4. Cliché #3: Encuentros inoportunos
Me encantan los días libres, después de las películas en 3D, son la creación más ingeniosa del mundo. Tener un solo día en que no deba preocuparme por asistir pronto a clases, y mucho menos despertarme temprano, era una bendición. Más si contamos que llevo una semana aplicando mi plan y llevo varios días estupendos.
Los momentos que comparto con Carlos son casi de un cuento de hadas. Con decir que una vez estamos comiendo tranquilos y una hoja amarilla cayó al suelo, Carlos la tomó y me la puso en mi cabello mencionando que así me veía todavía más hermoso. ¡Leyeron! Más, dijo más, es decir, que para él ya soy hermoso. Dios, esto es lo que quería vivir al tener un novio, que me hiciera sentir especial sin la necesidad de que le pague o que su forma de demostrar amor sea con sexo.
Quisiera decir que me gusta, pero hasta yo mismo sé que eso sería mentira. Verán, hay que entender la de estar enamorado de una persona y estar enamorado de las cualidades de una persona. Por ejemplo: yo estoy completamente enamorado por todas las cosas que Neil hace por Cecilia, literalmente la lleva de paseo y le compra ramos de flores gigantescos con esa rosa sorpresa que al alzar dice una tontería; en el caso de Ceci venía una canción de Taylor Swift. Entonces, ¿estoy enamorado de mi amigo? Claro que no, la mera idea me da asco. Solo quisiera que mi futura pareja fuera igual de detallista o amorosa como Neil, pero no quiero que se parezca físicamente a Neil.
Es por eso que no sabría decir que me gusta la actitud que está tomando Carlos hacia mí o estoy cayendo a los pies de esa persona. En cualquiera de los dos casos, estoy disfrutando la experiencia como no tienen idea.
Quisiera quedarme toda la mañana descansando pensando en lo lindo que es Carlos. Lástima que tengo una mejor amiga fastidiosamente atlética y me llamó a las cinco y media de la mañana para que la acompañe al gimnasio que está a dos cuadras de mi casa. Sé que ella va todas las mañanas al gimnasio antes de ir a clases, no hay nada de malo en eso, hasta que me obligó. Antes usaba de excusa que yo me levanto tarde y apenas si llego a clases, pero ahora usó de pretexto que, como me está ayudando en la búsqueda de candidatos, lo mínimo que debo hacer es acompañarla.
—Además, no hay clases en las que puedas meter excusas.
Odio quedarme sin argumentos. Con mala gana le dijo que estaré en cinco y ella me esperaría en su auto. O bueno, el auto que su papá le presta, es una camioneta increíble que ya quisiera ser de Ceci.
—Cecilia, siento que te causa mucho mal. —mencioné, acompañado de un gran bostezo.
—Eres mi mejor amigo, y es mi deber, como mejor amiga, preocuparme de tu salud. Ya sabes del dicho: "vida sana, corazón contento"
—¿No podemos usar mi dicho? "Duerme todo el día, y tendrás una vida plácida"
—Uh, me gusta, pero ya estoy motivada al cien, así que toca ir al gym.
—La puta madre.
Estacionamos el auto en el parqueadero para luego bajar del vehículo, yo con una pereza que apenas me aguanto, mientras que Cecilia brilla más fuerte que el sol.
—¿Por qué insistir a ir todos los días al gimnasio? Ya estás esbelta y hermosa. —Lo dije mientras señalaba su figura. Tiene un pelo largo que lo amarra en una cola de caballo, pecho aceptable, unas caderas que le da buen cuerpo y unas pecas en las mejillas que la hacen ver muy linda.
—No es por apariencia, sabes que me importa un pepino eso. Voy porque pienso en el futuro, no quiero terminar como una anciana débil que apenas se puede mover, quiero ser el tipo de abuela que a sus 70 años se ve como de 26.
Diría que exagera, pero si he visto el caso de una diseñadora japonesa que tiene como 80 años y se ve como si tuviera 30 años, es sorprendente, pero bueno, son asiáticos, ahí todos se ven más jóvenes de lo que son.
—¿De qué te quejas? Habrá varios hombres, tendrás unas buenas vistas.
Una cosa de Cecilia que me gusta y odio a la vez. Es que su sonrisa parece a la de un gato, por lo que en momentos se ve super linda y en otros parece que me va a morder con sus palabras.
—Supongo que lo malo es que todos o casi todos son unos pendejos, piensan con sus músculos antes que con el cerebro.
