7.
-¡Ha llegado tu hora!-
-No, por favor-
-¡Silencio! ¡Muere!-
Un par de manos me agarraron por los hombros y me zarandearon con relativa fuerza. Una cara que pretendía ser cruel apareció ante mis ojos y soltó una risotada nada aterradora.
Olvidé que debía intentar soltarme, y mi captor se inclinó sin dificultad sobre mi garganta con la intención de morderla pero sin llegar a hacerlo. No obstante, ese gesto me recordó que debía morir.
-Oh, muero-
Pero antes de que me dejara caer al suelo como se supone que un muerto decente debe hacer, una voz me trajo de nuevo a la vida.
-¡Basta! ¡Basta! ¡Baaaaasta!- El último “basta” estuvo acompañado de un manotazo en la mesa. Murphy se puso en pie y me miró.- ¿Es una broma, señorita Thomas? Ha de ser una broma para relajar la tensión del día antes de la función ¿No es así?- Yo me encogí de hombros porque no me atreví a decirle que mi ánimo actual no me permitía ni contar un triste chiste. Murphy dio un nuevo manotazo.- ¿Qué está haciendo ahí arriba? ¿Qué ha sido eso de “Oh muero”? Su actuación del año pasado fue brillante.-
-Entonces no entiendo porque estamos ensayando mi escena. Lo he hecho un montón de veces perfectamente.- Me crucé de brazos y señalé a alguien con la cabeza.- Aquí hay gente que necesita ensayar mucho más que yo.-
Aidan levantó la nariz del pergamino que fingía memorizar porque sabía que hablaba de él. Al parecer la amenaza de tener que repetir curso por la tontería de la obra había preocupado a mi hermano de verdad y eso, a su vez, le había devuelto la ilusión al señor Murphy, junto con sus nervios y su histeria.
Yo por el contrario había perdido el escaso interés que me quedaba.
-Creo que tiene razón- convino Murphy.- ¡Señor Thomas, al escenario! ¡Señorita Macha, suba también! ¡Ensayaremos la escena final!-
Aidan se acercaba sacudiendo la cabeza, aunque se detuvo para lanzarme su férrea mirada de hermano mayor enfadado. Me dio igual, sus ojos prometían una venganza que después nunca era capaz de llevar a cabo.
Me apoyé en una esquina y observé distraída como el profesor intentaba dar instrucciones a sus actores para la interpretación del clímax de la obra.
El resto del aula estaba tranquila. La mayoría de mis compañeros estaban ocupados revisando que los decorados del año anterior estuvieran en orden (habría sido una lástima que una plaga de inoportunos ratones se hubiera zampado nuestro falso bosque, por ejemplo) y que a todos les seguían valiendo los disfraces. La buena noticia era que, desde que Aidan era el protagonista, sus amiguitos habían olvidado las bromas y se mantenían en un respetuoso silencio, vestidos con sus ropas de leñadores y esperando su turno como dóciles corderitos.
Pero en su grupito faltaba un leñador.
Henry se había apartado de todo el mundo y rebuscaba en el cajón de los trajes un hacha de juguete para completar su atuendo o para evitar que nadie le hablara, no estaba muy segura.
Había llegado el último al ensayo bastante alterado y me pregunté si no le habría dado otro arranque de furia después de marcharme yo. Quizás había pasado algo más que yo no sabía, pues no habíamos vuelto a hablar.
Tras hacer el camino desde la herrería hasta mi casa había llegado agotada y congelada, por lo que no me quedaba dentro ni rastro del enfado. El paseo lo había consumido. Me fui derecha a mi cuarto y me encerré en él presa de una tristeza y un miedo por perder a Henry tan intensos que creí que su fuerza me partiría en dos como una ramita seca.
Por suerte, tanto Aidan como mi padre sabían cuando debían dejarme sola y ni siquiera se acercaron a preguntarme. Tampoco habría sabido explicarles nada, porque mi mente se había vuelto inútil. Durante un buen rato no era capaz de pensar en nada con sentido, solo oía una y otra vez las palabras de Henry y veía esa expresión de inevitable derrota.
Él estaba seguro de que al fin tendría que irse de la aldea, y yo estaba igual de convencida de que si eso ocurría mi vida habría acabado. Una cosa era que Henry no me amara porque al menos estaba conmigo. Pero no poder verle, no poder hablar con él cada día… ¿Cómo iba a sobrevivir a eso?
Y cuando ya me veía arrastrada por la pena hacía una prisión de lloros y lamentaciones, logré sobreponerme por un instante. Me incorporé sobre mi almohada empapada, me sorbí la nariz mocosa y me dije que no podía permitir que eso ocurriera. Se trataba de un futuro terrible no solo para mí, sino también para Henry ¡Él mismo había dicho que no quería marcharse! El problema era que no sabía cómo enfrentar a su padre.
¡Pues yo lo haría! Se me ocurrió ir a hablar personalmente con el Señor Wentworth, aunque aún no sabía qué podría decirle que le hiciera cambiar de opinión ¡Pero no me importaba! Sabría encontrar las palabras adecuadas y conseguiría que Henry se quedara. Me daba igual que el Señor Wentworth fuera el hombre más cascarrabias de toda la aldea o que fuera dos o tres veces más alto y fuerte que su hijo, o que tuviera esos ojos negros afilados como dagas que provocaban escalofríos cuando los clavaba sobre ti.
