6. Abrir los ojos
Roberto
—Tenga cuidado, señor Roberto —dijo con sarcasmo— los psicólogos aseguran que detrás de un homofóbico, se esconde un homosexual reprimido.
Esperaba que todo haya sido solo una estúpida ilusión, pero para mí infinita desgracia no fue así. ¿Gay reprimido? ¿Es una maldita broma acaso? Llegó en un momento en que estaba totalmente ido del planeta, simplemente actuaba por mera inercia. ¿Sentía la garganta seca? Caminaba hasta la cocina a tomar agua. ¿Sonaba el teléfono? Lo descolgaba y cerraba automáticamente, no estaba para nadie en absoluto. ¿Tocaron la puerta? Abrí sin más nada en mente que Melanie regresando de sus compras.
Jamás habría imaginado que sería ese quien llamara a la puerta, de lo contrario podría echar raíces allí mismo. Y de no ser por mi letargo momentáneo, lo habría echado de mi casa como el perro que es, a patadas. Sin embargo, no pude evitar que me arrollara con... todo aquello. Me decía a mí mismo una y otra vez que no eran más que palabrerías, que nada de lo que saliera de su asquerosa boca era mínimamente cierto y mucho menos tenía sentido. No es más que un enfermo sexual, ¿Qué más podía esperar?
Y a pesar de eso, me dejó más consternado de lo que creía posible.
Martín estaba bien, esta era solo una rabieta por no permitir que hiciera de las suyas con ese bastardo, el tal Ernesto. Era cuestión de tiempo para que se le pasara, olvidara ese capricho y se convirtiera nuevamente en un hombre hecho y derecho. ¿Qué tanto podía pasar?
«Martín tiene depresión por su culpa, ha bajado de peso, no duerme ni come bien. Su salud se está viendo afectada, comprende eso, ¿cierto?»
—Mentira... —susurré para mí mismo— él está perfectamente bien.
«... espero recuerde todo esto, todo lo que le dijo ese día, todo lo que ha pasado en este tiempo para que cuando Martín entre por esa puerta al llegar de la universidad, vea en su semblante el efecto que tuvo cada golpe que le dio...»
—Basura... solo fue basura... —murmuraba desesperado.
Cada una de sus malditas palabras resonaba en mi cabeza, como si aún estuviese allí mismo susurrándolas en mi oído. Me sentía mareado, como si estuviese en medio de una borrachera o una pesadilla demasiado real.
—¿Roberto? —dijo Melanie, entrando con varias bolsas en sus manos— ¿Estás bien?
Su expresión era de suma preocupación, por lo que se marcaban algunas líneas en sus ojos y su frente se arrugaba. Se veía un poco desmejorada, como si no hubiese dormido lo suficiente; las ojeras resaltaban aún bajo las capas de maquillaje. «Su rechazo solo ha causado un daño grande en su corazón, y no solo a él, también a su esposa, alguien que no tiene la culpa de nada» había dicho, y la rabia volvió a mí.
—Déjame ayudarte con eso —dije.
Traté de recobrar la postura, y simplemente me levanté del sofá para acercarme a ella, aquellas bolsas se veían muy pesadas.
—No... —se apresuró a decir, dando dos pasos dejos de mí— yo puedo con esto, no te preocupes.
Nerviosa, se dirigió a la cocina donde permaneció por un largo rato, cocinando y trajinando incansablemente. Su expresión al irse se clavó en mi retina, era de miedo y fastidio. La conocía lo suficiente como para reconocer esas señales; aunque parezcan sutiles, para mí eran más que evidentes. Y me dolió. No soy un robot, no soy de palo, sigo siendo un ser humano que siente. Mis ideales y creencias no me hacen un ser insensible, por mucho que lo parezca o lo piensen.
El anillo de bodas brillaba en mi mano, reluciente y recordándome lo que poco a poco estaba perdiendo. ¿De verdad era tan malo hacer respetar lo que durante toda una vida creí? Ellos pedían comprensión, pero nadie me comprendía a mí tampoco.
