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2. Hora de la verdad


Martín

Una semana entera había pasado desde que conocí a la familia de Ernesto, siete días de suspenso y miedo. Esa noche dije que estaba seguro y lo sigo estando, pero cada vez que lo intento el terror se apodera de mí. Temo por lo que pueda pasar, lo que pueda decir, por su rechazo. Temo por la reacción de papá.

Mamá no me preocupa, tan solo ayer me atreví a confesárselo a modo de prueba de valentía y voluntad. Al inicio estaba sumamente sorprendida, pero se alegró de que haya tenido el valor suficiente para contárselo.

-Martín, mi niño -me dijo- te amo sin importar lo que pase, ¿Lo sabes? El que seas gay no te hace menos, sigues siendo mi hijo y mi mayor orgullo. Mientras sigas siendo el chico juicioso e inteligente, por mí no habrá ningún problema.

Sus palabras me llenaron tanto de alegría, que también le conté de Ernesto. Se alegró tanto de verme ilusionado con alguien que no dudo en querer conocerlo, pero si me advirtió que debía decirle a papá antes que sea tarde. Era uno de mis más grandes temores, pero ella tenía razón y estaba más que decidido.

(M) Hola, amor. Te prometí que te mantendría informado y así haré. Hoy en la tarde, que papá regrese del trabajo le contaré la verdad. Si todo sale bien, dentro de poco podrás conocerlos, mamá quiere verte. Te amo.

Solo tres horas, solo eso bastaba para que la verdad saliera a la luz. Con cada minuto que pasaba los nervios me invadían, pero no podía ni debía retrasarlo más. Centré mi atención en otra cosa, escuchar música o leer, cualquiera que me ayudara a relajarme y no desesperarme.

El rechinar de las llantas de un carro me despertaron, me había quedado dormido con el libro en la cara y el celular en el abdomen con los audífonos colgando. Papá había llegado y no tenía nada planeado. ¿Cómo se lo diría? ¿Debí ensayarlo?

«Mierda» pensé. Me levanté apresuradamente de la cama sin saber que hacer a continuación. Respiré profundo tratando de tranquilizarme, el estar así de alterado solo alertaría a papá de que algo estaba sucediendo.

«Tranquilo, todo estará bien, solo debes relajarte y hablar. Tampoco es el fin del mundo» pensé para darme ánimos. Respiré nuevamente y salí lo más tranquilo posible, fui directo a la cocina por un vaso de agua antes de saludarlo. Murmullos me llegaban desde la sala, mamá lo recibió como de costumbre, por lo que estaría sentado en el sofá de la sala descansado un rato antes de ir a ducharse. Su rutina diaria.

-Hola papá -saludé animadamente- ¿Qué tal el trabajo?

-Aburrido, casi no hay nada que hacer -comentó con un suspiro cansino- revisar los mismos papeles de siempre.

-Si, suena bastante aburrido -comenté con naturalidad, mientras mi corazón latía a mil por hora y las manos sudaba a mares.

-Y lo es -añadió- ¿Cuándo empiezan las clases?

-Ahmm... Dentro de una semana ya -titubee un poco- creo que ya están en semana de inducciones para los de primer semestre.

-Eso fue rápido -se levantó de su asiento estirándose sonoramente- ya sabes, no descuides tus estudios.

-Por supuesto, pero antes que te vayas -añadí apresuradamente- ¿Podemos hablar un momento?

Mis nervios salieron un poco a flote, atrayendo de más la atención de papá.

-No es de la universidad -continué al ver su expresión- ahí todo va de maravilla.

-¿Entonces? -tomó nuevamente asiento, relajándose un poco.

-Bueno... -respiré, viendo a mamá en el umbral de la sala animándome a hablar- hay algo que he querido decirte... desde hace algunos días.

-¿Y eso es...? -comentó- Deja de dar tantas vueltas ¿Quieres?

Trataba de no titubear y ser lo más directo posible, pero se me estaba haciendo demasiado complicado. El miedo era insoportable, en ese momento solo deseaba salir corriendo con alguna excusa, pero sabía que eso ya no era posible, no podía ni debía tenerlo más tiempo. ¡Que pase lo que tenga que pasar!

-Papá, yo... soy gay -dije con firmeza.

Asintió lentamente, arrugó el ceño y después de varios segundos de intriga, habló.

-¿Perdón? -se veía estupefacto, casi que horrorizado.

-Sé todo lo qué piensas al respecto, te he escuchado hablar sobre eso con otras personas, pero -hablaba apresuradamente, esperando que mis argumentos apaciguaran la ira creciente en sus ojos- sigo siendo la misma persona, eso no ha cambiado en nada. Yo...

-No... -interrumpió, señalándome y apretando los puños- no sigas...

-Pero papá...

-No te atrevas a llamarme así -gritó levantándose de un salto del sillón.

-¡Roberto! -exclamó mamá horrorizada.

