Epílogo

Existen algunos de corazones valientes y almas avariciosas que cuestionan la vida, los cuáles se interesan por la extraña leyenda que pasa de boca en boca por los habitantes de la región.
Esa que habla sobre de que en la puerta del infierno y la muerte se halla algo imposible y perfecto. Algo bastante único que lo hace preciado entre muchos.

Las leyendas la describen como una flor de un tono rosa bordeando el lila con sus pistilos de filigrana dorada y de pétalos tan suaves como el terciopelo.

Se dice que esa es “La flor de la eterna juventud”. El alma de una joven alegre que decidió quedarse en el Averno por circunstancias desconocidas.

Se dice que quien haga una infusión con sus pétalos tendrá la mayor suerte y riquezas jamás imaginadas, pero quien la arranque del suelo tendrá un castigo mucho peor que la muerte. Además para poder llegar a ella deberán enfrentarse a los peligros que el profundo Averno esconde.

Nadie sabe donde está oculta, o mejor dicho, nunca nadie ha salido con vida para contarlo.

Hasta los dioses han intentado encontrarla. Nunca lo logran conseguir. Jamás pueden dar con ella, está bastante bien escondida. La avaricia de los dioses por esa flor es tanta, que la buscaron por setecientas cincuenta y tres lunas, pero jamás la encontraron. La más insistente era la diosa Atenea, hasta que una noche de otoño se rindió soltando un tifón a la entrada del Averno. Cerbero la observó alejarse hecha una pira de furia.

Donde se encuentre esa flor continuará siendo un misterio que solo los habitantes del Averno lo sabrán y que jamás revelarán.
En especial el Cancerbero, quién es el que riega a la mítica flor con sus lágrimas, una mezcla de alegría y tristeza, que nutren a la flor que vive entre las sombras más mundanas del profundo Inframundo...