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Capítulo 18. Decisiones por tomar.

     «Aurora... te necesito.»

     De nuevo la voz de Ronald, Ronald ¡Aquí estoy!, tengo que demostrarle que aquí estoy, que lo estoy escuchando y que yo también quiero regresar.

     «Tú no... no quiero perderte, vuelve a mí.»

     Ronald, ¿Qué me pasó? ¿Por qué es tan difícil comunicarme? Tengo que luchar, no podía dejarme vencer.

     Y en eso, en ese lugar lleno de luz pude distinguir algo al fin, era una figura femenina que venía a mí, ese rostro, ese cabello rubio y sus ojos. Podía pasar por una extraña pero no. Era mi madre.

     Su rostro que expresaba ternura estaba frente a mí, tomó mi mano, pero la sensación no podía percibirla claramente, me llevó con ella y yo caminé sin pensar en nada, su sonrisa angelical era todo lo que necesitaba. Era hermosa, tan hermosa como nadie más.

     Me arrulló en sus brazos y me plantó un beso en la frente y... desperté.

     Esa luz era la de la lámpara de una habitación blanca.

     Levanté un poco mi cabeza para darme cuenta que estaba en el hospital, conectada a las máquinas donde exponían mis pulsaciones. A mi lado, arrodillado en el suelo, con la cabeza hundida en la cama y con una de sus manos sosteniendo la mía estaba Ronald.

     Parecía estar dormido. Moví poco a poco la mano para tocarlo, él lo sintió que de inmediato se levantó y me observó como si de algo extraño se tratase.

     —Aurora...

     —Ronald, te escuché —sonreí con voz estrangulada.

     Se quedó inmóvil, sus grandes e impactantes ojos azules me miraban fijamente.

     — ¿Qué me pasó? —pregunté.

     —Aurora... —susurró aún sin reaccionar.

     Asentí.

     Se lanzó a mí para abrazarme y no sentí dolor como antes. También lo abracé y me invadió la felicidad. Al fin podía sentir algo.

     —Aurora —seguía abrazándome y escuché que lloraba agradecido—. Despertaste.

     — ¿Qué? —me sentía confundida.

     Me observó, tenía sus ojos llenos de lágrimas.

     —Estuviste en coma.

     Fruncí las cejas.

     — ¿Cómo? —insistí, estaba desorientada y me sentía mareada.

     —Sí, en el accidente que tuvimos... carajo —me abrazó, besándome en mi cabeza.

     ¿Estuve en coma?, ¿Y durante cuánto?

     —Ronald, no entiendo —mi respiración se aceleró un poco—. Recuerdo el accidente pero..., después solo cerré los ojos y... todo es borroso en mi mente.

     —Eran bestias las que nos atacaron, no pude evitarlo y el auto se volcó, yo salí disparado y tú te quedaste atrapada. Escuché que me llamabas pero las bestias no me dejaron ir por ti, tenía que matarlas, y cuando quise sacarte —su voz se quebró de solo recordar nuestro altercado—. Parecías muerta, y no pude sentir tu pulso así que te traje al hospital, llamé a tu padre y él tomó un vuelo directo junto con tus hermanos. Aquí están en Londres, mi padre también está aquí, Lena y Trevor igual, todos al pendiente de ti.

     Uní mis cejas porque todo me parecía una pesadilla.

     — ¿Cuánto tiempo ha pasado?

     —Dos semanas.

    Abrí mis ojos.

     — ¿Dos semanas? ¿Estuve en coma dos semanas?

     —Aunque no lo parezca, eso es algo bueno, nos advirtieron que podías durar así por años, incluso... —se detuvo porque parecía frustrarle todo esto—. Nunca despertar —pasaba su mano una y otra vez por mi cabello sin dejar de verme—. Perdóname, no pude mantenerte a salvo.

     —Ronald... me siento aturdida, me cuesta creerlo —cubrí mi rostro con mis manos, empecé a llorar por lo mal y perdida que me sentía.

     Y solo habían sido dos semanas.

      —No, no, ven aquí —se sentó a mi lado para abrazarme—. Despertaste y eso era lo importante. Aquí estoy.

     Lo miré.

     — ¿Qué ha pasado?

     Él bajo la mirada, lo conocía muy bien y sabía que me ocultaba algo gordo.

