7. Yo prefiero un "nada"
Martín
Con cada día que pasaba me sentía peor, un dolor en el pecho me atenazaba por momentos y los dolores de cabeza se hacían más insoportables. Y, sin embargo, no dejaba de lado la tediosa rutina en la que me había sumido. Centrado en mis estudios, tratando de rendir en todas y cada una de las asignaturas específicas de la carrera, y las que tomé extra solo para no estar en casa.
Si dormía 5 horas diarias era mucho, la cantidad de deberes que tenía asignados consumía todo mi tiempo y energías. No quería pensar en nada más que la universidad, por mucho que quiera volver a verlo, hablarle e incluso besarlo, debía reprimir todo eso por su propio bien. Sé que debo hacer algo al respecto, que lo principal es salir de este infierno en el que he caído, pero el miedo me tenía paralizado. Aquella furia en los ojos de mi papá me atormentaba, no por mí, sino por ellos; por Ernesto y mi mamá.
Él tenía razón cuando dijo que no era capaz de hacerlo, de irme y dejar a mamá sola con papá. Jamás le haría eso, la lastimaría más de lo que ya he hecho. ¿Qué más puedo hacer? Sé que no puedo vivir asi toda la vida, que en algún momento las cosas deben cambiar, ya sean para bien o mal.
«Si tan solo no hubiese dicho nada»
Ese día después de clases llegué a casa, y para mi mala suerte lo primero que vi fue a mi papá. Su expresión tosca y molesta, la decepción reflejada en su rostro y los escalosfríos que eso me causaba. Pero por primera vez desde que todo sucedió, se fijó en mí aumentando aquella sensación de terror. Solo pensaba en salir corriendo y refugiarme en mi habitación.
—Esta mierda debe parar —me dije a mi mismo, pero sin saber que hacer.
Pase toda la noche estudiando, como todos los días durante los últimos dos meses. A las 2 de la mañana el sueño me venció, despertando entre susurros y pesadillas justo 5 minutos antes que la alarma sonara a las 6 am, para empezar un nuevo día de clases. Sali de casa en silencio tratando de no despertar a nadie, y sin embargo noté el peso de la mirada de mi papá desde la cocina donde se encontraba.
Trate de despejar mi cabeza, no necesitaba más ideas descabellas rondándome en la mente, con las que ya tenía era suficiente para querer tirarme de un edificio. No comprendía esa actitud; en un inicio me dolió su indiferencia hacia mí, pero ahora que recordaba que seguía vivo y me veía, era aún más insoportable. ¿Por qué? no sabía que podía pasar, en que estaba pensando o por qué del cambio. Sí, más paranoico no podía estar.
Los días siguientes a ese seguía con lo mismo, y me ponía cada vez más nervioso. Si antes lo evitaba, ahora hacía todo lo posible por no ver ni siquiera su sombra. Salía antes de lo planeado, llegaba aún más tarde y comía por fuera solo para no tenerlo cerca. Literalmente solo llegaba a casa para dormir, porque incluso los deberes los hacía en la biblioteca de la universidad hasta que cerraban, para luego vagar una o dos horas en el parque del barrio. Y, aun así, lograba interceptarme en algunas ocasiones, momentos en que me miraba fijamente sin decir palabra alguna. ¿Qué demonios le pasa?
Roberto
Toda una semana observando y viendo las consecuencias de todo lo ocurrido, el estado lamentable en el que había caído Martín. ¿Todo era culpa mía? No podía soportar esa idea, pero sabía perfectamente que podría ser así.
De todas formas, ¿Qué más podía hacer? 39 años de existencia, toda una vida creyendo y pensando que solo hay un orden natural para las cosas. Esa fue la educación que recibí, eso fue lo que mi papá me enseño y eso fue lo que creí enseñarle a mi hijo. Entonces, ¿Qué pasó?
Creí que si ponía mano más dura sobre él volvería a la normalidad, se arreglaría su forma de ver las cosas y todo eso de ser gay quedaría atrás, solo un mal recuerdo. Sin embargo, creo que me centré demasiado en ello y terminé por arruinarlo todo. Tal vez esa no era la solución, tal vez estaba viendo el problema desde el ángulo incorrecto, tal vez él no esté mal después de todo.
«La homosexualidad no es una enfermedad» decía un gran encabezado en una revista.
