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24 imágenes por segundo

24 imágenes por segundo

María Larralde.

Dedicado a Tom Six, nominado por esta autora como mejor director de cine.

Annie C. Williams, como Carla.

¡Luces...cámaras...acción...!

Ha entrado la noche. La oscuridad le está envolviendo completamente, no escucha más que unos pasos afuera en el pequeño vestíbulo que, en la agradable o desagradable casa rural, distribuye las habitaciones de arriba, las del segundo piso. Quiere que venga. Sabe que Jane es su chica. Pero le desea. Siempre le deseó. Él es el hombre más atractivo que vio en su vida. Jane, su novia, la más popular de las mujeres del campus. Ella, sin embargo, podría ser considerada una friki. No es que sea rarita o excéntrica a la hora de vestir, es que es una mujer muy delgada, blanca de piel, de intenso pelo negro azulado, con ojos profundos y oscuros, con gustos musicales hardcore... siempre asolada por problemas emocionales, derivados de su extremo narcisismo infantil. De pequeñita ya apuntaba maneras. Su alta sensibilidad social, su fragilidad psicológica y su gran timidez la llevaron a tener siempre una o dos íntimas amigas de las que no se separaba, eso sí, tuvo personalidad propia para elegir música y arte en general. No se dejaba llevar por los estándares de belleza que andaban a la moda, sobre todo con respecto a las mujeres. Su mejor amiga era Jane, desde niñas eran vecinas, iban al mismo colegio, la misma clase, la misma carrera universitaria, el mismo círculo de amistades, y Norman era el atractivo novio de Jane, desde el primer año universitario. Los tres estudiaban Bellas Artes, Jane se coló rápidamente por él, y Carla también. Nunca lo mostró, pero eso sí: un tercer ojo que hubiera andado atento podría haber observado el rubor de Carla ante cada una de las palabras que Norman le concedía fugazmente, quizá en un saludo o en una despedida, o las miradas penetrantes de ella cuando creía que nadie la veía. Si Jane hubiera estado más atenta, podría haber detectado todos los signos evidentes de atracción que Carla mostraba cada vez que Norman estaba presente. Pero Jane no se fijaba en nada de eso porque ella solo tenía ojos para él. Ahora, su mejor amiga, olvidaba por completo todos esos años de confidencias, de vivencias alegres o melancólicas, y todo por él. Todo eso no valía nada, era papel mojado. Solo el presente de un encuentro sexual tan deseado merecía la pena. Destruiría su amistad. Sí. Deseaba tenerle para ella. Así seria, si todo iba bien, como parecía.

Carla se siente agitada, nerviosa, y se sienta sobre la cama de sábanas finamente decoradas con violetas y florecillas silvestres. Respira profundamente. Coge el vaso de agua de la pequeña y cuadrangular mesita color miel, con tapete beige de crochet. Bebe un pequeño sorbito de agua, así como si le diera miedo aspirar con fuerza. Está tan excitada y nerviosa pensando en el joven, que siente su corazón palpitándole en el pecho, en las sienes y en las carótidas.

Escucha de nuevo unos pasos furtivos que llegan hasta la resquebrajada puerta, se paran delante de ella, retroceden de nuevo como con duda, vuelven, se sienten unas manos que rozan la madera y, al fin, unos nudillos que tocan la puerta suavemente, como acariciándola... para intentar, al menos, abrirla sin esfuerzo. Varios toques seguidos, que imitan una melodía: ¡pam...pa...pa...pam...pam..., pam...pam!

Su graciosa sonrisa de satisfacción, al saber que el hombre al que tanto desea está llamando a su puerta, se muestra en un primer plano de pantalla.

Ella, había cerrado con pestillo, para que ningún amigo, inoportunamente, la molestase con gilipolleces. Está cansada del viaje y malhumorada, pero abrirá, porque quiere que entre. Las miradas lascivas de Norman esta noche, durante la cena, la han excitado hasta el punto de que nada ni nadie podrán evitar este encuentro. Va a abrir de inmediato.