     —Bueno... —murmuró sin ganas—. Algunas cosas. Tu padre y él mío tienen un proyecto aquí. Yo estuve con tus hermanos y nos hicimos cargo de avisar a la universidad sobre tu estado. Tu familia en lugar de enojarse conmigo me apoyó. Lena y Trevor han estado aquí el tiempo que les deja libre la universidad pero siempre están al pendiente —me informó pero parecía tan cansado, estaba segura que no había dormido nada.

     —Tú no tuviste la culpa, Ronald. Ellos se metieron. Ellos nos hicieron eso, tú me mantuviste a salvo.

     — ¿A salvo?, ¿Llamas a esto a salvo?, Aurora creí haberte perdido, por mi culpa casi te matan.

     —No es verdad —objeté irritada—. Tú no tuviste nada de culpa, comprende, estas cosas pasan.

     Llevó su mano a la cara exasperado y la deslizó con presión.

     —Y hay algo más... —dijo muy serio.

     Lo sabía, algo más oscuro me ocultaba, y me preparé lo más rápido posible para recibir lo que fuese.

     —Volví con los protectores.

Tardé en procesarlo.

—Ronald, no —sollocé más fuerte, incapaz de creerlo—. No, ¿Por qué? ¿Por qué hiciste eso? Tu libertad.

—Prefiero perder todo, incluso mi libertad pero no a ti —dijo funesto, regodeándose en la preocupación—. No a ti.

Juntó nuestras frentes, transmitiéndome el calor que tanto me faltaba.

—Ronald, lo lamento.

—No —susurró—. Lo importante es que estés bien, que te recuperes, saldremos de esto —sujetó mis manos y besó mis nudillos con ternura —. He regresado como protector y haré pedazos a quien se acerque a ti —dijo muy decidido, dándome un prolongado beso en la frente—. Tengo que avisarle a tu familia que despertaste, han estado muy preocupados por ti.

—Quiero irme a casa.

—Irás a casa, Aurora —me aseguró dándome una última caricia para alejarse.

Se levantó de la cama y me sonrió con los ojos hinchados, probablemente de tanto llorar y de no dormir. De pronto la culpa me atravesó el pecho.

¿Cómo era posible que Ronald haya renunciado a su libertad por mí? Me sentía terrible. Miré que se dirigió a la entrada de la habitación e hizo señas con sus manos.

—Despertó —dijo en un tono suave y claro.

Escuché estrepitosos pasos que cada vez se intensificaban más en su llegada. Adam fue el primero en aparecer colocando ambas manos en el marco de la puerta, Rachel y Lena se asomaron por el costado y corrieron directo a mí. Trevor casi se lanzó a la cama cuando todos me aplastaron, llorando y gritando de felicidad por verme despierta.

—Les recuerdo que están en un hospital —reprendió Ronald, tratando de esconder una sonrisa para verse firme.

Todos bajaron la voz y pocos segundos después papá entró, y detrás de él, Matt West. Mis lágrimas hicieron surcos en mis mejillas al verlo. Su rostro afligido desapareció para darle paso a uno de felicidad.

—Por Dios, mi pequeña —me abrazó—. Has despertado.

—Te extrañé tanto, papá.

—Aquí estoy mi vida, te amo tanto.

Acunó mi rostro en sus manos ásperas y me quitó las lágrimas sin dejar de sonreírme.

—Aquí doctor.

Era la voz de Matt West a lo lejos. El doctor de piel oscura y de imagen perfecta e imponente apareció. Las arrugas alrededor de sus ojos eran de respetarse.

—Señorita Blake, es un gusto ver esos lindos ojos azules abiertos, créame que le puse un límite y fue precisamente dos semanas —comentó el doctor muy amable y con un tono ingles muy marcado. Tardó unos minutos en revisarme y asintió satisfecho—. Todo se ve bien, sus signos están estables y solo queda revisar sus articulaciones para que empiece a moverse, sobre todo las piernas.

Asentí entusiasmada y con ganas de levantarme ya.

—Su familia y su novio estuvieron siguiendo indicaciones para hacer sus masajes diarios y eso le ayudará mucho, señorita Blake.

Miré a mi familia y miré de soslayo a Ronald quien estaba a cierta distancia y en silencio.

—Gracias, doctor.

—Un placer, señor Blake.

Matt despidió al doctor amablemente de la habitación y volteó a verme con una sonrisa.

—Me da gusto que hayas despertado, Aurora.

Asentí algo apenada.

—Hermana, ¿Necesitas algo? —preguntó Adam mientras acariciaba mi cabello.

—Tengo hambre —fue lo primero que me llegó a la mente.

Sonrieron todos al escucharme.