«El ministro de Salud de Alemania, Jens Spahn, envió una señal clara e importante este lunes cuando declaró que "la homosexualidad no es una enfermedad y, por lo tanto, no hay razón para tratarla con terapia alguna"»
Si un país del primer mundo tan avanzado como lo es Alemania podía aceptar, descartar como enfermedad y tomar como algo normal todo el asunto de la homosexualidad, ¿Por qué yo, un simple ser humano, no podía hacer el intento de aceptar a mi hijo sin importar a quien elija? Suena demasiado fácil para algunos, muy simple decirlo cuando no eres quien lo está viviendo. ¿Cómo aceptar algo que creías estaba mal?
—¿Qué crees que haces? —indagó Melanie a mi lado.
—¿Qué?
Estaba en la sala, la tv encendida mientras pasaban las noticias y mi mente divagando.
—Llevas casi dos meses ignorando a Martin como si no estuviese aquí, y ahora... —me miraba fijamente con desprecio— ¿Solo te dedicas a observarlo como si fuese un animal en exhibición? ¿No te basta con todo lo que le has hecho?
—No, espera...
—¿Qué espero? —reclamó con lágrimas naciendo en sus ojos— ¿Qué le hagas más daño? Ya casi ni lo veo porque prefiere pasar todo el día fuera con tal de no cruzarse contigo, ¿Por lo menos has notado eso?
Sus reclamos pesaban a un más en mi conciencia, porque ahora si estaba del todo consiente de la magnitud de las consecuencias de aquella discusión.
—He notado más que eso —contesté, pasando mis manos por el rostro con frustración— y ahora sé que...
Mi voz falló, un nudo se instauró en mi garganta reteniendo el mar de palabras que había estado a punto de decir. ¿Aún había tiempo de arreglar todo esto? ¿O por lo menos algo de lo que dijera ahora enmendaría el daño que ocasioné? Lo dudaba.
—¿Qué? —insistió acercándose a mí cautelosamente— ¿Ahora sabes qué?
—Todo lo que he causado... —y las primeras lágrimas amenazaban con caer.
«Los hombres no lloran» resonó en mi mente, pero que se vaya a la mierda. Estoy harto de romperme la cabeza pensando en que es correcto y que no, creyendo en un concepto de hombría que se enfoca en las cualidades equivocadas. ¿De qué me ha servido ese tipo de creencias? Nada, solo sirvió para destruir lo que se supone debí proteger, a mi familia. Y no iba a seguir con eso.
—Rober... —susurró, dando pequeñas palmadas en mi espalda— solo respóndeme una cosa. ¿Estarás dispuesto a aceptar a tú hijo sin importar su sexualidad?
¿Aceptar que mi hijo ame a otro hombre? ¿Dejar a un lado todas aquellas cosas que me inculcaron desde niño? Si eso arreglaba todo el daño que les he hecho, tanto a él como a ella misma, entonces...
—Por supuesto que sí... —contesté finalmente— haré lo que sea.
—Entonces habla con él, díselo —aconsejó— no sabes todo lo que le ha dolido tu rechazo, tu decepción hacia él. Lo estás matando, solo mira como está.
—Ya lo sé, lo he visto, pero... —las palabras se atoraban en mi garganta— ¿Y si ya es tarde?
—Es peor que no hagas el intento y no te digo que será fácil, porque te mentiría —dijo— el daño es grande, pero en tus manos está el arreglarlo, o empeorarlo. Solo trata de usar las palabras adecuadas, ¿Quieres?
Del mismo modo que llegó se fue, apresurada y molesta. No la culpaba, hasta yo mismo estaba furioso con mi actitud, ¿Quién no lo estaría? Esa noche dormí solo como todas las anteriores, con ganas de ir hasta su cuarto y conversar con ella como antes, aunque sea para disculparme. Pero en estas circunstancias dudaba que quiera escucharme, el darle su espacio ahora que sabe que quiero enmendarlo es mejor.
Aún tenía una oportunidad, pero debo usarla de la mejor manera si quiero que esto funcione. Esperar al fin de semana era la mejor idea, el único día en que no podía evitar estar en casa era el domingo, y lo usaría a como dé lugar. Mientras, durante los dos días que faltaban para que ese llegara, pensé en la manera de remediarlo todo. Las palabras adecuadas, el momento específico y el modo de calmar mi estado de ánimo; no quería asustarlo, ya era lo suficientemente triste que me tenga miedo por lo ocurrido.
