
4. Y ya que me preguntas, te diré que se lo que es tener catorce años y estar m.
4. Y ya que me preguntas, te diré que se lo que es tener catorce años y estar muerto
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De esperanza no tenía más que el nombre,
La que no esperaba nada de los hombres,
Coleccionaba amores desgraciados,
Soldaditos de plomo mutilados,
Pero quiso una noche comprobar
Para qué sirve un corazón,
Y prendió un cigarrillo
Y otro más,
Como toda esperanza se esfumó.
Por eso cuando el tiempo hace resumen,
Y los sueños parecen pesadillas,
Regresa aquel perfume
De fotos amarillas,
Y aunque sé que no era
La más guapa del mundo,
Juro que era más guapa,
Más guapa que cualquiera.
Joaquín Sabina Y Fito Páez- "Más guapa que cualquiera"
La historia de Taina era igual a muchas tantas que existen, algunas sin contar y otras cansadas de repetir la misma anécdota una y otra vez...
Triste... Esas historias que nadie quiere decir, pero que muchas como ella, la vivió y la viven a diario.
Tenía entonces diez años de edad, era una niña feliz e ingenua, la orgullosa primogénita, favorita de su padre y la hermana mayor que protegía a sus hermanos. El padre trabajaba en la noche y su madre tenía el turno de la mañana por lo que antes de que Silvia llegara a casa, su esposo ya tenía una hora de haber salido. Así que durante ese tiempo Taina era la responsable de la casa y los mellizos.
Ese día al regresar de la escuela sus hermanos no estaban, era un jueves de mediados de otoño por lo que el clima empezaba a templarse y los arboles a desnudarse.
—¿Dónde están los Nicos? —preguntó a su papá mientras lo abrazaba. No pudo evitar inhalar un ardiente aroma proveniente de él que irritó sus fosas nasales.
—Nicoletta enfermó, Silvia está con ellos en el medico —respondió acariciando la frente de su hija.
—¿Pero que tiene? —interrogó con su voz cantarina e infantil.
—No sé mi amor, será mejor que te vistas pronto. —La pueril Taina, fue a cambiarse de ropa a su habitación. Se quitó el uniforme escolar y bailó por la estancia en ropa interior y calcetines tarareando una tonada que estaban practicando en la clase de danza.
Una sombra la detuvo. Se llevó un gran susto al descubrir a su padre en el umbral de la entrada, oculto tras la puerta. Se petrificó y con sus manos temblorosas intentó cubrir los diminutos pétalos que empezaban a nacer en su cuerpo de niña pura, recordando las palabras de su abuela.
"Los hombres no deben verte sin ropa, por que toman los senos y te lo arrancan"
La expresión de su abuela, quedó para siempre grabada en su mente. Al igual que la mirada que le propinaba su padre en ese momento. Él se acercó con pasos lentos y marcados, retiró con lentitud las manos de ella mientras observaba curioso. Taina quiso mantenerlas con firmeza, pero era mayor la fuerza del hombre.
Bajó el rostro para enterrarlo en su pecho pero su padre la hizo mirar hacia arriba.
La hizo mirarlo a los ojos sonrientes y cerró la puerta para cambiar para siempre a una niña.
Luego de abusar de su hija, aturdido, desorientado y atontando, con torpeza salió del cuarto dejando a la pequeña destrozada. Se había hecho tarde por lo que debían dejar la casa en cuanto antes y salir hacia el hospital. Sin embargo, la niña de oscuros ojos se escondió bajo la cama y por más que quería gritar, su voz parecía haberla abandonado, solamente, respiraba con dificultad negando en su fuero interno lo que acababa de ocurrir.
Él se agachó e introdujo su brazo bajo la cama para sacarla, ella retrocedió más pegándose a la pared. Por lo que el padre no la alcanzó y resignado se marchó solo.
Taina, mirando la parte de debajo de su colchón, seguía incapaz de entender que sucedió. Todavía adolorida en su cuerpo, adolorida en su alma, deseó que un camión atropellara a su padre, porque aun en su ignorancia supo que había pecado... ambos habían pecado.
