3. ¿Tal como soy?
Ernesto
(M) Hola, amor. Te prometí que te mantendría informado y así haré. Hoy en la tarde, que papá regrese del trabajo le contaré la verdad. Si todo sale bien, dentro de poco podrás conocerlos, mamá quiere verte. Te amo.
Fue lo primero y último que supe de Martín en todo el día, estaba sumamente preocupado por él y el miedo no me dejaba pensar con racionalidad. Al leer aquel mensaje un frio recorrió mi espalda, no era supersticioso, pero tampoco del todo escéptico y sabía que eso era un mal presentimiento. Me aterraba lo que pudiese hacer su padre al enterarse, no sabíamos cómo podría reaccionar, y esa incertidumbre me tenía al borde de la locura.
Por eso no lo pude soportar más y fui a su casa. Sabía que aún no era el momento de hacerlo, que debía esperar, pero quería saber por lo menos si las cosas estaban en orden. Y fue cuando lo escuché. El bullicio, los gritos dentro de aquellas cuatro paredes. No lo dude ni cinco segundos, me adentré sin llamar a la puerta, sin preguntar si podía pasar. En ese momento nada me importaba, solo tenía en mente a Martín, su seguridad más que la mía.
—¿Eso es lo único que te interesa? —reclamaba la voz alterada de una mujer— ¿Por esa mierda estas despreciando de esa manera a tu hijo, tu sangre? Lo que digan los demás debería darte igual, eso no debería importarte.
—Claro que importa, más de lo que...
Entré a la sala encontrando un panorama aún peor de la que imaginé. Martín yacía de rodillas en el suelo, la mano fuertemente adherida a su abdomen, tosiendo descontroladamente y sangrando. Pasé por alto la presencia de sus padres, literalmente mi vista estaba tan nublada por el miedo y la preocupación que no los vi, y no quería hacerlo.
—¡Martín! —exclamé yendo a socorrerlo.
Sentí como se desgarraba mi corazón al ver su rostro de cerca, un moratón oscuro en su pómulo, el labio roto y sus ojos rojos llenos de lágrimas.
—No te preocupes, amor —susurraba tratando de hacer algo, lo que sea— ya estoy aquí.
—Ve... te... —murmuraba entrecortadamente— por... favor.
—¡Shh! —le interrumpí— no hables, trata de respirar.
—No... vete —sollozaba— solo...
—No te dejaré solo —afirmé con seguridad— nunca lo haré, siempre estaré con...
Con extremada fuerza, un repentino jalón me separó bruscamente de Martín. Sujetándome del cuello de la camisa, su padre me estrelló contra la pared contraria. En sus ojos inyectados en sangre podía ver la ira descontrolada, pero internamente sabía que se estaba debatiendo entre sus propias creencias y su familia. Solo esperaba que esta segunda saliera victoriosa. ¿Por qué podía estar tan seguro? Ya lo había visto antes, esa misma mirada de indecisión y rabia.
—¿Quién demonios eres? —gritó en mi cara.
—Déjalo... —murmuró Martín tratando de levantarse— él no tiene nada que ver en esto.
—Tú te callas, bastardo —vociferó señalándolo sin aflojar el agarre en mi cuello— te pregunté a ti, habla.
Mi garganta estaba aprisionada bajo sus muñecas, estaba perdiendo la respiración poco a poco. Pero no podía permitirlo, debía mostrar la fuerza que Martín no tenía en esos momentos. En un movimiento brusco llevado por la rabia, me desprendí de su agarre tomando bocanadas de aire.
—Me llamo Ernesto —dije con calma y firmeza, sin quitar mis ojos de los suyos para no dejarme intimidar— el novio de Martín.
—¿Me estas jodiendo? —murmuró sorprendido.
—No estoy...
No lo vi venir, fue tan rápido que no pude prever sus intenciones hasta que sentí el golpe, fuerte y contundente en mi estómago. Todo el aire que había logrado inhalar, salió expulsado bruscamente hasta casi hacerme vomitar. Una ráfaga de tos me invadió, tratando de recuperar el aire perdido. No caí al suelo solo porque volvió a sujetarme del cuello, haciéndome más complicado el respirar.
—Todo esto es tú culpa —vociferó aún más furioso— mira lo que me has hecho hacer.
