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1. Un almuerzo familiar

Ernesto

—¿Crees que... —dijo Martín, jugando con las mangas de su suéter visiblemente nervioso— les agrade?

Estábamos a dos pasos de entrar a mi casa, solo un par de metros para que mi familia por fin lo conociera y, a decir verdad, no sé quién de los dos estaba más nervioso. Pero si estaba seguro de algo, no estaba dispuesto a echarme para atrás.

—No te preocupes, obvio que les agradarás —suavemente tomé sus manos, besando sus nudillos para apaciguar sus nervios— ¿Quién no te amaría?

—Tú y tus chantajes emocionales —se burló— solo bésame y ya.

—Si eso quieres... —susurré con una amplia sonrisa coqueta en mi rostro, tomándolo por la cintura— ¿Quién soy para negártelo?

Atrapé sus labios mordiéndolos con suavidad provocando que emitiera leves jadeos, para luego ahogarlos con un beso largo y delicioso. Jamás me cansaría de la suavidad y el sabor de su boca, la calidez de su lengua invadía y jugaba con la mía. Me sentía extasiado con poder sentirlo mío, saber que solo yo podía disfrutar de su compañía por completo y que mi nombre siempre estaría marcado en su corazón.

Un carraspeo nos interrumpió, por lo que no pudimos evitar separarnos con un brinco de sorpresa. Papá estaba justo en frente de nosotros, con el ceño fruncido evidentemente molesto. De las tres personas que estaban en la casa, ¿Por qué precisamente tenía que ser él quién abriera la puerta? Pero, sobre todo, ¿En qué momento nos vio llegar? Los nervios de Martín se dispararon por los cielos, e incluso le temblaban un poco las manos.

—Papá...

—Entren —ordenó secamente, sin darme oportunidad de decir algo más.

Nos dio la espalda y entró a la casa sin mirar atrás, esperando que le siguiéramos los pasos rumbo a la sala donde nos estarían esperando los demás.

—¡Tranquilo! —susurré, acariciando suavemente sus mejillas coloradas.

—¿Viste cómo nos miró? —interrogó asustado— ya lo eché a perder.

—No te preocupes por eso, no es para tanto —aseguré, pero ni yo mismo creía en mis palabras— respira profundo, y entremos. ¿Está bien?

—Si... —inhaló y exhaló pausadamente.

Finalmente entramos aún con los nervios de punta, pero dispuestos a todo lo que se venga. Mamá y papá estaban esperándonos en la sala, él con su rostro sumergido en las páginas del periódico sin poder ocultar su enfado, y ella mirándolo con reproche. Al vernos llegar, sonrió ampliamente de forma tan dulce como solo mi madre podría hacerlo.

—Tú debes ser Martín, es un gusto conocerte —se levantó para estrechar su mano— disculpa cierta vibra negativa que hay cerca, aun no se acostumbra.

—No se preocupe, creo que la culpa es nuestra —contestó con la voz un poco temblorosa— también es un gusto conocerla, señora...

—Sonia, pero no me digas señora que me haces sentir vieja —reía plácidamente.

—¿Y Rossi? —indagué, extrañado de no ver a mi hermana, una de las más emocionadas por conocerlo.

—Se está cambiando —contestó papá sin levantar la mirada— como por tercera vez.

—Ya sabes cómo es ella cuando se emociona —añadió mamá entre risas— pero pueden pasar al comedor, enseguida sirvo el almuerzo.

Nos quedamos a solas los tres, la incomodidad era casi palpable en el ambiente. Dada la situación, era de esperarse, aunque para ser sinceros creía que sería peor conociendo el carácter de mi papá.

—Lávense las manos antes ir al comedor —dijo papá para luego levantarse, mirarnos de reojo y salir de la sala.

Se fue aún con su periódico en la mano, la misma expresión en su rostro y sin ánimos de interactuar o cambiar la situación.

—Creo que ya me odia —susurró Martín decaído.