No fue un camión, pero antes de arribar al hospital, un accidente automovilístico le cegó la vida a un violador. Desde ese día Taina cambió, su madre asumió que se debía a la pérdida de su padre, ya que eran muy unidos. La niña nunca encontró el valor de contar lo ocurrido, sufriendo en silencio y en soledad.
Cinco años después pasó por su vida su primer amor, un muchacho tres años mayor que ella. Él empezó a mostrar interés en ella y Taina, incluso con miedo, quería corresponderle pues ningún chico se percataba aunque sea de su presencia y su baja autoestima la hizo decidirse a darle una oportunidad a ese muchacho.
Durante dos años, él jugó con ella. Taina, no entendía por qué su amor no quería que fueran novios. Él le daba toda clase de excusas; de que eran muy jóvenes, de que él quería que ella terminara la secundaria primero, que los noviazgos son estúpidas etiquetas que la sociedad coloca y que no importaban si dos personas se amaban.
Sin embargo, se besaban, se abrazaban, se acarician y mantenían contacto por todos los medios posibles. El muchacho insistía fervientemente en tener relaciones sexuales, porque su criterio afirmaba que mientras había amor, no hacían nada malo, a lo que Taina se negaba rotundamente.
Fue un día, pasado sus diecisiete años. Más que un deseo fue un accidente, ella no quería pero pasado algunos besos en el cuello y uno que otro susurro en el oído empezó a ceder inconscientemente. El joven usó un poco de fuerza para mantenerla quieta ya que aunque se derretía bajo el cuerpo de su amado, no dejaba de oponer resistencia.
Fue brutal... bestial... atroz. Al descubrir su pecado por segunda vez lloró mares de agonía. No obstante, aun en su tristeza sonrió un poco al pensar que era lo que necesitaban para unirse más como pareja. Días después, el trato tan frio e indiferente la descolocó, no habían mensajes ni llamadas y solo al verlo caminar de la mano con otra chica lo comprendió.
Él solo quería sexo, dolía reconocerlo. Siempre hizo con ella lo que quiso, la manipulaba con palabras bonitas y pintó un mundo que Taina creyó podría habitar algún día junto a él. Angustiada, confundida, aterrada... Nuevamente enfrentó su dolor sola, pues se veían a escondidas, nadie tenía conocimiento de aquella relación y admitirla en ese momento sería una humillación.
Fue cuando llegó la beca y sin pensarlo aceptó. Con esta nueva oportunidad que le daba el destino no dejaría que nadie se le acercara. No la podían tocar, pues rememoraba sus más oscuras pesadillas.
* * * * *
—Por favor prométeme que irás. —La hermosa Akegino con mirada pícara y contoneando sensualmente su cuerpo trataba de llamar la atención de Ryuu, que estaba bastante concentrando leyendo.
—No puedo prometer nada —dijo mirándola al fin a través de las lentillas transparentes.
—No te preocupes Ake me aseguraré que allí esté —dijo el relajado Kes—, ¿Cuándo es tu fiesta?
—El próximo sábado y allí los espero. —Se alejó antes de que Ryuu lo rechazara.
—No debiste decir eso, no creo que vaya a ir —expresó acomodando las gafas en el puente de su nariz.
—¡Por favor colega! Si tú no vas yo no iré... ¿No vas a hacerme esa maldad? ¿O sí?...
—Lo que digas. Vamos —dijo cerrando el libro—, tengo muchas cosas pendientes y me tienes aquí perdiendo el tiempo. —Kes asintió, se levantaron y caminaron hasta el estacionamiento.
Ryuu no pudo evitar el impulso de mirar hacia donde Taina se alejaba para refugiarse en la soledad, e igual que los últimos tres días, ella no estaba. El pelirrojo averiguó su horario y se sentaba a vigilar sus clases. Ella asistía cada día pero no se acercaba a la sombra del árbol chino de fuego, estaba seguro que no quería toparse con él y después de haberla visto en aquel estado Ryuu sabía que lo más prudente seria mantener cierta distancia. Así que se resignó a esperar que su enojo se apagara un poco.
—Discúlpame —dijo el de ojos grises mecánicamente, salió de sus pensamientos al chocar con una chica.