- ¡Norman!, ¿eres tú?-dice tímidamente poniendo voz de niña ingenua.

Pero no recibe respuesta. Solo silencio. Piensa entonces, con total seguridad, que es él pues no contesta, pero su presencia física se percibe. Propio de una persona que no quiere que nadie sepa que está a punto de hacer algo inmoral. Parece, incluso, que se escucha la agitada respiración de él, tras la gruesa puerta de madera.

No hay imágenes del exterior de la habitación.

Carla, sin nada más sobre su cuerpo que el camisón blanco de raso que deja entrever sus pezones enhiestos de excitación y frío, le abre.

La puerta suena a carrito de bebé oxidado.

Unos dientes amarillentos y afilados, que amenazan con escapar de la boca del engendro que se cuela en la habitación, se hincan en su cuello. Ella, abriendo sus negros y almendrados ojos, espantada, con su blanco camisón impregnado de sangre, como una gasa quirúrgica que absorbe el biológico fluido carmesí, retrocede hasta derrumbarse sobre el suelo de la habitación, cerca de la cama.

Tres pasos tambaleantes hacia atrás. Algo pesado está sobre ella.

Ni siquiera ha podido emitir un simple grito de auxilio. Nada, sino el seco golpe de su cuerpo al caer plomizo sobre el suelo rústico, se escucha en la casa. Pero los demás, incluido Norman, siguen a la suya.

Aquello, se la está comiendo.

El cuarto de Carla está lleno de trozos de su cuerpo y el armario, estilo cómoda, con una medida de no más de 1,40 cm de alto, salpicado de sangre en ambas puertas ocres de cristales de culo de botella de cerveza. Hay algún que otro trocito de carne pequeñín, pegado en uno de ellos, resaltando a la vista de nadie por su aspecto de oruga rosada.

Se escucha el chasquido de los dientes masticando los huesos y la carne de la joven. Boca de hiena que se relame y engulle con placer todo el amasijo viviente y ensangrentado. Rezuma babas. Los dedos, con afiladas uñas cual garras, ennegrecidas de algún material orgánico indeterminado, desmiembran las partes descoyuntándolas por junturas no naturales del cuerpo de la joven. Su respiración es agitada, la de él, porque ella no respira hace rato, convirtiendo la escena en un orgasmo caníbal. Se respira la excitación del momento.

Pena que las cámaras no capten el olor de la sangre.

Desaparece escabulléndose de las posibles, pero inexistentes, miradas. La sangre e hilillos de tendones le cuelgan por las comisuras, perfiladas y amoratadas, de su boca repleta de retorcidos dientes de escualo.

El cuerpo de Carla yace inerte, de espaldas sobre el pavimento, la cabeza está dada la vuelta, el cuello roto por la virulencia con la que ese ser le ha retorcido el pescuezo, como a un ave de cría, dando la extraña sensación de que el engrudo parece haber caído desde el techo de manera fortuita, si no fuera porque no quedan casi músculos sobre los huesos, o porque la sangre rodea el cuerpo y llena todo el suelo como deseando converger en un cauce vampírico que abastece un abrevadero para psicopombos. Esos seres que se llevan las almas de los muertos hacia otras dimensiones.

Mildred Huxley y Alan Pierce, como Adele y Norman.

¡Luces...cámaras...acción...!

- ¿Sabes, Norman? Este sitio es algo tétrico, pero creo que merece la pena el fin de semana...dime, ¿echas de menos a Jane? -pregunta Adele a su compañero de tragos. Ambos se sentaron a conversar en el viejo porche tras la cena. Miran hacia la luna que parece una decrépita farola llena de manchurrones mientras los demás compañeros juegan al pictionary o al party, en una mesa de piedra con bancos de piedra que se sitúa debajo de un gran olmo centenario.

