cama realmente grande, ropa por el suelo y post-its pegados por todas las paredes. En el fondo de la habitación hay una silla donde hay una especie de nido y hay un bicho rosa allí sentado.
—Se llama John, es de Atria —dice George y Mara da un salto en el sitio. No llega a gritar de milagro—. Es un micropuff.
—¿Qué es eso? —se agacha para mirarlo y oye como George se ríe, todavía desde el marco de la puerta.
—Solo tú podrías no conocerlos, los creamos Fred y yo, es un puffskein en miniatura.
—Da un poco de miedo —responde ella, al intentar tocar al bicho y que este le saque los dientes.
—No se lo digas a Atria, le adora y eso que no le recuerda —nota el tono de queja en la voz de George. Es suave, pero está ahí. Le molesta que Atria no recuerde y Mara se gira para mirarle—. Se lo regaló Remus, por la mayoría de edad.
—Parece que al final consiguió la mascota —responde ella y él asiente—. ¿Por qué no entras?
—No me parece bien entrar si no está Atria.
Vale, lo entiende, está mal que haya entrado así, pero ese había sido el piso de su tío abuelo y tenía curiosidad. Se levanta y va hacia George, que parece que agradece que salga de la habitación, aunque no lo diga y Mara va hacia el sofá.
—Deberíamos hablar de eso —le dice cuando él se sienta a su lado.
En lugar de responder George enciende la tele.
—No puedo ayudarte a encontrarle si no quieres hablar del tema, George.
Él suspira y decide subir un poco el volumen a la tele. Genial, que la televisión tape toda la conversación. Encima solo son anuncios, ni siquiera es un programa, pero George ve la teletienda como si fuera lo más interesante del mundo. Y solo son las diez de la mañana, así que queda tiempo para ir a comer. Es genial.
Decide apoyarse en la almohada, cerrando los ojos. En el fondo, la tele la relaja, así que empieza a dormitar. La verdad es que tiene un sueño raro que involucra al bicho de Atria en un tamaño mucho mayor, el fin del mundo y un jardín. También hay una maleta que tiene un botón o algo así, pero cuando va a darle para saber qué pasa, lo sabe de inmediato y que se ha cargado todo el mundo y entonces abre los ojos.
La tele está mucho más baja que antes y George está sentado, pero dormido. Los dos están tapados con una manta y ella tiene las piernas sobre las del chico. No recuerda eso, que ella recuerde tenía los pies en el suelo. Se intenta mover sin despertar a George, pero falla cuando intenta levantarse para coger el mando y averiguar la hora.
—Mierda, perdona, no quería despertarte —dice Mara mientras George se frota los ojos—. ¿Me has subido tú los pies?
—Pensé que estarías más cómoda, te has quejado un par de veces.
—Gracias.
—No quería quedarme dormido, nos hemos perdido la comida.
—Da igual.
¿Cómo han podido a pasar a estar tan incómodos? Antes estaban coqueteando, no eran imaginaciones suyas, había estado coqueteando con ella y ella con él. Ahora estaba callado, completamente en otro mundo. Quizá debería sacarle de este apartamento y no dejarle volver.
—Ni siquiera sé por donde empezar para buscar a Fred.
Le tiembla un poco la voz cuando habla. Sigue mirando la tele, como si lo que hubiera dicho no fuera nada y parece que quiere que siga pareciendo que no pasa absolutamente nada porque sigue mirando la tele cuando vuelve a hablar.
—Lo intentamos, antes de que dijeran que habían encontrado el cuerpo. También después y lo he seguido intentando. Hermione hizo un hechizo que debería haberle encontrado, pero... pero no funcionó. Tonks interrogó a muchos mortifagos al principio, pero todos se reían cuando les preguntaba por Fred.
—Lo siento —susurra Mara, pero George niega.
—Sé lo que piensas y no entiendo porqué dices que me vas a ayudar cuando ni siquiera te crees lo que estoy diciendo.
—No es que no te crea, pero... es difícil, ¿por qué iban a querer quedarse a Fred, George? No tiene nada que ver con Harry.
—Atria me dijo que había un mortifago que dijo que la estaba buscando, si la estaban buscando a ella era para hacer daño a Harry.
—Ya, pero Fred sigue sin ser nada de Harry, lo es de Atria.
—M familia lleva protegiéndole años, y, además, haciendo daño a Atria haces daño a Harry —termina diciendo George y Mara suspira. Va a ser difícil. Tiene sentido lo que dice, sí, pero a la vez...
