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3:00 a.m.

Despertó cuando ya era de día, lo cual no era raro.

La luz del sol entraba a raudales por la ventana de la habitación, iluminándola con su intenso resplandor. Algo cansada y desorientada, se frotó los ojos con los nudillos de su mano derecha y volvió a cerrarlos al notar el intenso brillo a su alrededor. Estaba a punto de levantarse, y darle inicio a su rutina, cuando sintió un dolor en la sien y contuvo una maldición.

—Terrible inicio del día, Enid.

Escucha una voz venir de algún lado, quizá desde la otra esquina del dormitorio, o quizá a su lado. Bostezó, intentando desperezarse, se sentía muy cansada y su cuerpo se sentía hecho de plomo. En su boca aún persistía un sabor amargo y picante y su garganta seca parecía estar en carne viva.

—Tienes un aspecto demacrado esta mañana —continuó diciendo la voz, perteneciente a su amada Wednesday—. Serías la envidia de una funeraria.

Finalmente, abrió los ojos, enfocándose mejor en su entorno, tarareando para sí misma en reconocimiento. Wednesday estaba al pie de la cama, sentada, vestida con la misma ropa con la que la vio marcharse, había rastrojos de tierra en su chaleco y tenía la corbata torcida.

Howdy, roomie... —alcanza a decir, apoyando la cabeza en su almohada con frustración, esperando sublimar sus pensamientos en el suave algodón—, ¿cómo...? —un bostezo la interrumpe a media pregunta—. ¿Cómo... te... fue?

No hay respuesta por un momento, la mirada fija de Wednesday empezaba a ponerla nerviosa, ¿había olvidado algo?, ¿le volvió a quitar la cobija mientras dormían? O... ¿Tal vez dejó una de sus velas aromáticas encendidas en el baño otra vez?

— ¿Por qué hueles a teibol?

El sonido parece haber sido succionado de la habitación, dejando solo un zumbido en los oídos de Enid.

—Espera, ¿qué? —masculla, parpadeando varias veces.

— ¿Por qué hueles a teibol? —Wednesday volvió a repetir la pregunta, esta vez con un tono más firme.

— ¿Qué? —articuló Enid nuevamente, su voz cada vez más confundida. Sorprendida, ladea la cabeza y frunce el ceño—. Olvídalo... ¿Tú cómo sabes a que huele un teibol?

—No evadas la pregunta con otra pregunta—sin inmutarse, cruza los brazos y da un paso más cerca. Los ojos de Wednesday comienzan a escudriñarla de arriba a abajo—. Ropa desalineada, maquillaje corrido, un rastro de brillo labial que no te pertenece y traes una pulsera de identificación, lo que indica que has estado en club...

El sudor comenzó a correr por la frente de Enid, pero aun así, no podía articular las palabras que le quemaban en la lengua, mientras de fondo se escuchaba la alarma de su teléfono. La noche anterior había sido un torbellino de risas, música y una libertad desinhibida que le resultaba ajena. Recordaba fragmentos dispersos como piezas de un rompecabezas, su labio inferior quedó atrapado entre sus propios dientes, pensando.

— ¡Has estado quebrantando la ley sin mí! —exclamó Wednesday, su voz firme como el acero.

Ay, señor.

— ¿Qué has hecho en mi ausencia? ¿Asesinaste a alguien? ¿Peleas clandestinas? ¿Algún maleficio que deba ser roto antes de que el sol se ponga al tercer día? —Wednesday enumera, su voz como hielo, pero su mirada ardía como el fuego.

— ¡No! No es nada de eso —gritó Enid, incapaz de contener su desesperación—. No pasó nada... Solo... ¡fue solo una salida con Yoko!

—Qué evento tan terrible... —los labios de Wednesday se curvaron, pero no había alegría en ella, solo un destello de algo más oscuro.

Como un perro de caza, Wednesday olfateaba lo que su instinto le decía que había más allá de las palabras de su pareja.