Me paralicé, mi peor pesadilla se estaba cumpliendo frente a mis ojos. El desespero empezó a crecer en mi pecho, deseaba solo dejar de existir.

-No lo apoyes, Melanie -advirtió papá- ni se te ocurra hacerlo.

-Es tu hijo, por Dios -reclamó- ¿Prefieres seguir pensado estupideces antes que escuchar a tu hijo?

-No son estupideces, mujer -gritó, dando vueltas de un lado a otro.

-Si lo son -reafirmó- los tiempos cambian, Roberto, deberías entender eso en vez de juzgar con nimiedades como esa, sigue siendo tu hijo...

-¡Cállate! -vociferó furioso- ni siquiera deberías opinar.

Yo solo escuchaba, no tenía ni las energías ni las fuerzas para decir algo más. Mi vida estaba arruinada, papá no me volvería a ver como antes, ni siquiera sabía que me depararía a partir de ese día.

-¿Por qué? Tengo derecho de hacerlo, soy su madre...

-Eres mujer, tu deber es atender no opinar, así que cállate...

-No le grites -me interpuse.

No sé en qué momento sucedió, pero no podía dejar que las cosas se salieran más de control. Su rabia era conmigo, su desprecio era hacia mí, mamá no tenía por qué pagar los platos rotos.

-Tu rabia es conmigo -titubee- no te desquites con ella.

-No me hables así -se acercó apresuradamente a mí, tomándome por el cuello de la camisa- tu menos que nadie tiene derecho a opinar. Eres un enfermo, poco hombre, una vergüenza.

-Ser gay no me hace menos hombre -dije con calma, pero guiado por la rabia y el miedo- pero ser homofóbico y machista, si te hace menos persona, especialmente cuando se trata de tu propia esposa.

-Miserable.

Sin decir más, hizo lo que jamás en mi vida esperé que hiciera mi propio padre, ese que aparentaba ser amoroso con nosotros frente a todo el mundo, pero que ahora estaba demostrando su verdadera forma de ser. Me golpeó. Su puño se estrelló contra mi mejilla, rompiéndome el labio y tirándome al suelo.

-¡Déjalo! -gritó mamá asustada.

-No te muevas -amenazó, levantándome del cuello- y tu escúchame bien, las cosas están hechas de una manera específica, cualquier cosa que atente contra lo que es normal es basura, no vale. Estas mal de la cabeza si crees qué voy a tolerar ese aberrante gusto tuyo, o es una mujer tu interés o no es nada.

-No estoy loco papá, se quién soy y lo que valgo -dije atragantándome con mis propias lágrimas y el sabor de la sangre en mi boca- nada de lo que digas va a cambiar eso.

-¡No! -gritó mamá cuando su puño se estrelló en mi abdomen, sacándome todo el aire de los pulmones.

Caí de rodillas sosteniéndome el estómago, ahogándome y luchando por volver a respirar. Una ráfaga de tos me invadió, llegando a escupir sangre en el suelo.

-Aléjate de él -advirtió mamá, interponiéndose entre papá y yo- ¿Qué te sucede? Te desconozco completamente, Roberto.

-No me culpes a mí por las porquerías de tu hijo...

-Nuestro hijo, no lo hice yo sola -interrumpió llena de rabia- Debiste mostrarme esta parte de ti antes, ¿Sabes? Eres un troglodita, patán, insensible.

-No me hables así, Melanie -amenazó, tomándola fuertemente del brazo, quería levantarme y separarla de ella, pero mis fuerzas no daban- esto es tu culpa, siempre consintiéndolo como si fuese un bebé, por esos es así de amanerado, lo criaste como una niña.

-¡Déjala! -murmuré- ella... no... tiene... la culpa.

-Eres un cerdo machista -le escupió mamá con desprecio, soltándose de su agarre con firmeza.

-Tu hijo no es más que un degenerado, eso no es normal, entiéndelo, ¿Qué dirán los demás? Que criamos a un subnormal...

-¿Eso es lo único que te interesa? -le interrumpió mamá sorprendida- ¿Por esa mierda estas despreciando de esa manera a tu hijo, tu sangre? Lo que digan los demás debería darte igual, eso no debería importarte.

-Claro que importa, más de lo que...

Un portazo resonó en la sala, enmudeciendo a todos por igual. Permanecí en el suelo, no quería ver quien había llegado, con el escándalo que había podría ser cualquier vecino preocupado de que estuviese ocurriendo una desgracia. La verdad no me importaba quien fuera, solo quería que todo acabara de una buena vez. No me interesaba, hasta que lo escuché.

-¡Martín! -exclamó Ernesto corriendo a socorrerme.



*******

Y aquí empiezan los nuevos problemas, ¿Qué opinan de esto?

Recuerden, siempre hay alguien dispuesto a escucharte y ayudarte, no te cierres del todo a las personas por cuestiones como esta.

Todo tiene solución.

Besos.

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