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La calma de mi solitaria habitación solo se veía perturbada una vez al mes. Siendo yo, el único habitante en ella, había aprendido con una rapidez extraordinaria y excepcional que este suceso solo tomaba lugar a inicios del mismo; cuando el imperceptible sonido de la trampilla de la puerta anunciaba la llegada del segundo ser humano con el que tenía contacto.
A decir verdad, siempre he sido un chico bastante nervioso, retraído, irritable e incluso, me atrevería a decir, que soy un poco más errático con mis acciones que el resto de las personas. ¡Pero es completamente normal! Esas cualidades solo me han hecho un sujeto más cauteloso y perspicaz respecto a la vida, desarrollando mis sentidos de manera mórbida hasta el punto de llegar a ser un poco estrangulantes. Sin embargo, y a pesar de los estragos tanto emocionales como físicos que traían consigo, nunca lo sentí fuera de lo común.
Aún recuerdo cuando el más mínimo sonido me hacía doler la cabeza hasta el punto de la inconsciencia y, siendo un adolescente de quince años en la escuela... los ataques de pánico no eran muy cool. Así que sí, era un rechazado social.
Pero no me molestaba, nunca lo hizo... hasta aquel día.
Me resulta un poco dificultoso explicar cómo surgió aquella desvergonzada idea, pero una vez que estuvo puesta sobre la mesa, mi cerebro no la analizó por mucho tiempo y con una desmesurada simpleza, la aceptó. Quizás fue el extraño y ahogado sonido de un coche colisionando contra algún árbol el que desató aquel pensamiento que no me permitió conciliar el sueño durante diez noches seguidas, para ser exactos.
¡Pero no creas que esto fue desencadenado por algún sentimiento de odio o algo por el estilo!
Yo, Kim Taehyung, estaba completa y profundamente agradecido con el hombre elegante que siempre vestía un pulcro traje azul marino.
Aparte de visitarme una vez al mes y dejar la comida en la alacena, el sujeto no hacía mucho más. De vez en cuando, se sentaba a mirarme mientras engullía con apasionada velocidad un trocito de masa, pero jamás percibí un toque de maldad en sus ojos o en sus acciones; nunca intentó sobrepasarse conmigo o golpearme. Solo me observaba mientras soltaba inaudibles suspiros y quizás eso era lo que me desagradaba tanto. El sonido de su respiración y aquel aroma a césped recién podado, eran cosas que me perseguían desde que despertaba hasta que me iba a la cama.
Y fue entonces, cuando llegó el pastel de mi sexto cumpleaños junto a él, que comenzó a crecer dentro de mí la cruda necesidad de arrebatarle la vida para liberarme por fin de aquellos destellos de su persona que me perturbaban la conciencia. Pese a que solo asistía un par de horas el primer día del mes, su esencia quedaba impregnada en las cuatro paredes que conformaban mi espacio personal hasta que llegaba nuevamente con su sonrisa simplona y ese irritante traje azul marino.
Desde que había soplado aquellas veintidós diminutas velas en completo silencio, todas las noches mis pensamientos se iban enfocados en cómo extinguir la vida de ese hombre. Algunos eran muy simples, como sofocarlo con la almohada o ahorcarlo con las manos. Sin embargo, cuando llegaba la tercera y cuarta semana, la comida siempre era inexistente y mi estómago se llenaba con la piel que dejaba expuesta mi camiseta blanca, por lo que mi raciocinio estaba un poco nublado y algo dentro de mí pedía algo mucho más sanguinario.
Aquellos indefensos pensamientos se arrastraban ahora por el oscuro mundo de querer abrir su estómago para sacar todo lo que había en él o estampar su cráneo contra el bonito y antiguo espejo que decoraba uno de mis muros hasta que quedara hecho puré de papas y la pared adquiriera una artística decoración con lindas tonalidades escarlatas. Esa última idea siempre me hacía sonreír y creo que incluso, llegué a soltar un par de carcajadas en mitad de la madrugada con la imagen de él durmiendo ingenuamente en su cálida cama mientras yo planeaba en secreto su muerte.
Pero aquí es cuando nos enteramos de que en realidad yo no soy ningún asesino y no hay forma de que puedan culparme de mis actos; porque yo no lo conocía.