— ¿Con Yoko, dices? —reiteró Wednesday, sus ojos oscuros fijos en ella como dos abismos profundos—. ¿Y qué, exactamente, implicó esa salida?

Su voz es tan pequeña que ella misma apenas la reconoce—. Pues...

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Eran las dos y media de la madrugada, y en el silencio de la sala de estar, Enid yacía echada en un sillón individual, sumida en un mar de luces y sonidos que emergían de su teléfono. Su pulgar se deslizaba de un reel de Facebook a otro, buscando algo que capturara su atención, algo que rompiera la monotonía del momento. Pero los videos resultaban más insípidos que una galleta de arroz y, mientras se dejaba llevar por la luz azulada de la pantalla, un suspiro de frustración escapó de sus labios.

—Esto es taaan aburrido —se quejó Yoko, rompiendo el silencio con una mezcla de frustración y cansancio.

Enid, sin siquiera desviar la mirada de su pantalla, replicó con desdén—. Eso te pasa por caer de sorpresa —su tono era mordaz, bastante diferente a su habitual todo alegre y bullicioso—. Si nos hubieras avisado, habríamos planificado mejor.

Yoko Tanaka, la mejor amiga de Enid desde hacía casi una década, se encontraba estirada en el otro extremo del sillón, sus lentes oscuros puestos sobre su cabeza. Observaba a Enid con un puchero que lograba ser, en la penumbra, absolutamente menos adorable que lo esperado. Había llegado hace dos días, su motivo fue porque Divina estaba en un viaje familiar (énfasis en familiar) y Yoko se sentía sola, así que decidió que una visita de imprevisto a su pareja favorita sería la mejor opción.

Por supuesto, no contó que Wednesday estaría trabajando como asesora en una investigación criminal y que Enid estaba quedándose en casa por un malestar.

Se arqueó un poco, buscando alguna posición que le diera comodidad y que al mismo tiempo le permitiera observar a su amiga.

—Creí que viviendo con Wednesday habría más acción, pero solo la he visto como dos veces desde llegué aquí hace dos días.

Enid suspiró, finalmente apartando la vista de su teléfono.

—Está trabajando en un caso de desaparición, hoy en la mañana, y ya veremos que hacemos contigo —contestó.

Yoko frunció el ceño—. ¿Y por qué no la acompañaste? Digo, no tengo problema en quedarme aquí.

—Porque primero me arranco los dientes con alicates antes de dejarte a solas en nuestro apartamento de nuevo... ¿O no recuerdas la última vez? —replicó Enid, sus ojos destilando una mezcla de humor ácido y aprehensión.

Al escuchar aquello, Yoko se estremeció visiblemente y un escalofrío recorrió su espalda—. No hablemos de esa vez.

Yoko sacó su teléfono, mirando algunos de los estados de Divina junto a su familia; habían estado visitando Miami esa semana, algunas fotos eran de ellos en un restaurante, la comida lucía bastante apetitosa y Yoko no había comido nada desde la mañana.

—Tengo hambre, ¿qué hay de comer? —Yoko vuelve a romper el silencio.

—Aquí no hay sangre, si es lo que quieres, el tío de Wednesday se la llevó toda...

"Aunque no sé para el tío Cosa que necesitaba tres litros de sangre", piensa Enid para sí misma.

—Me conformo con lo que sea, una vez al año no hace daño —Yoko se alza de hombros—. Y he sobrevivido a cualquier cosa, no creo que comer algo diferente me mate.

Enid blanquea los ojos y se pone de pie, en busca de algo para saciar el antojo de su amiga (y que se calle por una vez), y caminó hacia el refrigerador. Abrió la puerta, dejando que la luz del interior iluminara su rostro con un brillo suave.