Él está pensando en Carla. Durante la cena ella le miró con deseo de perra en celo. Jane no ha podido venir, y él... ha sentido una erección que le impide pensar en otra cosa que no sea verla y catar el sexo de la muchacha. No es que sea una belleza, es que se le ha puesto a tiro, en verdad nunca había pensado en ella sexualmente, y han pasado muchas horas juntos a causa de su amistad con Jane. Pero ahora la cosa cambia por completo. Carla es como una niña grande, incluso es posible que sea virgen. Él no para de darle vueltas al tema, su cabeza no puede apartar ese pensamiento que se le antoja absurdo pero implacablemente perturbador. Escucha un golpe seco en la parte de arriba de la casa. Solo está Carla y dijo que tenía sueño. ¿Era una invitación para él? ¿Se le había insinuado?

Norman se levanta y mira a los ojos a Adele, unos hermosos ojos verdes.

-Voy al aseo, tengo la vejiga a punto de explotar de tanta cerveza...

-Mmmm, ¿te acompaño?

- ¡¿Qué?! -Norman no se lo cree, en una sola noche tiene a dos mujeres dispuestas a darle sexo fácil.

A pesar de ser el hombre prototipo de belleza: alto, atlético, moreno, nariz y ojos a lo Paul Newman... ni soñando hubiera pensado en algo así, sobre todo porque le encanta probar cosas nuevas, y se imagina con ambas mujeres a la vez. Igual accederán, ellas no tienen por qué desearse, solo estar enceladas por él, una y otra podrían disfrutar si no son unas acomplejadas y unas estrechas.

-Sí, vente. Tengo que proponerte algo.

Adele es una mujer menudita, rubia y de ojillos verdes intensos. Su pelito rizado y corto le da aspecto de niño. Es una mujer preciosa, en realidad, y aunque a él le gustan más voluptuosas, es muy agradable y sensual... no estaría mal combinar a Carla que es casi como una adolescente emo, con una lolita a lo Nabokov como Adele.

La joven, desde hace un par de años, sale con esta gente. No estudia Bellas Artes, es de ciencias, pero conoció a Billy una noche en "el barrio", donde queda todo el mundo para salir los jueves, viernes o sábados a tomar algo o emborracharse hasta caer ciegos. Tuvo un pequeño lío amoroso con él, pero quedó en nada. Sin embargo, Billy es un buen tipo: nada de rencores, nada de celos, es decir, nada de nada. Al compartir amistades, ambos quedaron simplemente como buenos colegas con sus mismos colegas. Y aquí andaban ambos colegueando en plan rústico.

Norman ha cogido a su "amiga" de la muñeca derecha. Adele, con pantalón corto vaquero y top, sin sujetador, porque no tiene casi pecho... le mira abrumada por la fuerza que repentinamente ejerce el muchacho sobre su brazo. Se acercan al aseo de la planta baja, entra y hace entrar a Adele. Se saca el pene, está excitado y le cuesta orinar. Ella le mira. Lo mira y se moja los labios sacando su lengüita rosada de caramelo. Después mira a los ojos del hombre, él se excita más al verla así, tan predispuesta.

-Ven... -, le dice Norman.

Todavía hay restos de orín en su glande, ella se acerca... le coge la mano y la relame con su lengua, llenándosela de saliva antes de acercarla y pasearla por su miembro eréctil que rezuma en una antelación orgásmica. Adele tiene intención de algo más allí mismo, pero Norman solo quiere excitarla para lograr su objetivo: quiere hacérselo con las dos. La coge entonces del cuello, por la nuca, con su gran mano izquierda, mientras mantiene su derecha sobre la de ella, ahí abajo. La acerca a su cara, y pegando su boca al oído de la mujer le relame primero su gracioso lóbulo, lleno de pequeños pendientes tipo piercing, y después le dice:

- Ven, tengo una sorpresa...

Suben al piso de arriba, por las escaleras lineales y medio rotas que van hacia la habitación donde se encuentra Carla y abren la puerta despacio, como si tuvieran miedo a despertarla. Norman tiene cogida a Adele por la cintura, la ha situado delante de él, y anda bajando ya sus manos por las nalgas de la muchacha, sin que ésta le ponga ningún pero.

