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5. ¿Contento?

Ernesto

Cada día que pasaba el dolor se intensificaba, me era aún más difícil el poder soportarlo. No podía vivir dejando las cosas así, viéndolo cada vez más sumido en la depresión. Obviamente deseaba retomar nuestra relación porque lo amo, más que a nada en el mundo, pero lo primero es y seguirá siendo su bienestar.

Si para eso debo olvidarme de un «nosotros», estaría dispuesto a hacerlo con tal de verlo bien, saludable, como antes de todo este infierno. Y fue por ello que decidí no rendirme.

A pesar de todos sus intentos por alejarme, seguía buscándolo incansablemente. Pensaba una y otra vez en una manera de cambiar las cosas, de hacerle ver que está desperdiciando sus energías en la opción equivocada. El quedarse callado e indiferente a esto, solo le da la razón a su padre, y eso es lo que menos debemos hacer.

Lo llamaba todos los días, le mandaba mensajes, trataba de buscarlo en la universidad e incluso hablaba con su madre en un intento desesperado por llamar su atención, pero nada de eso funcionaba. Así que, después de casi un mes en esa situación, decidí ir a su casa. Se que podía ser arriesgado, y posiblemente solo logre que se moleste conmigo, pero no veía otra forma. Aproveche un miércoles en el cual, por cuestiones de fanatismo deportivo, se había declarado tarde cívica en colegios y universidades. En esas circunstancias, él estaría en casa y su padre trabajando.

Antes de ir a su casa, llegué al supermercado más cercano y compré algunas cosas, sus dulces favoritos: algunas galletas de chocolate, helado de vainilla y mantequilla de maní. No era algo del todo saludable, pero por lo menos era algo que posiblemente no rechazaría al comer. Compre para mí también, pero los nervios me revolvían el estómago. Nervios de querer verlo, después de todo este tiempo era lo que más quería, besarlo sería un milagro por el cual rezaría fervientemente.

—Buenas tardes, señora Melanie —saludé cortésmente— ¿Está Martín?

—Hola, cariño —me contestó con una sonrisa triste— por supuesto, sigue.

Entre con pasos temerosos esperando no haberme equivocado, pero la mirada tranquila de su madre me indicaba que todo estaba en orden, o eso aparentaba ser.

—Está arriba, en su habitación —añadió.

—Gracias —dije— y esto es para usted.

Le entregué un ponqué de vainilla, era mejor obsequiarlo que dejarlo perder.

—Gracias, eres muy lindo —sonrió— ¿Me haces un favor?

—El que quiera.

—Devuélveme a mi hijo, por favor —suplicó con voz quebrada— detesto verlo así, solo quiero que sea él mismo otra vez, así tenga que sacar a ese monstruo de nuestras vidas. Pero quiero a mi niño de regreso.

—No se preocupe, señora Melanie —la tomé de las manos— haré todo lo posible por recuperarlo y no me rendiré hasta lograrlo.

—Gracias —sollozó, y se alejó limpiando las lágrimas furtivas.

Subí las escaleras despacio, sin hacer ninguna clase de ruido que alertara mi presencia. ¿Por qué? No tengo ni idea, tal vez quería darle una sorpresa, o evitar darle chance de esconderse de mí. No lo sé, solo sé que mi corazón latía tan rápido y fuerte que parecía querer salirse de mi pecho.

Llegué a su puerta, respiré profundo tomando valor y toqué dos veces.

—¿Qué pasa, mamá? —dijo con voz rasposa y cansada— estoy algo ocupado.

No dije nada, el cambio de tono de su voz me era doloroso, y empezaba a temer que ese no fuese lo único que cambió.

—¡¿Mamá?! —volvió a interrogar, esta vez acercándose a la puerta.

Podía oír sus pasos detrás del otro lado, dudosos y suaves. Volví a tocar, esta vez un poco más fuerte.

—¿Pasó algo, ma... —indagó mientras abría, deteniéndose abruptamente al verme allí— ¿Ernesto?

Ambos quedamos paralizados, él por la sorpresa de verme allí en su casa, y yo por verlo en ese estado. Estaba bastante desmejorado, más delgado que la última vez, sus ojeras eran bastante marcadas y sus ojos se veían hundidos, oscuros. Todo su semblante era opaco, sin brillo. No estaba quedando ni el rastro de lo que era él.

—Hola —saludé con un nudo en mi garganta.

—¡Nesto! —exclamó asustado— ¿Qué haces aquí?