—Bien, le diré a una enfermera que te traiga algo —Rachel se propuso y salió de la habitación.

Papá avisó que iría a la casa—de Matt West—y que después volvería. Adam y Lena estaban más animados en salir a recorrer Londres y se despidieron de mí para ir a dar su paseo. Trevor movía sus ojos de un lado a otro, mirando a Ronald y después a mí.

—Uhm... iré a ver ¿Por qué tarda tanto Rachel? —me guiñó el ojo antes de marcharse.

Claro, cualquier excusa para estar con mi hermana.

En cuanto Trevor cruzó la puerta, Ronald la cerró con su pie de una forma muy sexi sin dejar de mirarme de lado. Estas dos semanas en coma me han parecido una eternidad, me sentía en un desierto seco, deseando que lloviera.

—Al fin, toda mía —su aterciopelada voz me secó la garganta.

Apenas pude sonreír.

—No hagas nada raro —advertí, señalándolo con un dedo.

Bajó la mirada con una sonrisa y después me miró.

—Por el momento, no.

Se acercó hasta sentarse a mi lado. El silencio reinó pero no fue por mucho.

—Pude escucharlos a todos mientras estaba en coma.

Él frunció el ceño.

—No pude dormir en estas dos semanas, fue horrible —su voz sonaba pesada y aunque intentara aparentar su mirada cansina, no funcionaba—. Aurora, solo dilo...

— ¿Decir qué?

Silencio.

—Ronald —presioné.

—Que no siga a tu lado, mira todo lo que he hecho.

Me sentí ofendida.

—Ronald ¿Cómo te atreves a decirme eso? Yo quiero seguir contigo, no tengo duda de eso.

Él me miró.

—Todo esto ha ocurrido por no tener el don.

—Y te lo he dicho, no tienes la culpa.

—Aurora...

Lo agarré por el cuello y lo acerqué a mí para besarlo. Él respondió sin quejarse y fue suave al principio, después intenso y apasionado. Lo necesitaba y sabía que él igual, extrañé su sabor, su tacto y como me hacía sentir con solo besarme.

—Soy tu protector, Solomon aceptó mi petición de seguir cuidándote, y hasta tenerte a salvo me van a reubicar —me informó, y parecía no querer hacerlo para evitar preocuparme.

Odiaba esto. Odiaba que no pudiéramos tener soluciones sencillas, todo se complicaba.

—No quiero que me dejes, Ronald —me derrumbé—. ¿Por qué te uniste a ellos de nuevo? ¡Ya eras libre!

—Porque tengo que saber quiénes son bestias para protegerte, sin ese don todo me salía mal, mírate —fruncía el entrecejo muy agobiado—. Estuviste a punto de morir muchas veces y apenas logré sacarte de todo eso.

Lo miré.

—Pero... ¿Qué pasará ahora?

—Estaré custodiándote.

— ¿Y cuándo eso termine?

La puerta se abrió y Ronald se alejó en el momento en que un carrito entró, lo venía manejando una enfermera. Rachel y Trevor entraron al final. La sopa tenía un aspecto raro y miré a mi hermana cuando me acarició el cabello.

—Papá dijo que nos iremos de Londres en cuanto tú te sientas mejor —me informó—. Si decides irte con nosotros hablaremos a la universidad.

Torcí mis labios.

—Lo pensaré.

—De acuerdo, tómate tu tiempo.

—No te preocupes ahora por eso, Aurora —dijo Trevor—. Ya lo hablaremos después con Lena.

Solo asentí, mirando de soslayo a Ronald que observaba por la ventana de la habitación. Trevor y Rachel decidieron ir a comer juntos y ambos se miraban cómodos, dejando que todo fluyera entre ellos.

En cuanto salieron de la habitación yo dejé la cuchara adentro del tazón y miré a Ronald.

— ¿En que estábamos? —pregunté en voz alta para que me escuchara.

No me miró, seguía atento a la ventana.

—Estabas comiendo —respondió en un tono sereno.

Me crucé de brazos.

—Ronald, hablo en serio ¿Qué pasará cuando dejes de ser mi protector? —inquirí

Ronald suspiró, vaya que ese funesto suspiro le salió del alma.

—Ya lo sabes. Yo no quiero dejarte, tú no quieres dejarme. Así que si me reasignan... —volteó a verme—. Tendríamos que casarnos.

—Pero... ¿Si solo nos vamos?

Me miró sobre su hombro.

—Aurora, ¿Lo dejarías todo y te irías conmigo?

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