- ¡Chiss! -le chista Norman a Adele, que anda riendo nerviosamente.

Pero al entrar, ambos quedan paralizados por la visión de algo informe que está tirado sobre el pavimento así, de cualquier manera, como ropa sucia lanzada al abandono. Parecería un animal descuartizado si no fuera porque tiene la cara de Carla, y aunque completamente desencajada y fuera de sí, se reconocen perfectamente sus facciones. Las órbitas de los ojos están opacas como si fueran de muñeca de plástico; la lengua le cuelga un poquito por la comisura derecha de la boca, la más cercana al suelo; la tez es aún más pálida de lo que la tenía en vida, casi amarillenta, y tiene un gran trozo de mejilla derecha colgando del rostro; el pelo, oscuro azulado y largo de la mujer, anda enmarañado de cualquier forma como el de una Nancy abandonada por una cría negligente. La escena seria dantesca si Dante hubiera conocido realmente el infierno.

Ambos siguen unos segundos conmocionados, paralíticos y, de repente, un sonido de "algo" que se mueve debajo de la cama de matrimonio, que hay colocada en el centro de la habitación, les asusta. Norman siente el líquido contenido de su estómago, formado principalmente por alcohol, subir ardiente por su esófago hasta vomitar de frente al cuerpo de lo que fue Carla. Desde el umbral de la puerta los jóvenes intentan escapar dando media vuelta sobre sus propios pasos, pero allí abajo, en el fondo del oscuro hueco bajo la cama, se escuchan gruñidos informes, y una especie de masticación o relamerse de placer, que no se puede determinar si es de un animal salvaje o de otra "cosa".

Adele siente una zarpa en su tobillo derecho, justo al dar el giro mediante el que cree que saldrá corriendo. Norman en el izquierdo. La fuerza de las garras es descomunal. Ella se vuelve para mirar qué es eso que la agarra y le impide salir despavorida. Él, sin embargo, tira con fuerza para zafarse. La muchacha es despedida con tal fuerza contra la pared de enfrente de la puerta de la habitación, que se golpea la cabeza y queda tirada en el suelo, cerca del destrozado cuerpo de Carla, mojándose la cara y parte del cuerpo con la sangre de ésta. Adele está muerta. Norman resiste unos segundos más, pero el ser le agarra con ambas manos las dos piernas a nivel de los tobillos, y lo tumba contra el suelo. La cara del guapo Norman se golpea fuertemente la perfecta nariz romana contra el suelo, el dolor le aturde, no le ha dado tiempo a poner las manos para evitar el golpe. Mientras, el otro lo arrastra hacia el interior de la habitación y le dice al oído, poniéndose a cuatro patas sobre él, en lo que parece una sodomización cuasi perruna: "¡comienzzza la orgggia, Normaaaan!" Y lo hace con voz burlona, arrastrando la "z", la "g" y la "a" en la última frase que el atractivo joven escuchará en su vida.

Josef MacCoulligan, como Andrew. Lilian Anderson, como Ashley. Patrick Ferguson, Como Paul. Melinda Wash-Collins, como Yennie. Pete Popov, como George. Dayana Lewis, como Annie. Dieter Burton, como Billy.

¡Luces...cámaras...acción...!

