11. Nada será como antes, pero se hará un intento
Martín
Había sido un día realmente extraño, pero de cierto modo lo sentí mucho mejor que otros tantos. Con solo pensar que a mi lado estaba Ernesto, no podía ser malo. Seguía teniendo un poco de temor por lo que fuese a pasar si mi papá lo ve conmigo, pero si él mismo fue quien lo trajo, ¿Qué podría hacer? No sabía ni quería pensar en ello. Necesitaba relajarme, desde que todo empezó solo he sentido una carga pesada sobre mis hombros. El peso de ser el culpable de toda esta situación, de haber provocado la ruptura de esta familia y todo por no quedarme callado.
Alejé aquellos pensamientos de mi cabeza, la ensoñación había sido tranquila y sin pesadillas, ¿Por qué arruinarlo con eso? Sin embargo, escuchar susurros fue sacándome de ese pesado sueño acumulado.
—... él quiere que cenemos juntos, y eso los incluye a los dos —decía mamá.
—Será complicado, pero creo que puedo convencerlo...
—¿Convencerme de qué? —interrumpí.
Se miraron fijamente por un segundo, y después fijaron su atención en mí. En sus rostros podía ver que algo estaba pasando, o por lo menos a punto de suceder.
—¿Qué pasó? —pregunté y el miedo empezó a resurgir en mí.
—Nada, todo está bien —comentó Ernesto con una sonrisa ladeada.
—Ya casi está la cena —añadió mamá— y tu papá quiere que comamos todos juntos.
—¿Qué? —exclamé alarmado— no, definitivamente no.
—Cariño, tranquilo —susurraba Ernesto, abrazando mi cintura— no hay de qué preocuparse.
No podía evitarlo, era mi papá de quien estaban hablando. Sí, fue él quien invitó a Ernesto a la casa, recuerdo perfectamente todo lo que me dijo esta mañana, pero seguía un poco —por no decir demasiado— escéptico en todo ello.
—Mi amor —dijo mamá con calma y una suave sonrisa— sé que es difícil de procesar todo lo que está pasando, para mí tampoco es fácil y si te soy sincera, debo aceptar que mi matrimonio con tu papá está en crisis...
—Y todo por no quedarme callado —mascullé.
—No, ya es hora de dejar de buscar culpables a esto —exigió mamá— no tienes la culpa de nada, tu solo hiciste lo correcto.
—Pero todo paso por...
—Todo pasó porque tu papá no lo quiso aceptar desde el inicio —interrumpió— que ames a un hombre no te hace menos, y no por eso tenía que actuar de esa manera.
Me miraba fijamente, de esa única manera en la que trataba de convencerme de algo, de cambiar mi opinión respecto a algo y sospechaba fuertemente por donde iba el asunto.
—Pero... —continuó— tienes que aceptar que de verdad quiere remediar las cosas con ambos. Trajo a Ernesto, con ese solo hecho está haciendo un enrome esfuerzo. ¿Verlo contigo, en el mismo cuarto durmiendo juntos? Habría sido suficiente para darle un ataque, en cambio, está en la cocina preparando la cena para todos.
Era de verdad increíble, y si había pensado en ello. Pero, Ernesto tenía razón cuando dijo que el miedo me tenía paralizado. ¿Cómo me quito ese peso de encima?
—No debería meterme, pero... —dijo esta vez Ernesto— creo que, si tu mamá es capaz de darle una oportunidad, tú también podrías. Ambos fueron afectados, y con ambos está haciendo lo posible por reivindicarse. Nada pierdes con intentarlo.
—Tú... —suspiré— ¿Lo perdonaste, mamá?
—Aún no, pero le daré una oportunidad —contestó con sinceridad— sabemos que actuó de la peor manera, pero también hay que saber perdonar y ver el arrepentimiento. Y si soy sincera, aún tengo algo de miedo por lo que pueda pasar más adelante, pero se reconocer la culpa en los ojos de tu padre. ¿Lo intentarás?
Las caricias de Ernesto en mis brazos, su mirada dulce y tranquila, no hacían más que ponerme más nervioso de lo que ya estaba. Mamá quería que aceptara, él también, pero, ¿Y yo? No lo sé, mi cabeza estaba a punto de estallar con tantas cosas y posibilidades. Sin embargo, sabía que mamá tenía razón. Ha de estar haciendo un enrome esfuerzo si fue capaz de ir hasta la casa de él, y traerlo.