Se asomó mirando en todas las direcciones por encima de mi hombro, su expresión asustada solo aumentaba mi preocupación. Me jaló del brazo y cerró la puerta tras de mí casi con un portazo, se dio la vuelta y me miró fijamente por un largo rato, como queriendo averiguar si era real o solo una visión.

—Te traje esto —le ofrecí aquella bolsa azul con sus dulces dentro.

—¿Qué haces aquí? —indagó temblorosamente y con el ceño fruncido.

—También me alegra verte —dije casi en un susurro.

—No es eso... —se acercó a mí apresuradamente— sabes que ese no es el problema... Yo siempre quiero verte, pero no significa que puedas venir como si nada.

—Te traje esto —volvía a decir, esta vez con una sonrisa en mi rostro.

—Gracias —suspiró, tomando la bolsa de mis manos— ¡AHORA VETE!

Las dejó a un lado, sobre el tocador junto a su cama. En ese momento me estaba dando la espalda, lo notaba nervioso y algo inquieto.

—¿De verdad quieres que me vaya? —indagué en tono neutro.

—Hay muchas cosas que quiero y ninguna se puede —dijo apresuradamente— ahora vete.

Se dirigió con rapidez hacia la puerta, volviendo a mirar en todas las direcciones antes de hacerse a un lado y señalar el exterior.

—Debes irte —insistió— ahora y es mejor que no regreses.

Me acerqué lentamente a él, plantándome justo enfrente sin quitar mis ojos de los suyos.

—Con una condición —susurré muy cerca de su rostro— mírame a los ojos y dime que no quieres volver a verme.

Se mantenía en completo silencio, tratando de mantener el peso de mi mirada. Sin embargo, lo conocía lo suficiente para saber que estaba dudando, una batalla intensa se vislumbraba en el opaco azul de sus ojos.

—¿Por qué me haces esto? —titubeó.

Cerró la puerta y se alejó de ella dándome la espalda, dirigiéndose nuevamente al tocador.

—¿Qué haces aquí? —volvió a preguntar sin mirarme.

—Solo quería pasar a verte —dije— ¿Cómo estás?

—Bien, todo normal —contestó apresuradamente.

Removía cosas sin control, cambiando una y otra vez de lugar los mismos objetos. Nos quedamos un rato en silencio, viendo cómo se descontrolaba poco a poco. Y sin decir nada más, dio media vuelta lanzándose a mis brazos. Le correspondí atrayéndolo aún más hacia mí, tomándolo por la cintura suavemente tal y como sé que le encanta.

Me moría por tocarlo, pero me dolía el poder sentir los huesos de su cadera tan fácilmente. Volví a sentir su olor, su fragancia dulce y fresca era lo único que se mantenía intacto. Acaricie con mi nariz la piel de su cuello, terminando en pequeños besos en busca de su boca, sintiéndolo estremecerse ante ese contacto.

—No deberías estar aquí —susurró entrecortadamente— no es seguro y lo sabes.

—No me pude resistir, te extraño demasiado —le besé y dejé un pequeño mordisco en su cuello— quería volver a besarte, sentirte...

—Yo también... —susurró dejándose llevar.

Llegué a su boca siendo recibido por ansias desesperadas, las mismas que yo mismo había estado reprimiendo para no colapsar. Era como si estuviese recibiendo por fin mi dosis de droga, luego de una eternidad en abstinencia. Sus labios se sentían un poco agrietados, pero mantenía su suavidad y su dulce esencia. Entre caricias y besos, fui feliz por ese instante.

Con nuestras respiraciones agitadas, seguía acariciándolo, sintiendo cada parte de su cuerpo con mis manos, aunque sea por encima de la ropa. Martín solo se dejaba, ocultando su rostro en mi cuello, suspirando y acariciando mi sensible piel con el cálido aliento de su boca. Tomó mi rostro entre sus manos, fue depositando a lo largo de mis mejillas pequeños y húmedos besos.

«¡Dios! Cómo extrañaba esto» pensé.

Llegó nuevamente a mi boca atrapando mis labios entre los suyos con tal delicadeza que sentí derretirme, enredó sus dedos entre mi cabello aumentando las mil sensaciones que me embriagaban. Su tacto, su sabor, su olor, todo de él me tenía delirando. Sentí humedecer sus mejillas, sus ojos no paraban de derramar lágrimas. Lo apreté contra mí para que se sintiera protegido, transmitirle con esa acción lo que con palabras no quería entender.

Conmigo de su lado nada le pasará, no iba a permitir que nadie tocará uno solo de sus cabellos, no otra vez, así termine con las costillas rotas. Estaba dispuesto a hacer eso por él, y mucho más si era necesario.

