Prólogo.
125 besos era lo que medía su cuerpo.
54 eran los lunares que le pintaban.
3 caricias eran suficientes para enloquecerlo.
1 vida necesaria para olvidarlo.
Lo medía para conocerlo de alguna manera, porque lo que sentía a su lado era imposible de definir. El pelinegro tenía dudas, pero el rubio siempre tuvo su alma desnuda para él.
Jimin estaba enamorado, estaba enloquecido, acabado. Lo amaba en su idioma, en todos los dialectos que hablan las espaldas más rizadas del planeta. Lo amaba hasta el límite del universo, como las canciones que nunca cansan, esas que te salvan la vida cuando no hay otro tablón al que agarrarse, como esos versos de amor en un libro de poemas.
Él le entregaba el amor más puro que una persona le podía entregar a alguien, le quería sin reservas, sin arrepentimientos, sin ahorrar nada para luego, sin miedo de hacerlo, completamente entregado en alma y cuerpo.
Lo amó hasta sus últimos días de ruido, lo amó cuando llenaba su cantimplora con dos gotas del mar de Saturno para emborracharse por el estrés. Lo amaba incluso cuando lo veía llorar, tan frágil, creyendo que cuando lo tocara, se rompería al igual que una muñeca de porcelana, lo amaba incluso cuando se molestaba, cuando se enfermaba, cuando le mentía, cuando lo dejaba, cuando se exitaba. Lo amaba de todas las formas posibles en las que se puede amar a alguien.
Así lo quería, así lo quiso, de tal manera.
No quería que se fuera, no quería estar sin sus labios besando su cuerpo, no quería seguir despertando sin su voz, no quería pasar una vida sin ver su sonrisa, sin oirlo reír, no quería dejar de entrelazar sus manos. No quería dejar de ver esos profundos ojos felinos, llenos de lujuria en esas noches dónde sólo ellos estaban en el mundo, sin ver su cabello revuelto pegado en su frente gracias al sudor de sus cuerpos chocando a la par, moviéndose simetricos, encajando perfectamente como un rompecabezas, sintiendo cada detalle como una melodía que llegaba hasta el alma de ese rubio chico.
Pero tampoco quería retener su llama para que nadie conozca su fuego, ni mojar su mecha para que no prenda junto a nadie.
No quería eso, ni tampoco llevarle de la mano temeroso de seguir, obligándole a hacer cosas que no quería, insistiendo en meterlo a un mundo en el que se sentía inseguro de estar, guiándolo hacia ninguna parte.
Apartarse de su lado fue lo más doloroso que pudo hacer, pero después de todo, estaba bien ¿No? Le permitió que se fuera a buscar, le permitió aclararse completamente al irse, porque eso significaba que a su lado no obtenía las respuestas que precisaba.
Cortarse el vuelo él mismo para permitirle llegar alto a la persona que amaba fue la prueba más pura de su cariño.
No quería perderlo, pero tampoco lo quería a su lado si la fuerza que lo empujaba no lo llevaba a donde estuvieron juntos, siendo ellos mismos, amandose sin cadenas, sin prejuicios, sin público crítico, decidiendo por ellos que es lo que estaba bien.
Pero JiMin sabía que era lo que alejaba a ese pelinegro, y era el temor a que el fracaso mordiera algún día sus noches, pero esos 'quedate' suplicantes no fueron suficientes para tenerlo...
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