Alí había pensado cómo persuadir a Diana de que se casara con él. "No podrá rechazarme, soy tan apuesto que caerá rendida en mis brazos. Todas las jóvenes del reino sueñan con casarse conmigo, iré a su casa cuando esté sola y, entonces..."

Alí ya había preparado todo para la boda. Al día siguiente llamó a la puerta con firmeza. Entró, se sentó en el sillón, puso los pies sobre la mesa (¡Uuuf! ¡Qué olor!) y ensució el libro que Diana estaba leyendo.

- Mi amor, eres una mujer muy afortunada - dijo - . Haré tus sueños realidad: viviremos en una rústica cabaña, nuestros hijos jugarán con los perros, tendremos seis o siete...

- ¿Perros? - preguntó Diana.

- No, niños, ¡todos tan hermosos como yo, por supuesto!

Y Diana, ante tal desplante de patanería y arrogancia, rechazó a Alí.

No estaba escrito en las estrellas que Alí era merecedor de la hermosa mano de Diana.