—No busque culpables en algo que no lo tiene —dije a duras penas— eso lo ha hecho porque quiere, por intolerante, por...
—¡Cállate! —me interrumpió con otro golpe en mi mejilla— no te he permitido hablar...
—Ya basta, por favor —suplicó aquella mujer— ¿Qué quieres lograr con esto?
—Arreglar la porquería en la que este maldito bastardo convirtió a nuestro hijo —gritaba— tú lo pervertiste, lo contaminaste con tus problemas mentales...
—¡Mentira! —murmuró entre sollozos ahogados— nada de eso tiene sentido, él no hizo nada, nadie tiene la culpa de nada.
—No te he dicho que hables, cierra la maldita boca —amenazó— no eres más que una basura humana, te dejaste llevar por este bastardo asqueroso, no mereces hacerte llamar un hombre, no mereces llamarte mi hijo.
—¡Roberto! —exclamó la mujer horrorizada.
—Se equivoca —dije con calma y firmeza— Martín no es nada de lo que acaba de decir.
—Tú que vas a saber, escoria.
—Al parecer lo conozco mejor que usted —me burlé— es un gran chico con buenos principios, aunque no puedo decir que lo aprendió de sus padres. Tal vez de su madre, pero no de usted.
—No te atrevas a...
—Todo lo que dijo lo describe más a usted mismo que a Martín —continué sin darle pie para hablar— ¿Sabe por qué? Precisamente por esto, por poner sus estúpidas creencias por encima de su propia familia. ¿No se supone que un padre quiere a sus hijos sin importar qué?
—¡Cállate! —murmuró tembloroso.
—¿No se supone que la sangre pesa más que cualquier cosa? —continué sin importarme nada, la rabia de ver a Martín en ese estado burbujeaba en mi interior, y no pretendía dejar las cosas así— ¿No debería un padre querer a sus hijos tal cual son? Amor incondicional le llaman, por si no lo conoce.
—¡Qué te calles! —gritó levantando nuevamente su puño para golpearme, pero esta vez no sucedió.
Detrás de él, la madre de Martín detuvo su brazo para que no me golpeara. Había estado al margen de toda la situación desde que llegué, temerosa y temblando por los nervios. Pero ahora, un brillo peculiar refulgía en sus ojos.
—Dije, ya basta, Roberto —vociferó— me cansé de esta barbarie, me cansé de ti.
—Suéltame, por tu culpa él esta así —murmuró zafándose del agarre de su esposa— eso no es mi hijo...
—Claro que lo es —interrumpí sin intenciones de quedarme callado— él sigue siendo su hijo y tiene muchas virtudes que está omitiendo solo por su preferencia sexual. Le gusta los hombres, sí, me quiere igual que yo a él. ¿Por qué ha de ser un problema? Debería estar orgulloso por lo que ha logrado; está en la universidad, obtiene las mejores calificaciones de su clase, es inteligente y valiente. ¿Por qué ahora es diferente? Aunque usted no lo quiera, yo amo a su hijo y nunca lo dejaré solo. Si usted lo hace, yo no lo haré.
Roberto negaba una y otra vez, empeñado en no dejar que pasaran por encima de sus creencias retrogradas. Estaba totalmente ido, irracional y furioso.
—Todos ustedes están mal —murmuró señalándonos con horror, para luego salir de la casa dando un portazo.
Me acerqué apresuradamente a Martín, ayudándolo a levantarse y sentándolo en el sofá. Estaba devastado, en su rostro podía ver el dolor insoportable de las heridas que su propio padre le causó, más las emocionales que las físicas. No era algo que se esperaba, no era la manera de dar por sentadas las cosas, no era lo mejor para nadie.
—Mi niño —sollozaba incontrolablemente su madre— lo siento tanto, no pude reaccionar a tiempo, jamás había visto a tu padre de esa manera.
—No es tu culpa, mamá —susurró Martín con algo de esfuerzo— nadie la tiene.
—Traeré el botiquín —añadió— ya vuelvo.
Se alejó rumbo al piso de arriba, dejándonos solos con el peso de todo lo que acababa de ocurrir. Mi labio seguía sangrante, inflamándose poco a poco, mi estómago dolía y probablemente un moratón este por salir, pero nada de eso me importaba. Para mí, en ese preciso momento, Martín era mucho más importante.