Los muchachos de afuera, el resto del grupo de diez amigos, no escuchan nada pues andan bebiendo y jugando a juegos chorras de mesa, de esos que les hacen transportarse a una época anterior, a pesar de que sus edades no son lo suficientemente avanzadas como para sentir nostalgia por nada. Son ese tipo de juegos tontos y simples con los que hacer el suficiente ruido como para no escuchar nada de lo que ocurre dentro de aquella casona, además de la música joropea del móvil de George que, a pesar de que parece el más normal de todos, no deja de beber vodka con limón y lleva tal melopea que es incapaz de andar dos pasos seguidos sin ladear el cuerpo como intentando ver la entrepierna de alguien inexistente delante de él. Da vueltas por el jardín y ninguno de sus amigos le presta la más mínima atención, por lo que, con su cubata en la mano derecha, -al mejor estilo "Fumi de Morata" -, y el móvil en la izquierda, se dispone a entrar a la casa para sentarse en el pequeño e insuficiente sofá que hay en el salón-comedor. Al entrar, da un buen traspié en un saliente escalón traicionero que se interpone entre él y su ansiado descanso. De manera torpe consigue mantener el equilibrio pero la bebida, casi terminada, se le cae. "La mano de trapo del borracho". El vaso se rompe en mil pedazos. George se queda unos segundos mirando el vaso roto en el suelo, como si no comprendiera bien lo que acaba de ocurrir, gira su cara y medio cuerpo hacia sus amigos, como para cerciorarse de que nadie se ha percatado de lo que acaba de suceder. Solo la perspicaz Ashley mira hacia él. Su mirada es penetrante. Y lo hace por encima de sus gafitas a lo intelectual que lleva incrustadas en la nariz. Es, en ese momento, cuando George se da cuenta de que algo anda realmente mal, porque el rostro de su amiga está desencajado, de tal manera que su expresión facial no parece humana sino más bien la cara de un espectro, de un fantasma con el rostro distorsionado, amorfamente estirado en expresión de espanto, y típico de una peli de terror.

Primer plano en pantalla de la cara de Ashley.

George se vuelve hacia el interior de la casa, siguiendo la extraña trayectoria de la mirada de Ashley y allí, de pie, le ve nítidamente. Está plantado en el interior del umbral.

Es "algo" parecido a alguien.

Pero es algo que no es humano. George, por su estado de embriaguez, no puede reaccionar como debiera. Ashley comienza a gritar y a señalar hacia el amigo en peligro, pero cuando los otros miran, George no está. Y la sombra oscura antropomorfa que ella ha visto claramente detrás de su amigo, tampoco...

Corre una brisa ligera, comienzan a moverse los árboles, pero muy poquito, casi imperceptiblemente si uno no se fija concretamente en ellos. Es un escenario tétrico, la luna y su lucero se ven arriba y alumbran todo aquel lugar, pero en el bosque que rodea la zona de la mesa hay algo. Parece que Nosferatus está acechando en ese fondo de imagen oscuro.

Todos se quedan mirando a la estuporosa y epiléptica muchacha. Ashley ha comenzado a presentar un ataque, nadie sabe que es epiléptica. Nadie. Y esto hace que ninguno de sus amigos se percate de que George está siendo devorado en el salón-comedor al ritmo flamenco del joropo.

Cae al suelo, se golpea la cabeza, y las convulsiones son tan pronunciadas que parece bailar al son de la melodía que, desde el interior de la cabaña, se escucha como hilo musical. Ashley sufre una crisis de "gran mal", con todos sus esplendorosos y vistosos síntomas, eclipsando cualquier otra cosa a su alrededor.

Es su minutillo de gloria.

Billy sale corriendo para intentar encontrar algo que meterle en la boca, un palo tirado por el suelo le parece buena opción pero lo introduce lleno de tierra sin darse cuenta de la catástrofe que va a producir, quizá porque lo ha visto en alguna película, -eso de meter cosas en la boca de los epilépticos para que no se muerdan la lengua... - La mujer traga barro seco, y además de seguir con el ataque, aspira el polvo y la suciedad del objeto que Billy le ha introducido con la mejor de las intenciones.

Ashley comienza a asfixiarse, su piel se va tornando azul o amoratada, los labios están casi negros, las órbitas de los ojos impregnadas de lágrimas por el esfuerzo que su cuerpo realiza para respirar. Ninguno sabe qué hacer. Las convulsiones van parando progresivamente pero no porque el ataque epiléptico esté remitiendo, sino porque la chica está muriendo. Ashley abre mucho los ojos, y repentinamente deja de respirar.