—Está bien —contestó ella, era blanca como el papel, un corto pelo rubio y unos ojos azules tan profundos como el mar.
—Últimamente soy muy torpe.
—No importa, pero... si quieres recompensarme, te invito a una fiesta. Y no puedes faltar.
—¿Una fiesta? —cuestionó enarcando una ceja, sospechando el rumbo de la conversación.
—Sí, es la fiesta de Akegino y es la próxima semana. Ambos están invitados.
—Está bien... —Ryuu aceptó ¿Será que todos estaban conspirando contra él para que fuera a esa maldita fiesta?
—Que bien, los espero. Yo soy Mei.
—Gracias Mei, allá nos vemos. —Siguieron su camino, Kes lo miraba extrañado.
—¿Qué? —dijo soltando un bufido Ryuu.
—Esa chica ni me miró, estaba que babeaba por ti. Tengo mi ego herido. —Ryuu rió sin ganas al ver a Kes hacer pucheros.
—Paciencia....
* * * * *
Sábado en la noche.
Taina se preparaba, en un par de minutos ya saldrían a escena. Se vio fijamente en el espejo; el espeso maquillaje, el escandaloso vestuario, el pelo recogido en un perfecto moño de donde no se escapaba ni una hebra de cabello. Era la noche de la función.
Harían el cuento clásico de blanca nieves. La maestra le dio el papel de la reina por su físico ya que era la única del grupo con un tono de piel diferente a las demás y resaltaba. También era otra cosa a la que estaba acostumbrada a la danza en Japón, ella siempre seria la antagonista, por más que se esforzara por ganar el papel principal, ella siempre seria el personaje que el público ignoraría por ser la mala del cuento.
—Vamos, esta es la noche —empezó a decir la maestra a todo el grupo—, todo tiene que salir perfecto. Es hora.
Se abrió el telón y el primer grupo salió. Taina respiraba tranquila esperando su turno. Todo pasó tan deprisa que antes de que se diera cuenta ya estaban dando el saludo final y el telón se cerraba otra vez. Los demás corrieron cansados y emocionados a los camerinos a desvestirse mientras que Taina se quedó parada en el mismo lugar detrás del telón, respirando agitadamente.
Otra función. Despacio y con pasos fúnebres también fue a cambiarse de ropa. Se bañó mientras soportaba escuchar la conversación de unas chicas.
—También vino mi novio a verme, está afuera esperándome.
—Toda mi familia vino esta vez.
—Bueno, solo vino uno de mis hermanos, mis padres están fuera del país.
—¿Y a dónde iremos a celebrar?
—Hagamos una fiesta en mi casa —clamó Blancanieves que pensaba que era toda una diva pues la mayoría de protagónicos le pertenecían—, están todos invitados. —Gritos y pitorreos se escuchó en todo el lugar. Taina sabía que eso, no la incluía a ella.
Otra función y otra vez estaba triste, nadie fue a verla, como siempre. Incluso en su país, su madre y hermanos fueron a muy pocas, por no decir ninguna de sus funciones. Le entristecía pasar entre las personas felices, que se abrazaban y felicitaban a sus seres queridos por un trabajo bien hecho. Luego de la ducha fue a vestirse y dentro de su mochila otra cajita blanca y alargada. La abrió un tanto incomoda; una rosa roja y la común nota estaba allí.
"Acércate, escucha mis aplausos
Danzaste, con la dignidad de una reina
Y si, eres una bruja
Pues no he podido salir de tu hechizo."
Con la boca abierta, Taina entendió que el admirador la vio en escena. Sentimientos desconocidos la invadieron; por un lado el temor, el miedo, pero por el otro, felicidad, alegría... Alguien al fin la vio, alguien que la considera importante. Este supuesto admirador ya le estaba provocando demasiada curiosidad y con un ligero cariño que empezó a nacer en su interior, Taina se colocó el collar de media luna.
Recogió sus cosas y salió con naturalidad por la puerta trasera que era la usada por los artistas. Quedó impactada que al salir, algunas personas que hablaban entre ellos se detuvieran con su presencia y aplaudieran al verla. Extrañada, aún con los audífonos en la mano no captaba lo que estaba pasando.