—Pero solo han ido a por Fred, George, es raro que solo hayan ido a por él, ¿no deberían haber ido a por todos vosotros? —solo necesita hacerle entender que no tiene sentido lo que piensa. Si luego sigue con ello vale, lo intentará con él, intentará encontrar a Fred.
O lo que sea que quede de él, porque si, por algún casual, George tiene razón, quizá es mejor no encontrarle si han decidido seguir los pasos de Bellatrix.
—Quizá quieren mantener un perfil bajo, que todos suframos primero. Una vez estemos bien, a por otro —dice George después de unos segundos de silencio—. ¿No te parece algo que harían los mortifagos?
—Sí —acaba admitiendolo, porque tiene sentido—. ¿Y qué crees? ¿Que luego irán a por ti?
—Charlie ya piensa que estoy maldito, por eso lo de anoche.
—Pero no lo entiendo, ¿qué ganan los mortifagos? Vosotros no habéis hecho nada —Mara sigue insistiendo en lo mismo y George solo se sienta mejor en el sofá.
La mira por primera vez desde que han empezado a hablar.
—Ron si. Estuvo con Harry durante la peor parte de la guerra. De él también se querrán vengar y de Hermione igual, sus padres están protegidos bajo varios encantamientos por si acaso intentan ir a por ellos.
—Ya no hay guerra, George, no hay más problemas de esos ahora mismo.
—¿Quieres hablar con Tonks y le preguntas qué tal está todo? Sigue habiendo capturas todos los días, Mara, no ha pasado ni un año, algunos salieron corriendo de Hogwarts, te habrías dado cuenta si te hubieras molestado en ir.
—Ya sé que hice mal en no ir, no necesito que me lo repitas tú también.
—¿Y por qué no fuiste? —ahora es él quien presiona en un tema del que no quiere hablar.
—Quería proteger esto —responde ella y George se ríe.
—Este pueblo no puede ser más seguro, es imposible.
—¿Y tú qué sabes?
—Ayude a protegerlo, ¿te acuerdas? Sé como lo hicimos y sé perfectamente que tú también lo sabes —Mara gruñe, pero George no da su brazo a torcer—. Di el motivo real, venga, atrévete.
—Es es el motivo.
—Estas mintiendo.
—Al menos no creo que un muerto esta vivo.
—Ese es tu único ataque, ¿no lo ves? Di por qué no fuiste a Hogwarts.
—No es un ataque, es la realidad.
—Mientes.
—No miento.
—Di por qué no viniste.
—Por proteger al pueblo.
—¡La verdad, Mara!
—¡Porque vosotros no vinisteis! —acaba gritando y se levanta rápidamente del sofá. No puede ahora mismo, no puede mirarle. No lo ha vuelto a decir desde el día de la batalla, solo ha repetido una y otra vez que lo hizo por el pueblo—. Vosotros no vinisteis.
—No lo sabíamos, no avisaste, nadie lo hizo —George se defiende y Mara sabe perfectamente que tiene razón, pero sigue sintiendo el rencor.
—No tendríamos que haber avisado si alguien de La Orden hubiera estado aquí —responde ella—. Nos dejasteis solos.
—Erais el pueblo más seguro, era imposible que nadie entrase. ¡Sabías hacer un patronus! En cuanto nos hubieras llamado hubieramos venido.
—¡Daba igual, George, os dejamos entrar! Vinisteis, fingiendo que esto os importaba algo y luego ¿qué? ¡No os molestasteis en volver! Solo queríais un puto lugar donde ocultar a Potter. Todo va sobre Potter, ¿no lo ves, George? Los demás no somos importantes, no somos lo suficientemente importantes como para que finjan nuestra muerte y luego nos estén torturando o nos maldigan.
—Tu familia no es como la mía.
—Por mucho que hayáis estado en el centro, George, Fred sigue sin ser lo suficientemente importante para un grupo de mortifagos. ¿Qué grupo querría vengarse de vosotros?
—Hechizamos a un grupo bastante grande de mortifagos cuando protegimos La Madriguera —dice George, como si eso fuera algo reseñable—. Ellos podrían habernos visto en cualquier momento y querer vengarse por lo que les hiciera luego Quien-Tu-Sabes.
—Vale, ¿y has mirado las casas de todo ese grupo? ¿Están arrestados o algo por el estilo? ¿Siguen vivos después de ir a ver a Quien-Tu-Sabes con las manos vacías?
—Algunos murieron, otros están en Azkaban —acaba diciendo George y Mara se gira para mirarle—. Hay unos cuantos que han escapado y están ocultos, El Ministerio sigue buscándolos.
—El Ministerio sigue buscándolos, ya —repite Mara y no se cree que vaya a decirlo—. ¿Y tú no has puesto sus casas patas arriba?
—¿Qué?
—Mira, no te va a convencer nadie de que Fred está muerto, si tenemos que meternos en unas cuantas casas para que lo veas y luego accedas a hablar con mi psicóloga para mejorar, voy contigo, ¿vale? Buscaremos por si tienen a tu hermano en algún sótano profundo donde ningún hechizo de localización pueda encontrarle.
No, no se cree que, finalmente, lo haya dicho. Y mucho menos que esté dispuesta a ir a con él a allanar casas. Su abuela la va a matar si se entera, ya verás. Bueno, solo es una cosa más en la que mentir, ¿que importa una más que menos? Está metiéndose cada vez en un lío más gordo, así que...
—¿Cuándo empezamos? —George se levanta rápidamente del sofá y se le nota animado—. ¿Esta noche?
—¿No deberíamos hacer un poco de investigación primero? Siempre he querido probar eso de poner las fotos de los sospechosos en una pared e ir uniendo todo con chinchetas e hilos.
—Eres rara —responde George y Mara asiente.
—Aun así me has elegido para que te ayude a encontrar a tu hermano.
Se ríe, por primera vez en horas, lo cual está bien, es un buen signo. Le preocupa cómo va a acabar cuando no encuentren nada, pero bueno, se ocupará de ello cuando lleguen a ese momento. Estará allí, le ayudará y ya está, luego cada uno por su lado, podría ser su motivo de ruptura para los demás incluso, aunque ella luego siga ayudándole. Son amigos, no puede dejarle solo cuando está así.
—¿Comemos algo? La verdad es que tengo hambre.
—Si desayunases no tendrías tanta hambre—responde George, pero aún así va hacia la cocina—. ¿Te apetece algo en especial?
—¿Qué pasa? ¿Qué sabes cocinar?
—Claro, ¿por qué no iba a saber?
—¿Qué? —Mara no se lo cree. En serio, ¿cómo iba a saber cocinar?
—Me fui de casa a los dieciocho, Mara, claro que sé cocinar.
—No te creo.
—Pues ven a la cocina.
Él se adelanta y ella le sigue, para ver cómo se pone un delantal. La pena es que esta vez lleva ropa. Da igual que el delantal tenga patos de goma por todos lados y que le quede ridículamente corto, sus hormonas están desesperadas.
—Definitivamente tengo que encontrar a alguien —murmura ella y George se ríe.
—Puedo cocinar también para ti, no te preocupes, cariño.
—¿Vamos a estar con motes cariñosos?
—Depende, ¿eres de ellos? —le pregunta y Mara se encoge de hombros.
—A Adrien le llamaba Adri, pero es un apodo para su nombre, no de pareja. Y a Dani todo el mundo la llama así —Mara se tiene que apartar cuando George se mueve con una olla llena de agua—. ¿Pasta?
—Patatas gratinadas, no me ofendas con la pasta, se hacer más cosas.
—Vale, vale. Pero las patatas gratinadas son un plato aún más simple que la pasta.
Le ve moverse por la cocina, cogiendo distintos ingredientes y cazuelas y le deja moverse. Aprovecha, cada vez que le ve abrir un armario, para ver si tiene algo de vino o cerveza, pero parece que en esta casa no beben nada. Como mucho pueden llegar a beber zumo de naranja recién exprimido porque con la cantidad de naranjas que hay en la nevera...
—¿Con qué vamos a acompañar tu receta?
—Con agua, creo que ya has tenido demasiado vino por una temporada.
—Venga, George, no seas aguafiestas —se acerca hasta él, intentando convencerle, pero parece que el chico no se va a dejar convencer con eso—. ¿Ni siquiera cerveza de mantequilla?
—Debería haber en la despensa.
—Gracias, cielo.
La verdad es que es divertido eso de tener motes cariñosos. Sobre todo porque los usan de forma tan sarcástica que ninguno de los dos se los cree. Le da un beso en la mejilla antes de ir a buscar dos cervezas de mantequilla y, cuando vuelve, George parece que está listo para seguir jugando un poco más. Vuelve a atraparla entre la encimera y él y vuelve a ser tan agradable como la noche de antes.