—Déjame ver... —su voz se tornó más grave mientras sus ojos escudriñaban el interior—. Tenemos un pedido de sushi y fideos de arroz, una botella de Coca Cola, chilaquiles verdes, salsa de la que pica y de la que no pica —alza algunos envases, mirando los nombres escritos: "ancas de rana guisadas", "iguana en salsa de tomate" y "ceviche" y los dejó en su sitio—, también vegetales y frutas... umm berenjenas, haré mañana lasaña con ellas... —abre el congelador—. Veamos... hay pez globo, pargo, merluza, carne de res, magret de pato, venado, arroz con pollo... ¿Qué hace aquí el arroz con pollo? —murmura esa última parte para sí misma.

— ¿Dijiste pollo? Tengo antojo de alitas de pollo, ¿tienes ahí?

Enid negó con la cabeza—. Nop, solo el arroz con pollo — rebusca entre los otros productos, ignorando el brazo cercenado o los dedos guardados en una bolsa—. Hace tiempo que no como alitas de pollo.

—No puedo creer que no haya alitas aquí —se quejó Yoko, dejándose caer ostentosamente en un taburete al otro lado de la barra de la cocina—. ¿Cómo puedes sobrevivir sin alitas?

Enid se encogió de hombros, todavía con la mirada metida en el refrigerador.

—Bueno, ya casi son las tres de la mañana, no creo que pase un Uber Eats a esta hora para que te traiga alitas —Se ríe, pero no puede evitar que su mente se desvíe hacia las alitas. Extrañaba ese crujido dorado, esa explosión de sabor y, oh, la boca se llenó de agua.

— ¿A qué horas te dijo Wednesday que vendría? —Yoko tamborileó los dedos sobre el mesón de la cocina.

—La misma de siempre, cerca de las seis de la mañana —Enid cierra la puerta del congelador, girándose a verla—. ¿Por qué?

—Sé dónde conseguir alitas... —Sacando las llaves de su moto—. Así que, abróchate el cinturón, voy a llevarte al mejor sitio con las tres B: Bueno, Bonito y Barato —e hizo gestos amplios con las manos, casi como si estuviera presentando un espectáculo.

— ¿Qué clase de sitio está abierto a estas horas, Yoko? —Enid frunció el ceño, intrigada, pero también divertida.

—Ya verás.

Enid lo pensó, arriesgarse a ir a un sitio que no conoce, junto a Yoko... Qué pase lo que tenga que pasar. Se colocó una chaqueta abrigada, tomó su juego de llaves y se fueron juntas, asegurando cada ventana y los tres cerrojos de la puerta principal. Se aseguraría de regresar antes que su pareja, para recibirla, como siempre hacía. El GPS del teléfono anunció un trayecto de treinta minutos, pero Yoko, en su ansia por llegar, desafió todas las reglas y leyes de tránsito y llegó en trece.

La loba apenas pudo adaptarse a la sensación de velocidad antes de que Yoko frenara de golpe frente a un brillante letrero de neón que anunciaba "The HOT Paradise".

—Aquí es... —Yoko se estaciona en el aparcadero, apaga el motor, sonriendo como una loca—. ¡Ah, cómo extrañaba este lugar!

Enid, aún un poco aturdida, se quitó el casco con un aire de incredulidad. Sacudió la cabeza, tratando de despejarse mientras absorbía la atmósfera que la rodeaba. Las luces de neón dibujaban sombras y brillos en su rostro desconcertado.

Cuando sus ojos se posaron en el enorme cartel frente a ellas, su voz se escapó en un tono sorprendido—. ¿Nos trajiste a un teibol?

Yoko solo asintió con una risa, como si le restara importancia, con un movimiento despreocupado, guardó las llaves en su campera y empezó a caminar hacia la entrada, a paso decidido, con Enid siguiéndole de cerca, mirando el lugar con recelo.

—Tienen las mejores alitas de pollo para comer y pechugas para ver —habla con buen humor—. Y lo mejor de todo: ya me conocen, por lo que tendremos un descuento, rubia.

Enid vaciló, contemplando la posibilidad de entrar en un lugar que desafiaba todas sus expectativas. A pesar de que sus instintos primarios le decían que debía dar un paso atrás, sin embargo, la idea de compartir risas y experiencias con su frenética amiga le resultó tentadora.