—No quiero discutir contigo sobre esto de nuevo —susurró sobre mis labios— solo quiero que me entiendas, ¿Sí?

—Y lo hago, pero esta no es la forma de afrontar la situación —expliqué con calma, rogando que de verdad me escuche esta vez— solo le estas dando la razón, y yo quiero que entiendas eso. Déjame ayudarte, por favor.

—No quiero que vuelvas a salir lastimado —sollozó.

—Me lastima más verte así —murmuré con la voz temblorosa— solo quiero que vuelvas a ser tú mismo, quiero recuperarte.

—Solo dame un tiempo, trataré de hacer algo —suplicó.

—¿Cómo qué? —exigí curioso.

—Aún no lo sé, pero sí sé que debo alejarme de aquí... —comentó, y supe por el brillo en sus ojos que eso no iba a ser posible— de él especialmente.

Acaricie suavemente sus mejillas, extrañando la suavidad que su piel tenía, el brillo que denotaba vitalidad ya opacado por el encierro y dolor emocional.

—Sé que no harás eso, nunca dejarías a tu madre sola con él —le dije con una sonrisa triste— no eres ese tipo de persona, y es una de las cosas que me encantan de ti.

Lo besé nuevamente con pasión y tristeza mesclados, sabiendo que probablemente ese sería el último en un buen tiempo.

Un chirrido de neumáticos por fuera de su casa lo sobresaltó, separándose de mí bruscamente para acercarse a la ventana. Con miedo, abrió solo una esquina de la cortina, asegurándose de ser falsas sus sospechas. Con alivio, soltó un tembloroso suspiro.

—Esto es precisamente lo que no quiero que vivas —admitió con desgana— esta paranoia que me carcome desde que todo empezó, el miedo con el que vivo diariamente cada vez que llega.

—Odio eso —admití esta vez yo— odio lo que él ha provocado en ti, lo odio a él. Tu padre es el problema en todo esto, si solo pudiera...

Una pequeña idea fue surgiendo en mi cabeza, descabellada y muy riesgosa, pero que podría funcionar si aún queda algo de humanidad dentro de eso tipo que se hace llamar «padre».

—Pero no se puede —interrumpió Martín mis pensamientos— lo conozco lo suficiente para saber que hablaba en serio, algo muy definitivo.

Solo asentí, no me atrevía a decir sobre lo que estaba empezando a maquinar porque sé que no lo aceptaría. El miedo lo tenía tan cegado, que el sentido común también lo había abandonado.

—De acuerdo —dije.

—Ok —dijo, acercándose nuevamente a mí, pasando sus brazos alrededor de mi cuello y rosando sus labios contra los míos— no te molestes conmigo, solo quiero protegerte hasta que halle una solución.

—Lo sé, jamás podría enojarme contigo —comenté, dejándome llevar por ese pequeño brillo de ilusión que estaba surgiendo en sus ojos, esa parte que aún vive muy dentro de él.

—Debes irte —sugirió— y por favor, aunque me muera por verte, no vuelvas hasta que esto se solucione, ¿Sí?

No pensaba responder a eso, no quería aceptar ningún termino ni condiciones que me impida volver a verlo. Me arriesgaría todas las veces que sean posible, pero no dejaría de verlo.

—¡Ernesto! —exclamó suplicante— prométemelo, por favor.

—Está bien —suspiré, cruzando mis dedos detrás de mí— lo prometo.

Una suave sonrisa se escapó de sus labios, y un sutil tono rosa iluminó sus mejillas. Eso era lo que quería lograr, que el color regresara a su vida.

—Pero antes —dijo con tono seductor— bésame.

—Todo lo que quieras, mi amor —susurré, acercándome a su boca hasta capturarla en un largo y delicioso beso.

Salí de su casa con cierta sensación de esperanza, tal vez el volver a verlo sonreír y sonrojarse me devolvió algo de tranquilidad. Aquella idea se había internado en mi cerebro, tanto así que no esperé llegar a casa para maquinar mi plan. Tampoco iba a ser algo complicado, mientras más sencillo sea mejor pueden salir los resultados. Menos hace más, dicen por ahí.

Esperé un par de días para ponerlo en práctica, seguía llamando a la señora Melanie para mantenerme informado del estado de Martín. Había retomado su encierro, refugiándose en sus estudios para evitar a su padre y este, al igual que desde el inicio de esta pesadilla, seguía siendo indiferente a él. No tenía de otra, debía actuar porque, a decir verdad, sabía que Martín no iba a hacer nada por ahora.