Es divertido cocinar juntos, es divertido picarle y dejar que la pique de vuelta. Comer en el sofá viendo cualquier cosa en la televisión es lo que necesitaba para dejar de pensar en todo y que luego los platos vayan volando a la cocina para que se frieguen solos en lugar de ir a fregarlos a mano. Quizá lo que necesita es mudarse de casa de su abuela y empezar a vivir sola. No, sola no, sola no acabaría bien, con alguna de sus amigas mejor.
—Esto está bien, aunque mi abuela no se lo crea podemos repetir —Mara le da un trago a su botella de cerveza de mantequilla y George se ríe.
—¿Ya estás tan enamorada de mi que quieres pasar más tiempo conmigo?
—Obviamente, Weasley, ¿cómo voy a poder resistirme a tus encantos? —se ríe y vuelve a beber—. Por cierto, será mejor que empecemos a conocernos mejor, ¿cómo empezamos esto?
—¿En mi apartamento? Ya sabes, ahí nadie nos vería.
—Sí, es un buen sitio.
—Tampoco hace falta que especifiquemos mucho, solo que surgió y ya, ¿no?
A Mara no le da tiempo a responder porque, atravesando la ventana, entra un trozo de papel con forma de avión que llega hasta el regazo de George. Él frunce el ceño, pero desdobla el papel y luego suspira.
—Genial —murmura y se pone en pie—. Tengo que ir a por Atria a San Mungo, por lo visto ya le han dado el alta.
—Oh, vale —responde ella, sin saber muy bien qué decir, pero se levanta también del sofá—. ¿Vamos a comer mañana a casa de mi abuela?
—Sí, por qué no —ahora vuelve a ser todo incómodo, o al menos para ella. ¿Qué tiene que hacer si él se va a buscar a su amiga? A parte de irse a casa, claro.
—Bueno, pues nos vemos mañana, podemos hacer eso de las fotos y las cuerdas en tu apartamento.
—¿No te vienes conmigo? —eso la descoloca, pero parece que George lo ve como algo normal—. También es tu amiga.
—No sé si sigue siendo mi amiga.
—Sigue siendo Atria. Un poco más inestable, pero Atria.
Mara hace una mueca, pero asiente. No quiere volver a casa, la verdad, no le apetece. Pensará en todo lo que ha pasado en el día y a lo mejor se vuelve loca. No tiene ganas, la verdad, no quiere pensar. Así que sigue a George hasta el hospital. Le deja a él hablar con la bruja de recepción y le sigue cuando les dicen que vayan a la cuarta planta, la que está reservada para los daños producidos por hechizos. George parece que ignora esa parte, porque se acerca a hablar con Atria como si nada.
Está el problema de que ella, de nuevo, no recuerda nada. Según la medimaga, la poción que Atria había estado tomando era más necesaria de lo que pensaban.
—Sabía que era mala idea traerla, joder —dice nada más llegar al apartamento.
Atria se ha encerrado en la habitación, intentando entender lo que pasa y George solo le dice que tiene el cuaderno dentro de la almohada, que ahí entenderá todo.
—Volverá a recordar, George —Mara no puede evitar abrazarle.
Lo cual es mala idea, pero no porque el chico abrace bien, no, si no porque Atria les ve. Sale de la habitación, con un cuaderno naranja en la mano y sonríe cuando les ve. La cena es algo... incómoda. Atria lee su cuaderno, ellos están en silencio y, de vez en cuando, la chica hace preguntas. Sobre su vida, pero también sobre ellos.
—De ti no tengo nada apuntado —le acaba diciendo a Mara y ella se encoge de hombros.
—Supongo que George se habrá olvidado de mí.
—No creo que pueda olvidarse de su novia, será para que no intente nada contigo.
Eso sí que es incómodo, que Atria le guiñe un ojo. George casi se atraganta con el postre y Atria le entra una risa espectacular. Así es como les encuentra Molly Weasley cuando llega, después de cenar y completamente preocupada.
—¡Te dije que me avisaras de que la habías sacado de allí! —grita la señora Weasley y a Atria parece que no le gusta la idea de que vaya a por ella a abrazarla porque retrocede—. Atria, cielo, ¿qué te pasa?
—Otra vez, mamá —George suspira cuando lo dice y Mara ve perfectamente como los ojos de la mujer se llenan de lágrimas.
—Pero... Madame Pomfrey dijo que...
—La poción que le estaba dando Madame Pomfrey era lo que le hacía recordar, no los hechizos —George la interrumpe y parece que la señora Weasley coge aire.
