— ¡Ronald!
Arrancó el coche para maniobrarlo como experto y estacionarse perfectamente cerca de su casa, logró que mi corazón se saliera del susto de solo imaginarme algo peor. Unos segundos después bajamos y miré como Ronald estaba a punto de estallar del coraje.
— ¿Otra vez aquí? —ladró con seriedad—. ¿Qué mierda quieres ahora?
—Quería verte ya que tú no tienes ni la más mínima consideración...
— ¿Consideración? —repitió Ronald con una risa de mala gana e irónica—. Púdrete, Matt West, ¿Por qué tendría tal cosa contigo? No te quiero en mi vida.
Matt parecía estar debilitándose frente a su hijo, no era el mismo hombre poderoso que vi en la constructora está mañana.
—Solo quiero demostrarte que no estás solo.
—No tienes que demostrar algo que no es —respondió Ronald—. No quiero que estés al pendiente de mí, tengo la edad suficiente para mantenerme.
Le dio la espalda a su padre y volteó a verme para acercarse.
—Entra a la casa, iré enseguida —me indicó en susurro.
Lo miré.
—Por favor —supliqué—. Se amable.
Me entregó las llaves de su auto, las tomé y subí los escalones, usé su llave para abrir la puerta y entré para ver como última imagen a Matt acercándose a Ronald, y cerré la puerta.
Decidí aventurarme en la cocina en busca de los ingredientes para las hamburguesas y tratar de ocupar mi mente en algo que no fueran: padre e hijo West discutiendo. Pero ni si quiera cinco minutos duraron afuera, escuché la puerta azotar y él venía caminando con pasos pesados hacia la cocina, lo observé, tenía el rostro serio, duro, increíblemente molesto. Dejó caer lo que parecía su móvil sobre la mesa y llevó sus manos a sus caderas, cerró los ojos y respiró hondo para controlar su coraje. Admiré su rostro y su forma tan... madura de sobrellevar su temperamento.
Estaba por preparar la carne y me limpié las manos para asomarme sobre la encimera y apreciarlo mejor.
— ¿Todo bien?
Abrió los ojos y me observó. Se recargó en la mesa y yo me acerqué hasta donde estaba, me tomó de la cintura y me jaló hacia él, se miraba más sexi de lo normal y pegó su frente en la mía.
—Estoy bien —respondió.
Llevé mis brazos alrededor de su cuello y toqué su cabello. Él no dejaba de observarme, tenía sus ojos en mí y yo en él, nuestras miradas se conectaron, sus ojos azules eran mucho más intensos y claros que los míos, eran hermosos.
—Empezaste sin mí —comentó con una media sonrisa.
—Tenía que distraerme.
Él sonrió ejerciendo presión en mi cintura que me provocó de inmediato un dolor en mi entrepierna.
—Yo cocinaré.
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Durante la preparación de las hamburguesas decidí iniciar alguna plática mientras me encargaba de las papas.
—Oye... ¿has hablado con Joey y Chad?
—Ya que lo mencionas, sí, ayer vinieron a verme.
Volteé a verlo.
— ¿Qué?, creí que estaban en Nueva York.
Asintió.
—Así es —afirmó—. Pero se tomaron el tiempo para venir a ver si seguía con vida—se río y puso los ojos en blanco—. Y asegurarse de que todo estuviese tranquilo.
Asentí.
— ¿Ellos son felices siendo protectores?, ¿no han querido desertar?
—Joey sí quería, pero se convenció que jamás encontraría una manera de zafarse ya que, bueno, él perdió a quien consideró el amor de su vida y jamás se repuso de eso.
— ¿Qué?, ¿Cómo fue?
—Cuando entré recién al grupo —contó—. Él era mucho más serio y agresivo porque cuidaba de ella, era de esa sangre y las bestias lograron atraparla, y él... no llegó a tiempo para salvarla.
Abrí mi boca de la impresión y sentí un nudo horrible en el estómago.
—No debió ser nada fácil.
—No —remarcó Ronald y me miró—. Y yo estuve a punto de pasar por lo mismo.
—Tú llegas a tiempo.
Bajó su mirada y medio sonrió.
