Ayer vi una mujer, con su hijo en brazos.

La vi hundida sobre el suelo grisáceo,

llorando y rogando, por algunas monedas,

hambrienta y miserable; ¡pobre dama, ella!

Me rompió el corazón, me dolió en el alma

ser testigo de este agónico drama. ¡Dios!

¿Por acaso el dinero que yo le entregué

habrá sido suficiente para saciar su sed?

¿O su hambre? ¿O para al menos trarle calma?

¿Para recordarle que alguien sí se importa?

¿Y que un bello día nada le hará falta?

¿Que con el fin de la noche vendrá la mañana?

Hice lo que pude, con lo poco que tenía,

pero hay heridas muy difíciles de curar,

como la de la pobreza y de la humildad

agónica, crónica, ofensiva, amarga.

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Este poema lo escribí con versos alejandrinos (o al menos lo intenté), y está basado en una triste escena que vi ayer... Una mujer, con su bebé, pidiendo monedas y llorando al frente de una tienda en la que yo estaba comprando. La gente pasaba por ella como si no existiera, y de verdad me rompió el corazón ver eso.