En fin, el antojo superó la pena de entrar.

Una vez dentro, el lugar estaba un poco más ocupado de lo que esperaba, con la mayoría de las mesas ocupadas por grupos. La música sonaba muy fuerte en sus oídos, dándoles la bienvenida, las estroboscópicas luces de los láseres y focos centelleaban en todas partes y un apestoso olor a sudor y tabaco impregnaba el ambiente, sin embargo, podía olfatear en el aire un olor a fritura y salsas picantes.

Un guardia de seguridad le coloca una pulsera en su muñeca, el ambiente era un torbellino de colores y sonidos, y Enid no pudo evitar dejarse llevar por la atmósfera electrizante. Entre risas, camareras que danzaban y la promesa de una noche de diversión.

— ¡Combinan! —se ríe Yoko, mostrando también la pulsera en su muñeca.

Enid no pudo contener una risa nerviosa mientras miraba alrededor. Yoko, sin perder un segundo, se dirigió directamente a la barra, haciéndole señas a una mujer alta de cabellos rubios platinados y mirada penetrante.

— ¡Yelena, dichosos los ojos que te ven!

—Tanaka, camarada —saluda la mujer con un marcado acento ruso—. ¿Qué te ofrezco esta noche?

— ¡Alitas, por favor! Quiero las más picantes que tengas, y para mi amiga, tráele tus mejores alitas a la BBQ —dijo, con los ojos iluminados. Enid apenas podía seguirla, aún en un estado de asombro ante el espectáculo de luces y movimiento.

La música pulsaba en su pecho mientras un grupo de bailarinas se movía en el escenario principal, sus cuerpos ágiles y tonificados desafiando la gravedad con cada pirueta. Enid se sintió un poco fuera de lugar, como si hubieran entrado en un mundo completamente diferente, cuando Yoko hizo su pedido, las camareras alrededor se movían al ritmo de un electro swing, sonriendo a los clientes y entregando bebidas con gracia.

Enid tuvo que admitir que la energía del lugar era contagiosa y, por primera vez esa noche, sintió que su corazón empezaba a latir con más fuerza. Una de las bailarinas se movió con agilidad al borde del escenario, sonriendo juguetonamente a la multitud. Las risas y los gritos de aprobación aumentaron el bullicio, y quizás este lugar no era tan malo después de todo.

— ¿Ves, loba? ¡Es genial! —exclamó Yoko, volviendo con dos bandejas de alitas humeantes, una de ella bañadas en una salsa roja brillante que prometía ser tan picante como deliciosa, y la otra con una salsa oscura.

Enid olfateó la comida, y el aroma la atrajo irrevocablemente—. ¿Me vas a dejar probar de las tuyas? —preguntó, sin poder resistirse.

— ¡Solo si prometes que no te quejarás! Estas alitas están que queman —bromeó Yoko, llevándose una a la boca y cerrando los ojos al morderla, como si estuviera saboreando un manjar divino.

Enid comenzó a relajar sus hombros, mientras se reía de la recompensa picante que encontró en la primera alita. Ya había probado los chiles más picantes con Wednesday, esto no debía ser nada. La música intensificaba su ritmo, y las bailarinas comenzaban a lucirse en el escenario con movimientos cada vez más audaces, la sala pareció menguar a su alrededor. El calor se extendió en su boca, y aunque fuego estallaba en su lengua, no pudo evitar sonreír.

— ¡Esto es increíble! —exclamó, con una mezcla de sorpresa y placer—. ¿Por qué no hemos venido antes?

—Te traigo cuando quieras —Yoko sonrió con complicidad, mirando hacia el escenario donde las luces danzaban sobre las bailarinas—. A veces hay que salir de la zona de confort, Nid.

Entre bocado y bocado, Enid se sumergió en la naturaleza vibrante del lugar, descubriendo el placer de soltar las inhibiciones, mientras a su alrededor el ambiente se intensificaba aún más. Los aplausos resonaban como un mantra para el alma, y un aire de libertad comenzaba a llenar su corazón.