—Disculpe por abordarla de esta forma —dijo uno de ellos acercándose. Era un señor con algunos hilos de plata en las sienes—. Gracias... muchas gracias por permitirme haberla visto en escena, he quedado maravillado con su actuación. Su perfecta danza, pulida, orgánica, como mágica. Ni siquiera he notado una técnica, la forma en que cambiaba de personaje...
»Me creí que usted era la bruja del cuento, sentí temor, pero no pude dejar de mirarla ni un segundo. No sé quien dirigió esa pieza, pero usted nunca debió salir del escenario, cada vez que se marchaba me quedaba esperándola por segundos... —Otros tantos halagos como estos siguió en el largo discurso del simpático señor, hacía repetidas reverencias como si con una no fuera suficiente.
Taina trataba de no parecer asustada. Algunos minutos después el señor se alejó y la muchacha caminó todavía sin creer lo que había acabado de vivir, se sentía rara. Caminando por la noche, dejándose llevar por su imaginación y envuelta en un aura de paz rememoró la danza de hacia tan solo unos momentos y aunque todavía la sentía en su cuerpo no era capaz de creer que había sido ella. Era un momento perfecto que nada lo podía arruinar y nada lo podía mejorar.
Solo un pelirrojo.
—Buenas noches, es sorpresivo que nos encontremos así dos veces seguidas —expresó Ryuu seriamente pero con una mirada brillante. Ella, que ya se encontraba de buen humor, contestó quedamente.
—¿Seguro que no me estas siguiendo?
—Claro que no, estoy acompañado, ¿Quieres comprobar?
—Gracias pero no gracias. —Continuó caminando dejándolo atrás. Aunque por el tono de su voz Ryuu supo que el enojo ya no estaba y la siguió. Marchó a su lado a una considerable distancia.
Se quedaron en silencio unos minutos, luego hubo tensión esperando que sea el otro quien iniciara la conversación. Pero luego de un rato, se sintieron cómodos compartiendo este extraño misterio. La mirada gris de Ryuu se posó en ella, inspeccionándola con atención. Llevaba aún el moño, tenía las pestañas blancas por el maquillaje, aunque la cara estaba limpia, sus labios tenían un ligero rojo del labial que se quitó. Era verano, así que llevaba una blusa blanca muy ancha para su figura, pero unos pantalones azules que parecían pintados en su piel. Sin embargo, un detalle que no había visto antes en ella le produjo curiosidad.
—Es un bonito collar.
—Gracias... —contestó ella tocándolo. Recordó al admirador secreto y miró a Ryuu, se estaban haciendo demasiados cercanos y esto no le gustaba—. Me lo regaló mi novio. — «El que me entiende» agregó con sarcasmo para sus adentros.
—¿Ah sí! —él sonrió—, entonces es un muy hermoso regalo. ¿Fue por alguna ocasión especial?
—No, sólo me lo dio.
—Eso quiere decir que es detallista, que le importas mucho y no quiere perderte. —Taina suspiró, cuanto deseaba que así fuese y no que no fuera la vil mentira que estaba diciendo.
—¿Y tú? ¿Tienes novia? —Intentó mostrarse desinteresada, pero sin explicación aparente la interrogante le hervía en la cabeza desde hacía tiempo.
—No, pero me gusta una chica. Lamentablemente para mí ella tiene novio. ¿Me das un consejo?
—Déjala tranquila —respondió sin pensarlo y sin entender—, no te metas en relaciones ajenas. Estoy segura que tú no quisieras que alguien anduviera tras tu novia.
—¿Y qué hay de luchar por los sueños?
—¿Significa eso arruinar los sueños ajenos? —Al decir eso Taina se detuvo y lo miró a los ojos.
—Pienso que es una encrucijada. —Apartó la mirada de él y con lasitud Taina siguió caminado— ¿Qué crees si nos sentamos por allá?
—No, voy a volver a casa, quiero descasar.
—Te prometo que te llevo temprano. —Ella enarcó una ceja, sacó su celular y vio la hora.
