Esperando lo inevitable
Puedo decir
que gasté dos mil alientos
esperando a que vinieras.
A qué tumbases
la puerta
y callarás con tus palabras
los ruidos de mi cabeza.
Deseando con furia
lo que quisiste de mi
y que nunca me llegué
ni tan siquiera a parecer.
Gasté dos mil suspiros
suplicando tu rostro
pegado a las sábanas.
Hoy, si te vuelvo a ver,
me habré quedado sin aliento,
y sobretodo sin paciencia.
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