La noche pasó entre risas, alitas y bailes, y Enid sintió que una parte de ella que había estado aletargada comenzaba a despertar.

—No impofta el lugaf, lo que impofta es tragaf —argumenta Yoko con la boca llena y salsa untada en sus mejillas.

Yoko se acomodó en la silla, ahora con un dirty Martini en su mano libre mientras se movía para golpear a Enid en el hombro, haciendo que se atragantara un poco con un hueso de pollo. Por un instante, todo empezó a ralentizarse, Enid parpadeó, huesos se acumulaban en su plato, sin percatarse del hambre que sentía. Un segundo parpadeo, y está diciéndole a una mujer que está felizmente en una relación, tercer parpadeo...

¿En qué momento le arrojaron una tanga a Yoko?

Saca su teléfono, enfocando la mirada para ver la hora: 5:46 a.m.

Diablos.

— ¡Yoko, Yoko! —Enid agita a Yoko, despegándole un hueso de pollo de la cara—. ¡Son casi las seis, pinche loca!

— ¿Cuál torta? —habla entre ronquidos.

— ¡La hora, Yoko!

Yoko abrió un ojo, visiblemente confundida. Las luces del club se reflejaban en su rostro y la música aún retumbaba en su pecho. Su expresión era de pura incredulidad, como si intentar asimilar la información fuera una tarea monumental.

— ¿Qué? —Logró articular, entre bostezos y risas.

Enid se pasó una mano por el cabello desordenado, sintiendo que el estrés comenzaba a apoderarse de ella.

—Listo, nos vamos, antes de que mi novia decida venir a buscarnos porque desaparecimos sin decir nada —ordenó, tratando de sonar lo más calmada posible.

Yoko, aun visiblemente aturdida por la mezcla de alitas, martinis y baile, finalmente pareció despertar de su trance. Se enderezó en su asiento y sacudió la cabeza, como si intentara despejar las nubes de confusión que la rodeaban.

— ¡Pero todavía hay más alitas! —protestó Yoko, extendiendo su mano hacia la bandeja que aún contenía varios—. ¡No podemos irnos ahora!

— ¡Las alitas para después! —replicó Enid, dejando algunos billetes debajo de la copa que tenía Yoko.

—Pero yo quiero alitas... —Yoko hizo un puchero que, aunque era adorable, Enid sabía que debía ignorar.

—En otra noche, Yoko.

Yoko miró la salida y luego hacia la bandeja llena de alitas, claramente en conflicto. Finalmente, dejó escapar un suspiro teatral y le dio un manotazo a la bandeja, desparramando algunos huesos en el proceso.

— ¡Está bien! —respondió, levantándose de su asiento—. Pero sepas que me debes otra noche de alitas.

Enid la miró anonadada—. ¡¿Te la debo yo?! ¡Esta fue tu idea!

Ambas amigas se dirigieron hacia la salida, el bullicio del club las seguía, pero Enid sintió una especie de alivio al estar a punto de dejar el lugar. A medida que pasaban entre las mesas y el humo de la fritura, Yoko no podía evitar soltar una risa cada tanto.

— ¡Al menos tuvimos diversión! Te estoy diciendo que esto hay que repetirlo, y nos traemos a tu gremlin gótico —dijo Yoko, entre risas.

Su mirada se posó en un grupo de personas que reían y aplaudían a una bailarina que acababa de hacer una acrobacia impresionante.

— ¡Ojos al frente! Recuerda que eres papa casada —Enid la empuja hacia la salida mientras las luces de neón se desvanecían detrás de ellas.

Una vez fuera, el aire fresco de la madrugada las golpeó en la cara. Yoko sacó sus llaves de la moto de su chaqueta y se volvió hacia Enid.

—La luz del sol me quema, conduce tú.