¿Cómo podrías conocer a alguien si nunca se había presentado? Así es, no se puede. Yo no sabía quién era o cómo se llamaba. Simplemente un día me desperté en esta habitación y un poco comida sobre la mesa. Nada más. Ni una nota explicativa, ni colores estridentes, ni ruidos poco oportunos. Solo paz.
Paz que nunca se vio alterada a pesar de que cada primer día del mes, luego de una buena noche de descanso, amanecía con comida para sobrevivir el resto de las semanas. Hasta que, veinticuatro primeros días después, me encontré con una bonita nota de caligrafía destacable pegada sobre un espejo que seguramente, había salido de una tienda de antigüedades.
Con la llegada de aquel artilugio fascinante que hacía mis días más llevaderos, comencé a desarrollar interés sobre la persona que se las ingeniaba para ingresar cosas sin despertarme. Así fue como estuve alrededor de cinco madrugadas con la mirada pegada en la puerta, sin pestañear y con un leve movimiento inquieto por parte de mi pierna izquierda, esperando el momento en que se hiciera presente.
Y fue cuando lo vi. Un hombre demasiado joven, ojos tranquilos, muy aseado y bien vestido con un traje azul marino y el leve aroma a césped.
Pero no dijo nada, se limitó a colocar la comida sobre la mesa y con una sonrisa ladina, abandonó el lugar nuevamente.
Así que no, no soy un asesino.
De todos modos, disfruté al máximo las treinta jornadas anteriores a su muerte. Mi imaginación volaba cual cohete espacial y me sentía alegre y aliviado de que todo finalizara por fin.
Estiré mis agarrotados músculos preparándome para la acción que ocurriría solo un par de horas después. La dicha llenaba por completo mi nublada mente y me temblaban las manos con emoción. El otro, sin embargo, debía estar aterrorizado por lo que se avecinaba sin su conocimiento. Reí con un deje de ironía y decidí ocultarme debajo de las mantas para que me creyera dormido.
Intenté con todas mis fuerzas mantenerme sereno sin caer en el intenso entusiasmo que me bañaba de pies a cabeza. Por fin podría deshacerme de ese traje azul marino, el sonido retumbante de su respiración y el desagradable aroma.
Cuando la trampilla fue desbloqueada, me quedé tan tieso como una rama. El sujeto entró apacible y muy confiado a mi habitación. Desde mi posición, pude analizar cada movimiento realizado con aquella elegancia que lo destacaba tanto. Colocó un par de latas en la alacena y migajas sobre la mesa. Sin embargo, el sonido de sus inhalaciones al realizar los movimientos pertinentes, resonaban con violencia dentro de mis oídos y no pude aguantarme más.
En un simple pero bien planeado movimiento, salí de mi escondite y me abalancé con fuerza sobre el perfumado hombre, su cuerpo estrellándose brutalmente contra el antiguo espejo; destrozándolo por completo. Sus jadeos temblorosos se hicieron presentes como alaridos que martilleaban con fuerza mis tímpanos, pero esa fue la señal que necesitaba para saber que él no se lo esperaba y sonreí mientras aprisionaba sus extremidades contra las mías, encarcelándolo.
Sus ojos denotaban cierta información que puedo describir como profundo miedo e incertidumbre. Intentaba liberarse de mi agarre con movimientos bruscos que terminaron en nada, solo provocaron que el dulzón y empalagoso aroma a césped recién podado inundara enteramente mis fosas nasales, provocando arcadas.
Debía terminar con esto pronto, pero no me lo estaba haciendo fácil. Su cuerpo se movía demasiado y no podía sofocarlo o ahorcarlo. Entonces lo vi. Un alargado trozo de cristal, que fue introducido con brusquedad en el centro de su estómago, siendo la tercera y última cuando el cristal se partió a la mitad, dejando un pedazo dentro de él.
Apenas solté un pequeño gemido por el movimiento y el buen hombre ya comenzaba a ahogarse con su propia sangre, interrogándome con la mirada perdida.
No obstante, sus jadeos rápidamente fueron sustituidos por inaudibles suspiros y la paz fue instaurada nuevamente. Me felicité a mi mismo por el gran logro; había terminado con la vida de mi carcelario.
La herida goteaba el líquido escarlata del que estaba tan acostumbrado a ver por las noches y sonreí feliz contra el reflejo, a pesar del sabor metálico que inundaba mis papilas gustativas.
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▵ OS escrito principalmente para el concurso TTOF de Tear Editorial.
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