—Concuerdo contigo. Los hombres que madrugan al gym solo piensan en sus músculos o en su pene.
Ceci tiene un punto, aquí hay varios hombres atractivos, solo entrar es ver un espectáculo para cualquier gay caliente. Hombres con camisas sin mangas, músculos tan duros como rocas, sudor que recorre todo su cuerpo, jadeos de agotamientos, paquetes apretados en pantaloncillos y miradas para derretirte con su sola presencia. Sin duda es un espectáculo este lugar.
Después de pagar por un solo día, mi amiga mostró su pulsera de ser cliente con membresía completa. Fuimos a las caminadoras para calentar por quince minutos en los que fuimos acompañados por música típica de rock.
—Oye, ¿sabes alguna novedad de tu hermana?
Roberta Alcanzar —Sí, nuestros padres no eran muy originales— es mi hermana menor, ella fue la razón por la que entre en el curso de baile y canto en primer lugar, pero ¿qué creen? Ella lo dejó a los dos años y eso, en vez de volver una dulce chica, al creer tuvo la actitud de creerse la gran cosa y que quería aspirar a grandes metas, que esta ciudad no era para ella. Se volvió como la oveja negra de la familia y eso que yo soy gay. El punto es que luego de pelearse con nuestros padres por una tontería, Roberta, en un ataque de rabia, se fue a vivir con mi tía en Europa y ahora está siguiendo la carrera de modelaje. Por lo que sé, participó en un anuncio de perfumes y ya. Eso es todo. Adiós a esa convención de hermanos y solo sé cosas de ella cuando me felicita en mis cumpleaños o cuando nos envía una tarjeta de Navidad.
—Nada, supongo que tengo que esperar hasta Navidad para saber noticias de ella.
—Lástima, pensé que eran cercanos.
—Así es la vida, a veces tienes a tu hermana a tu lado y al otro te abandona dejándote solo en casa.
Al terminar nuestro calentamiento, un entrenador se acercó a Cecilia e hicieron un saludo de manos, para decirle que hoy le tocaría piernas, así que iría a la prensa en una serie de veinte por cuatro repeticiones. Mientras que yo estaba secándome el sudor con una toalla y tomando gran cantidad de agua, porque mierda, soy un chico que gastó tiempo en crear una lista para conquistar chicos, es obvio que no hago tanto ejercicio o me gustaría. Solo cuando práctico algunos bailes para no perder la rutina. Y en esos casos también terminó sudado con ganas de beber todo un río.
El entrenador me miró y dijo que debía mejorar esos brazos, así que me mandó a hacer pesas de 10 kg unas 25 veces por cuatro repeticiones. Me quiero morir en ese mismo instante. Solo ir a ver por las dos pesas de 10 kg me estaba cansando, no quiero pensar en mis pobres brazos. Me acosté en camilla. Respiré profundo, tomé la barra y con fuerza la levante arriba de mi pecho. Esta sorprendió porque lo estaba haciendo bastante bien, solo tenía que bajarla lentamente y dejarlo en su sitio. Bastante fácil para la primera vez, aunque algo cansado... solo tenía que hacerlo 99 veces más.
¿Alguien conoce una manera de desuscribirse de la vida?
Intenté hacer más de cinco, pero mis pulmones se cansaban de tanto respirar. Pero si Dylan estuviera aquí, de seguro me diría algo como: Los pulmones no se encargan de la respiración, sino el diafragma. Rayos, o yo tengo buena memoria, o Dylan me corrige demasiado.
—¿Qué paso, amigo, ya terminaste?
Se acuerdan cuando decía que Cecilia era una gran amiga, pues retiro lo dicho, es una maldita, maldita amiga, pero con cara de buena, para esconder lo despiadada que puede llegar a ser. Es para el resto parece una dulce chica fanática de Taylor, solo las verdaderas personas que la conocen saben que esa sonrisa gatuna la utiliza para burlarse del sufrimiento humano.
Necesito ayuda.
—Voy en la primera repetición.
—¿Solo la primera? —Contuvo la risa y yo contuve las ganas de enojarme—. Vamos, Robert, eres un gran bailarín, debes tener una gran resistencia.
—Que sepa bailar y cantar no significa que tendré una ventaja para levantar pesas.
—Eso era más que obvio, solo quería burlarme un poco —Qué perra—. Bueno, nos vemos, Robert, te amo.