Enid la miró con cara de pocos amigos. Cuando se subieron a la moto, la adrenalina de la noche seguía palpitando en sus venas. Yoko se aferró a Enid mientras ella arrancaba el motor y, antes de que pudiera pensar en nada más, ya estaban en camino, acelerando por la carretera como si la moto fuera robada. La sensación de velocidad la llenaba, y aunque el estrés que había sentido previamente todavía permanecía en su mente, también había un nuevo tipo de emoción.

Al llegar al apartamento, Enid sintió un pequeño tirón en su estómago. Subieron por las escaleras, Enid abrió la puerta con cautela, esperando ver los zapatos de Wednesday en la entrada, o escuchar el ruido familiar de Wednesday trabajando en su escritorio o escribiendo en su máquina de escribir. Sin embargo, el apartamento estaba en silencio, todo permanecía igual a cuando se fueron.

—Tal vez llegó un poco más tarde de lo esperado —murmuró Yoko, entrando a paso tambaleante.

Enid cerró la puerta detrás de sí mientras Yoko se dejaba caer en el sofá cual peso muerto, roncando momentos después; Enid reprimió el asco al ver como salsa roja manchaba el mueble, los cojines que Morticia le había regalado cuando se mudaron, esperando que la lejía sacara esa mancha (o quemaría el sillón).

Configuró una alarma para despertarse en breve, porque esperaba recibir a Wednesday con los brazos abiertos, y miró a su amiga.

—Ya sabes, mantas en el cajón de allá... y, no sé, llama... buenas noches o buenos días... o lo que sea.

El sol comenzaba a asomarse por el horizonte cuando Enid cayó rendida en su cama, sin siquiera quitarse los zapatos o fijarse en la figura oscura en la esquina de la habitación.

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—Eso explica por qué Tanaka apesta a salsa buffalo barata y a licor: vomitó en nuestra sala —el rostro de Wednesday se arruga en una expresión de asco que le causa cierta gracia—. Quemaré ese sillón cuando se largue de nuestro apartamento —dice la última parte entre dientes.

—Eww. Hablemos de eso más tarde. Ven aquí —Aquí significa los brazos extendidos de una adormilada Enid.

Wednesday se acerca lentamente, como si cada paso requiriera un enorme esfuerzo. La habitación está iluminada por una tenue luz que se filtra a través de las cortinas, creando un ambiente nostálgico, casi como si el tiempo se hubiera detenido. Enid la mira con una mezcla de ternura y diversión, un contraste fascinante al humor mordaz de Wednesday.

— ¿Te fue bien?

Su pareja asintió—. Sí, encontramos a la desaparecida en horas de la madrugada, seguía con vida, logró visualizar el rostro de su atacante —contesta—. Estamos más cerca de hallar al secuestrador.

Enid hizo un movimiento con la cabeza, dejándose caer la cama con Wednesday encima de ella, disfrutando de tener el pequeño cuerpo de su pareja entre sus brazos.

— ¿Por qué Yoko decidió llevarte a un teibol? —preguntó Wednesday, arqueando una ceja con una mezcla de curiosidad y desprecio.

—No es lo que piensas.

Enid intentó defenderse, aun disfrutando del calor y la comodidad de su cama. Wednesday la miró con una expresión que claramente decía que no estaba comprando la historia. Enid se sentó en la cama, masajeando su sien aún adolorida. A pesar de la resaca, había algo delicioso en la experiencia, algo que de alguna manera había liberado partes de ella que había mantenido a raya.

—No puedo creer que me dejé llevar, fue tan... diferente —murmuró ella, riendo suavemente mientras recordaba la noche.

—Diferente. Suena... innovador —respondió la morena con sarcasmo, pero no pudo evitar que una leve sonrisa se asomara en sus labios—. Permíteme preguntarte algo: ¿vas a seguir asistiendo a estas... reuniones carentes de sentido mientras esté afuera? —Wednesday preguntó, incapaz de ocultar su interés—. No me niego a tus andadas, sin embargo, preferiría una nota o un mensaje... —su voz adquirió un tono súbitamente suave—. Mi corazón se sintió desgarrado al notar tu ausencia al regresar.

Aww.