—Está bien —suspiré resignado.
—De acuerdo —sonrió amplia y genuinamente por primera vez desde hace tiempo— arréglate y bajen a cenar.
Besó mi frente y salió con una enorme sonrisa en su rostro, ¿Qué habrá pasado para que esté tan entusiasmada hoy? No quiero ni imaginarlo.
—Tranquilo, mi amor —susurraba a mi oído, repartiendo suaves besos en mi cuello— todo estará bien, te lo prometo.
—No lo hagas —dije con desgana— no prometas cosas que no dependen de ti.
—Pero si de tu papá, y sé que no hará nada para arruinarlo —aseguró.
—¿Por qué tanta seguridad? —indagué— ¿Alguna otra conversación de la que no sepa?
—Claro que no —contestó entre risas— digamos que es una corazonada, mesclada con algo de fe. No creo que tu papá sea tan despreciable como para arreglar todo esto, y después salir con alguna cosa extraña. Tampoco es como si fuese una trampa.
Me reía con él, porque era exactamente lo que había pensado en un inicio. Y sonaba aún más absurda en voz alta, más viniendo de su boca. ¿Qué estaba pasando por mi cabeza?
Me vestí con ropa para salir, un jean y mi camisa manga larga, todo por si la «velada» se sale de lo previsto y toca salir de casa. Esperaba no llegar a ese extremo, pero hay que ser precavidos dado el historial. Ernesto estaba sentado en mi cama observando como terminaba de acomodarme, sonreía y no dejaba de morderse el labio.
—Te doy mil pesos por cada pensamiento —dije mirándolo fijamente— y espero no te estés burlando de mí.
—Aún no —contestó sonriente— pero si pienso que eres una cosita bien sabrosa.
—Mejor cállate y devuélveme mi dinero —exclamé sonrojado.
—No se aceptan devoluciones —replicó, acercándose a mí para fundirnos en un lento y caluroso beso.
Con sus labios sobre los míos, sentía que nada malo podía pasar y que todo el nerviosismo que tenía empezaba a disminuir. Hasta que, con su suave voz, mamá nos llamaba desde la planta baja para cenar. La hora había llegado.
Salimos muy lentamente, más por mí que por él. Los nervios volvieron de sopetón y solo iban en aumento, ya nada me servía para alejarlos; ni la mano de Ernesto alentándome a seguir, ni recordar las palabras de mamá, nada. Sin embargo, bajamos las escaleras para encontrarnos con mamá a la mesa, sonriendo para ella sola mientras miraba lejos.
Nos acercamos a ella, por lo que sonrió aún más al verme allí, sin salir corriendo del pánico y buscando una excusa mal inventada. Pensaba sentarme en mi puesto habitual, pero eso significaba darle a Ernesto el asiento más cercano a mi papá y aún no estaba dispuesto hacer eso.
—La cena está servida —anunció papá, entrando con una bandeja grande y los 4 platos servidos.
Mamá lo ayudó colocando en cada puesto uno de ellos, y regresó a la cocina por las bebidas. En esos dos minutos de cercanía, notaba como me miraba de soslayo analizando mi reacción, pero por mi parte una simple máscara de indiferencia marcaba todo. ¿Qué cara debía poner? Por Dios, es solo una cena con personas que conozco literalmente desde que nací. Y, sin embargo, ahí estaba mi mamá lanzándome una mirada de reproche.
—No presionen —susurré, mirándolos a ambos.
—Yo no he dicho nada —susurró de vuelta Ernesto.
—Solo tranquilízate, ¿Vale? —sugirió mamá.
Asentí, viendo como papá entraba nuevamente y colocaba los vasos en cada uno de nuestros puestos. Sentí temor al ver que se acercaba a Ernesto, pero me tranquilicé al ver que parecían solo viejos conocidos compartiendo una mesa. ¿De verdad esto estaba pasando?
—Bueno... —dijo papá, carraspeando para aclarar su voz— antes quisiera decir algo.
En su voz noté nervios, o tal vez ansiedad, no sé, pero eso me tenía confundido. ¿Desde cuándo mi papá se pone nervioso? Él no es de ese tipo de hombres, siempre seguro de sí mismo y de su palabra.
—Gracias a los tres por escucharme, sé qué es un poco difícil creerme a estas alturas del partido, pero —titubeó— de verdad estoy siendo lo más sincero que me es posible. Lamento todo lo que dije, todo lo que hice y lo que no hice también. Me dejé llevar por pensamientos estúpidos, creencias que al final no sirven de nada.
Mamá lagrimeaba, pero sonreía al mismo tiempo y lo miraba con un brillo de orgullo en su rostro. Ernesto, por su parte, lo observaba más analíticamente como esperando ver la falla en su discurso. Y yo, solo contemplaba todo como si no fuese conmigo el asunto. No podía evitar sentirme incomodo, más sintiendo el peso de la mirada de papá sobre mí esperando algo. ¿Qué quería? ¿Qué lo perdonara asi no más? No, eso no iba a pasar y yo solo quería salir corriendo de ahí.
—Ernesto, gracias por venir —continuó— espero puedas disculpar mi comportamiento, no pensé en las consecuencias y actué irracionalmente. Solo me queda pedirte una cosa, quiero que mi hijo sea feliz y sé que puedes lograr eso. ¿Lo harás?
—Eso téngalo por seguro, señor Roberto —contestó con calma y serenidad, incluso con una pequeña sonrisa.
—Y de verdad lo siento Martín, eres mi único hijo y debí aceptarte sin condiciones —añadió, y mi corazón brinco al escuchar mi nombre— sin importar que quieras a otro hombre, porque ahora sé que si te ama tanto como yo amo a tu madre, y eso es algo que no les voy a negar, a ninguno de los dos. Espero puedas perdonarme algún día.
Todos esperaban por mí, me miraban fijamente tratando de sacarme alguna palabra, ¿Qué más podía decir?
—Y yo espero poder salir de aquí rápido —dije y me levanté abruptamente.
La sorpresa se dibujó en el rostro de mamá y Ernesto, creo que ni yo esperaba hacer algo así, pero la incomodidad me estaba superando. Aún no le creía y eso estaba más que claro, asi que el presionarme solo estaba empeorando las cosas.
—¡Martín! —exclamó mamá tratando de tranquilizarme.
—Amor, cálmate —añadió Ernesto— no está pasando nada.
—Si que está pasando, no pueden pretender que cenemos todos juntos asi como así —vociferé— si no lo han notado, me siento incomodo con esto por el simple hecho de no creerle. Nadie cambia de un día para otro, ni mucho menos pensamientos tan radicales.
—Martín, si...
—Déjalo —intervino papá con voz quebrada— él tiene todo el derecho de reaccionar así y tiene razón, la gente no cambia de la noche a la mañana.
—Pero...
El solo negaba, acallando las réplicas de mamá sin decir nada. Su expresión me dejó aún más anonadado, estaba llorando a lágrimas corridas. ¿Cuántas veces en la vida había visto algo así? Nunca, él nunca había llorado, o no en frente de mí.
—Antes que te vayas, solo escucha una cosa —suplicó mientras se acercaba a paso cauteloso— toda la vida crecí escuchando los mismos discursos, nunca tuve la oportunidad de pensar o hacer un concepto de las cosas por mí mismo, todo me fue impuesto. Por muchos años creí que iba a ser igual de estricto que tu abuelo, mi padre, pero en cuanto te tuve entre mis brazos... juré que no lo sería contigo, porque sé lo difícil que sería para ti adaptarte a tantos cambios.
Sollozaba y hablaba pausadamente, tratando de no flanquear su voz ante el llanto. En cambio, quien estaba flanqueando era yo. Nunca lo había visto así, tan devastado y vulnerable, ni siquiera con la muerte de mi abuelo lo vi derramar una lágrima. ¿Y si mamá y Ernesto tenían razón? Podría arriesgarme y darle la oportunidad, ¿No?
—Solo mírame... —se rió con amargura— el desastre que provoqué por no ser capaz de dejar todo eso a un lado, por eso entiendo que no quieras creerme y tampoco te pido que me perdones. Como le dije a tu madre, solo quiero que me den la oportunidad de ganarme nuevamente su confianza. Se que nada será como antes, pero podemos hacer un mejor intento.