Las últimas dos mujeres del grupo están borrachas, pero comienzan a levantarla como queriendo despertar al cadáver. La golpean en la cara, la zarandean, nada... Ashley tiene espuma blanca en la boca y un gesto de terror en sus ojos.

Esos ojos que expresan miedo en estado puro.

Billy se ha mantenido como espectador de la muerte de su amiga, y observa la actitud de plañideras de las otras dos, de repente sale disparado con los ojos llenos de lágrimas. Va a por su móvil. Corre furioso por lo que acaba de presenciar, quizá por la responsabilidad que tiene en la inesperada muerte. Su móvil está en el salón, sobre la mesa central. Se dirige muy rápido hacia la casa: ¡tiene que llamar a una ambulancia! Los demás están rodeando el cuerpo tendido en el suelo de la mujer muerta. Yennie y Annie están arrodilladas ante él. Andrew y Paul miran perplejos, como si la cosa no fuera con ellos. El cuerpo está inerte, como si de un Cristo bajado de la cruz se tratara, y estuviera siendo adorado por las dos Marías.

Escena de máxima audiencia.

Mientras Billy -que es un fuerte y robusto jugador de hockey universitario- entra en la casa, Andrew -masculino pero delgado y moreno, en esos tonos indios casi anaranjados de piel- mira hacia el coche de éste. Las mujeres siguen llorando arrodilladas. No dan crédito, Ashley está muerta, o mejor dicho: Lilian Anderson está muerta.

Todos los actores han venido en dos coches, el de George y el de Billy. No querían traer demasiados vehículos. Primero por ahorrar en gasolina, segundo porque la zona de aparcamiento situada justito detrás de la casita campestre, no era especialmente grande como para albergar tanto coche. En ese momento, Andrew se da cuenta de que ambos vehículos tienen las ruedas deshinchadas, y exclama:

- ¡¿Pero qué cojones es esto?! ¡Eh! ¡Aquí está pasando algo genteeee...!

Plano general de los vehículos. Andrew está agachado entre ambos inspeccionando las ruedas.

- ¿Qué quieres decir tío?-le dice Paul, siguiéndole con la mirada primero, pero sin apartar su vista de la escena de las mujeres.

Después, con todo su cuerpo, usando unos andares saltarines de estudiante feliz que para nada concuerdan con la situación emocional del momento, Paul se acerca a Andrew y a la zona de aparcamiento.

Es simplemente un terreno plano rodeado de vallas metálicas techada con uralita gris desgastada. Los panales de avispas este verano no fueron fumigados, pero están tranquilas y descansan por la noche. Paul les echa una mirada desconfiada, teme a las avispas, aun sabiendo que a estas horas no saldrán si no son molestadas.

Él es el típico graciosillo, de esos jóvenes que todo grupo lleva para reírse un rato cada día a su costa. No se sabe, en ese momento, si está siguiendo a Andrew por una especie de devoción servil o porque creía que pasaba algo realmente malo. La cuestión es que ambos desaparecen de la vista de las dos compañeras que cuidan a Ashley, mientras Billy se introduce en la casa en busca del móvil.

Las dos amigas que quedan junto a la pobre, desgraciada y accidentada joven Ashley, escuchan un gruñido gutural y animalizado que su cerebro no es capaz de procesar, proveniente del interior de la casa. Pero no es solo eso... escuchan al unísono el grito estremecedor de su amigo Billy, un coro a dos voces; una primera aguda y desgarradora; y una segunda horrenda, grave, hueca, profunda.

Algo increíblemente perverso debe estar pasando, algo está desgarrando y destrozando a "B". Los golpes son sonoros y estremecen la casa. Retumba al pegar fuertemente contra todo lo que hay en el interior, parece que está aporreando las paredes con su cuerpo, lanzándose como un proyectil sobre la seca madera. O algo... algo lo lanza con terrible y descomunal potencia. Las ventanas están cubiertas con cortinillas blancas, opacas, que impiden ver nada a través de ellas, aunque se adivina una gran sombra moviéndose a gran velocidad por el salón. ¿Es Billy?