—Lo siento, Weds, debí dejarte al menos una nota en el refri de que íbamos a salir —se disculpa—. Realmente no fue que lo planeáramos, a Yoko le dio hambre y a mí también —enfatizó Enid, sus ojos brillaban con un destello de aventura—. Y dijo que conocía un lugar y ese lugar era ahí. Pero no es algo que quiera hacer regular.

Wednesday la observó, como si midiera la sinceridad de su respuesta. La tensión en su mirada se suavizó, y aunque su rostro seguía con expresión neutra, había una chispa de comprensión en sus ojos oscuros.

—Repito, no existe ningún problema con tus andadas, a veces es necesario romper las reglas. Pero no a costa de tu propia dignidad, aclaro. Me parece que deberías encontrar un equilibrio entre tu naturaleza impulsiva y tu sentido del autocontrol.

Enid asintió, sintiendo el peso de las palabras de Wednesday. Apreciaba su sinceridad, siempre y cuando no viniera en forma de regaño. De repente, algo le llamó la atención.

—Entonces... ¿Tú cómo sabes a que huele un teibol?

Wednesday arqueó una ceja, el destello travieso en sus ojos oscuros contrastaba con la seriedad de sus palabras.

—A veces es útil conocer el terreno enemigo, Enid, tropecé en uno durante una investigación.

Enid frunció los labios, decepcionada por no tener una historia épica—. ¿En serio? ¿Eso es todo? ¿No hay una historia retrospectiva?

—Por supuesto que no —responde—. En el mundo de los seres humanos hay muchas cosas que son... valiosas de considerar. Como la teoría de la conexión entre el placer y la repulsión —Wednesday agregó, su tono grave—. Además, ¿no has notado lo útil que es la experiencia al observar a otras criaturas en su hábitat natural?

A Enid le costó dejar de sonreír ante el tono casi académico de Wednesday—. Te imagino en un club de striptease tomando apuntes —dijo, riendo.

—Los humanos son fascinantes en su exploración del hedonismo y la moralidad. Especialmente cuando creen que están a salvo de ser observados.

— ¿Y no quiere observarme de cerca, detective Addams? —Enid se acercó un poco más, sus ojos brillando con desafío—. Puedo ser un excelente sujeto de investigación.

—Tendría que examinar a detalle el caso —le siguió Wednesday, la broma, inclinándose.

Y, a menos de un suspiro de rozar sus labios...

¡¿En esta casa no cocinan o qué?! —se escuchó desde la cocina, arruinando cualquier instante.

Wednesday soltó un suspiro, frustración marcando sus facciones mientras se apartaba de la cercanía de Enid, en su mano apareció un objeto afilado que, muy probablemente, había sacado de debajo de la almohada.

—Voy a clavarle una estaca a esa sanguijuela —anunció con determinación, la mirada de Wednesday se tornó intensa, oscura y decidida.

Enid le sonrió—. Te apoyo —y, con un chasquido, sus garras se habían desenvainado.

Nada une más a una pareja que cazar a un vampiro molesto.

Extra.

El tío Fester había vuelto para el cumpleaños número trece de Pugsley, se saltó la fiesta que le habían realizado al menor de los Addams, sin embargo, trajo una sorpresa mayor al nuevo cargamento de C4 de Pugsley: los secuestró a ambos en plena madrugada, atándolos y amordazándolos en un pequeño bote mientras remaba en la oscuridad, sin un rumbo conocido.

Era la fiesta más emocionante en la que Wednesday había estado.

El barco se balanceaba sobre el agua, mientras Fester canturreaba una canción inventada sobre solo-el-Diablo-sabrá-qué. Arribaron poco después de la madrugada, en un islote de arena negra que apenas era visible bajo la tenue luz de la luna. Fester ancló el bote y, con una energía desbordante, soltó a los atados Pugsley y Wednesday que, todavía aturdidos por el secuestro, intentaban comprender dónde estaban.