—Mamá —anunció Martín sobresaltándome— ya llegué.
Sus ojos se fijaron en mí por un momento, desviando su atención apresuradamente a cualquier otro lado. Cerró la puerta tras de sí y caminó rápidamente hacia las escaleras, pero la voz de Melanie lo retuvo.
—Hola mi amor, ¿Qué tal las clases?
—Todo bien —contestó nervioso— como siempre.
—Ya casi está la cena —dijo Melani con tono meloso— ¿Te la llevo al cuarto?
—No, gracias mamá —le dio un suave beso en la mejilla— pero debo estudiar, se acercan los primeros exámenes.
—Pero...
—Si me da hambre bajo a comer algo, no te preocupes —y se marchó.
La desesperación se dibujó en su rostro llegando a humedecer sus ojos, los cuales se clavaron en mí con profundo despreció. Sin decir nada, se marchó nuevamente a la cocina dejándome con mis cavilaciones en la soledad de la sala. Las noticias pasaban una tras otra, pero no prestaba atención en aquellas imágenes. Solo una me tenía consternado, la imagen delgada y pálida de mi hijo, o lo que quedaba de él.
Recordé todas las veces que Melanie, en sus reuniones con sus amigas, presumía tener a un galán de hijo. Con su cabellera rubia, ojos azules como los de ella y cuerpo bien formado; pero ya nada quedaba de eso, en cambio, se marcaban los huesos de su clavícula y cadera; su piel había perdido brillo y se veía aún más ojeroso que su madre.
«¿Eso lo causé yo? No, eso no es cierto» pensé, «Estoy haciendo lo correcto, esto es por su bien».
Mi teléfono celular resonó, un mensaje de texto de uno de mis colegas brillaba en la pantalla de aquel aparato.
Reunión del comité de empleados de Farmacéutica VPG SA, hoy a las 20:00hrs, favor no faltar, es de vital importancia su participación.
Fui directo al baño, lavé mi cara para despejar un poco el malestar que estaba sintiendo, y me marché sin decir nada. La reunión me serviría para relajarme un poco, nada como salir con los amigos para olvidar un rato las complicaciones. Además, ellos si me comprendían y pensaban igual que yo. Lo del comité no era más que una excusa para salir sin escuchar quejas de sus esposas, en lo que ha caído el matrimonio en los últimos años.
—Señor, pero que cara —se burló Francesco— no nos vayas a matar.
—Soy pacifista, ¿Recuerdas? —me quejé.
—Si, pero hasta el más tranquilo tiene sus momentos de explosividad —dijo, y tenía toda la razón.
Nos reunimos en un bar, sentados todos alrededor de una mesa para charlar y pasar el rato. Alcohol y música iban a la par, ensordeciendo todos los sentidos a quien se dejara llevar por el momento.
—¿Cerveza? —sugirió, ofreciéndome una botella espumosa y fría— ah cierto, tampoco tomas.
—Siempre hay una excepción, ¿No? —contesté, empinándome el primer trago.
—Uff, como qué está fea la cosa —se mofó.
Las charlas empezaban con el furor de todas nuestras reuniones, pero mi mente seguía enfrascada en recordar toda aquella palabrería. El sabor amargo de la cerveza me refrescaba por dentro, pero no me hacía sentir mejor.
—¿Ya vieron la pelirroja de la otra mesa? —indagó uno de mis compañeros— está más que deliciosa la condenada.
—Y muy bien acompañada —añadió otro.
—Por favor señores —replicó entre risas Francesco— somos hombres casados, viejos y con hijos. Compórtense.
Todos lo miraron con extrañeza, para luego romper en risas menos yo, no le veía el chiste por ningún lado. Muchos de ellos, con solo dos horas de estar allí y un par de tragos encima, se iban con algunas de sus «amiguitas» hasta quien sabe qué hora. Jamás fui partidario de eso, e incluso nunca tomaba pese a las insistencias de ellos.