—Claro que no —lo tomé suavemente de las manos, tratando de calmar sus miedos— no te odia, solo está un poco molesto por... aquella escena.

Lo estreché dulcemente entre mis brazos, mis manos acariciaban su espalda baja y mi rostro buscaba la suave piel de su cuello.

—Él no es muy expresivo y es bastante reservado —susurré mientras repartía pequeños besos— por eso las demostraciones de cariño en público suelen... alterarlo.

Llegué a su boca dando pequeños roces a sus labios, quería besarlo desesperadamente, pero sabía que no me correspondería y ni yo estaba totalmente seguro de hacerlo. Estábamos en la cuerda floja en ese momento, y no queríamos nos volvieran a cachar en la misma situación.

—Tengo miedo de que... —titubeó— no nos quiera ver juntos.

—Yo también —acepté— pero conozco a mi papá, y sé que jamás haría algo que me lastime.

—¿Seguro?

—Totalmente —no me resistí, lo besé— tranquilo, todo estará bien.

—De acuerdo —susurró sobre mis labios con una sonrisa ladeada.

Entramos al comedor, donde mi hermana ya estaba sentada en su asiento habitual dándonos la espalda, por lo que aún no se percataba de nuestra presencia.

—Relájate, papá, solo fue un beso —dijo burlona— los vecinos no harán escándalo por eso, si vieras lo que yo he visto que hacen los de enfrente a plena mañana en su ventana les armarías show a ellos y no a Nesto.

Papá resopló sonoramente sin levantar su mirada del periódico, reacio a dejar a un lado su expresión ceñuda.

—Deja de espiar a los vecinos, pervertida —le riñó, levantando la vista momentáneamente fijándola en Martín— ¿Qué hacen ahí? Siéntense.

Sorprendida, Rossi se levantó apresuradamente de su asiento para recibirnos con un abrazo. Miró con evidente asombro y una amplia sonrisa a Martín, detallándolo lentamente de pies a cabeza, mientras que él solo se removía incomodo a mi lado.

—Con que este es Martín, ¿No? —dijo por fin.

—Ahmm, sí... Mucho gusto —extendió su mano amablemente.

Sin embargo, Rossi no la recibió. En cambio, se lanzó a sus brazos como una niña pequeña, terminando con un largo y sonoro beso en la mejilla.

—¡Hey! —me quejé— ¿Quieres comportarte?

—¡Rossi! —riñó papá— ¿Qué te dije, niña?

—Lo siento —se disculpó sin mucho arrepentimiento en su rostro— me emocioné, es que es tan lindo.

—Ah... gracias —balbuceó nervioso.

—Si, que emoción —le reñí alejando a Martín de sus garras— ya siéntate.

—Si, gruñildo —expresó Rossi burlona.

—Niños, ya basta —exclamó mamá, trayendo consigo las primeras bandejas— Rossi, ¿Por qué no me ayudas con esto en vez de acosar a tu hermano?

—Yo no estoy...

—¡Rossi!

—Voy —suspiró resignada.

Terminaron de acomodar y servir la comida, dando gracias primero por los alimentos y la oportunidad de conocer a Martín. Sí, mamá es religiosa y a pesar de eso me acepta tal y como soy. Empezamos a comer tranquilamente, conversando de temas triviales para apaciguar un poco la densidad del ambiente. Especialmente Rossi, acribillando a Martín con mil y una preguntas a pesar de nuestras quejas. Sin embargo, su técnica funcionó. Martín se relajó un poco gracias a su extrovertida forma de ser, de alguna forma lo hizo sentir en confianza.

A veces me dan ganas de golpearla, como a todo hermano mayor con los menores, pero en momentos como este es cuando más agradezco que sea ella misma. Creo que tiene un punto a su favor.

Martín

Jamás en la vida había estado tan nervioso, juraría que estuve a punto de entrar en pánico de no ser por Ernesto. Sus suaves manos tomaban las mías en el momento justo, y aunque sabía que su condición no era muy diferente a la mía, se hacía el fuerte solo para darme ánimos y sobrellevar todo lo que estaba sucediendo. Esa es una de las cosas que amo de él, siempre está conmigo cuando lo necesito, y por esa misma razón haría lo que fuera para que esto funcione. Por él y por mí también, por nuestro futuro.

Su hermana fue de mucha ayuda, nunca creí que fuese tan distinta a él. Literalmente son dos polos opuestos, ella es extrovertida y muy enérgica, casi algo atolondrada como diría mi mamá. Mientras que él es calmado, serio y hasta parece ser frio, pero yo sé que no es así. No hay persona más dulce y tierno que mi Ernesto.

—¿Obtuviste una beca? —indagó Rossi muy exaltada.

—Si, por eso pude entrar a la universidad —contesté con la mayor naturalidad posible.

—¡Increíble! —exclamó— debes ser inteligente de verdad, ¿Puedes ayudarme con mis deberes de mates?

—¡Rossi! —le riñeron.

—Contrólate, niña —dijo Ernesto— lo vas a poner nervioso.

—No hay problema —intervine entre risas.

—¿Si ves? —se burló Rossi.

Las cosas estaban saliendo mejor de lo que me imaginé, el único problema seguía siendo el papá de Ernesto. A esas alturas de la visita, ni siquiera sabía su nombre, no se había dado una presentación oficial entre nosotros y temía que no se diera. Eso era lo único que me mantenía con el corazón acelerado, su aceptación.

—Llegó la hora del postre —anunció Sonia— Rossi, ¿me ayudas?

—¡Voy!

Se alejaron entre susurros, dando una última mirada hacia mí con una sonrisa amable en sus rostros. Tal vez no todo estaba perdido, aún tenía así sea una pequeña oportunidad.

—Martín, ¿A que se dedican tus papás? —indagó el papá de Ernesto.

Toda su atención estaba ahora en mí, aún se veía algo molesto, pero por lo menos no estaba empeñado en ignorarme el resto del día. Su pregunta me tomó tan de sorpresa como a Ernesto, tanto así que me quede bloqueado por un segundo, obligándome a reaccionar.

—Amh... —titubee nervioso— mi papá es contador en una compañía farmacéutica y mamá es abogada independiente.

—¿Por qué elegiste esa carrera? —continuó con las preguntas.

—Bueno... varias veces he visitado la empresa donde trabaja mi papá, e incluso me mostraron gran parte de los laboratorios y producción de medicamentos —expliqué con emoción al recordar esos días, recorriendo y observando curioso todos los aparatos— simplemente quedé fascinado con el trabajo y los procesos que realizaban, además, la química se me da bien desde que estaba en la escuela.

—¿Nunca te interesó algo más? —preguntó curioso y menos ceñudo.

—Si, me interesa mucho la medicina forense —expresé— pero a mamá le aterra así que nunca fue una opción.

—¿Por qué la medicina forense? —insistió algo extrañado— no es común que los jóvenes se interesen por esos temas.

—Papá, esto no es un interrogatorio —interrumpió Ernesto.

—No te preocupes —lo calmé, tomando su mano por debajo de la mesa— está bien.

—Gracias —exclamó el papá de Ernesto, mirando con reproche a su hijo.

—Bien —suspiró resignado.

—Me encanta la ciencia en general, me gusta siempre buscar el porqué de muchas cosas, y creo que eso me dio algunos problemas de chico —explicaba entre risas sintiéndome más relajado— por eso me interesó más esa rama de la medicina, es más investigativa y de análisis. Eso y que las series de televisión ayudaron un poco, aunque se claramente que es solo ficción.

—¿CSI? —añadió Rossi, entrando al comedor con una bandeja llena de helados.

—Los ángeles y Nueva York, La ley y el orden y The mentalist —contesté.

—Tú si tienes buenos gustos —exclamó entusiasmada— aprende algo, Nesto.

—Muy graciosa, mocosa —se quejó, pero sonreía.

—Aquí tienes, lindura —dijo Rossi dejando un pocillo con helado de fresa frente a mí, y pellizcando suavemente mi mejilla.

—¡Rosalinda! —exclamó Ernesto— Voy a golpearte.

No pude evitarlo, se me escapó una pequeña risa pese a mis intentos por controlarlo. La escena era muy cómica, Rossi se burlaba de Ernesto cada que podía usándome como carnada y sus padres, ellos simplemente dejaban que sucediera.

—No seas celoso, hermanito —hizo un puchero— solo estoy siendo amable con mi cuñadito. ¿Cierto, Martín?

—No digas nada —advirtió Ernesto— no te atrevas.

—Ok —murmuré entre risas, tratando de contener las carcajadas.

Misión imposible, menos con Rossi y Sonia riéndose sonoramente. No tuve de otra que unirme, ver la expresión seria y molesta en rostro de Ernesto era divertido, además de adorable. Pero obvio, no iba a decir eso en voz alta.

Pasadas las risas y la amenaza de Ernesto, seguimos comiendo el postre. El helado estaba delicioso, la fresa y las chispas de chocolate de colores eran mi combinación favorita. La charla continuo mucho más fluida que al inicio, e incluso las risas seguían. Poco a poco Ernesto fue uniéndose a las carcajadas, perdonando momentáneamente a su hermana por ese comportamiento. El único que no reía como nosotros, era el papa de Ernesto, pero ya no me preocupaba demasiado. Habló conmigo, ya no tenía esa expresión ceñuda y se veía relajado, eso era lo único que me interesaba.

—Una pregunta más, Martín —dijo el papá de Ernesto— ¿Tus papás saben de tu relación con Nesto?

Aquello me tomó por sorpresa de verdad, tanto así que el silencio reinó por un largo e interminable minuto en el comedor.

—Papá —exclamó Ernesto al ver mi incomodidad— no creo que sea buena idea que....

—No te preocupes —le interrumpí.

—Pero...

—Es normal que quieran saber —nuevamente interrumpí más decidido— Ellos aún no lo saben, mi papá es... algo homofóbico, así que hasta ahora no he tenido... el valor de decirle.

—Oh cariño —expresó Sonia— lo siento mucho, pero sabes que el día llegara, ¿cierto?

—Lo tengo bien claro.

Un mensaje de texto de mamá fue lo que me devolvió a la realidad. Era tarde, la hora de volver a casa había llegado. «Martín, tu padre llegará dentro de poco, ¿Dónde andas? Ven a cenar»

—Creo que ya debo irme —anuncié— mamá me está llamando.

—Claro, no queremos causarte problemas al retenerte —dijo Sonia— fue un verdadero gusto conocerte, cariño. Me alegro que mi Nesto te haya elegido, eres un buen chico.

—Además de estar bien lindo —añadió Rossi.

—Gracias, Rossi —contesté entre risas, especialmente por la mirada asesina de Ernesto— también fue un gusto conocerlos.

—Vuelve cuando quieras.

—Los acompaño a la salida —sugirió el señor Humberto.

Nos dirigimos a la salida, el señor Humberto a la cabeza y nosotros detrás, llenos de dudas y con los nervios revoloteando en nuestros estómagos.

—Bueno —suspiró al girarse— creo que les debo una disculpa, me apresuré demasiado y llegué a pensar cosas equivocadas.

—Papá...

—Aún no termino —interrumpió— Sonia tiene razón, todavía no me acostumbro a que mi hijo sea gay, pero si te aseguro que por encima de eso está mi amor como padre. Solo quiero lo mejor para ellos, y eso incluye el ver con quienes se junten.

—No se preocupe por eso —contesté— nosotros tenemos la culpa, no debimos hacer eso en público.