Había un pequeño local de apariencia destartalada, no obstante, con varias luces de neón y música estridente proveniente de su interior. Fester puso cada una sus huesudas manos sobre los hombros de Wednesday y Pugsley, empujándolos hacia el establecimiento, riendo .

Mujeres con poca o nula vestimenta, hombres lanzando billetes de forma libidinosas, un suave zumbido proveniente de una máquina de humo y un molesto ritmo tecno se filtra a través de la máscara de indiferencia de Wednesday. Detesta el hedor de hormonas, sudor y alcohol, a medida que las luces de neón parpadeaban, proyectando sombras distorsionadas sobre los rostros de los presentes, Wednesday se movía con la gracia de un depredador en la noche.

—Aquí me trajo su padre cuando tenía tu edad, dijo que aquí me haría un hombre —dice Fester, sus ojos tenían un brillo de locura.

El rostro de Pugsley palideció de repente por la implicación, mirando con cierto pánico a una de las mujeres que bailaba encima de una de las mesas. Por otro lado, Wednesday observaba el espectáculo con su habitual apatía, pero en su mente maquinaba planes y se deleitaba en la ironía de lo que estaba sucediendo.

— ¡Nunca olvidas tu primer robo! Nada hace a un hombre como robar un teibol, decía Gómez —y se secó una lágrima invisible—. Ya no robamos como antes.

—Deja el sentimentalismo, tío Fester —dice Wednesday mientras que Pugsley le daba palmadas a su tío.

Fester se sopló la nariz en su larga túnica negra, asintiendo.

—Ahora, mi repugnante sobrino, es tiempo de que aprendas el arte del carterismo, ¡robarás la billetera de alguien! —ya recompuesto, le sonrió a Pugsley.

—Pero yo nunca he robado, tío.

Fester hizo una mueca exagerada, como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.

— ¡No has robado! Hay que arreglar eso ¡Este será el día que defines tu carrera delictiva, joven Pugsley! —gritó Fester, señalando al tumulto de la sala.

Pugsley tragó saliva, el pánico asomando en sus ojos. Aunque la idea de ser un ladrón le parecía emocionante, la realidad de robar frente a tantas personas en un lugar tan extraño lo llenaba de terror. Sin embargo, las palabras de su tío resonaban en su mente, incitándolo a intentar y a demostrar que era tan valiente como los demás miembros de su familia.

—No, no puedo, ¿y si me atrapan? —dijo, mirando a su hermana, que a pesar de su habitual frialdad, le dirigía una mirada de apoyo que le infundía un poco de valor.

—Abandona tus sueños y muere.

Sabias palabras de Wednesday.

Fue entonces cuando Fester, que nunca había sido el más astuto en la planificación, comenzó a darle instrucciones a Pugsley con euforia.

—Primero, observa atentamente a tu objetivo —dijo mientras señalaba a un hombre con una camisa de seda en colores chillones que se pavoneaba por el local. El hombre, con una copa de bebida en la mano y rodeado de mujeres riendo, parecía el epítome de la frivolidad—. Ese es el tipo ideal. Apuesto, arrogante y probablemente cargado de dinero.

La risa y la música vibraban a su alrededor, Pugsley consideraba el desafío, su pequeña mente maquinaba en silencio, reflexionando sobre su próximo movimiento.

— ¿Vas a hacerlo o no? —inquirió su hermana, su voz cortante como un cuchillo.

Con un último vistazo entre pánico y determinación, Pugsley se aventuró hacia el hombre opulento. Fester lo seguía de cerca, dispuesto a gritarle instrucciones.

Por supuesto que lo haría bien, ¡es un Addams!

.

.

.

Al final, Pugsley resultó ser un ladrón muy neurótico, robó lo que no era, Fester se entró a golpes con el hombre al que Pugsley robó y Wednesday tuvo que salvarles el pellejo a ambos: tener escrito, a sus quince años, en su mano el número de una bailarina sería una marca de deshonra que cargaría hasta el día de su muerte, incluso después de haberla sumergido en ácido muriático para quitárselo.

¡Pero, las risas no faltaron!


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