16
En el interior, me paré junto a las perchas del vestuario y Henry me miró divertido.
-¿Qué haces?-
-Aidan está por ahí fuera haciendo el tonto- le expliqué.- No quiero que venga a molestarnos.-
-Ya, a tu hermano no le caigo muy bien.-
-No le cae bien nadie, en realidad- Pero ¿Por qué estábamos hablando de Aidan? Lo cierto es que me quedé sin saber qué más decirle y al parecer le pasó lo mismo a él, porque nos callamos a la vez.
Su mirada me recorría una y otra vez como si intentara reconocerme. La oscuridad que había empañado sus ojos el día anterior había desaparecido, aunque la tristeza seguía presente, como era lógico. No obstante, había algo más.
-¿Qué?- murmuré. Él sonrió y sacudió la cabeza.
-Nada… que estás preciosa- Por mi cuerpo se desató un cosquilleo salvaje que me impedía estarme quieta, así que balanceé los brazos como hacía de niña.
-Gracias… pero voy vestida de muerta- le dije señalándole las manchas de la sangre falsa.
-Lo sé- contestó, aunque pareció que acabara de notarlo por el modo en que arqueó las cejas.- Me refería a que estás preciosa a pesar de eso.-
-Tú estás muy guapo de leñador- comenté al tiempo que le rozaba la mano.
No dije nada más porque esperaba que me besara. No sabía cómo indicarle que deseaba que lo hiciera (era novata en estas cosas), pero él también debía tenerlo en la cabeza porque poco a poco se había ido aproximando a mí, tanto que notaba el calor de su cuerpo como el del fuego de la fragua. No obstante, vacilaba como el día anterior. Así que sin saber muy bien que hacía, le puse las manos sobre el pecho fingiendo que jugaba con los botones de metal que colgaban de la chaqueta de leñador, sin dejar de mirarle. Tampoco supe por qué, pero gracias a eso me entendió y me besó.
Me entregué a ese beso y a Henry con todo el entusiasmo que me había faltado las otras veces, intentando disfrutar de esa sensación y no pensar. Pero cuando sentí sus manos posarse sobre mis hombros, algo en mi cabeza se encendió como una chispa y las imágenes del sueño relampaguearon ante mis ojos aterradoramente reales. Y sin darme cuenta, mis manos que seguían en su pecho lo apartaron de mí.
De pronto me sentí confusa y desconcertada (y enfadada) conmigo misma.
-¿Qué pasa? ¿Estás bien?-
Levanté la vista.
-No sé. Estoy nerviosa- respondí.
-¿Por mi culpa?-
No. Tenía el corazón a punto de salírseme por la boca pero no era del todo por él.
Bajó las manos de mis hombros pero las posó en mi cintura y eso lejos de molestarme, me reconfortó. Entonces ¿Qué era? ¿Por qué me sentía tan… desprotegida?
-¿Qué te ocurre, Bree?-
-Pesadillas- respondí.- He tenido pesadillas horribles toda la noche con el Nigromante, el bosque y… - Estaba realmente preocupado por mí, podía leerlo en su rostro y me pareció lo suficiente encantador como para omitir su presencia en mis sueños.-… y ahora tengo que salir ahí y morirme. No me gusta la idea.-
Hablando de ideas, no fue hasta ese instante en que no caí en lo terrible que era que le estuviese hablando de eso a Henry y el estomago se me puso del revés.
- ¡Oh, lo siento! Yo… no debería hablarte de algo así después de… lo de tu padre.-
No dijo nada al principio, como si él también acabara de recordarlo y pareció entristecerse, aunque no demasiado. En eso Aidan sí tenía razón, Henry no parecía todo lo apenado que cabría esperar por haber perdido a su padre. Claro que podía estar guardándose su dolor como hacía siempre.
-Sé que estás triste, Henry- le dije, decidida a que soltara algo de todo eso.- Puedes hablarme de ello, si quieres. Y deberías hacerlo… el dolor que no se expresa es el que más daño hace.-
Bajó los ojos, era obvio que le costaba trabajo hablar. Quizás no debía presionarle si tanto le perturbaba.