—¿Por qué viniste? —preguntó entrecortadamente en susurros— ¿Por qué tenías que venir?
—No quería dejarte solo —contesté limpiando las lágrimas de sus mejillas— recuerdo todo lo que me dijiste, pero no pude soportar el no saber cómo estabas.
—No debiste hacerlo —sollozaba más sonoramente— no quería que vieras esto, que me vieras... así. No quería que te lastimara.
Pasó suavemente sus dedos por mi labio herido, fijándome por su expresión que estaba sintiéndose culpable por todo eso.
—No lo hagas, Martín —exigí— nada de esto es tu culpa, vine porque quise, tu no me obligaste e incluso trataste de advertirme, si esto pasó fue porque me lo busqué.
Solo negó suavemente con la cabeza, el dolor que estaba sintiendo lo superaba con creces, dejándose llevar por el remolino de emociones que lo apesadumbraban. Se dejó caer en mis brazos rompiendo en llanto, sintiendo mi corazón romperse con cada uno de sus sollozos. No podía hacer nada para calmarlo, no había nada que ayudara a sanar sus heridas, aún no se había inventado el botiquín que cure las almas destrozadas.
Lo abracé fuertemente pegándolo a mi pecho, quería que por lo menos se sintiera amado en mis brazos, que recordara que nada podía hacer que mis sentimientos hacia él cambiaran. Lo dije con sinceridad, jamás lo dejaría solo, por nada del mundo y menos en estos momentos.
—Aquí estoy —anunció su madre con semblante más tranquilo— déjame verte, cariño.
Con dulzura, limpió las heridas de Martín y las mías también, colocando pomadas para golpes en nuestros moratones. Arregló como pudo el desorden del lugar, preparó un té relajante para calmar los nervios y le dio un par de pastillas a Martín, más que nadie él necesitaba descansar y olvidar por un rato todo lo ocurrido.
—Todo se va a arreglar, confía en mí —murmuré en su oído antes de que cayera dormido— te amo.
Lo lleve a su cuarto para dejarlo descansar, permaneciendo un rato más en aquella sala más por petición de la señora que por gusto.
—Disculpa mis modales —dijo entre risas nerviosas— soy Melanie, de verdad es un gusto conocerte, aunque no en las mejores condiciones.
—No se preocupe, el gusto es mío —dije.
—Quiero agradecerte por todo —me tomó de las manos con dulzura, su voz temblorosa amenazaba con llorar nuevamente— por defenderlo de ese animal cuando yo solo me quedé estática, de verdad gracias por estar con él y para él. Por favor, por lo que más quieras, no lo dejes solo, no ahora.
—Descuíde, señora Melanie —le tranquilicé— eso no está en mis planes. Lo que dije es cierto, jamás dejaría solo a Martín.
—¡Gracias! —susurró y me abrazó.
Regresé a casa con el alma en los pies, las cosas resultaron hechas un caos total y me preocupaba Martín. El siempre tan soñador, alegre y extrovertido, se verá opacado por el peso del rechazo de quien debía amarlo por sobre todas las cosas, de quien decía estar orgulloso de sus logros, su padre.
Los días siguientes lo llamaba cada cierto tiempo, quería cerciorarme que todo estuviese en orden. Lo escuchaba decaído, con la voz ronca por el llanto, y temía que hubiese vuelto a suceder un episodio como el de ese día. Pero no fue así, en cambio el señor Roberto mantenía una postura de total indiferencia hacia su hijo, levantando una enorme pared de hielo hacia su presencia. La señora Melanie hizo lo mismo hacía él, llegando incluso a cambiarse de habitación para no estar cerca de aquel déspota hombre.
Desde ese día solo lo vi un par de veces, sus moretones empezaban a bajar de intensidad y en su labio solo quedaba una pequeña marca casi invisible. Pero emocionalmente estaba cada vez peor, las ojeras bajo sus ojos crecían gradualmente, lo notaba más cansado y desanimado. Trataba de hacerlo reír mientras estuviese conmigo, le recordaba cuanto lo amaba y que jamás lo dejaría. Pero sabía y era consciente, que eso no sería suficiente.
******
Bueno gente, creo que es tiempo de.... ¡ENTRAR EN PÁNICO!
Espero les guste este nuevo capítulo, cualquier cosa dejen su comentario, los estaré leyendo.
Besos!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro