Litigante
El tiempo se había tornado en mi litigante, que de manera hostil y despiadada había marcado mi destino lejos de Esther. El suelo bajo mis patas de bestia imploraba por su presencia y, más de una vez, había descendido a donde las almas descansan para hablarle al río de la muerte por si el alma de mi rosa Adela me contestara.
Las preguntas que salían de mi boca eran sencillas: ¿Por qué nunca me había dicho que toda nuestra experiencia había sido solo una representación de su enfermedad? ¿Por qué la sentía tan viva al estar a su lado a pesar de que era solo un espejismo? ¿Por qué envió a Esther, fruto de su vientre con alguien más, a torturarme sobre la verdad que había ocurrido?
Hubiera sido mejor que todo hubiese acabado con tu muerte.
No.
Hubiese sido mejor que tú y yo jamás nos hubiésemos conocido. Qué jamás hubieses pisado el suelo mustio del Averno en tus sueños. Desearía haber acabado con tu vida al haber violado los límites entre la vida y la muerte. Bueno, no acabarla, adelantar tu muerte en realidad.
Apenas habían pasado varias semanas desde que Esther y Perséfone se habían marchado y consideraba que sería mejor que la diosa no regresara con tan repugnante ser...
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