—Eso da igual —se encogió de hombros, tendiendo su mano hacia mí— Humberto Salas, fue un gusto conocerte, Martín.

—El gusto fue mío —titubeé ante la sorpresa, pero estreché firmemente su mano.

—Vuelve cuando quieras —añadió— y tú no te demores.

—Si señor.

Salimos de la casa caminando tranquilamente hacia el parque, llegando casi por inercia al estar nuestras mentes ocupadas en otras cosas, una de ellas es el giro que tomo la situación. Era algo inesperado, pero para mí fue lo mejor que pudo haber pasado en toda la noche.

Estaba tan distraído en mis propios pensamientos erráticos, que no noté sus llamados hasta que me abrazó. Su dulce sonrisa me trajo de vuelta a la realidad, tenía ese brillo en sus ojos que tanto amaba y estaba igual de emocionado que yo.

—Te lo dije, ¿O no? —canturreó sonriente.

—Siempre tienes la razón, amor —susurré acercándome a su rostro— creo que le caí bien a tu papá.

—Más que bien, diría yo —me besó dulce y suavemente en los labios— ya estará más tranquilo respecto a nuestra relación.

—Eso es un alivio —suspiré.

—Claro, ya sabe que serás todo un hombre inteligente y exitoso —añadió lleno de orgullo— podrás mantenernos a los dos cuando nos casemos y vivamos juntos.

—¿Disculpa? —exclamé fingiendo molestia— ¿Solo por eso?

—Obvio, mi cielo.

Rompimos en carcajadas sonoras, liberando los vestigios de los nervios que tanto nos agobiaron durante el almuerzo. Fue algo difícil, pero logramos lo que queríamos. Su familia me aceptó, están de acuerdo con nuestra relación.

—Te amo —susurró Ernesto a mi oído.

—Yo también te amo —contesté con toda la sinceridad de mi corazón.

—Lo siento si papá te incomodó con esa última pregunta —añadió.

—No te preocupes, tienen razón —suspiré temeroso— ellos deben enterarse algún día. Y prefiero ser yo quien lo diga antes que alguien más vaya con el chisme.

—No estarás pensando...

—Llego la hora —aseguré.

—Pero...

—Quiero que lo nuestro sea serio, y no lo será hasta que ellos lo sepan —expliqué— ya es hora que se enteren.

—Amor, no te estoy presionando para que lo hagas, puedes hacerlo cuando estés listo —hablaba rápido, asustado y nervioso— no te fijes en lo que dijeron mis papás.

—No es por ellos, amor, no te preocupes —susurré tratando de calmarlo— es por mí, lo he estado pensando desde hace meses.

—Está bien —aceptó— yo iré contigo.

—No, quiero que sepan quien soy antes que te conozcan —expliqué— será difícil para papá el asimilarlo, no quiero que dentro del disgusto estés tú. Quiero que les caigas bien, que se encariñen contigo. ¿De acuerdo? No te preocupes por mí, todo estará bien.

La duda se divisaba en sus ojos, el temor que estaba sintiendo era más de lo que esperaba. La parte más difícil estaba por venir, y era algo que por ahora solo yo podría hacer.

—Prométeme que me dirás cuando llegue el día, ¿Sí? —exigió con suplica.

—Claro que sí.

Me rodeó por la cintura pegándome a su cuerpo, acariciando mi espalda baja y susurrándome palabras de aliento al oído.

—Todo estará bien —le susurré de vuelta— estaremos siempre juntos.

Con la emoción de mis palabras, me besó dulce y apasionadamente. Sus labios capturaron los míos, sintiendo la calidez de su lengua dentro de mi boca, su sabor y suavidad. Me embriagaba con esa manera tan deliciosa de besarme, me transportaba a otros mundos sin necesidad de nada más que su aroma y su tacto.

De verdad lo amo y deseo que las cosas salgan bien. Si de verdad me quieren, me aceptarán tal y como soy.

¿Cierto?

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