No hay escenas del interior en ese momento.

Yennie y Annie se quedan estupefactas. Calladas. Se miran la una a la otra. Miran el cuerpo sin vida de Ashley. La garganta de Yennie se estrecha, dándole la terrible sensación de que va a asfixiarse de un momento a otro. Annie respira agitadamente, su corazón quiere propulsar la sangre a máxima velocidad. Las sienes de la muchacha oprimen su cabeza y le nublan la vista. Sin mediar palabra deciden salir corriendo por el camino pecuario que, tras unos cuantos kilómetros de recorrido rupestre, les llevará a una carretera que, a su vez, las acercará al pueblo más cercano.

Quintín, se encuentra situado a unos 40 minutos andando a paso rápido. Ambas están desencajadas y hablan nerviosamente entre ellas.

El movimiento de su carrera es seguido e inmortalizado muy de cerca, ¿por quién?

- ¡Me cago en la puta Annie, esto se ha ido de madres!, ¿qué cojones era eso de la casa? Esto no entraba en los planes. ¡Ay jooder, Tim nos ha engañado!

-No sé qué pasa, no sé qué era eso, pero no parece humano. Algo vio Ashley dentro, cuando George se fue. Bueno cuando Pete... ¡Joder... que hemos dejado a Josef y Patrick allí!

-Yo no pienso volver... no pienso volver ¡No los conozco de nada, no voy a volver! Si volvemos vamos a morir. Creo que todos están muertos... ¡El cabrón nos trajo aquí para matarnos!, ¡¿no te das cuenta?!

Algo las acecha entre los árboles y crea un vacío en ese espacio, en el que, sin embargo, se escuchan furtivos correteos entre la maleza. Una sombra se mueve, y anda escabulléndose de sus miradas... y sin embargo se intuye su acercamiento, entre los arbustos que lindan con el camino.

- ¡¿Qué era eso, ¿eh?, ¿qué es esooooo?!

- ¡Es él, es él... es él!

Shaky camera.

Corren, se paran a tomar aliento, andan a trancos, a saltos, se caen... se levantan y se adentran en la oscuridad del armonioso paraje bucólico pero abrupto, agreste y terriblemente siniestro para estas actrices noveles. Se encuentran perdidas sin ninguna opción más que la de correr y correr, de momento, claro...

Porque alguien tras ellas sigue rodando.

Miraban las ruedas pinchadas de los coches. Todas ellas atravesadas por unos imponentes clavos de más de 10 cm. Múltiples clavos que están introducidos en el caucho con una fuerza descomunal y que han desgarrado las ruedas como si fuera auténtica mantequilla derretida al sol.

Incrédulos, ambos jóvenes no se percatan de que algo les observa desde arriba, desde la techumbre, asomando la bestial cabeza, hasta que el pesado cuerpo se mueve. El sonido de la uralita rompiéndose al paso del ser es como un estruendo, como una tormenta sobre sus cabezas, un potente golpeteo: ¡boom... boom...boom...boom...!

Los dos muchachos que salieron hacia el parking, aparecen de nuevo en la escena.

Pero ahora no son más que un par de amasijos de hueso y carne, amontonados de cualquier manera en la parte de atrás de los vehículos. Los maleteros están abiertos, los ríos de sangre resbalan desde los cuerpos mutilados que asoman insolentes, como intentando todavía pedir auxilio a alguien capaz de dárselo.

Josef y Patrick en los papeles de Andrew y Paul, no podrán ser identificados por sus familiares debido al engrudo amasijo entremezclado de vísceras, huesos, músculos y tendones que ha quedado expuesto cual escultura de arte abstracto vanguardista.

ESCUELA DE ARTES ESCÉNICAS

-TABLÓN DE ANUNCIOS-

SE NECESITAN ACTORES NOVELES PARA RODAJE DE CORTO

Seminario CINE GORE

Tim Suç, célebre Director de títulos memorables de cine alternativo y experimental como:

¡La lombriz humana!,

¡El gusano!,

¡La confesión de Mariano Bizancio!,

¡La verdadera historia de Ashley Gordon!