-Claro que estoy triste, Bree- admitió por fin.- Pero quizás no lo estoy tanto como debería y eso me hace sentir mal.- Suspiró y se detuvo a coger fuerzas.- Mi relación con mi padre era casi… inexistente. Se pasaba el día entero en el Consejo, era lo único que le interesaba; por eso quería vender la herrería y… deshacerse de mí. Ni siquiera de niño fue cariñoso conmigo…- Sacudió la cabeza apretando los labios.- No, yo no… debería hablar así de él ahora que ha muerto.-
-No pasa nada- le dije a toda prisa.- Si es la verdad, está bien que lo compartas.-
Por ese día, debió pensar que ya había compartido suficiente y yo estaba agradecida de que lo hubiese hecho conmigo.
-No te preocupes por mí- Me dijo dando por terminada la confesión. Parpadeó y la pena volvió a retirarse de sus ojos.- Es normal que estés nerviosa, todo el mundo lo está esta noche. Por todo lo que ha pasado, por la obra… porque sea 29 de febrero.-
-Tengo la extraña sensación de que va a pasarme algo malo de verdad si salgo al escenario.- Le confesé, a pesar de sentirme una tonta nada más decirlo.
-No te pasará nada. Yo estaré contigo- me aseguró. Dejando de lado lo extraño que resultaba que fuera él quien me estuviera animando y no al revés, dejé que lo hiciera. Me rodeó con sus brazos y me abrazó con fuerza. Su voz flotó hasta mi oído en un susurro:- No te quitaré los ojos de encima.-
Sonreí por encima de su hombro, pero por dentro seguía inquieta.
<<Por favor, que no pase nada malo. Ahora no>> Era el pensamiento que se repetía en mi mente una y otra vez. Obviamente nunca deseaba que ocurriera una desgracia, pero era ahora cuando las cosas entre Henry y yo empezaban a ir por la dirección que yo siempre había querido. Aún me resultaba difícil terminar de creérmelo, pero era así. Si ahora pasaba algo lo estropearía todo.
¡Solo era una función! No podía dejar que algo así me asustara. No era verdad, solo era ficción. Los brazos de Henry envolviendo mi cintura, su calidez calmando mi miedo, eso sí era real. Y seguiría siéndolo cuando esa noche horrible acabara.
-Mmmm… ¿Bree?- Abrí los ojos y me topé con el rostro sonrosado de Elizabeth asomando por la entrada de la tienda.- Vaya, veo que por fin le has encontrado ¡Hola Henry!-
-Hola-
-¿Qué pasa, Lizzie?- le pregunté, fastidiada.
-Es que ya nos toca salir a escena- respondió.
Bueno, había llegado mi hora. Solté a Henry y me dirigí a la salida. Elizabeth me enganchó del brazo y comenzamos a andar hacia el escenario. ¿La noche era más oscura? ¿O eran las manos congeladas de Elizabeth, la afortunada superviviente?
Volví la cabeza hacia la tienda una vez más. Henry también había salido y nos miraba desde la puerta. No. No nos miraba, me miraba solo a mí. Y exhibía una sonrisa de ánimo que era solo para mí ¡Por fin!
Eso me animó para que me enfrentara a mi muerte de otro modo y llegué al escenario sonriendo tontamente. Cosa que no le gustó nada al señor Murphy, pues se suponía que debía estar presa del más angustiante pánico.
Elizabeth fue la primera en salir, tenía una breve escena ella sola y después saldría yo, así que me quedé junto a la cortina que me ocultaba del público.
Sería mi primera y última escena de toda la obra. Mona, o sea yo, caminaba tan tranquila por las inmediaciones del Bosque Oscuro cuando el Nigromante aparece ante ella. Mona le reconoce y grita en un desesperado intento de avisar al resto del pueblo de su llegada y aunque se supone que lo consigue, el Nigromante acaba por matarla antes de que pueda venir a salvarla alguien… Había que reconocer que Mona era valiente, pero le habría ido mejor siendo un pelín más inteligente. En lugar de gritar como una loca para avisar a nadie, yo habría utilizado el oxigeno para correr hacia el pueblo en busca de ayuda. En fin.
Oí la frase de Elizabeth que indicaba que me tocaba salir, así que levanté la mirada e hice mi aparición en el escenario.
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