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Uno;;

[Cambridge, Inglaterra, Domingo de 1951]

Las campanas de la Iglesia resonaban con fuerza, anunciandole a la ciudad que la misa estaba a punto de comenzar.

Yoongi, quien en ese entonces tenía 19 años, se encontraba trepado en la parte trasera de una camioneta ford pick up de 1950, o al menos un par de cuadras.

- ¡Hey, tú! ¡Mocoso idiota! ¡Bajate de ahí, la camioneta es nueva! - gruñó el conductor, bajando la velocidad para que el pelinegro bajara - no soy taxi.

Aquel pálido muchacho, apenado, bajó del transporte y continuó corriendo para llegar a aquella constructura Santa. Y no, no era por que fuera un gran creyente; sino porque la chica que a él le gustaba sí lo era, y sin falta, se encontraba en esa Iglesia todos los domingos a las 7:00 a. m. Y Yoongi no iba a desperdiciar tal oportunidad para verla.

Para cuando llegó al lugar, su cabello peinado ya estaba hecho una porquería, su traje, ya no estaba tan pulcro pero no se veía mal; aunque sus zapatos si eran un desastre. Para su suerte, la misa apenas había comenzado, para la mala, cualquier espacio en las bancas, y peor aún, cerca de Ally, estaba completamente ocupado.

Él por lo general, escogía siempre algún lugar donde aquella rubia de largo cabello se encontrara, para al menos, en el momento de la paz, tomar su mano; pero hoy parecía tener peor que una mala pasada.

Pero cuando ese momento llegó, y los cantantes iniciaron con sus melodías religiosas, mientras los presentes estrechaban un saludo, sin pena alguna, Min comenzó a caminar, recibiendo la mirada de la mayoría de los cristianos, pero con el sacerdote enfocadose en su rito religioso. El pelinegro había buscado con la mirada a la mujer, algo que se le facilitaba gracias a que le había tocado de pie por llegar tarde, pero cuando la enfocó, no la perdió de vista ni un segundo.

Sin temor, pero incómodo por las miradas, llegó con ella y con una bonita sonrisa, estiró su mano hacia la dirección de su amada.

- La paz - dijo coqueto.

Ella simplemente negó apenada, sonriendole por aquel acto tan lindo que ese alto muchacho hizo y correspondió el saludo.

- Para la próxima, llega más temprano - le susurró la rubia, y él asintió, asegurando eso.

- Señor - saludó el chico al padre de Ally. Quién desde que lo vio, conservó una expresión seria. Pero como se encontraban en la Iglesia, correspondió el apretón.

Yoongi se fue, camino apresurado por esos pasillos limpios y brillantes del santuario, hasta volver a su lugar inicial.

El papá de aquella bonita chica, era alguien muy sobreprotector, sin mencionar, que por algunos rumores sobre el chico no le llegaba a agradar del todo para pareja de su hermosa hija. Era la única mujer, y no permitiría que cualquier idiota estuviera con ella; a diferencia de algunos padres de su edad, él quería que ella estuviera soltera el mayor tiempo posible; quizás hasta los 30 años, era una edad muy buena para ser esposa y madre.

Cuando todo terminó; uno de los primeros en salir fue Min, esperando en la salida del templo religioso a la más baja. Ya se había cansado de simplemente tener ligeros roces en la Iglesia, necesitaba formalizar algo.

- Hola, ¿Te gustaría ir a remar al 'río cam'? - preguntó directo el pelinegro, una vez la familia salió.

- Me encantaría...

- Está ocupada - interrumpió su padre, cambiando el lugar de su hija.

- ¿Haciendo que? - preguntó él.

- Alejándose de ti.

- Estoy libre el sábado - gritó la chica, recibiendo un zape de su padre después.

Yoongi se detuvo, viendo a la familia alejarse, sonriendo con victoria al lograr sacarle una cita a la bajita. Realmente ni siquiera sabía su nombre, pero le gustaba tanto que eso ni siquiera era necesario para salir con ella.

El tiempo pasó, se llegó ese sábado y el chico se encontraba tirando pequeñas piedras a la ventana de esa bonita chica. Realmente le costó trabajo siquiera saber dónde estaba, pero Yoongi siendo alguien muy sociable y popular, no le tomó demasiado el mover contactos y dar con la residencia de ella.

- ¡Ally! - la llamó con cuidado, intentando no llamar la atención de su padre - ¡Ally! - insistió.

- Vive a lado, deja de molestar - gruñó otra chica, abriendo el lugar y asustando al pelinegro.

- Oh, lo siento - murmuró y rápidamente se cambió de zona. Para ese entonces, ni siquiera pudo hacer nada, ya que su objetivo abrió su ventana.

- Eres tan sutil como un cañón - dijo ella.

- Más vale tarde que nunca. ¡Baja! - le pidió.

- Mi papá me va a escuchar.

- Salta por la ventana - propuso.

- ¿Me invitaste a salir contigo o a morir? - preguntó con gracia.

- ¡Anda! Yo te atrapo, lo juro; sólo intenta bajar lento.

- ¿Y si no me atrapas?

- No pasas del suelo - aquel comentario hizo reír a la rubia. Ella, después de cerrar con seguro su habitación, con todo el miedo que podría tener de caer, se sentó en la esquina de su ventana.

- Al revés, girate - pidió el pálido.

- No me aguanto por tanto tiempo - le informó temerosa.

- No te preocupes. Yo sé que puedes, confío en ti - y después de esas palabras de confianza, la chica bajó un poco más hasta donde podía, para que cuando se soltara, hubiera una distancia menos.

En el momento que ella logró caer con bien gracias a los brazos de Yoongi, ella lo miró y sonrió.

- ¿Cómo sabes mi nombre?

- Pesa más mi perro - le respondió bajandola.

Y no iba a decirle que se comportó como un acosador durante esa semana, sería bastante aterrador.

Con cautela, ambos adolecentes de 19 y 17 años se escaparon del lugar para irse a aquella cita que ambos tenían prometida.

Y esa fue la primera de tantas huidas a escondidas que tuvieron. Algunas veces se quedaban debajo de la ventana de ella, otras, gracias a una escalera que el chico pidió a un amigo, la cual ayudó a sus entradas y escapadas a la menor, subía a la habitación y pasaban noches llenas de pláticas, abrazos y alguno que otro beso.

Yoongi era feliz, fue feliz incluso en su boda. Jamás dudó, jamás se arrepintió de nada, jamás dejó de sentirse atraído hacia ella. Ahora, ese adolecente de 19 años era un adulto con casi 26 años, estaba felizmente casado, aún no tenía hijos, pero ninguno se apresuraba para eso. Estaba en la mera cima de su vida... Y tuvo que llegar él.

Ese pequeño deseo carnal por el cual se desvivio en sus 17 años de edad, volvió para mandar tanto tiempo de felicidad al carajo.

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