Entré al Salón del Romance a eso de las 8:00 p.m. ya empezaba a convertirse en un habito para mí visitar ese lugar, no tanto por el placer de tener a Berenice, si no más bien por costumbre. Me había acostumbrado al sitio, a su gente, a las bebidas y por sobre todo a sus mujeres.

No podía dejar de pensar en Berenice, en su forma de mirarme y en como me hacía sentir cuando hablaba. Me sentía estúpido por amarla pues una parte de mi sabía con recelo que las prostitutas no pueden enamorarse, su trabajo es fingir y que con tal y pagara la cuenta, Berenice iba a decirme todo lo que yo quisiera oír.

Se me hizo extraño no escuchar nada aparte de la música Latina propia del salón, por lo general la bulla solía fastidiar; pero ese día reinaba el silencio.

Crucé el pasillo de entrada con las luces neón o la alfombra verde (como usualmente le llamaban) y heché un vistazo a la barra, Willy no estaba, era la primera vez que no estaba.

-¡Jane! -Grité. -¿Ah donde mierda se ha ido todo el mundo?

La única respuesta que recibí, fue un golpe en la cabeza, no supe de donde vino, pero tuvo la fuerza para dejarme tendido.

Toda la vida (si así se le puede llamar a lo que tengo ahora) me arrepentiré de haber ido ese día al Salón del Romance.