Entre otros títulos de gran éxito, (al menos en las redes sociales), busca actores para nuevo proyecto cinematográfico. Cinco mujeres y otros tantos hombres. Proyecto de película basado en los realitys televisivos de convivencia y grabado minuto a minuto, en directo. Edades entre 18-25 años. Perfil de estudiantes universitarios. Remunerado.

"Aunque tenga poco presupuesto, no voy a rodar de cualquier forma. Llevo más de un año y medio trabajando en este proyecto para que esta falta de presupuesto no afecte a la calidad final de la película. En mi carrera cinematográfica tengo más de 50 nominaciones en festivales internacionales de todo el mundo. Yo mismo realizaré la selección de los actores. Vuestras almas quedarán inmortalizadas".

Os espero. Tim Suç.

Información del Casting:

Lugar: Hotel Royalty, Ámsterdam

Día: Lunes 20 de diciembre del 2017.

Hora: Las 17 has.

Lunes, 20 de diciembre del 2017, en un salón de actos del Royalty, a las cinco de la tarde.

Tim, aparece sentado en una silla de director en penumbras, sin dejar que nadie vea su rostro, como viene siendo habitual en él (hay quien dice que es para aumentar el morbo sobre su narcisista persona, pues nunca se muestra al público, no asiste a recoger los premios que se le otorgan...) Siempre ocultando su cara mediante un sombrero al estilo vaquero y gafas oscuras de sol, está situado en el centro de una diáfana sala con luz artificial muy tenue. Las cortinas están echadas a pesar de ser de día. Todos los presentes saben que se podría aprovechar la luz natural sin dificultad si los grandes telones de gruesas cortinas no estuvieran corridos. Aquel salón, a pesar de la falta de luz natural, es agradable, como si desprendiera una especie de magnetismo atrayente, aunque a más de uno se le antoja algo frío al entrar. Unas cámaras situadas junto al director, y otras en dos de las esquinas de la sala, alejadas del centro para obtener diferentes planos y perspectivas, están dispuestas y grabando desde el comienzo del casting. Ya se conocen las excentricidades del tipo. Sin embargo, muchos actores noveles quieren rodar con él. La llamada ha obtenido una respuesta masiva. El casting es sencillo... nada de actuaciones complejas, es una simple presentación: nombre, edad, estudios y hablar sobre un acontecimiento terrorífico que se haya experimentado en la vida. Tim quiere sentir la capacidad de expresar las emociones de terror, de miedo, de espanto... eso quiere él, experimentar el miedo de sus actores. O eso les dice. Y cada uno de ellos, cada uno de los elegidos, ha sido capaz de mostrar una nueva forma de expresión del terror. Ha elegido a los diez mejores actores de entre un total de más de 48 personas.

Los mira y se relame, mientras ellos muestran sus dotes artísticas, pero nadie se da cuenta de ese gesto hasta que el montaje de 24 imágenes por segundo viaja a la velocidad de la luz a través de internet. Casting incluido.

En unas horas tiene millones de likes, (sí, de manitas de césar que dan su más sincera aprobación), porque todo el mundo cree lo que quiere creer. Y todos consideran a Tim como un consagrado director, el más grande entre los grandes, un artista de la escena: "el Dalí del celuloide", le dicen algunos; "el demonio del cine", afirman otros.

Porque con una casita y diez actores noveles ha escrito con letras de oro la mejor "obra gore" de la historia del cine..., ¿quién hace el papel de engendro, de bestia o demonio caníbal?, ¿es un verdadero demonio subido desde el mismísimo infierno para tal menester?

Esa pregunta formará parte de la investigación policial posterior, cuando ninguno de los diez jóvenes actores "amateurs" vuelva a su casa tras el fin de rodaje.

El director desaparece sin dejar rastro. Su obra maestra ha sido rodada, montada y distribuida y da igual la censura. Es, y será, la película más vista de toda la historia del cine...

The End



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