—Siempre lo haré, Aurora.
Lo miré con admiración.
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Ronald terminó con las hamburguesas y yo con las papas, nos sentamos en los bancos frente a la barra para comer, él de un lado y yo del otro.
— ¿Te gusta vivir aquí?
Él masticó su hamburguesa con doble carne y elevó las cejas.
—Sí, me gusta —contestó tomando un puño de papas.
Mastiqué otro pedazo, saboreando el delicioso sabor de las hamburguesas caseras. Eran mis preferidas que de las de cualquier franquicia reconocida.
—Es tranquilo, bueno, la mayor parte del tiempo —explicó—. Y no hay vecinos molestos.
Sonreí.
—Yo sí tengo muchos vecinos y son amables.
— ¿Incluyendo al ladrón de sonrisas?
Fruncí las cejas.
—Sabes a quien me refiero, Aurora.
Dame paciencia, señor.
— ¿Ladrón? —pregunté.
—Claro —dijo con una mala cara juguetona—. El cabrón te hace sonreír, eso me hace quererle partir la cara.
Sonreí nerviosa.
—Tienes un lado excesivamente celoso.
—Yo más bien usaría el término protector —me guiñó el ojo—. Lo que es mío lo cuido.
Suspiré.
—Él es mi amigo, te dije que le gusta Rachel y me parece que ella también está interesada.
Puso los ojos en blanco.
—Típico, si no pudo con la amiga entonces con la hermana.
Abrí la boca.
—Deja de ser tan cretino —ordené.
Me observó con asombro e indignación.
—Cuida tus palabras, princesa, recuerda que mientras estés bajo este techo eres toda mía.
Enarqué una ceja despreocupada.
— ¿Crees que me voy a dejar?
Sonrió con malicia.
—Me rogarás no quitarte las manos de encima —declaró muy seguro.
Rodeé los ojos ruborizada y mordí mi hamburguesa, apenas llegué a la mitad cuando Ronald se hizo otra.
—No vas a seducirme esta vez —le advertí aún sin estar segura de mis palabras.
Ladeó su cabeza.
— ¿Seducirte?, ¡Ja! No sabes lo que dices.
Le lancé una mirada lacerante.
— ¿De qué hablas? —inquirí.
—Seducirte —repitió la palabra en un tono que parecía ofenderle.
—Eso haces —recalqué lo obvio.
—Para mí no es suficiente y tampoco me conformo con seducirte. Yo prefiero enamorarte.
Dejé de masticar por un momento y él me sonreía muy coqueto.
—Tu finta de chico malo me dice lo contrario.
— ¿Has escuchado esa frase que dicen mucho?... no juzgues un libro por su portada. Es lo que haces tú, ¿Te parezco un chico malo?
—Al principio lo creí... —suspiré antes de tomar un poco de mi bebida—. ¿A cuántas no habrás seducido?
Él se echó a reír.
—Si quieres números exactos lamento decirte que no llevo la cuenta.
Puse cara de pocos amigos y me pasé el último pedazo de mi hamburguesa.
—Fuiste un seductor compulsivo —lo acusé con una sonrisa que ocultaba mis celos.
—Tal vez, pero llegó a la que quise enamorar, no solo seducir.
Lo miré y él también. Tomó una de las pastillas de menta sobre la mesa y se la llevó a la boca para romperla con sus dientes.
— ¿Crees que soy la indicada?
Se inclinó sobre la mesa sin dejar de verme.
—Más bien sería, ¿Soy yo el indicado?, porque sería insensato no enamorarse de ti, eres perfecta.
Mi corazón latía a mil por hora. Tomé una pastilla de menta y también me la llevé a la boca para verlo con una sonrisa.
—Lo eres —expresé—. Eres todo el paquete completo.
El silencio era seductor, Ronald se puso de pie y cruzó la cocina para llegar a mi asiento, tomó del banquillo para girarlo en dirección a él, abrió mis piernas con cuidado y se acomodó entre ellas para besarme lentamente que me hizo derretir con la sensualidad y la experiencia de sus labios, se tomaba su tiempo en saborearnos y eso era excitante.