En cierto modo tenía algo de razón en lo que dijo, una opción es alejarse de allí, tal vez estando lejos su padre reconsidere las cosas. Pero yo no lo creía posible, personas como él no cambian su forma de pensar así de fácil. Sería un descanso para Martín, pero solo momentáneo. Lo veía más como huir, que afrontar la situación.

Esperé un jueves por la tarde, día en que según lo que me informa la señora Melanie, el señor Roberto regresaría temprano a casa, mientras que Martín estaría hasta más tarde en la universidad. Así que decidí planear cuidadosamente lo que diría, debía sonar espontáneo y convincente, pero sin tanta palabrería rebuscada. Escribí una y otra vez mi discurso, palabra por palabra, cambiando cada mínima cosa que veía incorrecta. Llegué a desesperarme, pero recibí un soplo de aliento justo un día antes.

—Mientras más lo planees menos convencido vas a quedar —me dijo Rossi, mi hermana.

—¿De qué hablas? —inquirí tratando de ocultar lo que hacía— ni siquiera sabes que hago.

—Nesto, aunque no quieras decirnos nada nosotros sabemos que algo está pasando desde hace un buen tiempo —comentó, sobresaltándome.

Hasta ese momento me había mantenido en completo silencio, ninguno de ellos sabía nada de lo que había sucedido y tampoco pensaba contarlo.

—No sé de qué hablas...

—Deja de ser tan terco y déjate ayudar, ¿Sí? —exigió— hace rato no mencionas a Martín, desde hace un tiempo te veo desanimado, y mis papás también lo han notado. ¿Qué sucede? Sabes que podemos ayudar.

—Pero él no quiere aceptar la ayuda —dije con dolor.

Pausadamente fui contándole aquel problema que em tenía tan desanimado, el inicio de toda esta pesadilla. Tanto era el impacto que algo así causaba, que incluso Rossi sin conocerlo muy bien derramo un par de lágrimas de la impresión.

—No quiere que lo ayudemos, incluso termino conmigo para mantenerme lejos —expliqué— el miedo lo tiene paralizado, y dudo que en realidad haga algo al respecto.

—Pero piensas hacer algo, ¿No? —indagó curiosa— ¿Puedo ayudarte?

Poco a poco fui formulando mi plan, haciendo algunos cambios mientras explicaba lo que tenía pensado hacer. Decirlo en voz alta sirvió, escucharlo me ayudó a ver lo patético que se veía todo esto, por lo cual casi desisto de ello.

—Solo déjate fluir, sé tú mismo y tendrás más convicción que si lo formulas en un papel —dijo Rossi leyendo aquellos papeles arrugados— puede ser bueno, pero suena también demasiado agresivo, debes parecer calmado si quieres que nada de esos e salga de control.

—¿Crees que funcione? —la duda estaba matándome.

—Si no lo piensas tanto, si —comento más convencida que yo— puede y espero que de verdad funcione.

—Espero lo mismo.

Traté de hacerlo, pero por mi mente no dejaban de pasar lluvias de frases, ideas, todo tipo de comentarios por decir. E incluso llegue a imaginarme algunas respuestas a esta, en caso tal que me responda con palabras y no con golpes, como lo estoy temiendo.

El día esperado llegó, y mi ansiedad refulgió como un incendio de mil hectáreas. Respiré profundo y me preparé mentalmente para lo que venía, sin avisos ni advertencias. Aun así, no pude negarme a escribirle a Martin, ya lo echaba de menos.

(E) Hola, mi amor. Ya te extraño un montón, solo quiero desearte un buen día. Te amo.

Llegué a su casa justo en el momento en que la señora Melanie salía con la excusa de ir al supermercado de compras. A regañadientes aceptó salir, su idea no era dejarme solo con su esposo por miedo a la reacción de este. Hasta yo lo temía, pero podría ser peor si llegase a sospechar que ella es quien me ha estado ayudando. Así que, paso uno, alejarla del lugar mientras yo esté cerca. Paso dos, ponerme los pantalones bien ajustados y llamar a su puerta. Paso tres, hacer lo que Rossi me recomendó, dejarlo fluir.

Dos toques fuertes, pasos pesados y seguros, el crujir de la puerta y su rostro amargado arrugándose en una mueca de sorpresa.

—¿Qué carajos...? —se quejó.

—Buenas tardes, señor —le interrumpí.

—No te dejaré ver a mi hijo —añadió con reproche— así que largo, no quiero maricas en mí casa.

—No vine a ver a Martín, vine por usted —aseguré, dejándolo aún más pasmado por la sorpresa— y no me iré de aquí hasta que me escuche.

Debía aprovechar el momento, el tomarlo desprevenido me daba algo de ventaja, así que era ahora o nunca. Y preferí el ahora.

—No tengo porque...

—Solo es una pregunta sencilla, señor Roberto —Volví a interrumpir, entrando a la casa como si me hubiese invitado a pasar.

¿De dónde había sacado tanta valentía? No tengo ni idea, pero tampoco juzgaría mi suerte.

—¿Quién te dijo que podías...

—¿Ya está contento? —pregunté de una vez.

—¿Qué? —desconcierto y confusión denotaba su voz.

Respiré profundo, aspirando la fortaleza que necesitaba para esto.

—Qué si ya está feliz —continúe mirándolo fijamente a los ojos con dureza— ¿Se siente contento, orgulloso de lo que le ha hecho a su propio y único hijo?

—Esto es tu culpa, bastardo —se defendió justo como lo había pensado— si no hubieses aparecido...

—Habría llegado alguien más, hombre de igual forma —añadí— nada iba a evitar que algo como esto sucediera, que el descubriera su sexualidad. Sea yo, sea otro, iba a suceder.

—No es así —gritó enfurecido— mi hijo era un hombre antes que...

—Y lo sigue siendo, señor —volví a interrumpir con firmeza— la sexualidad no define su hombría, sus acciones sí. El cómo se comporte con los demás, cómo trate a una mujer, a sus iguales, sus valores y principios, su carácter, eso si lo hace un verdadero hombre.

—Bazofia, no dices más que porquerías —vociferó— largo de mi casa.

—Primero responda lo que le pregunté —insistí— ¿Está contestó de ver a su hijo destruido emocionalmente? ¿O es que su indiferencia ha hecho que ni siquiera vea los efectos que sus acciones tuvieron sobre él? Si no se ha dado cuenta le abro los ojos,

—Mentira... —susurró.

—Su rechazo solo ha causado un daño grande en su corazón, y no solo a él —continué— también a su esposa, alguien que no tiene la culpa de nada. ¿No se supone que los amaba por encima de todo? Discúlpeme si me equivoco en esa parte, pero es lo que uno supone siente un padre hacia su hijo, o su esposa, algo debe significar ese anillo que aún lleva en su dedo anular.

—Cállate... —murmuró cada vez más bajo, mirando como si fuese la primera vez aquel anillo dorado.

—Usted es el único culpable de la destrucción de esta familia, su propia familia —seguí hablando sin parar con firmeza, viendo el efecto de cada palabra en su rostro— espero recuerde todo esto, todo lo que le dijo ese día, todo lo que ha pasado en este tiempo para que cuando Martín entre por esa puerta al llegar de la universidad, vea en su semblante el efecto que tuvo cada golpe que le dio, y no me refiero a los físicos, esos se curan con una simple pomada.

Silencio, no decía nada, mantenía la vista clavada en el vacío frente a él. Estaba claramente consternado, y era lo que quería lograr, aunque también esperaba que aquello tuviera los efectos necesarios.

—Solo le diré una cosa más, Martín termino conmigo, así que no vine porque él me lo haya pedido, es más, desconoce totalmente todo esto —me acerqué a la puerta y seguí hablando sin titubear— ¿Sabe por qué? Por miedo, eso es lo único que el siente ahora por usted, un miedo enfermizo que lo mantiene fuera de sí. Y aunque no tengamos una relación, quiero que toda esta situación se acabe de una buena vez, porque yo si lo quiero ver feliz, aunque no esté conmigo. Quiero que sea el nuevamente, y no descansaré hasta que suceda, eso es lo único que me importa ahora mismo.

Di dos pasos hacia fuera, volteando una vez más para ver los efectos de tal discurso. El hombre estaba mudo, petrificado, por lo que casi sentí pena por él, pero recordé el motivo de todo esto y la ira volvió a mí. Así que, como un rayo de sol llegó a mí la estocada final.

—Tenga cuidado, señor Roberto —dije— los psicólogos aseguran que detrás de un homofóbico, se esconde un homosexual reprimido.

Y con esta frase di la vuelta y me marché, dejando atrás un nudo de confusión y consternación hecha hombre.

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Nota: no sé, pero... este capítulo me hace sentir orgullosa de Ernesto. ¡Épico!

¿Ustedes que opinan?

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