También trataba de acercarme a Melanie, ella había sido una víctima más de mi furia irracional sin tener culpa de nada. No es solo remediar las cosas con mi hijo, también está el recuperar a mi esposa. Salvar nuestra familia era la prioridad.
El día llegó y me sentía como un completo idiota, todo hecho un manojo de nervios como si estuviese esperando el regañó de mi padre. Melanie no me había hablado más desde ese día, solo respondía con monosílabos a mis intentos de conversar, y eso me dolía. Pero, al parecer mi estado era más lamentable de lo que pensé. Solo me observó detenidamente por un largo minuto, mis manos temblando y mi reparación un tanto irregular.
—Solo sé sincero con él —dijo.
—No es fácil —titubeé.
—Nadie dijo que lo sería —contestó— pero es un sacrificio que debes hacer si quieres de verdad arreglar esto. Y lo primero es tragarte tu orgullo, ¿Podrás con ello?
—Sí, y lo haré hoy mismo, pero... —balbuceaba, acercándome más a ella— de verdad lo siento.
—No es a mí a quien le debes una disculpa —añadió alejándose dos pasos de mí temerosa— y es mejor que aproveches que aún está en casa.
Dio media vuelta y empezó a marcharse, pero mi instinto decía que lo impidiera, que no se alejara porque la necesitaba más de lo que nunca pude hacerlo.
—Espera, Melanie —la retuve en el umbral de la sala donde nos encontrábamos— en realidad si te debo más que una disculpa. No debí actuar así con ninguno de los dos, fui demasiado irracional y neurótico. De verdad lo siento, me arrepiento del daño que les he hecho a ambos; te grité, te traté mal sin tener culpa de nada. Yo...
—No sigas —sollozó— primero habla con tu hijo, ya después veremos en qué quedamos. Por ahora no quiero hablar de esto.
Su mirada terminó por romperme el corazón, era de profundo dolor y todo causado por mi mal actuar. Por un momento maldije a mi padre, de no ser por todas sus ideas retrógradas no estaría en esta situación. Pero no, ya de nada servía buscar más culpables en algo que yo había ocasionado. La abracé impidiendo que se marchara, ocultando mi rostro en su cuello. La echaba de menos, sentir su piel, sus caricias, su aroma. La extrañaba demasiado.
—No quiero perderte —susurré— puede que no me creas y lo entiendo, pero en serio te amo. ¡Perdón!
Sus brazos rodearon mi cuello acariciando mi cabello, escuchando sus suaves sollozos y el rápido latir de su corazón; así nos mantuvimos un rato, sin hablar ni emitir otro sonido. Solo en un abrazo que esperaba fuese de perdón, el inicio para enmendar todo lo que hice.
—Lo siento, pero... —decía entre lágrimas— no puedo solo olvidar lo que pasó. Te amo, y, sin embargo, primero está mi hijo por encima de todo. Él deberá ser tu prioridad, si de verdad quieres recuperar esta familia.
Se marchó dejándome con el corazón destrozado, estaba a punto de perder lo más preciado que tenía en mi vida. Y todo por nada. No valía la pena aparentar solo por lo que digan los demás; no valía la pena preocuparme por los comentarios que hagan. Mi familia es primero, y quería demostrarlo las veces que sea necesario si eso ayudaba a recuperar su confianza.
Respiré profundo y me calmé. Muy despacio y sin hacer ruido, me dirigí a la habitación de Martín. Estaba enfrascado en su portátil, alcanzando a ver como editaba un documento de la universidad. Toqué dos veces, suave pero lo suficientemente sonoro para atraer su atención.
—¿Puedo pasar? —indagué.
Se sobresaltó, casi tirando las cosas que tenía a su alrededor incluyendo el portátil. Se notaba el miedo en su expresión, los nervios que sentía se dibujaban en su actuar, mirando a todas partes como buscando una forma de escapar.
—No te preocupes, no estoy aquí para regañarte ni nada —añadí para tranquilizarlo— solo quiero hablar tranquilamente.
—Estoy algo ocupado con la universidad —dijo apresuradamente, tomando sus zapatillas y medias— tengo que reunirme con unos compañeros... una compañera.