—Pues tendremos que aprender a hacerla.
Entonces se fija en ella y se desata el caos en la casa con las palabras de Atria cuando la señora Weasley pregunta por ella.
—Es la novia de George.
—Así que tú eres la chica que ha dicho Ron, la que fue a recoger a George ayer.
La observa, de arriba a abajo, como si estuviera evaluando si merece o no la pena y Mara asiente. Sinceramente, esa mujer la está agobiando y solo la está viendo durante unos minutos. Y la agobia aún más cuando se acerca a ella y la abraza.
—Gracias por ayudar a George —le susurra antes de alejarse para ir a hablar con su hijo. O, más bien, darle una colleja y luego abrazarle—. ¿Cómo se te ocurre callarte algo así? ¡Ron me lo ha tenido que contar y ahora Atria! ¡Esto es algo bueno, George!
—Es... algo nuevo —acaba diciendo el chico, derrotado.
Mierda, mierda y más mierda porque esa parte no estaba en el trato.
—Demasiado nuevo, no queríamos decir nada hasta que no estuvieramos seguros —añade Mara, pero parece que para la señora Weasley eso es algo irrelevante.
—Mañana os quiero en casa, a cenar los dos —les advierte y luego se gira para mirar a Atria—. ¿Qué te parece si te vienes conmigo esta noche, cielo?
—Mamá, déjala, ya está bastante abrumada como para que ahora la lleves a casa.
Discuten un poco en el salón, pero George acaba ganando y Atria se queda en el apartamento esa noche mientras que la señora Weasley vuelve a su casa por la red flu.
—Gracias —murmura Atria y George solo asiente—. Voy a irme a leer más del cuaderno, ¿si tengo dudas puedo venir a preguntarte?
—Claro, Atria, estaré durmiendo en el sofá.
—¿No duermes con tu novia?
—No voy a hacerla dormir en el sofá —que considerado, aunque no entiende por qué no se molesta en corregir a Atria.
—Podéis coger mi cama, es demasiado grande para mí —dice la chica y Mara se ríe.
—George no puede pisar vuestra habitación si no está Fred, Atria.
La cosa empeora. Atria los mira a ambos, pero no parece que esté allí, tiene la mirada completamente perdida y Mara ve como una lágrima cae, despacio, y luego le siguen un montón más. George maldice, una y otra vez, y se acerca a ella para intentar sacarla de donde sea que se ha metido. En cuanto la toca, Atria grita de forma espeluznante y es horrible ver como la chica se lleva las manos a la cabeza y empieza a gritar, cada vez más fuerte, cada vez con más dolor en su voz.
Tiene que aturdirla cuando la oye decir que se quiere morir, que recuerda todo y que no lo aguanta. Tiene que hacerlo porque, cuando la oye pedirle a George que la mate, ve como él no puede más con lo que está pasando.
—Gracias por eso.
—Lo siento —consigue decir cuando George está en mitad del pasillo, con Atria en brazos. Entra en la habitación, con decisión, pero sale de ella como si la habitación estuviera en llamas y le quemase.
Se siente mal porque eso lo ha hecho ella, por mencionar a Fred. Solo por mencionarle parece que todo ha vuelto a la mente de ella tan rápido y tan doloroso que era imposible asimilarlo.
—No te lo había contado, perdona que la hayas visto así —George parece que no sabe dónde mirar y Mara se imagina que quiere gritarla. Y está bien, porque se lo merece.
—Creo que voy a irme a casa.
No quiere, pero George asiente. Él se sienta en el sofá, tapándose la cara con las manos, claramente estresado y preocupado por lo que acaba de pasar.
Pero no es su problema, se lo acaba de dejar claro cuando le ha dicho que sí que se vaya a casa, así que Mara sale del apartamento, lista para enfrentarse a la soledad.
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¿Los dos como si tuvieran quince años? Sí, gracias, me gusta, quiero escribir más de ellos así. En realidad ya está parte escrita JAJAJAJAJA También quiero llegar a otra parte que uf, chef kiss va a ser, que ganas tengo.
Mis notas siempre son cortitas porque la verdad es que se me olvida que voy a decir, así que nada, el próximo capítulo es en dos semanas, el día 26, espero tener el título pronto... mientras tanto os podéis pasar por el nuevo fic, Efecto Coriolis, es de Charlie Weasley y le quiero mucho la verdad.
Mil gracias por leer, os prometo que en cuanto acabe la primera parte es todo fake dating y pocas lágrimas <3
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