Como me alegraba de que Henry no se pareciera ni un poquito a él…
Ahora que pensaba en él… seguía solo junto al cajón y parecía más tranquilo. Quería hablar con él de lo que había pasado y la verdad es que me importaba más bien poco las tonterías que Aidan estaba haciendo en el escenario.
Me acerqué al cajón y apoyé en él las manos justo cuando Henry sacaba la ansiada hacha de cartón. Levantó la mirada hacia mí pero no hizo un solo gesto hasta que yo hablé:
-Hola Henry- saludé con cuidado. Movió la cabeza en mi dirección con cautela como si aún temiera mi reacción ¡Exagerado!- Siento haberme enfadado antes y el modo en que me fui.-
Sacudió la cabeza y me sonrió, aparentemente más relajado.
-No importa- me dijo.- Fue por mi culpa. Estaba muy alterado y te solté la noticia de un modo que… no fue el más adecuado. Es normal que te sorprendieras un poco.-
-¿Un poco?- repetí arqueando las cejas.- Me diste un susto de muerte.-
-¿Un susto de muerte? ¿Por qué?-
-Porque yo no quiero que te vayas, Henry.-
Lo solté sin pensar, porque de haberlo hecho, habría adivinado la pregunta normal que seguiría a esa afirmación tan contundente. Yo no quería responder a esa pregunta, al menos no en ese momento ni en ese lugar.
No obstante, a pesar de que Henry frunció ligeramente el ceño, confuso por mis palabras, no preguntó nada. Se inclinó sobre el cajón y posó su mano sobre una de las mías.
-Tal vez no tenga que irme- me susurró. Me miraba sin pestañear como si pretendiera decirme algo más que eso, pero no supe descifrarlo. Toda mi atención estaba puesta en nuestras manos en contacto aunque había conseguido no quedarme mirándolas como una tonta.
-¿Qué quieres decir? ¿Has hablado con tu padre?- logré preguntar. Él mantuvo esa expresión de seriedad y cuando la rompió para hablar, un grito le silenció antes de que hubiera empezado.
-¡¡Maldita sea Señor Thomas!!- El señor Murphy me hizo dar un respingo por la sorpresa. Miraba a mi hermano como si estuviera a punto de arrancarle la cabeza.- ¡¡No es tan difícil!! ¡¡Sólo le pido un mínimo de concentración o estropeará el trabajo de todos sus compañeros!!-
-¡¡Ya me concentro!!- replicó mi hermano casi igual de furioso.- Pero es que no puedo…- Miró a Elizabeth que seguía ante él, con cara de sentirse cada vez más incómoda. Aidan dio un resoplido y giró la cabeza hacia nosotros.- ¡Eh Wentworth! ¡Es tu última oportunidad! ¿Seguro que no quieres subir aquí para ser el héroe y besar a Elizabeth como todos los años?-
¡Maldito Aidan! Me uní a la mirada asesina del profesor contra él, pero no surtió efecto. Henry calló unos segundos y temí que se lo estuviera pensando.
-Lo siento Thomas, pero ahora soy un simple leñador- le respondió alzando el hacha con una sonrisa que me pareció un tanto maliciosa (y que le hizo muchísimo más guapo).- Y creo que he encontrado mi verdadera vocación.-
Sonreí por lo bajo, conteniendo todo lo posible la inmensa felicidad que sentía. Henry podía estar rechazando el papel para fastidiar a Aidan, algo que yo entendía a la perfección, pero lo que más me importó a mí fue que con ello también rechazaba a Elizabeth.
Mi hermano debió entender sobre todo lo primero, ya que dio una patada al suelo cargada de frustración.
-¡Mierda Wentworth! ¡Sacrifícate por la obra y tus compañeros!-
-¡Señor Thomas modere su lenguaje!- gritó Murphy. Del enfado se había puesto en pie, pero seguidamente se dejó caer sobre su silla como si no soportara la presión. Justo en el momento en que cerraba los ojos, agotado, alguien llamó a la puerta del aula.
-¡Genial ¿Y ahora qué?!- Murphy se volvió a poner en pie y cruzó el cuarto. Pisaba con tanta fuerza que no me hubiese extrañado que al hacerlo se imaginara que eran nuestras cabezas lo que aplastaba. Abrió la puerta de un tirón y soltó:-¡¡¿Qué quiere?!!-
El hombre que estaba en el umbral se sorprendió un poco, pero se acercó a Murphy y le susurró algo en el oído que borró la furia del rostro del profesor como por arte de magia. Se llevó una mano a la cabeza y cogió aire, sin apartar sus ojos abiertos como platos, del hombre desconocido. Cuando este terminó de hablar, Murphy asintió y se giró hacia nosotros.
Todos le mirábamos expectantes por semejante cambio de actitud. La mirada de Murphy se paseó por los rostros de sus alumnos con cierta lentitud y entonces me di cuenta de lo que hacía: buscaba uno en particular, uno que al mismo tiempo no quería hallar.
Pero sí lo hizo.
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