—Solo será un minuto, no te quitaré mucho tiempo —añadí casi suplicante— tenemos que hablar de esto.
—¿Después de dos meses? —interrogó molesto— no te apresures, estaba acostumbrándome a tu indiferencia.
—Por eso mismo quiero hablarlo, no podemos seguir así —expresé con desesperación naciendo en mí.
—Bien, hagamos esto rápido —dijo, tomó su bolso y billetera— lo único que tengo en mente ahora es mi carrera, estudiar y graduarme. No te preocupes por Ernesto, hace mucho que no lo veo y eso no entrará en mis planes por los próximos 20 años. Ya no me interesa.
—No, espera... —exclamé, impidiendo que saliera de la habitación— lo siento, no quiero que termines por cerrarte a todo lo demás por lo que pasó.
—¿Qué? —la perplejidad se dibujó en su rostro.
—Lo siento, fui demasiado impulsivo e intolerante en ese momento —continué, aprovechando que tenía su atención— sé que les hice mucho daño, a ti y a tú mamá y créeme que lo lamento. No quiero que me odien, y tampoco pretendo que me perdonen asi como así. Si de verdad quieres a... Ernesto, no seré yo quien se interponga. Él tenía razón, eres mi hijo y debo aceptarte tal cual, si me permites...
—No —susurró— dijiste claramente «o es una mujer o no es nada», y créeme... prefiero un nada.
El miedo se había incrementado, mesclado con rabia y desconcierto.
—Pero...
—No te creo nada de...
—Lo sé y lo acepto —le interrumpí, dejando la desesperación en mi voz— no espero que me perdonen hoy, o que siquiera lo hagan algún día. Solo quiero que vuelvas a ser el mismo, quiero que seas feliz y si para eso debo olvidar todo lo que una vez creí correcto, lo haré. No los quiero perder, ni a ti ni a tu mamá. Aunque no lo creas los amo, son mi familia y me moriría si permito que esto solo se destruya.
El miedo quedó a un lado, remplazado por incertidumbre y duda. Era normal, pero no dejaba de ser doloroso que mi propio hijo no confiara en mí. Después de todo, ¿Por qué lo haría?
—Solo quería disculparme, de verdad lo siento y espero que algún día puedas volver a confiar en mí —añadí, un poco más tranquilo— sigo estando orgulloso de ti, de lo que has hecho. Sé que lograrás muchas cosas, tienes la inteligencia de tu madre. Pero esto puede esperar...
Con cuido me acerqué a él, no se movió ni se inmuto. Quité aquel morral de su espalda, cerré el portátil y guardé todos los cuadernos abiertos en su cajón.
—Necesitas descansar y comer algo —dije— traeré el almuerzo, ¿Quieres algo en específico? No me tardo.
Salí de su habitación calmando mi respiración y pulso, esperaba desesperadamente que creyera en mis palabras. Este solo sería el inicio, no podía quedarme únicamente con esta charla para ganar su perdón. Y allí en el umbral de la puerta de invitados estaba Melanie, de brazos cruzados y lágrimas cayendo por sus mejillas. Pero, en contraste a eso, sonreía.
—Yo quiero pollo agridulce y pasta —y volvió a la habitación.
¿Podía tomar eso como una buena señal? Estaba sonriendo, seguro escuchó todo lo sucedido y esperaba que haya funcionado. Salí inmediatamente de casa, subí a mi coche y encendí el motor. Sabía que les gustaba, podía comprar sus comidas favoritas y ofrecerlas como una señal de paz. Algo simple y sin sentido, pero era lo que hacíamos para subir el ánimo.
Y a mitad de camino una idea surgió; algo que debía hacer para completar mi oferta de disculpa, algo con lo cual no quedaría duda alguna de mis palabras. Si quería que creyeran en mí, debía demostrarlo más que decirlo.
Llamé a Melanie, solo ella podría ayudarme a conseguir el dato que necesitaba para completar esto. Después de explicar y casi rogar para que creyera en mis intenciones, obtuve lo único que me faltaba y me dirigí a ese lugar.
Era mi turno de hacer una visita inesperada.
*****
A ver, a ver, aver... Vamos paso a paso. ¿Visita inesperada? Saquemos teorias locas, la peor de todas se gana un premio...
Lo leo y quiero mis amores.
PD: empezando el año con nuevos capítulos.
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