Empecé a sentir esa descarga de electricidad cuando sus dedos tocaron mis piernas desnudas mientras subía con cuidado mi vestido para atraerme más a él y desaparecer cualquier distancia entre nuestros cuerpos.
Dejó de besarme para yo recuperar el aliento y su rostro era diferente, tierno, sensual y lleno de deseo.
—Quiero hacerte el amor —confesó con una voz aterciopelada que ponía la piel de gallina y ese acento inglés aún era marcado.
—Creí que lo tuyo era hacerlo duro —susurré mientras acariciaba sus cabellos negros como el carbón.
Sonrió, enseñándome esos blancos dientes, estaba muy sexi.
—Me encanta. Pero... contigo quiero hacerlo de todas las formas existentes —acarició mi rostro con delicadeza—. Duro, exprés, sado, vainilla, todo —plantó sus labios contra los míos y fue tierno mientras me rodeaba con sus fuertes brazos para cargarme y guiarnos a la escalera rumbo a su habitación.
Esa tarde noche Ronald y yo estuvimos juntos, fue como lo dijo, suave y tierno mientras estábamos en su cama, me hizo sentir más amada que nunca. Su espalda se tensaba cada vez que entraba y yo gemía para él, descargando toda esa pasión como todos unos perfectos amantes.
—Te amo, Ronald... —jadeé.
Me miró y detuvo sus movimientos por un momento. Las respiraciones agitadas inflaban nuestros pechos. Acaricié sus fornidos hombros hasta llegar a su nuca.
Sus ojos refulgían en la oscuridad de su habitación y sonrió. Apoyó su peso en sus antebrazos y acercó su nariz a la mía.
—Eres mía —empujó y gemí profundo —, toda mía —sus suaves labios me besaron—. Te amo.
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Era lunes y un día bastante atareado, ya que tendríamos una conferencia de cuatro horas sobre lo importante que era para nuestra sociedad la salud mental, así que teníamos que ayudar en algunas cosas para agilizar el inicio de dicha conferencia.
—Este es el único evento que tiene la facultad. Espero que sea bueno —comentó Lena inflado un globo en color celeste.
Sonreí.
—Yo ni quería asistir —se quejó Trevor—. Prefiero estar entrenando con el equipo, ya falta poco para que sea mi debut.
—Excelente, Trevor —lo animó Lena—. Te veremos jugar entonces.
—Encantado que me vean. Oye Aurora, ¿le puedes decir a Rachel?
— ¡Uy! —exclamó Lena tirando el globo que ya estaba inflado—. Nuestro amigo de verdad ha quedado flechado por un Blake, bienvenido al club.
No pude evitar reírme.
—Sí pero deja de babear —me burlé.
Mi amigo abrió la boca asombrado y miró a Lena.
—Me dijo lo mismo que Adam, ¿Sí la oíste? Es igual de burlona que él.
—La oí, Trev.
Seguimos decorando la sala de conferencias con algunos otros alumnos que se encargaban de otras tareas. Logramos conseguir una escalera para que Trevor se subiera mientras nosotras le pasábamos los arreglos.
Y en ese momento vi algo muy raro, venía hacia mí una chica de cabello oscuro hasta los hombros y de piel blanca, se miraba muy seria pero a la vez guapa y elegante. Algo en ella me era muy familiar, cada vez más cerca pude darme cuenta de quién era y no podía creerlo, la sangre abandonó todo mi cuerpo para darle paso al terror.
—Heather —susurré dejando caer mis brazos y soltar los globos del shock.
— ¿Quién es Heather? —preguntó Lena extrañada.
La chica venía hacia a mí, traía pantalones negros de cuero, unos zapatos de tacón rojos con una blusa blanca y chamarra como la que usa Ronald que combinaba con sus pantalones. Me estaba haciendo pequeña a cada paso que daban y por la mirada intimidante que tenía.
—Es imposible —farfullé incrédula de lo que veía.
Se plantó frente a mí con una postura dominante sin dejar de verme con esos grandes y fríos ojos marrones.
—Tú debes de ser Aurora Blake —dijo, su voz era femenina y segura.
¿Cómo era posible?, ella estaba muerta ¿No?
—Y tú... Heather.
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