—Bien. —Ryuu, con una sonrisa triunfante buscó con la mirada algún lugar donde podrían sentarse a charlar. Había una torre en un parque de niños no muy lejos y le pidió que fueran allí. Teniendo mucho cuidado de no tocarla, subieron las pequeñísimas escaleras hasta que estuvieron en la cima— ¿Para qué me traes aquí?
—La noche se ve mejor. —Ella lo observó sin creérselo pero admitió que el paisaje era realmente fantástico. Aprovechó ese momento para preguntarle algo de suma importancia— Ryuu ¿Por qué me devolviste el diario?
—Era injusto —carraspeó—. No te mentí, no lo robé y juro que me lo encontré. Tampoco lo leí. Pero repito era injusto, te pertenecía y no por qué no ibas a darme lo que quería tenía que aprovecharme de ti. Además, es el diario de una chica... ¿Qué iba a encontrar de interesante? —Cerró la boca asustado, creyó que ya había metido la pata otra vez y que ella tendría una crisis. Pero para su gran sorpresa la descubrió sonreír levemente
»Eres aún más hermosa cuando sonríes —dijo sin creer que eso fuera posible—, si sonrieras más tu novio tuviera problemas con los otros hombres que quisieran conquistarte. —Taina bufó y apagó la sonrisa. Pero el hombre de grises ojos supo que era otro gran paso. Solo que esta vez, tendría mucho más cuidado de no arruinarlo.
—Aun así lo negaste cuando te lo pregunté.
—¿Qué puedo decirte? A veces suelo ser un poco estúpido así que me disculpo por eso. Sabía que cuando te lo regresara ya no hablarías conmigo y yo quiero ser tu amigo Taina. De haber sabido que serias mi amiga cuando te lo devolviera lo hubiera hecho antes.
La chica de la trenza volvió a quedarse en silencio. Él ya afirmaba su relación de amistad y aunque le incomodaba, en alguna parte de su ser se sentía agradable. Taina se mordió el labio inquieta y Ryuu recordó su último encuentro. Cuanto deseaba besarla, un beso de verdad, de esos que saben pasión y frenesí. Más, entendía que debía ir a pasos suaves y lentos. Conocerla, comprenderla, aceptarla... era un proceso largo que decidió cumplir, pues sabía que tras esta chica había algo maravilloso, su instinto se lo gritaba.
—Cuéntame de ti —preguntó repentinamente.
—¿Que? —A Taina no le apetecía empezar a hablar de eso, solidificar esa base de amistad contando su vida— Ya te he dicho prácticamente todo. Mejor habla tú, apenas te conozco. —Esperando que ella respondiera eso habló sin pausas y rápidamente, como repitiendo un discurso de meses de ensayo.
—Katayama Ryuu, veinticuatro años. Estudié economía en Cambridge y ahora estudio administración pues algún día tendré que asumir la responsabilidad de la empresa familiar. Tengo un hermano mayor que vive en Londres. Mi relación con ese país se debe a que mi madre es inglesa. Mi color favorito es el verde. Odio el helado. No soy muy fanático de la música así que no la escucho.
» Me operaron el hombro a los quince años pero no fue nada grave, aunque conservo la cicatriz. Tengo cierto grado de miopía y tengo que usar lentes para leer. Soy un fotógrafo frustrado ¡Ah! Eso ya te lo había dicho. No me gustan las películas de amor.
»Soy algo chapado a la antigua así que odio las redes sociales pero me gusta chatear por mensajes en el celular. Amo la comida italiana, pastas, pizza y esas cosas. Odio leer el periódico en las mañanas pero para mi desgracia me hice adicto al café y con algo hay que acompañarlo. Y prefiero caminar que andar todo el día en auto.
Taina se quedó con la boca abierta, no podría recordar tantas cosas de ella, todas juntas. Y sospechó que él ya lo tenía preparado.
—...Mi color favorito también es el verde.
—¡Ves! Ya tenemos algo en común.
—Pero me encanta el helado.
—¡Bah! Pequeños detalles. ¿Qué me cuentas de ti? —Taina tenía un embrollo en la cabeza, entre recordar y memorizar todo lo que él le dijo y ahora pensar en sus cosas personales la confundía.
—Tal vez si me ayudas con un par de preguntas.