Lágrimas ardían tras mis ojos, era la primera vez que escucha a mi padre hablar de sí mismo o de su pasado, y nunca me imaginé que había sido tan duro dada la personalidad que alcancé a conocer de mi abuelo. Para mí era un hombre sonriente, lleno de energía y carisma, pero nuevamente me doy cuenta que uno no termina de conocer a las personas. El problema ahora está en, ¿Confió o no?
—No tienes que decidir ahora, todo con calma —añadió— solo quiero que sepan que si quiero cambiar y recuperarlos porque son lo más preciado que tengo en la vida.
Con los hombros caídos y una gran tristeza en sus ojos, papá empezaba a alejarse de mí para regresar a su asiento. En cambio, yo estaba completamente estático, pero sentía una presión en el pecho que me obligaba hacer algo. Si se estaba esforzando, eso debía admitirlo. Entonces, ¿Aún merece que lo desprecie después de escuchar todo aquello? Nadie lo merece, y yo tampoco quería ser ese tipo de persona.
—Papá... —susurré entrecortadamente— ¿Estás seguro? No más insultos, no más indiferencia, ¿De verdad no te importa lo que digan los demás?
Se giró nuevamente hacia mí, limpió suavemente sus lágrimas y con la firmeza habitual de su postura habló nuevamente.
—Totalmente seguro —afirmó— de ahora en adelante solo me importa lo que ustedes piensen de mí, lo demás es irrelevante.
Mis ojos se desviaron por un segundo a mamá, su mirada suplicante y llorosa me decía que aceptara. Si ella pudo dejar el miedo a un lado, yo también podría, ¿No? Busqué más apoyo en Ernesto, él solo miraba la escena conmovido y asentía suavemente en mi dirección. Suspiré pesadamente esperando no arrepentirme de esto...
—Está bien —dije, y la sorpresa regresó a su rostro— haré el intento.
—Gracias... —susurró, con el alivio reflejado en sus ojos— de verdad gracias.
Se acercó a mí y sin esperarlo, me abrazó fuertemente. Mi rostro quedaba atrapado en su pecho, y sentía el acelerado latir de su corazón. Y por primera vez desde hace muchos años, recordé cuando era solo un niño y me abrazaba de esa manera, como el padre protector que siempre había sido. Con ese recuerdo en mente, mis frías paredes cayeron hechos pedazos al fondo del barranco, siendo remplazadas por esa fuerza paternal que me hacía falta.
Correspondí su abrazo y lloré sobre su hombro, lágrima tras lágrima hasta desahogar todo el dolor que había acumulado en esos últimos meses. Había extraño esto, pero no desde que todo empezó sino desde que había dejado de ser el «niño». Mamá seguía consintiéndome, aunque ya sea mayor de edad, y a veces exageraba con ello, pero el saber que con papá las cosas podían mejorar y volver a ser como en ese entonces, era algo que me traía paz.
Recuperada la calma, regresamos a nuestros asientos y cenamos tranquilamente. El ambiente poco a poco fue aligerándose, sintiéndose menos tenso y más natural. Conversábamos fluidamente, preguntas iban y venían, conociendo más sobre Ernesto y su familia. Mi papá no dejaba de hacer preguntas, cada una más curiosa que la anterior y él solo contestaba animadamente. Y así, con el pasar de los minutos, ese malestar que me había oprimido todo este tiempo fue abandonándome poco a poco, dando espacio a otros sentimientos y emociones, como la tranquilidad que en ese momento se respiraba.
¿De verdad podíamos volver a ser una familia como antes?
Nadie está seguro de lo que pueda pasar, tal vez nos tome un mes, un año o mucho más, pero si de verdad queremos lograrlo, sé que lo haremos. Todo es cuestión de voluntad, fe y mucha paciencia.
Díganme que están llorando a mares o ¿solo soy yo?
Espero de verdad les haya gustado, síganme para más lágrimas, risas y cosquillitas en... el corazón.
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¿Tienen los pañuelos a la mano? pásenme un par plis, chillemos juntos como los machos pelos peludos que somos (no importa si eres mujer).
¿Qué opinan de esto? ¿Si mejorarán las cosas, o solo son palabras?
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