Me tira un beso volado mientras va alegra a su siguiente ejercicio. Quisiera sacarme el dedo medio, pero me duele solo levantar la muñeca. Por esta vez te salvaste, Cecilia, solo por esta vez. Intento dar otra serie, pero casi se me sale el aire de la fuerza y eso que en verdad me estaba esforzando.
—¿Necesitas ayuda?
Esa voz sí que me pudo haber matado, no porque sea impactante —que lo era— pero no era el punto. Si no que tuve suerte en dejar las pesas en su sitio, sino de la impresión las hubiera soltado, acabando con mi vida.
Carlos estaba parado delante de mí, vestía una camiseta sin mangas verde y unos shorts negros. Todo estaba bastante apretado, no dejaba nada a la imaginación. En serio, era como si no llevara nada puesto.
—¿Qué haces aquí? —pregunté, casi sonaba desesperado por el cansancio.
—Mejor eso te lo pregunto yo, ¿Qué hace el chico de favores en un lugar como este?
Su perfecto cabello estaba pegado a su frente por el sudor, sus ojos brillaban con más intensidad y el sudor que resbalaba de sus brazos casi era tentador de provocar. No tengo un fetiche con el sudor, eso quiero creer.
—Para tu información, no solo vivo de hacer favores.
—Lo sé, también eres un crítico de cine, me quedó claro cuando destruiste mi película favorita.
Puede que haya tenido otro debate con Carlos argumentando como las películas de los autos que se transforman son una porquería, pero que fue para conquistarlo, no porque es que estaba desahogando por el odio que le tengo a esa saga. Claro que no.
—Además de eso, soy un fanático de las pesas. ¿No ves?
Carlos muestra una media sonrisa mientras me encierra con sus brazos para luego acercarse hacia mí.
—Más bien veo que estás sufriendo en este ejercicio.
Trago saliva.
—Bien. Fui obligado a venir.
—Eso tiene más sentido.
—¿Me dijiste debilucho de forma discreta?
—¿Tengo que responder esa pregunta?
—Mejor no.
Carlos suelta una risa baja mientras sus ojos se clavan con los míos; en otras circunstancias le besaría toda la boca en ese mismo instante, pero creo que tenemos un vínculo tan fuerte como para lograr eso. También que no debo apresurarme a los hechos, puede que simplemente solo esté siendo buena persona y ya. Nada de romance. Pero no puedo negar que estamos cumpliendo con uno de mis clichés favoritos.
Encuentros inoportunos.
Un clásico en toda comida romántica: La pareja no piensa encontrarse en un lugar en específico: un castigo, una fiesta, el supermercado y la lista sigue y sigue. Perdería la cuenta de las películas y libros que usan ese cliché. Y miren, sin querer usarlo, me terminó pasando.
—¿Cuántas series te faltan? —preguntó con ternura.
—No te burles, pero recién voy una.
—¿De cuántas?
—Cinco.
Carlos se reía, provocando que mis mejillas se tornaran rojas de la pena.
—Dije que no te burlaras.
—Lo siento —dejo de reírse mientras yo lo miraba amenazantemente—, si quieres, te puedo ayudar.
Si insiste.
—Me encantaría.
Me ayudó a sostener la pesa para que se me haga más fácil y ver su rostro mientras realizaba el ejercicio, sí que fue un gran motivante. El siguiente ejercicio era en una máquina de poleas; tenía que subir y bajar por la misma cantidad que el ejercicio anterior. Solo que el pequeño cambio es que Carlos se puso detrás de mí y ambos sujetamos la barra. Juro que quería conservar la calma, pero esto era casi como si estuviéramos teniendo sexo, por cada vez que bajaba la barra sentía su pelvis contra mi trasero. Espero que nadie piense lo mismo que yo. Tenía que pensar en cosas tristes para no tener una erección.
Claro que eso no fue nada hasta llegar al banco predicador, era lo mismo que las pesas, solo que menos kilogramos, y yo estaba sentado y los brazos apoyados en ese banco. En esta ocasión, Carlos estaba delante de mí viendo que si me cansaba, me ayudaría otra vez con las pesas. Todo bien, ¿no? Pues no lo estaba, ya que el maldito es más alto que yo, y como estaba sentado, pues mis ojos veían con gran detalle su bulto. Padre nuestro, que estás en el cielo. Juro que no tengo pensamientos lujuriosos todos los días, de hecho, no suelo pensar en sexo como típico hombre, pero mierda, ese chico sí que se veía bien dotado.
Ese fue el último ejercicio y sin duda el más difícil para mí, era como si mi conciencia jugara para no cometer ningún acto pecador en este gimnasio. Conozco demasiadas novelas en donde los protagonistas cogen en el gimnasio como animales... lo sé por un amigo, obvio.
—Estoy agotado.
—Solo hiciste tres ejercicios.
—Para un geek como yo, eso es demasiado para toda su vida.
Estaba ahí de nuevo su risa, era agradable escucharla.
—Oye, Robert, me preguntaba si, te gustaría salir conmigo, tal vez a tomar algo o ver una peli...
—¡Claro que sí!
No le di ni tiempo para terminar, porque sabía a la perfección que quería invitarme a una cita, una cita de verdad, no una cita de amistad, una cita de una posible pareja. Estaba pasando, oh mierda, estaba pasando.
—Perfecto, te apetece si salimos mañana en la noche.
—Me encantaría.
—Perfecto, pues entonces es una cita.
—Sí, una cita.
No podía dejar de sonreír por el hecho de que un chico me acaba de invitar a una cita. Un chico encantador del que me siento atraído. Tampoco es que ya esté fichando al chico para ser mi esposo o algo del estilo. Pero eso significa que estoy avanzando a pasos agigantados.
—Pues no vemos, Robert, muero por verte.
Morir es una palabra muy fuerte, pero tengo que mostrarme muy emocionado, así que:
—Igualmente, Carlos.
Carlos fue por sus cosas y se despidió con una sonrisa. Yo estaba a nada de saltar de felicidad por saber que un chico... bueno ustedes ya saben qué. Fui por todo el gimnasio buscando a Cecilia para irnos, necesitaba contarle todo el avance que estoy logrando. No me tomó mucho tiempo, ya que la encontré bebiendo agua en una de las máquinas de la entrada.
—¿Y esa sonrisa? ¿Acaso ya te gusta el gimnasio? —Mi amiga levantó una ceja, es otra cualidad de ella.
—Claro que sí, este lugar me acaba de conseguir una cita con un chico encantador.
—¿De verdad? —se une a mi sonrisa—, ¿Carlos estuvo aquí?
—Aja, me ayudó en algunos ejercicios y ahora me invitó a una cita. No puede ser in mejor día.
—Yo sabía, sabía que debía invitarte al gym.
—Por primera vez te daré la razón.
—Entonces me acompañarás todos los días.
—Tampoco te pases.
No podía dejar de sonreír, un chico lindo me invitó a una cita, una cita de verdad. Supongo que le tendré que decir adiós a la lista de candidatos y centrarme en este posible enamoramiento hacia Carlos. Pero tiene todo para ser un gran hombre en todos los sentidos: guapo, alto, musculoso, tierno y si bien tiene un gusto fatal con las películas, puedo arreglar si se vuelve algo más. Ok, Robert, no te sobresaltes, no está definido que será tu novio, pero soñar es gratis.
Salimos del lugar sin lograr borrar mi sonrisa por planear todo en lo que usaré mañana y también en qué cliché usar para mi cita o puede que incluso deje a un lado mi lista para centrarme en sus ojos y dejar que todo fluya.
—Oh Robert... ¿Carlos tiene un perro?
—Sí, pero eso no es importante, yo no tengo alergia o algo por el estilo.
—No es por eso, mira adelante.
Carlos estaba besando a una chica de melena rubia que tenía en su mano la correa de su perro. Eso me saco una gran sorpresa. Ese giro de la trama no me lo esperaba. Era casi como si fuera un mal sueño.
Se me borro la sonrisa.
—Qué idiota, nunca puso nada de tener novia y... ¿Robert?
Estaba viendo como Carlos abrazaba por la cintura a esa chica y volvía a besarla. Sus caricias, su mirada, sus dedos recorriendo la cabellera de esa chica, denotaban su atracción hacia ella. Pero lo que definitivamente me mato fue ver como le acomodaba la diadema de la chica en forma de flores mientras hizo el mismo gesto que hizo conmigo.
—Tranquila, solo dime que aún tienes agua.
—¿Qué harás?
—Solo necesito limpiar la basura.
Tome la botella de agua y cuando me acerco a Carlos y su novia, hice lo que muchos esperaban, tirarle el agua en toda la cara y eso terminó salpicando un poco a la chica. Eso si no era mi intención, ella no hizo nada malo. Lo que me sorprendió fue que el perro estaba bien tranquilo mientras su dueño estaba bañado.
—Robert, yo...
—Vuélveme a buscarme y lo próximo que te tiraré no será agua.
Sé que eso se vio superinfantil e incluso la frase lo es. Digo, qué miedo debe dar un chico que te amanezca con tirarte cosas y más teniendo en cuenta que amenaza a un chico mamado. Pero fue lo primero que se me ocurrió en ese mismo momento. Cecilia se le veía un poco desanimada.
—Lo lamento, Robert, no pensé que ese chico era un imbécil.
Suspire.
—Tú no hiciste nada, solo ayudaste a desenmascarar a un infiel.
—Robert...
—Ya, ya. Nada de lástima, eso no cambia los planes, solo hay que cambiar de pretendiente.
Cecilia parecía decir algo más, pero simplemente suspiró y me brindó una sonrisa.
—Ok, me pondré a buscar después, por ahora regresemos.
—Esa idea me gusta.
Lo primero que hago al llegar a mi habitación es ir a la habitación de mi hermana, que ahora lo único que queda de ella son algunas calcomanías y su gran espejo. Miro mi reflejo sudado y, en un impulso, tomo mi celular para poner cualquier canción a alzar y ponerme a bailar. No me importa que mis músculos me duelen, que mi ropa esté sudada o que no tenga una coreografía planeada, simplemente dejo que suene HYPNOTIC DATA logrando que mueva todo mi cuerpo en el proceso. De pequeño bailaba canciones infantiles y los bailes eran muy sencillos. Ahora bailo electro-dance y con movimientos en los que incluyen recorrer mi cuerpo con mis manos. El baile era mi manera de liberarme, de dejar atrás los malos momentos y simplemente dejar de pensar.
Justo lo que necesito en todos momentos.
Término jadeando mientras me miro al espejo, trato de controlar mi respiración, pero una llamada me interrumpe en el proceso. Agarre mi celular y contesté sin molestarme en ver quién era.
—¿Hola?
—Robert, qué tal, soy Dylan.
Suelto el aire por la nariz mientras contengo una risa.
—Dylan, no es necesario que me recuerdes siempre tu nombre, con escuchar tu voz sé exactamente quién eres.
—Lo siento, es la costumbre con mi familia.
Familia rica, claro, es obvio que tendrá modales en las llamadas y toda la cosa. Y ahora ya sé que Dylan sí es de familia rica, o bueno, por lo menos su padre tiene una mansión, además de las fotos en internet solo lo muestran con trajes finos. Dudo que eso no compruebe que esa familia tiene dinero.
—¿Supongo que habrá un motivo por el cual llamaste? —pregunté mientras salgo de la habitación.
—¡Cierto! Pues quería decirte que ya puse mi parte del deber de inglés.
Me quedé quieto por unos segundos.
—¿Solo me llamaste para decirme eso?
—Sí, es que no viste mi mensaje y pensé que no tenías internet y eso.
¿Y eso? Eso no es una respuesta.
—Si no quieres que te llame, prometo no volver a serlo, a no ser que sea algo muy importante.
Suelto una ligera risa.
—No, no te preocupes, solo son algo divertidas tus llamadas.
—Gracias, no eran por diversión, pero... lo siento, tengo que irme, las prácticas me llaman.
—Disfrútala, demuestra por qué eres un gran bombero.
Dylan se reía, logrando un escalofrío en todo mi cuerpo por lo grave que suena su risa.
—Trataré, hasta luego, Robert.
—Hasta luego, Cachorro.
—Sigue sin gustarme ese apodo.
—Te acostumbrarás, te lo aseguro.
Al finalizar la llamada, miro mi reflejo en la pantalla negra y muestro una sonrisa para centrarme en lo importante. Necesito volver a poner el plan en marcha, porque tal vez un candidato se fue a la mierda, pero no por eso dejaré de buscar al chico de mis sueños.
Ya llegamos a las 600 lecturas, muchas gracias a todas las personas que están leyendo y apoyando mi nueva historia. Eso no solo me ayuda a crecer, sino que logra que pueda meterle más cariño a mis historias y a su vez crear nuevas historias.
También, para mis lectores de Paper Rings, están a poco y dependiendo cuando estés leyendo esto, puede que ya esté disponible el segundo extra de la historia. Gracias a ustedes, la historia de Michael y Theodore está creciendo y llegando a muchas personas. Muchas gracias.
Ahora, sin nada más que decir, los dejo en su linda noche, tarde o día.
Los quiero, bye <3
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