—¿Quién fue tu primer novio?— dijo muy interesando mirándola con los ojos muy abiertos.
—No recuerdo que hayas mencionado eso en tu discurso.
—¿No? Mi primera novia fue Amelie a los catorce años. Una chica muy linda pero no valió la pena, duramos solo como tres semanas. ¿Y tú?
—No quiero hablar sobre eso.
—Bien... bien... ¿Cuál es tu música favorita? —preguntó en un intento exasperado de no incomodarla.
—Joaquín Sabina —Taina vio como él se quedaba con cara de confusión–—, es un cantautor español, su música es poesía pura, cruda, sencilla, mágica... me encanta.
—¿Español verdad? —Taina asintió—, me dan ganas de escucharlo, pero no es uno de los idiomas que hablo.
—¿Y cuáles hablas?
—Japonés e Ingles son mis lenguas nativas. He aprendido Francés, Alemán, Mandarín, Ruso y entiendo algo de portugués, no mucho. — Ella puso la misma expresión de desconcierto que él había puesto antes.
—¿Es una broma verdad? ¿De verdad no hablas español?
—Ni siquiera lo entiendo.
—¿Por qué no lo aprendiste?
—Restricciones de mi madre. Era ella quien se empeñaba en que yo aprendiera toda clase de idiomas, pero no mostró gran interés en el español.
—Es el segundo o tercer idioma con más habla del mundo. Pero en fin, podría traducirte algunas canciones pero no sería lo mismo.
—¿Harías eso por mí? —Ryuu puso cara de niño pequeño emocionado con la promesa de ir a la feria.
—Solo me tomaría un par de días. —El pelirrojo agradeció con un pequeño gesto
—¿Qué te parece la vida en un país que no es el tuyo? —agregó continuando la conversación.
—La considero interesante, tienen una historia antiquísima, sus costumbres son fascinantes, la educación y la organización de la gente es admirable. Me sorprende la higiene de aquí, muestran el respeto y se saludan con reverencias... en mi país la gente se besa y se abraza sin control alguno y para mí, eso es como invadir el espacio íntimo y vital de cada persona. No es que sea malo, pero no va con mi personalidad, quizá por eso me siento cómoda.
—¿Y... por qué... no te gusta que te toquen? —Ryuu tartamudeó al pronunciar la pregunta. Taina se puso rígida y tragó saliva para humedecer su garganta.
—No quiero hablar de eso.
—No hay problema. Es una hermosa noche ¿No?
—Muy hermosa. —Taina alejaba los recuerdos que amenazaban con llenarle la cabeza y los ocupaba con un beso que nunca fue. Acechó a Ryuu contemplar el cielo y humedeció sus labios deseándolo en lo más profundo de si
«Deja de mirarlo» Se ordenaba a sí misma.
Ryuu se giró, abrió los labios para decir algo y sin pensarlo, dejándose llevar por sus recónditos instintos animales, Taina se abalanzó y lo besó. Fue igual que el anterior, tan solo un roce de labios que tardó unos segundos, se apartó y sin tocarla, pasmado ante su acción pero incitado a seguir aquel rumbo, Ryuu volvió a besarla. Quedaron así unos instantes, sin profundizar el casto e inocente beso.
Taina despertó abrumada como de un sueño, un pesado letargo que la aturdió y se descubrió traicionándose a sí misma, volvió a apartarse y se fue dando tumbos por las escaleras.
—Taina espera, te llevaré a tu casa —gritó Ryuu. Pero Taina no lo escuchaba perdida en su propia confusión. Esa noche había descubierto que ni siquiera podía confiar en sí misma, pues hasta ella se traicionaba. Siguió caminando sin mirar atrás, Ryuu se negaba a dejarla ir sola, pero tampoco quería acercarse, se sintió como un cobarde, pero con ella nunca se sabía cuál sería su reacción. No lo golpeó, no le gritó, no entró en crisis ¡Lo besó! y lo tenía a él tan sorprendido como a ella.
Caminando a una vertiginosa velocidad, Taina llegó a su apartamento y se encerró. Algunos metros atrás estaba Ryuu, que la siguió hasta allí para asegurarse de que llegara bien
Luego regresó.
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