—Viejo estarás tú —replicaron— ¿O solo lo dices porque tu amiguito ya no trabaja como antes?
—Cuidadito, que él sigue defendiéndose como si estuviésemos en la universidad todavía —aseguró— solo no den malos ejemplos, ¿Sí? Entre nosotros aún hay quienes son niños buenos de casa.
Las miradas volvieron a fijarse en mí, notando más de la cuenta.
—Algo no anda bien en el paraíso, ¿No? —comentaron— cuéntanos tus pesares, amigo mío.
—¡Paso! —dije.
—Está bien, no tenemos por qué saber, pero... —hizo una pausa, detallando ciertas partes de la anatomía de la chica que pasaba en esos momentos a nuestro lado— podrías desahogar tus pesares con buena compañía.
—No creo...
—Créeme, cuando los problemas empiezan en el nidito de amor seguirán por el resto de la eternidad —aseguraron— además, no se va a enterar. Piénsalo.
Sus palabras me atenazaron el cerebro, más por la repulsión que eso causaba en mí. La infidelidad, el libertinaje, todo eso iba en contra de lo que sabía y creía. Puede que no estemos en un buen momento, pero eso no implicaba que podía irme con cualquiera solo por la rabia. Amo a mi esposa, sigo amándola como cuando la cortejaba y entregaba notas para enamorarla. ¿Por qué le sería infiel?
«¿Por esa mierda estas despreciando de esa manera a tu hijo, tu sangre? Lo que digan los demás debería darte igual, eso no debería importarte» había dicho Melanie y la duda se internó en mi cabeza como un parasito. ¿Y si tiene razón? ¿De verdad me importa tanto lo que piensen ellos? Son buenos compañeros, leales y comprensivos. Pero también tienen ideas que van en contra de mis creencias, ¿Por qué no me molesto igual con ellos?
—No, no puedo con esto —dije, dejando a un lado la botella mientras me levantaba para salir— nos vemos después.
—Rober... —llamaban a toda voz— viejo...
Sin importar cuando gritaran, yo solo me apresuraba cada vez más por salir de allí. El ruido se había convertido en un completo fastidio, sentía el ambiente asfixiante y me palpitaba la cabeza. Llegue a casa apresuradamente, las luces apagadas y todo en completo silencio. La luz bajo la puerta de Martín brillaba por sobre la oscuridad reinante, y a dos puertas de esta la habitación de visitantes estaba igual. Siempre ha estado desocupada, salvo días especiales en que algún familiar se quedaba a dormir.
Excepto ahora.
Me acerqué a ella escuchando suaves sollozos, y al notarla entreabierta decidí asomarme cuidadosamente. Dentro, estaba Melanie recostaba sobre la cama abrazando una almohada mientras lloraba desconsoladamente. Sus sollozos se ahogaban en la tela, absorbiendo la humedad de sus lágrimas.
No me atreví a entrar, no quería asustarla y volver a ver ese miedo en sus ojos. Regresé con pasos silenciosos a mi habitación, que fue antes nuestra, de los dos. Me sentía frustrado, confundido y desesperado.
En la salud y la enfermedad, en la tristeza y felicidad, en la riqueza y pobreza, en las buenas y las malas, hasta que la muerte los separe.
—¡Por Dios! —exclamé en susurros— ¿Qué hice?
******
Y aquí estamos señores y señoras, último capítulo...
De este año... wajajajajajaja ¿Los asusté? Ya sé que no, pero se hizo el intento.
¿Creen que por fin aceptara la sexualidad de Martín? Las cosas se han salido un poco de control, pero, ¿Estará a tiempo de arreglar las cosas?
Los leo, y mientras tanto...
¡FELIZ AÑO Y PROSPERO 2021!
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